El huracán Ida tocó tierra el domingo como la segunda tormenta más poderosa en golpear el estado de Luisiana en su registro, generando amplias inundaciones por las lluvias pesadas y las marejadas ciclónicas. Los vientos huracanados, volando escombros y derribando árboles, dañaron varios edificios y dejaron sin luz a más de un millón de clientes en Luisiana y más de 120.000 en Misisipi.
Se han atribuido dos muertes a la tormenta hasta el momento, pero se espera que la cifra aumente significativamente en la medida en que los equipos de auxilio inspeccionen los hogares dañados y respondan a las llamadas de emergencia.
Se espera que los daños catastróficos a la red eléctrica dejen el área de Nueva Orleans sin electricidad por varias semanas. Todas las ocho líneas de transmisión que suministran electricidad a la ciudad por medio de cables altos sufrieron fallas a causa de los fuertes vientos, incluyendo la caída de una torre en el río Misisipi. Mientras esperan en el sofocante calor del verano para que vuelva la electricidad, los residentes tendrán que depender de generadores de combustible que producen monóxido de carbono y frecuentemente conducen a envenenamientos mortales cuando se usan inapropiadamente.
En respuesta al corte de corriente eléctrica, el superintendente Shaun Ferguson del Departamento de Policía de Nueva Orleans anunció el domingo por la noche que desplegará varias patrullas “antisaqueos” en toda la ciudad y que les ordenarán a los residentes a “refugiarse en sus hogares”.
En Laplace, río arriba de Nueva Orleans, los residentes han suplicado ayuda en redes sociales. Las inundaciones los obligaron a refugiarse en áticos y techos. Los residentes de Lafitte, al sur de la ciudad, también se encontraban atrapados. Escombros esparcidos por el viento bloquearon las calles de Houma.
La tormenta, que se originó el 23 de agosto en el sureste del Caribe, se intensificó rápida en un huracán que cruzó el oeste de Cuba el viernes. Intensificado por las aguas extremadamente cálidas del golfo de México, Ida se fortaleció aún más cuando se dirigía a las costas de Luisiana en el golfo de México, con vientos sostenidos de 240 km por hora, poco menos que la Categoría 5.
El cambio climático está calentando los océanos y humedeciendo la atmósfera, lo que exacerba los huracanes. La tormenta se desarrolló en las aguas del golfo, donde las temperaturas superan por mucho el promedio después del julio más caluroso y el que se espera que sea el agosto más caluroso en el registro.
La respuesta de los oficiales de la ciudad y el estado al huracán esencialmente fue “cada uno por su cuenta”. La alcaldesa de Nueva Orleans, LaToya Cantrell anunció el viernes que no había tiempo para implementar tráfico en sentido contrario en las carreteras ni una evacuación obligatoria para aquellos que viven dentro del sistema de diques de la ciudad. Decenas de miles de residentes fueron abandonados a su suerte para averiguar como evacuar o refugiarse en casa. La alcaldesa Cantrell estimó el lunes que 200.000 residentes permanecían en la ciudad el domingo por la noche.
No solo fue la primera vez en la historia estadounidense en que un estado se ve golpeado por huracanes con vientos sostenidos de 240 km por hora en dos temporadas consecutivas, después de que el huracán Laura causara gran destrucción en Lake Charles en agosto de 2020, sino que el huracán Ida también tocó tierra el mismo día, 16 años después, en que el huracán Katrina asolara el estado, destruyendo gran parte de la ciudad de Nueva Orleans.
Las marejadas ciclónicas del huracán Katrina colmaron el sistema de diques, inundando barrios enteros con aguas tóxicas, obligando a los residentes a subir a sus techos para esperar a que la Guardia Nacional los rescatara por bote o aire. Miles, sin lugar a donde ir, se vieron atrapados en las condiciones miserables del estadio Superdome. Los pacientes estaban atrapados en hospitales sin electricidad e inundados.
