El presidente estadounidense Joe Biden pronunció su discurso anual de “El estado de la Unión” la noche del martes. Como era de esperarse, su discurso estuvo repleto de mentiras y autoengaños, resaltados por las ovaciones de pie de los congresistas reunidos.
“El estado de la Unión” de Biden fue la primera que inicia con la política exterior desde el discurso del “eje del mal” de George W. Bush en 2002, hace 20 años. Bush se pronunció después de la invasión estadounidense de Afganistán y en el periodo previo a la guerra contra Irak. Biden lo hizo en medio de una campaña cada vez más intensa contra Rusia en torno a Ucrania.
Ante todo, el discurso pone de relieve que la marcha hacia la guerra contra Rusia, junto con el belicismo extremo del Gobierno de Biden y la prensa, está animado más que nada por la crisis social y política dentro de Estados Unidos.
“El año pasado, el COVID-19 nos separó”, Biden dijo iniciando su discurso. “Este año, finalmente estamos juntos de nuevo. Esta noche, nos reunimos como demócratas, republicanos e independientes. Pero, lo que es más importante, como estadounidenses”.
Concluyó su discurso con una declaración improvisada, no incluida en la transcripción oficial publicada por la Casa Blanca: “Vayan tras de él”.
Es inevitable no preguntarse: si no fuera por la crisis en Ucrania, ¿cómo hubiera comenzado Biden su discurso? ¿Quizás pidiendo un momento de silencio para conmemorar al millón de estadounidenses que han fallecido por COVID-19? La pandemia, que ha dominado las vidas de toda la población del mundo durante los últimos dos años, fue relegada como un tema secundario.
En condiciones en que el conflicto en Ucrania amenaza con convertirse en una guerra directa entre EE.UU.-OTAN y Rusia, el discurso de Biden parece haber estado diseñado para echar gasolina en las llamas. Si bien Biden afirmó que “nuestras fuerzas no están involucradas y no estarán involucradas en un conflicto con las fuerzas rusas en Ucrania”, alardeó sobre el impacto masivo de las sanciones estadounidenses y europeas en la economía rusa. Prometió que “Estados Unidos y nuestros aliados defenderán cada pulgada del territorio de los países de la OTAN con toda la fuerza de nuestro poderío colectivo”, señalando que “movilicé fuerzas terrestres, escuadrones aéreos y despliegues navales estadounidenses para proteger los países de la OTAN, incluyendo Polonia, Rumanía, Letonia, Lituania y Estonia”.
Aunque declaró: “A todos los estadounidenses les seré sincero, como siempre he prometido”, Biden no reconoció el hecho de que la guerra tiene el potencial de convertirse en una confrontación entre potencias con armas nucleares, con consecuencias catastróficas para el mundo entero. Cuando habló de “diplomacia”, solo lo hizo en relación con los esfuerzos, aún inciertos, por unir a las potencias de la OTAN en un enfrentamiento con Rusia.
Y los congresistas de ambos partidos se pusieron de pie para aplaudir. En su discurso, Biden trató de demostrar que una casa dividida puede ponerse de pie, repetidamente, para aplaudir el belicismo en interés del imperialismo estadounidense.
Cuando finalmente se refirió a la pandemia, Biden declaró: “Durante más de dos años, el COVID-19 ha influido en todas las decisiones de nuestras vidas y en la vida de la nación”. Esto, sin embargo, ha terminado: “Esta noche puedo decir que estamos saliendo adelante con seguridad, volviendo a rutinas más normales... Gracias a los progresos que hemos hecho este último año, el COVID-19 ya no tiene que controlar nuestras vidas”.
Biden presentó un “plan de cuatro puntos” para hacer frente a la pandemia en el futuro, centrado en la reapertura de todo. Alabó el anuncio de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades de la semana pasada de que cambiaban sus directrices para recomendar que la mayoría de la gente pueda reunirse en interiores sin mascarillas, una decisión claramente programada para el discurso de Biden.
El día anterior al discurso sobre “El estado de la Unión”, la Cámara de Representantes puso fin a su norma sobre el uso de mascarillas, permitiendo a los representantes, senadores y otros funcionarios gubernamentales y militares reunidos quitarse las mascarillas mientras ondeaban sus banderas ucranianas.
El último año de “progreso” ha sido un año de muertes masivas por una enfermedad evitable en Estados Unidos. Desde que Biden asumió su cargo el 20 de enero de 2021, más de 535.000 estadounidenses han muerto a causa del COVID-19, más que el número total de soldados estadounidenses muertos en la Primera y la Segunda Guerra Mundial, juntas.
A pesar de la declaración de Biden de un “regreso a la normalidad”, cada día mueren más de 2.000 estadounidenses a causa del COVID-19. A finales de este mes, el número oficial de muertes desde el inicio de la pandemia superará el millón, en su mayoría bajo la Administración de Biden. Biden tampoco mencionó los efectos devastadores del COVID largo (persistente), que afecta a millones de personas, y que toda la elite política y los medios de comunicación han ignorado siempre.
El impacto catastrófico de la pandemia es el resultado de la decisión criminal, encabezada por su predecesor pero con apoyo bipartidista, de subordinar las vidas al lucro empresarial. Todo esto debe quedar relegado al pasado. “No podemos cambiar lo divididos que hemos estado”, proclamó Biden. “Pero podemos cambiar la forma en que avanzamos, en materia de COVID-19 y en otros asuntos que debemos afrontar juntos”.
Para ello, Biden proclamó una “Agenda de Unidad para la Nación”, comprometiéndose a acabar con la epidemia de opioides y la crisis de salud mental, proporcionar apoyo a los veteranos devastados por las guerras interminables y “acabar con el cáncer tal y como lo conocemos”.
Y los demócratas y los republicanos, unidos al canto de “¡USA! USA!”, traerán el cielo a la tierra y establecerán la paz y la prosperidad para siempre...
El hecho de que el anterior presidente, con el apoyo de muchos de los reunidos en la sesión conjunta del Congreso, instigara un golpe de Estado fascistizante para anular las elecciones de 2020 e impedir que Biden llegara al poder, es algo que hay que olvidar. El mes pasado, Biden reflexionó sobre si las instituciones de la democracia estadounidense podrán sobrevivir o no la próxima década. Anoche, proclamó: “El estado de la Unión es fuerte... Somos más fuertes hoy que hace un año, y seremos más fuertes dentro de un año que hoy”.
Nada de esto puede ocultar el hecho de que la clase gobernante estadounidense se enfrenta a una asombrosa crisis interna. No es la primera vez que una élite gobernante, ante problemas internos insolubles, intenta crear una falsa “unidad” con base en el militarismo en el exterior.
Pero la guerra con Rusia no cuenta con el apoyo popular. La pandemia y el casi millón de personas que han muerto no pueden ser borrados. El hecho de que la oligarquía gobernante haya acumulado fortunas sin precedentes en medio de la muerte masiva no ha pasado desapercibido. Las condiciones cada vez más desesperadas a las que se enfrenta la gran mayoría de la población, alimentadas por la creciente inflación, están creando las condiciones para un enorme crecimiento de la lucha de clases.
El discurso de “unidad” de Biden será recordado más que nada por expresar los delirios de una élite gobernante al borde del abismo. Mientras la clase gobernante se enfrenta a la realidad con temor y militarismo, la clase obrera, reconociendo el potencial revolucionario que la propia crisis produce, debe responder mediante su propia intervención independiente en la lucha mundial por el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 2 de marzo de 2022)