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El peronismo vuelve al poder en Argentina en medio de una latente ira social

Alberto Fernández y su compañera de fórmula, la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner, ganaron la elección presidencial del domingo en Argentina con el 48 por ciento de los votos en medio del recrudecimiento de la crisis económica y social en el país.

Los círculos financieros argentinos e internacionales han respondido con un pánico abrumador, pero no hacia la toma del poder de Fernández. En cambio, temen que el peronismo, la fuerza preferida de gobierno burgués durante la mayor parte del periodo desde la Segunda Guerra Mundial, no podrá prevenir que el país se vea sumido en la ola de protestas sociales en la región, desde Haití a Ecuador y Chile.

“El peso está cayendo —y parece que también el cielo—”, comentó el Washington Post. “Las tasas de inflación y pobreza se han disparado. Las reservas nacionales se reducen rápido. En pocas palabras, Argentina —en un terrible déjà vu de las crisis del pasado— está abalanzándose nuevamente hacia el abismo económico”.

El Post, propiedad de la persona más rica del mundo, Jeff Bezos de Amazon, añade que la campaña estuvo marcada por “populismo, desigualdad y corrupción—la misma mezcla tóxica que está desatando disturbios en América del Sur”, y concluye que la derrota de Macri prueba que “solo la máquina peronista turbulenta y respaldada por los sindicatos puede gobernar la ingobernable Argentina”.

El Wall Street Journal también expresó alivio sobre Fernández y “sus amplios lazos con el movimiento peronista, incluyendo los sindicatos, grupos de extrema izquierda y gobernadores provinciales conservadores”. Por su parte, Forbes indica que “dado el desastroso estado de la economía argentina, Fernández comienza a verse como un posible héroe”.

Después de un declive económico casi continuo y alta inflación desde 2014, en que millones han caído por debajo de la línea de pobreza mientras miles de millones de dólares han rellenado los bolsillos de los exportadores y buitres financieros, el próximo Gobierno se enfrena a un campo de minas social.

Mientras el Banco Central ha inyectado decenas de miles de millones de dólares este año en los mercados financieros para estabilizar el peso, los pagos de deuda acumulados por ahora para los próximos cuatro años superan los $110 mil millones, el doble de lo que gastó el Gobierno en el último año.

Un editorial en el londinense Financial Times advierte que “No habrá una luna de miel para el nuevo líder argentino” de parte de los inversores. Luego exige que Fernández “corteje las inversiones extranjeras” y se oponga a “grandes gastos”, es decir, gastos sociales. “El fin del auge de las materias primas y la debilidad de la economía significan que no hay dinero para tal generosidad”, advierte el FT. El estadounidense Forbes reafirma de forma similar, “la importancia de ambas, pagarle al Fondo Monetario Internacional e intimarse con Estados Unidos y Donald Trump”.

Al mismo tiempo, la “luna de miel” de los intranquilos votantes se espera que sea aún más corta, con la firma de inteligencia estadounidense Stratfor advirtiendo: “La historia ha demostrado que los altos niveles de apoyo popular en la política argentina pueden convertirse fácilmente en un amplio descontento y, a su vez, en disturbios sociales”. Luego pone en cuestión si Macri siquiera “podrá prevenir que la economía y el futuro político de su país colapsen en las próximas semanas”.

Las advertencias económicas se extienden a nivel global, con el columnista del FT, Jonathan Wheatley preguntando recientemente si “¿sigue teniendo sentido invertir en mercados emergentes del todo?”. Para Argentina, arguye, “la gran interrogante es si volverá a crecer de nuevo”.

Las altas tasas de intereses en las economías avanzadas el año pasado conllevaron una masiva fuga de capital lejos de los llamados mercados emergentes, principalmente aquellos con grandes deudas en moneda extranjera. Sin embargo, ahora que las tasas de intereses están siendo empujadas hacia abajo en Europa, Japón y EE. UU., las inversiones en los mercados emergentes han seguido deslizándose al nivel más bajo desde los noventa, según el Institute for International Finance, el cual menciona que se ha llegado a un límite “fundamental”.

