Hace exactamente 100 años, el 20 de octubre de 1922, León Trotsky pronunció uno de sus grandiosos discursos políticos ante los miembros de la organización de Moscú del Partido Comunista Ruso.
El Congreso coincidió con el quinto aniversario de la Revolución de Octubre de 1917, la conquista del poder por parte de la clase obrera liderada por el Partido Bolchevique, que transfirió el poder a consejos obreros (sóviets) y creó el primer Estado obrero en la historia. La victoria bolchevique ofreció un impulso inmenso a la creación de la Tercera Internacional o la Internacional Comunista, que celebró su primer Congreso en marzo de 1919. En ese momento, el régimen bolchevique se encontraba asediado, luchando contra varios ejércitos contrarrevolucionarios respaldados por el imperialismo mundial para ahorcar la revolución. Pero para 1922, las fuerzas contrarrevolucionarias habían sido derrotadas por el Ejército Rojo, cuyo principal comandante fue León Trotsky, a quien solo Lenin superaba en términos de autoridad y prestigio políticos en la Unión Soviética.
El Estado obrero había sobrevivido, pero el régimen bolchevique se enfrentaba a las consecuencias de la devastación económica de los tres años de Guerra Mundial que precedieron a la Revolución de octubre y los tres años adicionales de guerra civil. Más allá, el régimen soviético no fue establecido en un país capitalista avanzado —como Francia, Alemania, Reino Unido o Estados Unidos— sino en una Rusia económica y culturalmente atrasada.
La posibilidad de que la clase obrera llegara al poder en un país atrasado había sido anticipada por Trotsky cuando elaboró la Teoría de la Revolución Permanente más de una década antes de la Revolución de Octubre de 1917. Pero ni Trotsky ni Lenin ni el Partido Bolchevique en su conjunto creían que el socialismo podía construirse dentro de las fronteras de un solo Estado nacional, muchos menos en uno económica y socialmente atrasado.
Incluso mientras organizaban el derrocamiento del capitalismo en Rusia, Lenin y Trotsky insistieron en que el futuro de la revolución socialista en Rusia dependía de que la clase obrera conquistara el poder en uno o más países capitalistas avanzados. La centralidad de la revolución socialista mundial en los cálculos políticos de los bolcheviques no reflejaba sueños utópicos. La Guerra Mundial de 1914-1918, que fue el producto de las contradicciones del capitalismo como sistema global, aceleró e intensificó la crisis económica y los conflictos sociales que generaron una ola masiva de luchas obreras militantes y abiertamente revolucionarias por toda Europa occidental y central.
Pero las clases gobernantes de Alemania, Italia y otros países contuvieron brutalmente la marea revolucionaria y la Unión Soviética permaneció como un Estado obrero aislado. Esto obligó al régimen bolchevique a adoptar una Nueva Política Económica dentro de la URSS, que involucró aceptar una reactivación limitada de la actividad capitalista a fin de estabilizar la economía soviética.
En el Tercer Congreso de la Internacional Comunista en 1921, la delegación rusa, en la que Lenin y Trotsky desempeñaron los papeles protagónicos, luchó por reorientar los Partidos Comunistas recién fundados en Europa hacia una lucha prolongada por establecer su autoridad en la clase obrera. Este proceso de reorientación y educación políticas continuaría en el Cuarto Congreso.
El discurso de Trotsky el 20 de octubre fue un análisis extraordinario de los desafíos que enfrentaba la nueva Internacional Comunista. Trotsky elaboraría muchas de las cuestiones planteadas en este discurso en un monumental reporte de tres horas que Trotsky pronunció menos de tres semanas después ante el Cuarto Congreso. Ese día, el 14 de noviembre de 1922, Trotsky habló por nueve horas, entregando su reporte primero en alemán, luego en francés y finalmente en ruso.
Trotsky examinó el desarrollo contradictorio de la revolución socialista mundial, que había alcanzado su primera gran victoria en una Rusia atrasada en vez de los centros avanzados del imperialismo mundial.
Señaló a las diferencias básicas del proceso revolucionario en Rusia, comparado al de un país avanzado como Estados Unidos. En el primero, el gran problema no era la conquista del poder, sino mantenerlo después del derrocamiento del Estado capitalista.
En los países avanzados, tomar el poder sería más difícil porque “la burguesía está mejor organizada y es más experimentada, porque la pequeña burguesía se graduó de la escuela de la gran burguesía y, por consiguiente, también es más poderosa y experimentada…”.
