El Partido Obrero (PO) de Argentina está siendo sacudido por una escisión irreconciliable, cuya dirección oficial denuncia a Jorge Altamira, uno de los fundadores del partido en 1964, su dirigente de toda la vida y cinco veces candidato presidencial, por romper con el PO y formar una organización separada y hostil. Altamira ha respondido insistiendo en que él está dirigiendo una “fracción pública” y que no lo iban a sacar “ni a tiros”.
En un congreso nacional celebrado en abril, Altamira fue retirado de la dirección del partido y reducido a miembro suplente de su comité central. El 23 de junio, él y sus seguidores organizaron una reunión para fundar la facción pública, mientras que la dirección del PO declaraba que la acción representaba una “escisión” con el partido.
Esta escisión de facto sucede a poco más de un año de que Altamira y el Partido Obrero convocaran en Buenos Aires una conferencia del Comité por la Refundación de la Cuarta Internacional (CRCI). Como otros esfuerzos anteriores por “reconstruir” la Cuarta Internacional, esa reunión en Buenos Aires se basaba en políticas nacionalistas de derecha y el repudio de toda la historia de la Cuarta Internacional. Sin embargo, contaba con el distintivo infame de plantear la propuesta de “refundar” el partido mundial establecido por León Trotsky mediante una alianza política con el estalinismo ruso.
El estallido actual del PO es el producto directo de las políticas nacionalistas sin principios que subyacían a la conferencia del año pasado.
Ha habido furibundas recriminaciones públicas, y la conducción oficial acusó a Altamira de poner en pie una organización paralela, recolectar fondos de sus simpatizantes y organizar sus propios actos y actividades independientemente del PO. La facción de Altamira ha replicado con acusaciones de que la conducción oficial ha expulsado y censurado a miembros, los ha espiado y allanó sedes regionales controladas por sus simpatizantes por la madrugada para sustraer computadoras y otros bienes.
Las dos facciones han organizado conferencias de prensa para denunciarse, la una a la otra, y Altamira —un habitual en la política argentina de izquierda desde hace décadas— ha sido entrevistado ampliamente por los medios argentinos sobre el asunto de la escisión. Cada facción se está querellando contra la otra en los tribunales.
El contexto político inmediato de esta enconada lucha de facciones son las venideras elecciones argentinas, cuyas primarias obligatorias tendrán lugar la semana que viene, seguidas de las elecciones generales previstas para el 27 de octubre. El presidente derechista saliente Mauricio Macri está siendo desafiado por la lista peronista de Alberto Fernández a la presidencia y la expresidenta Cristina Fernández de Kirchner a vicepresidenta. El Partido Obrero está implicado en lo que ellos describen como una “adaptación electoral que se justifica en la necesidad de cooptar a la izquierda del kirchnerismo”, es decir, el peronismo.
Es dentro de este marco que las divisiones tácticas han surgido. Altamira acusó a sus oponentes en la conducción del partido de “electoralismo” y “parlamentarismo”, mientras que ellos lo denunciaron a él por “propagandista”.
En una larga declaración titulada “Por qué una fracción pública del Partido Obrero”, Altamira y sus simpatizantes basan su oposición a la conducción oficial del PO en lo que ellos describen como no solamente su exclusión de la conducción, sino también un intento por borrarlo de la historia del partido.
Pasan a caracterizar a la dirección del partido como un “aparato” comprometido en una “adaptación al proceso político en nombre del ‘realismo’... una adaptación electoral a la crisis política”. Acusan además al PO de no haber sabido diferenciarse de otros grupos morenistas pseudoizquierdistas con los cuales está unido en un bloque electoral común, el Frente de Izquierda y de Trabajadores (FIT), desafiándolos solo por cuestiones organizativas tales como la rotación de 40 cargos parlamentarios y provinciales ocupados por candidatos electos del FIT.
En parte alguna, con todo, intenta Altamira explicar cómo es que el “aparato” que fue reclutado y entrenado políticamente bajo su liderazgo se ha ido tan a la derecha y se ha vuelto contra él.
La dirección del PO ha acusado a la “fracción pública” de defender un “liderazgo vitalicio incuestionable” para Altamira, a quien acusan de “cretinismo antielectoral y antiparlamentario”.
Gran parte del debate se reduce a consignas electorales. La dirección del PO acusa a Altamira de capitular a la facción kirchnerista del peronismo planteando la demanda de “Fuera Macri”. Sugieren además que a la oposición la impulsa el que el partido no haya elegido a Altamira y sus seguidores como candidatos.
Altamira acusa a la dirección del PO de no estar planteando un programa revolucionario en las elecciones y por lo tanto adaptarse tanto a Macri como a los peronistas.
