En los últimos ocho días, ha habido tres tiroteos masivos en Estados Unidos, dos de ellos en menos de 12 horas este fin de semana. Tales acontecimientos como las masacres en Gilroy, California (4 muertos, incluyendo el atacante y 15 heridos), El Paso, Texas (20 muertos y 26 heridos), y Dayton Ohio (10 muertos incluyendo el atacante y 16 heridos), se han vuelto parte de la vida diaria en el país.
Como es usual, la prensa está respondiendo con la dosis requerida de clichés sobre tragedia y unirse como una comunidad, pero toda cuestión política seria es enterrada.
¿Cuáles son estas cuestiones?
En primer lugar, las masacres en Gilroy y El Paso ocurrieron en el contexto de la incitación abierta a la violencia contra inmigrantes y las minorías raciales por parte de Trump. A pesar de que Patrick Crusius, el atacante en El Paso, tomó la decisión de absolver a Trump en su declaración publicada en línea, no cabe duda de que él y otros individuos de tendencia fascista están actuando con un conocimiento pleno de que cuentan con la simpatía del Gobierno.
Fue Trump quien declaró durante su campaña de 2016 que pagaría la fianza de cualquier simpatizante que atacara violentamente a un manifestante, quien urgió a la policía para que “no sean demasiado gentiles” con los sospechosos arrestados y quien dio un indulto al sheriff Joe Arpaio después de que lo condenaran por desacato judicial en relación con la detención ilegal de inmigrantes. En un mitin de campaña hace tan solo dos meses, Trump planteó la cuestión cómo tratar a los solicitantes de refugio en la frontera, sonriendo de oreja a oreja cuando un simpatizante gritó, “¡dispárenles!”.
Durante el último mes, el presidente estadounidense ha intensificado su incitación de violencia. Después del ataque de Trump contra la ciudad de Baltimore, retratándola como un infierno infestado de ratas y crimen en el que “ningún ser humano quisiera vivir”, el WSWS señaló que “Trump está jugando con fuego y lo sabe”. El mandatario y sus asesores calculan que “sus provocaciones explícitas recrudecerán un ambiente político ya inestable, con un potencial inmenso de generar violencia y crear condiciones que le permitirán invocar facultades dictatoriales para mantener la ‘ley y el orden’”.
Crusius detalló sus motivos en un manifiesto de cuarto páginas publicado en línea. Comienza rindiendo tributo al asesinato masivo de Christchurch, Nueva Zelanda, quien asesinó a 51 personas en dos mezquitas musulmanas más temprano este año. Luego declara, en un lenguaje que hace eco de innumerables mítines de campaña de Trump, “Este ataque es una respuesta a la invasión hispana de Texas. Ellos son los instigadores, no yo. Simplemente estoy defendiendo mi país del reemplazo cultural y étnico que conlleva una invasión”.
Sin embargo, no son solo las incitaciones de Trump. El asesino el El Paso expresa la aparición de una tendencia distintamente fascista en Estados Unidos, que combina un racismo virulento con histeria antiinmigrante, mientras apela a los malestares sociales contra el sistema capitalista.
La referencia al “reemplazo” en el manifiesto es señal del carácter fascistizante del manifiesto de Crusius. Los supremacistas blancos que marcaron en Charlottesville, Virginia, en 2017 cantaron “los judíos no nos reemplazarán (y Trump dijo que participaron “muchas personas buenas”). Un lenguaje similar está siendo utilizado por los neonazis europeos y por el atacante Brenton Tarrant en Nueva Zelanda, el cual alega que hay una conspiración de las grandes corporaciones y/o los judíos para reemplazar a los blancos en Europa y Estados Unidos con inmigrantes de Asia, África y América Latina.
La declaración del atacante realiza una apelación demagógica a malestares sociales como el desempleo, los bajos salarios, la gran deuda estudiantil y la caída en los niveles de vida de la clase obrera, culpando todos estos fenómenos en una supuesta conspiración de la patronal estadounidense para reemplazar a los trabajadores estadounidenses de altos salarios por mano de obra importada y barata. Esto también es característico del fascismo, el cual busca proveer una salida nacionalista a las divisiones sociales dentro de la sociedad capitalista.
No es posible alcanzar ningún entendimiento de este fenómeno sin examinar el papel que ha sido desempeñado por el Partido Demócrata de legitimar la política racialista y obsesionada con razas en Estados Unidos.
Históricamente, la lucha contra el racismo siempre ha involucrado exponer su ilegitimidad subyacente. La raza no es una categoría auténtica de análisis social, sino una construcción anticientífica cuya bancarrota es cada vez más obvia bajo condiciones en las que decenas de millones de niños y adultos jóvenes nacieron de parejas “mezcladas”.
Los políticos del Partido Demócrata y las fuerzas pseudoizquierdistas que sirven como sus molinos políticos son igual de intransigentes como los fascistas como Crusius en que deben existir razas separadas y distintas de “negros” y “blancos”. Stacey Abrams, la candidata derrotada a gobernadora de Georgia que ha asumido una estatura cada vez más prominente en el Partido Demócrata a nivel nacional, proclamó que hay “diferencias raciales intrínsecas” mientras denunció, en un artículo en la revista Foreign Affairs, la política basada en “la categoría general conocida como ‘la clase obrera’”.
El New York Times, el cual ha promovido sin tregua la política de raza y las divisiones raciales, se refirió en su reporte noticiero sobre los asesinatos en El Paso a los “hombres blancos afligidos” que “han recurrido a los asesinatos masivos en servicio del odio contra los inmigrantes, judíos y otros a quienes perciben como amenazas a su raza blanca”. El Times se refiere a los “hombres blancos” y la “raza blanca” sin comillas, aceptando la legitimidad de esta categorización y promueve la afirmación de que Trump, al promover el racismo, está articulando meramente los sentimientos de “hombres blancos”.
Finalmente, la proliferación de tiroteos masivos en Estados Unidos está claramente vinculada con una atmósfera generalizada de violencia y la militarización de la sociedad estadounidense promovida por ambos partidos en los últimos 30 años, particularmente desde el inicio de la “guerra contra el terrorismo” después de los atentados del 11 de septiembre en 2001. Patrick Crusius apenas había nacido cuando ocurrió el tiroteo masivo en el colegio Columbine. Toda su vida ha ocurrido en medio de una violencia incesante dirigida por el imperialismo estadounidense contra el mundo.
La regularidad enfermiza en la que trascienden estos homicidios masivos en Estados Unidos, combinados cada vez más directamente con la política de reacción extrema, es una expresión de una sociedad profundamente disfuncional.
El opuesto real a las apelaciones basadas en raza es una lucha política basada en clase: uniendo a todos los que trabajan y crean la riqueza de la sociedad contra la minoría diminuta de los propietarios capitalistas que se apropian de la riqueza y someten a la sociedad a sus demandas cada vez más frenéticas para aumentar sus fortunas. La lucha contra el crecimiento de la violencia ultraderechista y fascistizante no puede ser librada con base en la política racialista de los demócratas, sino con base en la lucha por el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 5 de agosto de 2019)