En marzo de 1933, cuando comenzaba su primer término como presidente en medio de la Gran Depresión, Franklin Delano Roosevelt declaró famosamente en su discurso inaugural, “La única cosa que debemos temer es el miedo mismo”. En el día de la inauguración presidencial de 2021, tal frase no le sonaría optimista a su audiencia, sino delirante. Desde el podio, el presidente Biden tendrá en frente un campo desolado y silencioso, rodeado por soldados y lleno de banderas plantadas que parece más un cementerio que un sitio histórico de júbilo. Si intentara, de todos modos, una pose rooseveltiana, la versión de Biden de esta famosa frase sería: “Lo único que debemos temer es la realidad misma”.
¿Cuáles son los elementos principales de esta realidad?
En primer lugar, el sistema político estadounidense se enfrenta a la mayor crisis desde la Guerra Civil. La inauguración toma lugar dos semanas tras la insurrección fascistizante del 6 de enero que intentó detener la certificación legislativa de la victoria de Biden en el Colegio Electoral.
El mayor responsable de incitar y dirigir el intento de golpe de Estado, Donald Trump, no asistirá a los eventos de hoy, la primera vez que un presidente saliente ha boicoteado la inauguración de su sucesor desde la salida de Andrew Johnson en 1869. Sin embargo, entre los senadores y legisladores republicanos que sí participarán se encuentran aquellos que ayudaron y ofrecieron la cubierta política para la insurrección.
En segundo lugar, la inauguración se produce un día después de que la cifra oficial de muertes del coronavirus superara las 400.000 personas, mientras el número de casos nuevos diarios sigue aumentando. Cada día, mueren aproximadamente cuatro mil personas. Los hospitales están saturados en todo el país y las morgues están reduciendo sus restricciones para cremar más rápido a los muertos. Al tiempo en que se ha comenzado a expandir una cepa nueva y más transmisible del virus, los científicos anticipan que medio millón de personas en EE.UU. morirán para mediados del próximo mes.
En tercer lugar, la Administración entrante de Biden se enfrenta a una crisis económica intratable que se ha intensificado enormemente por la pandemia. Durante el último año, los mercados financieros, junto a la riqueza de los oligarcas capitalistas, se han disparado a niveles sin precedentes. Se han visto alimentados por una inyección interminable de dinero de la Reserva Federal y los bancos centrales globales —esencialmente, constituye una acumulación de deuda históricamente sin precedentes que debe ser pagada—. Al mismo tiempo, decenas de millones de personas se encuentran desempleadas y cientos de miles de pequeños negocios han sido destruidos.
Estados Unidos es el epicentro de una crisis global de dimensiones apocalípticas. Irónicamente, en vísperas de la inauguración de Biden, el Foro Económico Mundial publicó su Reporte de Riesgos Globales de 2021, que presenta un resumen sombrío de la situación actual:
El costo inmediato humano y económico del COVID-19 es severo. Amenaza con borrar años de progreso [sic] en la reducción de pobreza y desigualdad y debilitar aún más la cohesión social y la cooperación global. Las pérdidas de empleos, una brecha digital cada vez mayor, interacciones sociales perturbadas y giros abruptos en los mercados podrían llevar a graves consecuencias y oportunidades perdidas para sectores grandes de la población global. Las ramificaciones —en forma de malestar social, fragmentación política y tensiones geopolíticas— definirán la efectividad de nuestras respuestas a otras grandes amenazas de nuestra década: los ciberataques, las armas de destrucción masiva y, lo más notable, el cambio climático.
Probablemente, el discurso inaugural de Biden no incluirá citas de este reporte. Sin embargo, para enfrentar la crisis global y estadounidense, las opciones disponibles para en el nuevo presidente, por más que diga lo contrario, están limitadas por los intereses sociales de la clase gobernante. Biden es el representante de una clase que no tolerará ninguna respuesta a la crisis que socave sus intereses financieros y económicos. La respuesta del Gobierno de Biden a la pandemia consistirá en medidas ineficaces que se quedan a medio camino, o un cuarto del camino, de lo necesario. Harán poco para detener la propagación den virus a tiempo de prevenir las muertes de otros cien mil o más estadounidenses.
El tema central del discurso de Biden hoy será de “unidad”. ¿Cuál es el significado verdadero de este llamado? Biden teme que la crisis política que se manifestó explosivamente en el ataque violento al Congreso haya expuesto divisiones profundas y peligrosas dentro del aparato estatal y la clase gobernante que amenazan la supervivencia del sistema político basado en el capitalismo. Lo que Biden busca es unidad en la clase gobernante para enfrentar a una clase obrera cada vez más inquieta y militante. Mientras se sienta junto al senador McConnell en una misa antes de la ceremonia de juramentación, quizás Biden le suspire en el oído a su viejo amigo, “Si no andamos juntos, nos ahorcarán por separado”.