La escisión sucede bajo condiciones en las que la coalición electoral FIT ha incorporado fuerzas aún más derechistas y en medio de llamamientos, particularmente desde el PTS (Partido de los Trabajadores Socialistas), la más grande de las facciones que surgieran del estallido del viejo MAS (Movimiento al Socialismo) tras la muerte en 1987 del revisionista argentino Nahuel Moreno, a la formación de un “partido unido de la izquierda”. Tal formación estaría destinada, en caso de una intensificación aguda de la crisis del capitalismo argentino, a desempeñar un papel comparable al de Syriza en Grecia para reprimir y traicionar las luchas de la clase trabajadora.
El propio Altamira escribió acerca de este rumbo político en 2017, describiendo adecuadamente al PTS como un “Podemos en pañales”. Esta perspicacia, sin embargo, no hizo nada para alterar el frente electoral sin principios entre el PO y el PTS, que ambas facciones apoyan. Este año el FIT presenta una fórmula encabezada por Nicolás del Caño del PTS a presidente y Romina Del Plá del PO a vicepresidenta.
Esta alianza electoral, repleta de trapicheos políticos corruptos por líneas electorales y cargos parlamentarios, es una manifestación clara del carácter nacionalista pequeñoburgués de los partidos implicados y no tiene absolutamente nada que ver con el marxismo.
Como escribiera Trotsky en relación con la lucha contra el fascismo en Alemania: “La idea de presentar a las elecciones presidenciales un candidato del frente único obrero es una idea fundamentalmente errónea. Se puede nombrar un candidato solamente en base a un programa definido. El partido no tiene derecho a renunciar a movilizar a sus partidarios y a contar sus fuerzas en las elecciones”.
En medio de todas las acusaciones y contraacusaciones dentro del PO, lo que surge más claramente es que ambas facciones se basan completamente en una orientación nacionalista, subordinando la estrategia y los principios del internacionalismo socialista a los cálculos nacionalistas más vulgares.
De manera significativa, después de desbancarlo de la conducción del partido y rechazando su documento programático en el congreso del partido, la dirección oficial decidió poner a Altamira a cargo de las relaciones internacionales del Partido Obrero. Esta era un área de trabajo que ellos evidentemente consideraban casi inconsecuente, y donde creían que el exdirigente del partido podría hacer poco daño a su proyecto nacionalista.
Este rasgo esencial de la escisión en el Partido Obrero confirma plenamente el análisis que hiciera el World Socialist Web Site de la conferencia celebrada en Buenos Aires el año pasado para “refundar” la Cuarta Internacional.
Como el WSWS expusiera en su declaración del 7 de junio de 2018, El Partido Obrero en Argentina busca “refundar” la Cuarta Internacional en alianza con el estalinismo:
Lo que realmente significa dicha “reconstrucción” es la agrupación de organizaciones políticamente heterogéneas, sin ningún acuerdo sobre cuestiones esenciales de programa y estrategia. El único punto en el que están absolutamente de acuerdo es el derecho de cada organización a perseguir la política nacional que considere más afín a sus propios intereses. Este enfoque político completamente carente de principios no tiene absolutamente nada en común con el trotskismo. Su actitud hacia las experiencias y lecciones acumuladas por la Cuarta Internacional desde 1938 se define por una combinación de hostilidad política, indiferencia teórica, oportunismo nacional miope y la ignorancia más cruda.
Nada expresó esta actitud de manera más concluyente que el haber invitado a Darya Mitina, la secretaria de asuntos internacionales del estalinista Partido Comunista Unido de Rusia (OKP) a pronunciar un importante discurso en la conferencia.
Mitina, una rabiosa estalinista con estrechos vínculos con el Estado ruso, fue presentada a la conferencia por Altamira como una “una compañera que habla en nombre de la tradición del comunismo de Rusia, incluido el estalinismo”, como si ello fuera una cuestión insignificante de cultura nacional. De hecho, Mitina se jacta en su blog de dejar flores en la tumba de Stalin dos veces al año, mientras que el sitio web de su partido ensalza el exterminio de los trotskistas y de toda la dirección de la Revolución de Octubre en el genocidio político que acompañó a los Juicios de Moscú.
El WSWS ulteriormente expuso la consolidación de los vínculos de Mitina con movimientos ultraderechistas y neofascistas en Europa basada en su actitud favorable hacia el gobierno de Vladimir Putin. En sus viajes por el mundo, ella adapta sus discursos en defensa del Kremlin para adecuarse a sus diferentes públicos de estalinistas, neonazis y supremacistas blancos, así como partidos pseudoizquierdistas como el Partido Obrero.