A pesar de su demagogia populista vacía, Alberto Fernández ya ha dejado en claro que impondrá brutalmente los dictados del capital financiero y el imperialismo mientras busca movilizar a un dividido aparato peronista para suprimir la oposición social.

Durante su discurso de aceptación el domingo, prometió “una Argentina igualitaria y solidaria que soñamos” en el mismo suspiro en que dijo que “la Argentina que viene necesita del esfuerzo y del compromiso de todos”.

Varios reportes en agosto indicaron que Fernández le dijo a los negociadores del FMI en privado “ustedes cobrarán y todos nos llevaremos bien”, mientras que su equipo económico prometió, según el diario argentino Ámbito Financiero, “la imposición de ajustes salariales y a los pagos a los jubilados como mecanismo de búsqueda de equilibrios fiscales y reducción a la presión sobre los precios”.

Después de que las primarias en agosto señalaron que el presidente derechista Mauricio Macri perdería el poder, la fuga de capital se intensificó, desatando una huelga nacional y protestas masivas. Sobre una cuerda floja, Macri respondió recortando impuestos regresivos y prometiendo gasto social, mientras impuso un techo de $10.000 a la compra de dólares. Esto fue aumentado dramáticamente a $200 esta semana.

Desde entonces, la burocracia sindical, encabezada por el peronismo, ha hecho lo posible para contener y encarrilar las protestas detrás de las elecciones y “garantizar una transición estable” a Fernández. Sin embargo, no habría podido prevenir una explosión social por tanto tiempo sin la asistencia del Frente de Izquierda y de los Trabajadores-Unidad (FIT-U) y sus propios oficiales sindicales.

La burocracia peronista y sus apologistas están utilizando llamados engañosos de “unidad” para cementar el apoyo a Fernández. La “disidente” Central de Trabajadores de la Argentina (CTA) anunció su reintegración en la principal Confederación General del Trabajo (CGT) a principios de octubre. El Partido de los Trabajadores Socialistas (PTS) en el FIT-U, el cual encabeza varios sindicatos en la CTA, respondió denunciando el “verticalismo” de la decisión, añadiendo que “fue el mismísimo Fernández el que planteó la necesidad de la unidad del movimiento obrero organizado”. Esto, sin embargo, solo para insistir en que “la unificación de [ sic ] movimiento obrero debe darse en las calles con un paro nacional de 36 horas” contra Macri.

A principios de septiembre, los docentes en huelga en la provincia sureña de Chubut, quienes bloquearon calles y protestaron el impago de salarios y la austeridad, fueron físicamente atacados por más de 100 matones del Sindicato de Petróleo y Gas Privado encabezado por Jorge “Loma” Ávila, del ala kirchnerista del peronismo. Estos ataques pregonan la represión que se avecina, pero también suscitan graves paralelos históricos con los asesinatos a manos del peronismo de los trabajadores izquierdistas bajo el Gobierno de Isabel Martínez de Perón en 1974-76, allanando el camino hacia la dictadura. No obstante, el FIT-U y otras fuerzas pseudoizquierdistas han continuado dirigiendo sus llamados a la misma podrida burocracia alegando que los trabajadores pueden “recuperar” los sindicatos.

Esta perspectiva falsa y nacionalista fue utilizada durante el levantamiento social de 1968-76 por las mismas fuerzas en el FIT-U, incluyendo el Partido Obrero y los predecesores morenistas del PTS, para encadenar a la clase obrera al peronismo. Así, desarmó políticamente a los trabajadores y le abrió la puerta a la instalación en 1976 de la junta militar respaldada por EE. UU. que torturó y asesinó a decenas de miles de trabajadores y jóvenes radicalizados, notoria por arrojar a muchos al mar desde aviones.

A pesar del registro de 1,7 millones de nuevos votantes, principalmente jóvenes, y la entrada de nuevos partidos a la coalición electoral, la fórmula presidencial del FIT-U perdió 251,316 votos comparado al 2015. Durante los debates presidenciales y en la propaganda electoral, los políticos pseudoizquierdistas fueron una sombra de la campaña de Fernández. Avanzaron consignas populistas y burguesas como “que la crisis la paguen los que la crearon” y actuaron como un grupo de presión a los peronistas.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 31 de octubre de 2019)

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