A tan solo cinco semanas de las elecciones presidenciales estadounidenses, Washington está azuzando varios conflictos peligrosos en todo el mundo. Dado que cualquiera podría convertirse en un enfrentamiento militar, la cuestión cada vez más discutida en los círculos de política exterior de EE.UU. y los Gobiernos consternados en el mundo es si el presidente estadounidense Donald Trump está preparando una “sorpresa de octubre”.
Hay un largo historial de eventos en octubre, algunos planeados y otros no, que tuvieron importantes efectos en las elecciones presidenciales cercanas. En 1956, el estallido de la guerra del Sinaí y la Revolución húngara ayudaron a consolidar el apoyo a favor del presidente Dwight D. Eisenhower. En 1968, el anuncio del Gobierno de Johnson de que suspendería el bombardeo de Vietnam del Norte casi cambia la ventaja electoral para el demócrata Hubert Humphrey. En 1972, Henry Kissinger famosamente declaró que “La paz está al alcance” en Vietnam, dándole a Nixon un impulso en las encuestas frente a George McGovern.
Pero la frase “sorpresa de octubre” fue acuñada por William Casey, el director de campaña del candidato republicano Ronald Reagan en 1980 y subsecuentemente director de la CIA. En el caso de Reagan y Casey, la “sorpresa” en cuestión era la posibilidad de que Irán liberara a los funcionarios estadounidenses tomados como rehenes durante la toma de la Embajada estadounidense en 1979 por parte de estudiantes iraníes. Según los oficiales estadounidenses e iraníes, Casey y la campaña de Reagan realizaron negociaciones secretas con Teherán para prevenir la liberación de los rehenes hasta después de las elecciones.
Hoy día, la amenaza de una “sorpresa de octubre” viene en la forma de un estallido del militarismo estadounidense.
El columnista del Washington Post, David Ignatius, escribió una columna la semana pasada advirtiendo “Irak es la locación donde estallaría un enfrentamiento entre EE.UU. e Irán en las próximas semanas, creando una ‘sorpresa de octubre’ antes de las elecciones presidenciales estadounidenses”. Es cuestionable que Ignatius, con estrechos lazos al aparato militar y de inteligencia estadounidense, tome tal frase a la ligera.
Se estaba refiriendo a un ultimátum presentado por el secretario de Estado de EE.UU., Mike Pompeo, al nuevo primer ministro iraquí Mustafa al-Kadhimi de que Washington cerrará su Embajada en Bagdad a menos que el régimen reprima las milicias chiíes de Irak alineadas con Irán, las cuales han lanzado cohetes cerca de la instalación estadounidense. Tal represión probablemente produciría el colapso del Gobierno.
Ignatius señaló que el cierre de la Embajada “también podía ser un preludio a fuertes bombardeos aéreos estadounidenses contra las milicias”.
Tal acción militar se convertiría rápido en un enfrentamiento con Irán, algo que ya está exacerbándose en otros frentes. Un grupo de ataque con portaaviones de la Armada estadounidense fue enviado por primera vez desde noviembre al estratégico estrecho de Ormuz en el golfo Pérsico. El despliegue se produjo cuando el Gobierno de Trump reclamó arrogantemente su derecho a reimponer unilateralmente las sanciones de las Naciones Unidas que fueron levantadas bajo el acuerdo nuclear de 2016 entre Teherán y las principales potencias. Washington anuló unilateralmente este acuerdo.
La más importante de estas sanciones que EE.UU. dice tener el derecho de aplicar es un bloqueo a las exportaciones de armas convencionales a Irán, el cual tenía programado expirar a mediados del próximo mes. Tanto Rusia como China están preparados para reanudar estas exportaciones. El compromiso de EE.UU. con dar continuidad al bloqueo presenta la posibilidad de que los buques de guerra estadounidenses confisquen naves rusas o chinas en el golfo Pérsico o en altamar.
El peligro de un conflicto directo entre el imperialismo estadounidense y sus dos principales rivales nucleares sigue aumentando en una amplia gama de operaciones militares.
El Pentágono está realizando ejercicios militares provocadores y casi continuos en las fronteras de Rusia. La semana pasada, invitó al principal corresponsal internacional de NBC, Richard Engel, quien viajó en un F-16 de la Fuerza Aérea cuando los aviones de guerra estadounidenses simularon combates aéreos en la frontera con Rusia. Como reportero “incrustado”, Engel presentó la provocación aérea en términos heroicos.
