Hoy marcan los 70 años desde que el Partido Comunista China (PCCh) tomara el poder político y su líder Mao Zedong proclamara la República Popular China en la plaza Tiananmen.
El actual régimen del PCCh encabezado por el presidente Xi Jinping conmemorará la ocasión con un enorme desfile militar en Beijing hoy y con celebraciones extravagantes en la noche, con canto, danza y fuegos artificiales. Xi tiene programado dar un discurso en la plaza Tiananmen que sin duda exudará nacionalismo chino y destacará su “sueño” de rejuvenecimiento nacional y hacer grande de nuevo a China.
La Revolución china fue un levantamiento social monumental que puso fin a la subyugación imperialista de China, unió al país, mejoró las condiciones de vida de la población y eliminó gran parte del retraso cultural y social. Sin embargo, lo que los herederos de Mao Zedong no pueden explicar es cómo ni por qué los sueños y aspiraciones del pueblo trabajador de un futuro socialista, por el cual tantos se sacrificaron hace 70 años, resultaron en el callejón sin salida del capitalismo.
Los impactantes niveles de crecimiento económica en China durante las últimas tres décadas han derivado en una brecha social enorme y cada vez más ancha entre una diminuta capa de oligarcas milmillonarios representados por el PCCh y las masas obreras y campesinas chinas que tienen dificultades para sobrevivir en un orden social dominado por el lucro, el mercado y el principio de que “el usuario paga”.
Para la clase obrera internacional, particularmente los trabajadores en China, es esencial que se desarrollen las lecciones políticas de la traición de Mao y el PCCh. Cualquier lucha por el socialismo hoy necesita responder la siguiente interrogante: ¿por qué las revoluciones del siglo veinte, principalmente las de Rusia y China, acabaron en la restauración del capitalismo?
En ambos casos, la respuesta está en la aparición de la burocracia estalinista en la Unión Soviética, la cual usurpó el poder de la clase obrera. Justificó sus privilegios con base en la perspectiva nacionalista y reaccionaria del “socialismo en un solo país”, la cual estaba totalmente opuesta al internacionalismo socialista que guio la Revolución rusa liderada por Lenin y Trotsky en octubre de 1917.
En China, Stalin subordinó al recién formado Partido Comunista Chino al partido nacionalista Kuomintang (KMT). Esto tuvo consecuencias desastrosas. En los levantamientos revolucionarios de 1925-27, Chiang Kai-Shek y el KMT traicionaron al PCCh en abril de 1927, masacrando a miles de trabajadores y comunistas que habían tomado el poder en Shanghái. Un mes después, el supuestamente “izquierdista” KMT, el cual Stalin pintaba como un ala progresista de la burguesía china, realizó una oleada de asesinatos. Conforme se alejaba la marea revolucionaria, Stalin empujó al golpeado PCCh hacia una serie de aventuras que fracasaron y tuvieron más consecuencias trágicas para la clase obrera y el campesinado.
León Trotsky advirtió sobre los peligros de subordinar al PCCh bajo el Kuomintang. Su análisis de las políticas de Stalin obtuvo un gran apoyo entre los miembros y dirigentes del PCCh, lo que les costó su expulsión del partido. Su teoría de la revolución permanente, la cual fue la guía de la Revolución rusa, explicó que la burguesía en los países con un desarrollo capitalista tardío como China era incapaz de atender las aspiraciones democráticas y sociales de las masas. Estas tareas quedarían en manos de la clase trabajadora, la cual se vería obligada, con el apoyo de las masas campesinas, a tomar el poder en sus propias manos e implementar medidas socialistas.
No obstante, el PCCh se replegó al campo y se basó cada vez más en ejércitos guerrilleros campesinos y no en la clase obrera. Su perspectiva estuvo basada en la desacreditada “teoría de dos etapas”: primero una revolución nacional democrática bajo el dominio de la burguesía y, segundo, en un futuro distante, la revolución socialista. Esta perspectiva nacionalista perjudicó y deformó la revolución que ocurrió 22 después.
La Revolución china de 1949 fue parte de un resurgimiento global de la clase obrera y las masas coloniales que siguió a la Segunda Guerra Mundial. Por dos años, después de la derrota de Japón, Mao buscó formar un Gobierno de coalición con Chiang Kai-shek —el carnicero de Shanghái— siguiendo las instrucciones de Stalin a los Partidos Comunistas internacionalmente. A fin de no enajenar a la burguesía y a los terratenientes, el PCCh bloqueó deliberadamente las luchas en auge de los trabajadores y restringió el alcance de la reforma agraria. Chiang Kai-shek utilizó el tiempo para consolidar su control sobre las ciudades y, con armas y la ayuda del imperialismo estadounidense, lanzó ofensivas militares contra el PCCh.
No fue hasta octubre de 1947 que el PCCh finalmente llamó a derrocar la corrupta y odiada dictadura del KMT. La velocidad con la que entraron en crisis Chiang y su régimen demostró que pudo haber sido derrocado mucho más rápido si el PCCh hubiera movilizado desde un principio a los trabajadores en las ciudades en vez de instruirles que esperaran pasivamente su “liberación” por parte de los ejércitos campesinos del partido. La hostilidad del PCCh hacia las luchas independientes de la clase obrera ha sido un sello distintivo de su dominio durante los últimos 70 años.
