No hay ninguna razón legítima para el continuo retraso en el anuncio de los resultados de las elecciones de 2020 y la victoria del candidato del Partido Demócrata, Joe Biden.
Biden tiene una ventaja de más de cuatro millones en el voto popular, y está en camino a ganar en el Colegio Electoral por un amplio margen. En Pensilvania, Biden lleva actualmente una ventaja de más de 28.000 votos, y su ventaja aumenta constantemente a medida que se cuentan más votos por correo de zonas predominantemente demócratas del estado. La victoria en ese estado por sí sola le daría los votos necesarios en el Colegio Electoral.
Sin embargo, ninguna de las grandes difusoras de noticias ha declarado la victoria de Biden. Biden, aunque dijo en un discurso anoche que “los números cuentan una historia clara”, tampoco ha declarado la victoria, mientras que Trump, quien claramente perdió, sí lo ha hecho.
La única publicación que ha declarado el resultado en Pensilvania y la elección de Biden es Vox, y su explicación describe claramente las razones, las cuales están a disposición de todas las demás redes de difusión. Drew McCoy, presidente de la agencia asociada con Vox para anunciar los resultados electorales, Decision Desk, explicó el viernes por la mañana: “La contienda se acabó, en lo que respecta nuestras conclusiones, debido a los totales de votos que salen de Filadelfia.” Añadió: “Se hizo bastante obvio que a medida en que se cuenten los votos restantes en todo el estado y en Filadelfia, la ventaja de Biden seguirá creciendo.” McCoy dijo que cuando llegue la votación final, Biden habrá ganado el estado por “probablemente en el rango de 1 a 2 por ciento”, muy por encima de los niveles que requerirían un recuento.
El retraso en el anuncio de los resultados de las elecciones es una decisión política calculada, que solo puede beneficiar a la extrema derecha. En la actualidad hay intensos debates entre bastidores sobre cómo resolver la crisis política sin precedentes en los Estados Unidos y la composición de cualquier futura Administración de Biden, con los republicanos extrayendo concesiones en materia de personal.
Trump, mientras tanto, está intensificando sus propias conspiraciones para permanecer en el poder. Le dijo a su personal de campaña el viernes que se negará a conceder la elección, no importa cómo resulte la votación. Su objetivo es fabricar un cuento de una “puñalada por la espalda” y crear las mejores condiciones para el desarrollo de un movimiento fascistizante, sea o no presidente.
La campaña de Trump ha presentado demandas en Michigan y Pensilvania para que se desechen las papeletas, está buscando un recuento en Wisconsin y planea llevar su caso a la Corte Suprema, que ahora incluye a la más reciente nominada de Trump, Amy Coney Barrett. Trump ha seleccionado al antiguo conspirador político David Bossie, que sirvió como jefe de investigación del comité de la Cámara de Representantes que investigó el asunto Whitewater durante la Administración de Clinton, para dirigir su batalla legal.
Trump y sus aliados están hablando el lenguaje de la guerra civil. El jueves, el viejo compinche de Trump, Stephen Bannon, pidió que las cabezas de los directores del Instituto Nacional de Salud, Anthony Fauci, y el director del FBI, Christopher Wray, fueran puestas en estacas y exhibidas fuera de la Casa Blanca “como una advertencia”.
Si la situación se invirtiera, no hay duda de que los republicanos ya habrían declarado la victoria y los demócratas habrían cedido. En 2000, los demócratas capitularon ante la intervención de la Corte Suprema para decidir la elección de George W. Bush, deteniendo el recuento en Florida, donde Bush tenía una ventaja de solo 537 votos. En su discurso de concesión, Gore hizo un llamamiento a todos los estadounidenses “para que se unan en apoyo a nuestro próximo presidente” antes de desaparecer de la escena política.
En las elecciones de 2016, Clinton cedió a Trump en la madrugada tras el día de las elecciones. En el momento de la concesión, las principales cadenas televisivas ni siquiera habían anunciado los resultados en los principales estados reñidos de Pennsylvania, Michigan y Wisconsin. La ventaja final para Trump en estos estados fue extremadamente pequeña: en Michigan 10.000 votos, en Wisconsin 20.000 y en Pennsylvania menos de 40.000.
Ahora, mientras Trump intensifica su conspiración para permanecer en el cargo, los demócratas se arrastran sobre sus manos y rodillas mientras lanzan bromuro y declaraciones soporíferas sobre la “paciencia” y la necesidad de “bajar la temperatura” y “mantener la fe”.