Más de 1.800 personas murieron en la catástrofe social que se desarrolló después de que llegara la tormenta, convirtiéndolo en uno de los “desastres naturales” más mortales en la historia estadounidense. Tal sufrimiento masivo se encontró con la indiferencia homicida y la incompetencia criminal que los estadounidenses y el mundo han llegado a esperar del Gobierno estadounidense.
Como explicó el World Socialist Web Site durante el desastre:
Los componentes decisivos de la tragedia en curso son sociales y políticos, no naturales. Durante las últimas tres décadas, la élite gobernante estadounidense ha desmantelado todas las formas de regulación gubernamental y asistencia social que se habían instituido en el periodo previo. La catástrofe actual es el terrible producto de este retroceso social y político.
Las lecciones extraídas de las calamidades naturales y económicas del pasado —desde las mortales inundaciones del siglo diecinueve y principios del siglo veinte, al “Dust Bowl” y la Depresión de la década de 1930— han sido repudiadas y ridiculizadas por la élite gobernante, la cual ha sido instada por la crisis de su sistema de lucro a subordinar de manera cada vez más despiada todas las preocupaciones sociales a la extracción de ganancias y la acumulación de riqueza personal.
Más de una década y media después, estos procesos han alcanzado un nivel más avanzado y mortal, en el que todos los aspectos de la sociedad se han subordinado a acaparar montañas cada vez más grandes de ganancias corporativas y riqueza personal. Los 16 años desde Katrina no han visto ninguna mejora en la infraestructura social ruinosa del país, dejando a millones a merced de la intensificación de las tormentas, las olas de calor y los incendios alimentados por el cambio climático.
La última serie de catástrofes rinde testimonio del estado de la sociedad estadounidense: el colapso de la red eléctrica de Texas durante la ola de frío en febrero que dejó 4,5 millones de personas sin luz y se cobró más de 700 vidas; la inundación de Houston, Texas, en 2017 causada por el huracán Harvey, que mató a más de 100 personas; el colapso de la red eléctrica de Puerto Rico después del huracán María, que resultó en más de 3.000 muertes; el incendio Camp Fire en 2018, provocado por el tendido eléctrico defectuoso, que destruyó la ciudad de Paradise, California, y mató 85.
Este año, cientos de personas murieron en el noroeste del Pacífico y Columbia Británica por una ola de calor que rompió récords. Las lluvias regulares del verano en Detroit, Michigan, han abrumado la infraestructura, inundando repetidamente las carreteras y los sótanos. La época de incendios forestales en el oeste de EE.UU. se volvió la más grande en el registro después de que quemar más de 1,7 millones de acres solo en California.
Lo que es más significativo, bajo la cubierta de la “inmunidad colectiva” o la “mitigación”, la élite gobernante ha permitido que la pandemia de COVID-19 se propague sin límites en la población estadounidense, matando a más de 650.000 personas en menos de dos años según las cifras oficiales. Cuando el huracán Ida asoló Luisiana, los hospitales ya estaban colmados con pacientes de COVID-19, dejando poco campo para las víctimas de la tormenta. Después de que una de las unidades de cuidados intensivos en un hospital perdiera su generador, los pacientes tuvieron que recibir respiración y resucitaciones manuales hasta que pudieron ser trasladados a un piso con electricidad.
Ha quedado completamente al descubierto la incapacidad del capitalismo para enfrentar las consecuencias de las tormentas estacionales y el cambio climático, que ha exacerbado los fenómenos meteorológicos en línea con las advertencias repetidas de los científicos. La pandemia demuestra que la sociedad capitalista, en la que se subordina toda consideración al lucro privado, es incapaz de lidiar con los problemas que afronta la humanidad de una manera progresista.
Solo la clase obrera, armada con un programa socialista, puede transformar la sociedad para salvar vidas, atender las necesidades humanas y resolver las problemáticas urgentes de nuestros tiempos.
(Publicado originalmente en inglés el 31 de agosto de 2021)
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