Esta era la “compañera” que Altamira y el resto de la dirección del PO invitaron al estrado a pronunciar una de las principales alocuciones ante unos miembros del partido que a los que nunca se les informó de sus conexiones políticas. Ni la “fracción pública” del PO ni su dirección oficial, que se están peleando ahora por el régimen del partido y consignas electorales, tiene diferencia alguna acerca de esta alianza políticamente criminal.
Ninguna de las dos facciones ha desafiado la declaración de Altamira a la conferencia de que forjar vínculos con elementos como Mitina brindaba una vía muy superior para “refundar” la Cuarta Internacional que la concepción “sectaria” de una “‘autoconstrucción’ internacional”, es decir, la lucha por construir un genuino partido internacional forjando una unidad principista basada en un programa y una perspectiva mundiales comunes.
Como parte de esta lucha de facciones dentro del PO, tanto la “fracción pública” y la dirección oficial enviaron delegados a Atenas, Grecia, el mes pasado, para buscar la mediación en la disputa de los socios del PO en el Comité por la Refundación de la Cuarta Internacional, el EEK (Partido Revolucionario de los Trabajadores) de Grecia y el DIP (Partido de los Trabajadores Revolucionarios) de Turquía.
El principal responsable de organizar esta mediación fue el secretario general del EEK, Savas Michael-Matsas, cuyos vínculos con el PO se basan en la orientación nacionalista que comparten.
Que tal figura sea el mediador en la escisión del PO dice mucho del carácter carente de principios de esta disputa. Toda la historia política de Michael-Matsas está estrechamente ligada a maniobras políticas oportunistas.
En 1985, él llevó a cabo una escisión sin principios con el Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) en oposición a la lucha política que el CICI había iniciado contra la degeneración nacionalista y oportunista que llevó al colapso del Workers Revolutionary Party (WRP, Partido Revolucionario de los Trabajadores) británico dirigido por Gerry Healy. Rechazando toda discusión con otras secciones, rompió con el CICI y se alineó con Healy basado en cálculos de que esto lo liberaría para poder aplicar sus políticas nacionalistas en Grecia. Esto fue rápidamente realizado a través de una serie de alianzas políticas con el estalinista Partido Comunista griego, el partido burgués PASOK y la burocracia sindical.
Como escribiera David North, por entonces secretario nacional de la Workers League, la organización antecesora del Partido Socialista por la Igualdad de los EUA, en un artículo de 1989, El fin de la “Nueva Era” de Savas Michael:
A partir de 1987, Cambio Socialista, el periódico del EEK, se convirtió en el órgano local en Atenas de la burocracia de Gorbachov. Hay muchas razones para creer que los servicios de Michael al régimen de Gorbachov fueron recompensados financieramente. Los servicios de propaganda similares prestados por Cambio Socialista a los regímenes de Oriente Próximo y los movimientos nacionales burgueses habían sido ofrecidos previamente por Michael a cambio de subsidios especiales de los cuales los miembros de la base no estaban informados. De hecho, en uno de sus propios documentos, Healy notó de paso que Michael “tiene un contacto cercano con los libios, la embajada soviética, el PC y la OLP”.
Fue Michael-Matsas quien hizo de intermediario en la organización del viaje a Argentina de Darya Mitina, con la cual ha estado manteniendo estrechas relaciones políticas desde hace más de una década. Él la ha presentado a círculos pseudoizquierdistas en Europa y ahora en América Latina, al tiempo que ella ha ayudado a Michael-Matsas a forjar vínculos con el estalinismo ruso.
Su alianza con Altamira se basa en una común actitud despreciativa hacia la historia de la Cuarta Internacional y la orientación nacionalista que comparten.
El encuentro de mediación organizado por Michael-Matsas demostró ser una farsa. La dirección oficial del PO emitió una declaración sobre sus actas, afirmando que los delegados enviados por la facción de Altamira se habían “negado a seguir la discusión sobre un documento de compromiso para poner fin a la acción divisiva y garantizar la reunificación del partido” que había sido presentada por Michael-Matsas, el grupo turco y una organización finlandesa.
La declaración citaba a Michael-Matsas emitiendo el juicio de que la escisión reflejaba “las presiones de la lucha de clases en esta etapa de la bancarrota del capitalismo mundial”. Basándose en este profundo análisis, los mediadores presentaron su propuesta, que apodaron “El Armisticio de Atenas”. Este, según la dirección del PO, consistía en un llamamiento por la restitución de Altamira y sus seguidores en el partido, la continuación de la discusión en el comité nacional, poner fin a las querellas legales interpuestas por ambas partes, una investigación de las acusaciones de espionaje y el fin de la “campaña electoral paralela” del grupo de Altamira.
Esto último era lo más importante para la dirección del PO, que está preocupado porque la campaña electoral del grupo de Altamira con sus propias consignas podría afectar su puja por cargos parlamentarios.