En sus breves comentarios del viernes, Biden no se refirió ni a Trump ni a sus conspiraciones. Reiteró su declaración de que “podemos ser oponentes, pero no enemigos” y que su responsabilidad “será representar a toda la nación”. En el contexto de la política burguesa, esto significa un Gobierno de unidad nacional efectivo con los republicanos. Biden tiene una estrecha relación con el líder de la mayoría del Senado republicano, Mitch McConnell, con quien, según se informa, mantuvo discusiones ayer por la tarde.
Otra figura en las negociaciones entre bastidores es el presidente del comité de asuntos Judiciales del Senado, Lindsey Graham. El viernes por la mañana, Graham declaró su apoyo a los esfuerzos de Trump de robar la elección, donando personalmente 500.000 dólares a la campaña legal para anular el voto en Pennsylvania, Michigan y Nevada.
Más tarde ese mismo día, Graham dijo que trabajaría con una Administración de Biden, bajo ciertas condiciones. “Cuando se trate de encontrar un terreno común, lo haré”, dijo Graham a los periodistas, “el vicepresidente merece un gabinete. Le daré mi opinión sobre a quién aprobaría como secretario de Estado, fiscal general...” En otras palabras, los republicanos están exigiendo poder de veto sobre la composición de una futura Administración de Biden.
La respuesta de los demócratas a la crisis postelectoral está en línea con todo el marco de su oposición a Trump en los últimos cuatro años. Después de la declaración de Obama acerca de que la elección era una escaramuza interna entre bandos del mismo equipo, los demócratas trabajaron con Trump en todos los elementos esenciales de la política interna. Han trabajado para subordinar la oposición popular masiva a Trump a la campaña anti-Rusia de facciones poderosas del ejército y las agencias de inteligencia.
Durante la campaña electoral, los demócratas hicieron todo lo posible para encubrir el golpe de Estado de Trump y su incitación a la violencia fascistizante, incluso cuando se trataba de esfuerzos para derrocar a los estados dirigidos por el Partido Demócrata y ejecutar a los gobernadores demócratas.
La respuesta de los demócratas está determinada por los intereses de clase que representan. Los demócratas son un partido de Wall Street y el ejército. Su mayor temor es hacer o decir cualquier cosa que fomente el descontento popular. El conflicto dentro de la clase dominante debe ser resuelto a puerta cerrada y sobre la base más derechista posible.
El enfoque del Partido Demócrata bajo la futura Administración de Biden sería totalmente atacar a la izquierda. Solo unos días después de las elecciones, los demócratas ya están avanzando la línea de que la elección presidencial estuvo cerca y que perdieron terreno en la Cámara de Representantes porque fueron vistos como demasiado izquierdistas.
La diputada Abigail Spanberger, una de las principales demócratas de la CIA, denunció airadamente el socialismo en una conferencia telefónica con diputados demócratas el miércoles. “Necesitamos no volver a usar las palabras socialista o socialismo nunca más... Sí importa, y hemos perdido buenos miembros por eso”. Los demócratas deben “volver a lo básico”, insistió Spanberger, lo que significa que tienen que centrarse en los temas que les preocupan a los militares y a las agencias de inteligencia.
Cualquier legislación propuesta por los demócratas bajo la Administración de Biden deberá ser aprobada por los republicanos. Politico informó el viernes, “El resultado electoral aún incierto está forzando a una reevaluación de arriba a abajo de cuáles políticas y nombramientos en el gabinete serán capaces de ganar el apoyo necesario de los republicanos. Los demócratas se preocupan de que no podrán cumplir con objetivos amplios como la reforma integral de la inmigración, el derecho al voto y acciones sobre el cambio climático, e incluso objetivos más inmediatos, como la aprobación de un paquete de ayuda de varios billones de dólares respecto al coronavirus, requerirá más concesiones de las que muchos en el partido querían”.
En otras palabras, una administración Biden será un gobierno de austeridad brutal. Esto no es sorprendente. Esta ha sido la intención de los demócratas desde el principio. En el curso de la campaña, los demócratas no ofrecieron ningún programa para hacer frente a la pandemia del coronavirus o a la masiva crisis social producida por las políticas de la clase dominante.
Durante la campaña electoral, los grupos pseudoizquierdistas en torno al Partido Demócrata hablaron mucho de que una victoria de Biden crearía “espacio” para reformas sociales. Biden ni siquiera ha sido anunciado como ganador, y estas afirmaciones ya están siendo expuestas como un fraude político.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de noviembre de 2020)