Trotsky advirtió proféticamente que, tras ver horrorizada el derrocamiento de la clase gobernante rusa, la burguesía en los países avanzados estaba armando “pandillas contrarrevolucionarias” para destruir el movimiento socialista revolucionario.
Explicando la importancia del ascenso de Mussolini en Italia, Trotsky describió el fascismo como “la venganza de la burguesía por el espanto que vivió durante las jornadas de septiembre de 1920”, cuando huelgas masivas azotaron el país.
¿Pero por qué fracasó el movimiento revolucionario y condujo al surgimiento del fascismo? Respondiendo a la pregunta, “¿Qué hizo falta?”, Trotsky declaró: “Faltó la premisa política, la premisa subjetiva, a saber, que el proletariado tomara consciencia de la situación”.
“Faltó una organización a la cabeza del proletariado, capaz de utilizar la situación exclusivamente para dirigir la preparación organizacional y técnica de un levantamiento, del derrocamiento, la toma del poder, etc. Esto fue lo que hizo falta”.
Trotsky rechazó los formalismos mecánicos que insistían en que los grandes procesos socioeconómicos e históricos siguen derroteros inevitables y completamente predecibles. En la “dialéctica de las fuerzas históricas”, el accionar de la clase obrera, influenciada y liderada por el partido marxista, es decisivo.
El Cuarto Congreso de la Internacional Comunista (también conocida como Comintern) fue el último asistido por Lenin, quien ya había sufrido el primero de una serie de derrames cerebrales que pronto acabarían con su actividad política. Un mes después, en diciembre de 1922, comenzó a fraguarse el conflicto político en la conducción del Partido Comunista Ruso que desembocaría en la fundación de la Oposición de Izquierda en octubre de 1923. El proceso de burocratización y reacción política ejemplificado por el ascenso de Stalin condujo al rechazo de la estrategia de la revolución permanente y de la perspectiva de la revolución socialista mundial y a una adaptación al programa nacionalista y antimarxista del “socialismo en un solo país”.
El derrocamiento nacionalista del internacionalismo socialista tuvo consecuencias devastadoras para la Internacional Comunista, la clase obrera internacional y la propia Unión Soviética. La disolución de la Unión Soviética en diciembre de 1991 fue la devastadora confirmación final de la esencia contrarrevolucionaria del estalinismo y todas las concepciones relacionadas de una vía nacionalista al socialismo.
No obstante, el legado de la gran obra teórica de Trotsky fue continuado por la Cuarta Internacional que fundó en 1938 y que representa hoy el Comité Internacional de la Cuarta Internacional.
Trotsky sigue siendo la figura más destacada de la historia del socialismo revolucionario del siglo veinte. El discurso del 20 de octubre de 1922 demuestra la excepcional relevancia de su pensamiento político. Este discurso, pronunciado hace un siglo, si acaso ha envejecido. Prácticamente no es necesario consultar un glosario. Trotsky lidia con temas económicos, políticos y sociales comprensibles en términos completamente modernos. La importancia fundamental de una conducción revolucionaria, la dinámica de la crisis capitalista mundial, el significado político del fascismo y la relación de los factores objetivos y subjetivos en la transición revolucionaria del capitalismo al socialismo son abordados por el reporte de Trotsky.
Y, en lo que podría parecer una coincidencia llamativa, Trotsky incluso señala a las implicancias de la súbita caída del poder del primer ministro británico David Lloyd George el 9 de octubre de 1922, exactamente un siglo antes del colapso precipitado del desventurado mandato de Liz Truss. Por supuesto, el término de seis años de Lloyd George no se puede comparar con la farsa de seis semanas de Liz Truss. Pero no es difícil imaginar que Trotsky habría interpretado la farsa trussiana como un síntoma del colapso inminente del dominio burgués en Reino Unido y el desarrollo de una crisis revolucionaria. Trotsky habría identificado esta crisis como una oportunidad inmensa para que los marxistas expandan su autoridad en la clase obrera y destruyan la influencia del reaccionario Partido Laborista y las organizaciones sindicales.
Un estudio cuidadoso de los escritos de Trotsky es esencial para la elaboración de la estrategia y la táctica de la revolución socialista en la época de la agonía mortal del imperialismo. El trotskismo es el marxismo del siglo veintiuno.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 21 de octubre de 2022.)