Esta operación ocurre pocas semanas tras los ejercicios con fuego activo en Estonia, involucrando lo que el Ejército estadounidense describió como “sistemas de lanzamiento de misiles múltiples” dentro del rango de disparo de Rusia. La Embajada de Moscú en Washington la tildó como una acción “provocadora y extremadamente peligrosa para la estabilidad regional”. Preguntó, “¿Cómo reaccionarían los estadounidenses en caso de tales lanzamientos por parte de nuestras fuerzas armadas en la frontera estadounidense?”.
Mientras tanto, Washington está emprendiendo incansables provocaciones contra China, particularmente en torno a la isla de Taiwán, donde un par de visitas de altos oficiales estadounidenses durante los últimos dos meses, en combinación con ventas de armas de varios miles de millones de dólares, han buscado fortalecer las relaciones de EE.UU. con Taiwán y socavar efectivamente la política de “Una sola China” que ha estado en el centro de las relaciones sinoestadounidenses por más de 40 años.
En lo que Beijing ha interpretado justificadamente como una gran provocación y amenaza abierta, el Military Review, la principal publicación del Ejército estadounidense, dedicó su número entero de septiembre-octubre a la posibilidad de una guerra estadounidense con China por Taiwán, con base en la premisa de una toma militar de la isla por parte de Beijing.
Un artículo en la revista principal del Ejército lleva el título “Empújenlos al mar” y aboga por “despachar un numeroso cuerpo del Ejército a Taiwán” que “eche al enemigo hacia el mar”.
Otro artículo, escrito por un oficial del Cuerpo de Marines de EE.UU. e intitulado “Disuadiendo al dragón: regresar fuerzas estadounidenses a Taiwán”, expresa la preocupación de que el Ejército de Liberación Popular avance, particularmente en términos de misiles de rango intermedio, y requiera el despliegue de tropas estadounidenses a Taiwán. Concluye, “Estados Unidos necesita presentar sus fuerzas en una forma que inevitablemente desencadene un conflicto mayor y deje en claro su compromiso con la defensa taiwanesa”, añadiendo “sería extremadamente improbable que el Gobierno estadounidense no se comprometa a un conflicto más grande después de que las fuerzas terrestres estadounidenses estén involucradas en un conflicto en Taiwán”.
El estallido de un conflicto militar directo en cualquiera de estos escenarios podría ofrecerle a Trump su “sorpresa de octubre” a un costo potencial masivo de vidas y un conflicto fuera de control encaminado a una guerra mundial. El objetivo no sería principalmente ganar votos, dado que Trump no está siguiendo una estrategia basada en el voto popular que no ganó en las elecciones de 2016, sino que sería crear las condiciones para un golpe de Estado dirigido a consolidar una dictadura presidencial y suprimir violentamente toda oposición. La guerra serviría como un pretexto para hacer valer sus amenazas de invocar la Ley de Insurrecciones e imponer ley marcial.
La supuesta oposición política de Trump, el Partido Demócrata y su candidato presidencial Joe Biden, tan solo han facilitado la creación de las condiciones para tal provocación militar y sus consecuencias políticas de gran alcance. Han denunciado repetidamente a Trump por ser demasiado “blando” con Rusia y China, incluso después de un choque de vehículos acorazados estadounidenses y rusos en China, exigiendo represalias por las menores lesiones sufridas por los soldados estadounidense.
Dada esta realidad, en caso de un enfrentamiento militar estadounidense contra Rusia o China, los demócratas arrojarían su apoyo a la campaña de guerra de Trump.
Detrás de la amenaza de guerra, yace la crisis irresoluble del sistema capitalista y el giro del imperialismo estadounidense hacia una agresión militar como forma de compensar por el declive de su hegemonía global. La pandemia de COVID-19, el desempleo y pobreza a escala masiva y el creciente malestar social tan solo han intensificado este proceso. La oligarquía estadounidense busca desviar estas intensas e insolubles tensiones nacionales hacia el exterior, en forma de una erupción de militarismo.
La lucha contra la guerra, junto a la lucha contra la devastación de empleos, niveles de vida y las propias vidas de los trabajadores, con los republicanos y demócratas imponiendo por igual la agenda homicida de regreso al trabajo y a las aulas, no se puede librar dentro del marco de la disputa electoral entre Trump y Biden. Independientemente del resultado de las elecciones de 2020, la marcha hacia la guerra y la dictadura persistirá.
El peligro de guerra y todas las cuestiones de vida o muerte que enfrentan a la gran mayoría del pueblo estadounidense solo se pueden combatir a través de la movilización política e independiente de la clase obrera en lucha por el socialismo. Esto exige la formación fe comités de base en los lugares de trabajo y barrios para organizar esta lucha y prepara una huelga general política que detenga las conspiraciones dictatoriales de Trump y tumbe su Gobierno.
(Publicado originalmente en inglés el 28 de septiembre de 2020).