La declaración afirmaba que el grupo de Altamira se negaba a aceptar el acuerdo y terminó la discusión, diciendo que respondería por escrito más tarde.
Esta declaración provocó una respuesta de Michael-Matsas, quien dijo que la versión estaba “enturbiada por una serie de errores de hecho y, en nuestra opinión, la interpretación incorrecta de ciertos otros hechos”.
Qué errores de hecho se habían cometido y qué otros hechos fueron interpretados incorrectamente, Michael-Matsas no se molestó en decir, indicando que él se volvería a pronunciar sobre el asunto después de que termine el campamento de verano del EEK. Hasta ahora, no ha habido nada más del autor del “Armisticio de Atenas”.
El grupo de Altamira respondió con su propia declaración, denunciando a la dirección oficial por llevar a cabo “provocaciones”, “difamaciones”, “acoso”, “amenazas” y “censura”.
A pesar de las denuncias mordaces, lo que surge claramente de las escuálidas actas de Atenas es que no hay diferencias genuinas de principios entre las dos facciones, solo una lucha implacable por métodos organizativos y tácticas electorales dentro de un partido dominado por el nacionalismo y el oportunismo pequeñoburgueses.
Su supuesta agrupación internacional, con el charlatán político Michael-Matsas a la cabeza, demostró ser completamente incapaz de brindar cualquier análisis de la fuente objetiva de la escisión o extraer cualquier lección de la disputa en lo que es con mucho el afiliado más grande de su “Comité por la Refundación de la Cuarta Internacional”.
Lo que es asombroso en esta escisión de facciones dentro del Partido Obrero es que ninguna de las dos facciones tiene nada que decir sobre la perspectiva y la afiliación internacionales del partido, o para el caso, sobre casi nada de lo que ocurre fuera de las fronteras de Argentina.
El carácter reaccionario de este provincialismo nacional encuentra su expresión más aguda en la elección del PO de sus aliados internacionales. A lo largo de unos 45 años se ha comprometido en varias alianzas que proclamaban la “reconstrucción” o la “refundación” de la Cuarta Internacional, todas las cuales se han basado en un acuerdo explícito para rechazar toda la historia de la Cuarta Internacional y, en particular, la prolongada lucha contra las tendencias revisionistas antitrotskistas —de manera más prominente el pablismo y el shachtmanismo— que buscaban su liquidación.
Intentos de forjar organizaciones internacionales sobre esta base —así como sobre el entendimiento común de que cada una de las organizaciones implicadas será libre de perseguir sus propias políticas basadas a nivel nacional— se han venido abajo inevitablemente. Este fue el caso de la alianza del PO con la OCI (Organización Comunista Internacionalista) de Pierre Lambert a principios de los '70 y el ulterior corto intento de consolidar una alianza con Nahuel Moreno.
El más reciente intento de tal alianza, revelado en la conferencia de Buenos Aires de abril de 2018, sin embargo, representó el repudio más explícito del trotskismo.
Como declaramos en nuestro anterior análisis de la conferencia de Buenos Aires, “la pretensión de ‘refundar’ la Cuarta Internacional en alianza con el estalinismo debe tomarse como una advertencia para la clase trabajadora. Representa un intento de forjar nuevos instrumentos políticos para subordinar a la clase obrera a la burguesía, precisamente en un punto donde está surgiendo un resurgimiento de la lucha de clases en todos los continentes”.
Tras la escisión en el Partido Obrero, y a pesar de todo su veneno, ambas facciones están guiadas por una orientación nacionalistas pequeñoburguesa que lleva precisamente a este desenlace. El giro hacia el estalinismo ruso —que representa más putrefacción de lo que Trotsky describiera como una agencia contrarrevolucionaria del imperialismo— les allana el camino a alianzas con secciones de la burguesía argentina e incluso fuerzas derechistas para suprimir las luchas de la clase obrera argentina.
La cuestión decisiva para todos aquellos en Argentina y en toda América Latina que buscan defender el trotskismo es la asimilación de las lecciones de la lucha de 66 años del Comité Internacional contra el revisionismo pablista. Esta tendencia antitrotskista ha desempeñado un papel político inmensamente destructivo en toda la región, desde la promoción del castrismo y la guerra de guerrillas, hasta los intentos de subordinar a la clase trabajadora al Partido de los Trabajadores brasileño y a varias tendencias nacionalistas burguesas tales como el “socialismo bolivariano”, hasta las alianzas electorales oportunistas del PO y varias facciones morenistas en Argentina. Instamos a los lectores del World Socialist Web Site en Argentina y en toda América Latina a que estudien los documentos de esta larga lucha y sobre esos cimientos políticos a unirse a la lucha por construir secciones del CICI.
(Publicado originalmente en inglés el 5 de agosto de 2019)