Biden y los demócratas se oponen por esta razón a una investigación seria de los eventos del 6 de enero. No tienen ningún interés en exponer la participación de alto nivel del Partido Republicano en intentar anula la elección y establecer una dictadura. No quieren perjudicar a sus “colegas republicanos”, los coconspiradores de Trump, ni hablar de arrestarlos y someterlos a juicios.
En términos de su programa y políticas, el Gobierno de Biden impondrá las demandas de Wall Street. El gabinete de reaccionarios y fieles defensores de la élite política de la clase gobernante —velados cínicamente por la política de identidades— dice todo lo que se debe decir de su orientación y sus planes.
Pero, a pesar de los esfuerzos para sembrar la pretensión de una renovación y esperanza, los observadores más honestos y perspicaces comparten ampliamente que no hay soluciones listas disponibles. Comentando sobre lo que describe como “La experiencia cercana a la muerte de la república estadounidense”, el columnista Martin Wolf del Financial Times rechaza los esfuerzos para minimizar el alcance de la crisis que estalló en Washington:
Esto es lo que ha ocurrido. El presidente estadounidense Donald Trump alegó por meses, sin evidencia, que no podía ser derrotado en una elección justa. Debidamente atribuyó su derrota a un fraude electoral. Cuatro de cada cinco republicanos todavía están de acuerdo con él. El presidente presionó a funcionarios para que anularan los votos de sus estados. Tras fracasar, buscó matonear a su vicepresidente y al Congreso para que rechazaran los votos electorales presentados por los estados. Incitó un asalto al Capitolio a fin de presionar al Congreso para que lo hiciera. Unos 147 miembros del Congreso, incluidos ocho senadores, votaron a favor de rechazar los votos de los estados. En resumen, el Sr. Trump intentó un golpe de Estado. Lo que es peor, una gran mayoría de los republicanos apoya sus razones detrás de sus acciones…
Los optimistas tendrán que aceptar que este es un momento muy malo para la credibilidad global de la república estadounidense, lo que ha complacido a los déspotas en todas partes. Pero, quizás afirmen, ha superado su prueba de fuego y ahora, nuevamente, está a punto de renovar su promesa, tanto en casa como en el exterior, como lo hizo en los años treinta bajo Franklin Roosevelt, en un tiempo aún más peligroso que este. Desafortunadamente, no lo creo.
La evaluación pesimista de Wolf de la situación que enfrenta el Gobierno entrante es justificada. La oligarquía financiera estadounidense, ante un colapso incesante de su posición global, cuenta con recursos limitados para tratar las gangrenosas contradicciones sociales. Durante los últimos cuatro años, la deuda del Gobierno estadounidense aumentó en $7 billones hasta llegar a $26,9 billones. Más allá, e costo de financiar esta masiva deuda aumentará, en la medida en que se acumulen las presiones para aumentar las tasas de interés y prevenir un colapso del dólar.
Independientemente de los gestos simpáticos de Biden el día de su inauguración, se verán contrarrestados por la intensificación de la crisis.
Más allá, las prioridades globales del imperialismo estadounidense, centradas en confrontar los desafíos chinos y europeos a la hegemonía global de EE.UU., exigirán gastos masivos continuos en las operaciones militares. Estos compromisos impondrán los límites más severos a lo que esté disponible para gastos sociales.
Los trabajadores y jóvenes necesitan evitar verse atrapados en ilusiones sobre lo que el Gobierno entrante de Biden pretende hacer, ni mucho menos lo que tiene la capacidad de hacer.
La respuesta de la clase obrera necesita arrancar desde el entendimiento de que no hay una forma de avanzar sin un ataque frontal a la riqueza de la clase gobernante capitalista. La defensa de los derechos democráticos y la oposición a una dictadura fascistizante, un fin a las muertes masivas causadas por la respuesta criminal de la clase gobernante a la pandemia, la abolición de la pobreza y la explotación y un fin a la guerra y la degradación ambiental, todo esto requiere la expropiación de las fortunas de los oligarcas y la expropiación de los gigantescos bancos y corporaciones.
Mientras la clase gobernante enfrenta la realidad con temor, la clase obrera no solo puede ver en ella los peligros que presenta la crisis del capitalismo, sino también el potencial revolucionario que la crisis misma produce. Para llevar este potencial a cabo es necesaria su intervención independiente, por medio de la lucha global por el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 19 de enero de 2021)