La República Popular China proclamada por Mao en 1949 no estuvo basada en un programa socialista, sino en su “Nueva Democracia”—la implementación de la primera etapa democrática burguesa. El PCCh solo nacionalizó las empresas de los “capitalistas burocráticos” que habían escapado a Taiwán con Chiang, mientras que protegieron las ganancias y propiedad de la mayoría de capitalistas. Su Gobierno estuvo basado en una coalición con los partidos burgueses, algunos de los cuales fueron asignados a puestos prominentes.
La visión de Mao de una China autosuficiente terminó rápido en un callejón sin salida. El imperialismo estadounidense, cuyos planes de explotar China se vieron finalizados abruptamente en 1949, buscó utilizar la guerra coreana de 1950-53 para socavar y, en última instancia, derrocar el régimen del PCCh. Consecuentemente, el bloqueo económico y la guerra estadounidense forzaron a Mao a amenazar con nacionalizar las empresas, tanto extranjeras como nacionales, las cuales estaban saboteando la campaña militar china y a institucionalizar un planeamiento económico burocrático basado en el de la Unión Soviética.
En 1955, el Socialist Workers Party (SWP, Partido de los Trabajadores Socialistas) estadounidense, en ese entonces un partido trotskista, concluyó, a partir de una discusión dentro de la Cuarta Internacional sobre los Estados tapón del Europa del este, que China se había convertido en un Estado obrero deforme. Era un régimen transicional. Se establecieron la propiedad nacionalista y el planeamiento económico, pero el nuevo Estado estuvo deforme desde su concepción, ya que la clase obrera carecía de una voz política o derechos democráticos. China avanzaría hacia un socialismo auténtico por medio del derrocamiento de la burocracia maoísta a manos de la clase obrera en una revolución política —como lo abogaba el movimiento trotskista— o recaería de vuelta en el capitalismo.
Como resultado de su programa nacionalista, basado en la perspectiva antimarxista del socialismo en un solo país, el régimen maoísta se iba tropezando de crisis en crisis —desde el catastrófico Gran Salto Adelante en los años cincuenta hasta la escisión sino-soviética y la desastrosa Revolución cultural de los años sesenta—. Enfrentándose a una economía estancada y el creciente peligro de una guerra con la Unión Soviética, Mao viró hacia el imperialismo estadounidense tan solo 22 años después de la revolución de 1949.
A pesar de que siempre se le ha atribuido a Deng Xiaoping el desarrollo de las políticas promercado y la restauración capitalista en China, él simplemente cumplió con la lógica del reacercamiento de Mao con el presidente estadounidense Richard Nixon en 1972.
La “reforma y apertura” de Deng a partir de 1978 coincidió con el rápido desarrollo de la producción globalizada encabezadas por EUA y las otras potencias capitalistas. En la estela de la masacre de la plaza Tiananmen en 1989, cuyo objetivo principal fue suprimir la rebelde clase obrera, el país se vio inundado por inversiones extranjeras para aprovechar la infraestructura e industria básicas construidas después de la revolución, así como la mano de obra barata, pero educada y regimentada.
En su discurso hoy, no cabe duda de que Xi presumirá los logros de China, rendirá homenaje a los revolucionarios maoístas y evocará su sueño de restaurar la grandeza de China —un sueño que representa las ambiciones de la avara clase capitalista china—. Sin embargo, el auge económico de China la ha enfrentado directamente con el orden imperialista mundial dominado por Estados Unidos, el cual tiene la intención de hacer todo a su disposición, incluyendo su fuerza militar, para prevenir que China desafíe su hegemonía global.
Xi y la burocracia del PCCh no tienen ninguna respuesta para la campaña de guerra estadounidense más allá de intentar conciliar mientras emprende una carrera armamentista que tan solo agrava el peligro de un conflicto. Asimismo, la única respuesta del aparato maoísta a las crecientes señales de malestar en la clase obrera, lo cual fue puesto de manifiesto en las protestas en Hong Kong, es atizar el nacionalismo para dividir a los trabajadores. Además, ha combinado esto con una mayor represión de Estado policial.
Mientras la burocracia en Beijing se enfrenta a la agresión estadounidense en forma de la guerra comercial y la acumulación militar en Asia, está cada vez más aterrada hacia la clase obrera en China. Gasta más en seguridad interior que en el ejército.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) llama a la clase obrera internacional a que saque las conclusiones políticas necesarias. Las traiciones del maoísmo han creado un desastre tras otro, y no solo en China. Debido a su influencia, esto también ha ocurrido por toda Asia e internacionalmente. En medio de un recrudecimiento de la crisis global del capitalismo, la única respuesta al peligro de guerra, las formas fascistizantes de gobierno y el continuo declive de las condiciones de vida es el programa del internacionalismo socialista, el cual guio la Revolución de octubre de 1917 y por el cual ha solo el movimiento trotskista ha luchado consistentemente.
Para unir a los trabajadores en China y todo el mundo en una lucha por un futuro socialista es necesario construir el CICI como la dirección revolucionaria para las batallas de clases que se avecinan. En China, esto significa la construcción de una sección del CICI basada en todas las lecciones teóricas y políticas de la lucha contra el estalinismo en todas sus formas, incluyendo el maoísmo.
(Publicado originalmente en inglés el 1 de octubre de 2019)