Incluso para los estándares putrefactos de la política burguesa, la respuesta del Partido Demócrata a la enfermedad del presidente Trump debe ser un nuevo récord de doblez, hipocresía y engaño.
A raíz de los efusivos llamados a que el mandatario se recupere pronto y regrese a la Casa Blanca, uno pensaría que se tratara de Franklin Delano Roosevelt o John F. Kennedy, no de Donald Trump, el verdadero paciente en el hospital Walter Reed.
El tema general de la marea de condolencias llorosas provenientes de los dirigentes demócratas y sus voceros en la prensa es: “Te amamos, señor presidente. Todo está perdonado”.
Hillary Clinton, el blanco de la principal consigna de la campaña de Trump en 2016 —“ ¡Enciérrenla!”— ahora le desea “al presidente y la primera dama una pronta recuperación”. El jefe de la bancada demócrata en la Cámara de Representantes, Jim Clyburn, quien a principios de agosto comparó a Trump con Mussolini y Hitler, añadió un adjetivo y manifestó sus ansias a “una pronta y completa recuperación”.
Barack Obama parece haberse olvidado de que el ascenso de Trump a la prominencia política estuvo vinculado a su promoción de la teoría racista de que Obama no era un ciudadano estadounidense y, por ende, era un presidente ilegítimo. Obama tuiteó para recordarles a todos que “todos somos estadounidenses”.
El senador de Vermont, Bernie Sanders, quien ha sido incesantemente blanco de ataques anticomunistas de Trump junto a graves amenazas, se unió al coro de demócratas, deseándoles “al presidente y la primera dama una plena y pronta recuperación”.
El vicepresidente Biden, quien declaró en el debate la semana pasada que Trump era indiferente a las vidas de los estadounidenses y el peor presidente en la historia, anunció que detendría todos los anuncios de campaña críticos a Trump, un gesto que por supuesto los republicanos no han devuelto. Biden explicó piadosamente que “no quiere atacar al presidente y la primera dama ahora”, añadiendo que estaba rezando para su pronta recuperación. Biden luego llamó a la unidad nacional según la línea de Obama: “Antes de que seamos demócratas o republicanos o independientes, todos somos estadounidenses. No podemos olvidarnos de eso”.
De hecho, fue el New York Times que marcó la pauta para la respuesta del Partido Demócrata a las noticias de que Trump se enfermó. Su principal editorial, publicado el sábado, está intitulado: “Recupérese, señor presidente”. El editorial declaró: “Ojalá que el presidente Trump y la primera dama se recuperen pronto después de haber dado positivo al coronavirus. Por su bien y el bien de la nación”.
¿Por el bien de la nación? En los días antes de que se enfermara Trump, la cobertura del Times sobre su Gobierno se había centrado en 1) su negativa a rechazar a los fascistas durante el debate presidencial y su llamado a la organización neonazi Proud Boys a que “retrocedan y esperen”; 2) las declaraciones de Trump de que no aceptará los resultados de las elecciones presidenciales si son desfavorables para él; 3) los esfuerzos del presidente para imponer la nominación de Amy Coney Barrett a la Corte Suprema para que pueda participar en los casos que Trump presente en desafío a las papeletas electorales; y 4) una exposición masiva de las declaraciones de impuestos de Trump evidenciando años de corrupción y manipulaciones financieras.
En su propio editorial sobre el debate con Biden, el Times escribió sobre los alegatos de Trump de que la elección no será legítima a menos que él gane: “Esta amenaza al proceso democrático no es menos real por haber sido hecha en público”. Tan recién como el martes, Thomas Friedman del Times publicó una columna advirtiendo que los esfuerzos de Trump para deslegitimar los comicios presentan una amenaza existencial a la democracia, de forma más seria que la guerra civil o la crisis de misiles cubanos.
Las razones detrás de la ansiedad del Times en torno a la enfermedad de Trump exponen las verdaderas inquietudes del Partido Demócrata. El editorial advirtió que su invalidez “sumirá los más altos niveles del Gobierno en caos. Incluso si no se enferma gravemente, el presidente no podrá cumplir con muchos de sus deberes hasta que pase el peligro de contagio”.
Considerando a qué se ha dedicado desde que se volvió presidente y especialmente en los últimos nueve meses, la posibilidad de que Trump no pueda “cumplir con muchos de sus deberes” debería causar un alivio general y un regocijo público.
El Gobierno de Trump ha encabezado una política que busca bloquear cualquier respuesta coordinada a la pandemia. Trump minimizó deliberadamente el peligro para el pueblo estadounidense en febrero, como quedó revelado en las entrevistas grabadas con Bob Woodward. Ha buscado incansablemente convertir el rechazo de incluso las medidas más leves de prevención de propagación del virus, como utilizar mascarillas, en un símbolo para la política neofascista.
Han pasado varias décadas desde que la política burguesa y la cúpula mediática han sido incapaces de producir a alguien capaz de decir o escribir algo honesto. Si alguien como H.L. Mencken siguiera vivo, su columna sobre la situación actual iniciaría declarando como hecho innegable que, si alguien mereciera más que nadie en EE.UU. contagiarse de COVID-19, sería Donald Trump. Un Mencken contemporáneo añadiría que el contagio de Trump de un virus cuyo peligro ha minimizado por tanto tiempo parece el tipo de divina retribución que podría llevar al más ferviente ateo a admitir en la posibilidad de que el universo está regido por un Dios justo.
No se pronuncia ni escribe una palabra de verdad en la corrupta y cobarde prensa. Nadie hace el obvio punto de que cualquier sentimiento de simpatía por Trump —o los dignatarios republicanos recién infectados que idiotamente atestaron la rosaleda de la Casa Blanca el sábado sin mascarillas para celebrar la nominación de Barrett— queda inevitablemente eclipsado pro el hecho de que el presidente es política y personalmente responsable de una pérdida de vidas por COVID-19 que ya alcanzó las 210.000.
Refugiado en la Casa Blanca, Trump disfrutó un nivel de protección personal limitada a los estadounidenses más pudientes. Pudo evitar infectarse, sin mencionar el peligro para oros. Esto incluye a los miles de ilusos seguidores que han ido a los mítines de Trump. Pero, como resultado de su negativa a acatar las precauciones apropiadas, una imprudencia dictada por sus esfuerzos para proyectar el tipo de personalidad exigido por la construcción de un movimiento autoritario y neonazi, Trump está en el hospital. Con el conjunto enorme de doctores atendiendo la salud y necesidades de Trump en una suite enorme en el centro médico Walter Reed, se están gastando millones de dólares de los contribuyentes de impuestos en su cuidado.
La escala masiva de hipocresía y engaño evocados por el contagio de Trump solo se puede entender como un reflejo de intereses de clase. La principal preocupación del Times y el Partido Demócrata no es y nunca ha sido el conjunto de políticas que implementa el Gobierno de Trump ni sus amenazas de derrocar la Constitución. Su principal temor es que el crecimiento de la oposición social en la clase obrera amenace los intereses de Wall Street y las imperativas geopolíticas del imperialismo estadounidense. Siempre que golpea una crisis, la respuesta instintiva de la clase gobernante es cerrar filas contra el enemigo que temen más: la clase obrera.
(Publicado originalmente en inglés el 5 de octubre de 2020)