¡Tarrafal nunca más!—exposición en el Museo de Aljube—Resistencia y Libertad (Museu do Aljube Resistência e Liberdade) en Lisboa, Portugal, desde el 18 de octubre de 2018 al 28 de abril de 2019
Quienes visiten el Museo de Aljube—Resistencia y Libertad (Museu do Aljube Resistência e Liberdade) en Lisboa quedarán atónitos ante lo que aprenderán sobre un período de la historia portuguesa cuyas brutalidades han sido suprimidas en gran medida.
Ubicado frente a la Catedral de Sé de la ciudad, el antiguo edificio funcionó como prisión durante siglos. Fue allí donde la temida policía secreta PIDE (Polícia Internacional de Defesa do Estado) encarceló y torturó a miles de opositores políticos del régimen fascista que gobernó Portugal desde 1926 a 1974, hasta su derrocamiento con la Revolución de los Claveles.
La exposición actual “¡Tarrafal nunca más!” cuenta la historia del poco conocido campo de concentración en la excolonia portuguesa de Cabo Verde, un grupo de islas en la parte central del océano Atlántico. La exposición incluye fotografías descarnadas de la prisión árida y aislada, expedientes gubernamentales meticulosos que detallan fríamente las vidas y muertes de presos individuales en las condiciones más miserables y testimonios conmovedores de los sobrevivientes.
El Museo de Aljube fue fundado debido a una campaña del Movimiento Cívico ¡No apaguen la Memoria!' (NAM)—liderado principalmente por exmiembros del Partido Comunista Portugués (PCP) que ahora integran el Partido Socialista (PS)—para combatir la “amnesia cómplice con respecto a la dictadura que enfrentamos entre 1926 y 1974”.
Sin embargo, se tomaron medidas para garantizar que de la campaña saliera una historia controlada de forma segura. Esto quedó demostrado por el acuerdo alcanzado en 2008 por todos los partidos parlamentarios, incluido el más derechista, para crear una Hoja de Ruta Nacional para la Libertad y la Resistencia y un monumento en Lisboa.
En 2013, el entonces alcalde de Lisboa por el PS y actual primer ministro, António Costa, dio el visto bueno para que se convirtiera la prisión de Aljube en un museo (en lugar de apartamentos de lujo), con la supervisión de la Fundación Mário Soares. Soares, una figura destacada en la oposición liberal a la dictadura, fundador de lo que iba a ser el PS, dos veces primer ministro y entonces presidente de la república, lo inauguró en 2015. El PCP abandonó sus propios planes para un museo.
La misión del museo es promover “la historia y memoria de la lucha contra la dictadura, y el reconocimiento de la resistencia a favor de la libertad y la democracia”. Se elimina de la narrativa la posibilidad del derrocamiento revolucionario del capitalismo y la creación de una sociedad socialista.
Fue la inestabilidad y debilidad de la Primera República Portuguesa, que tuvo 8 presidentes y 45 Gobiernos entre 1910 y 1926, y el movimiento de la clase trabajadora, inspirada en la revolución bolchevique de 1917 en Rusia, lo que llevó al golpe derechista del 28 de mayo de 1926.
En 1928, António de Oliveira Salazar, profesor de economía, fue nombrado ministro de Finanzas de Portugal y luego primer ministro (1932-1968). En respuesta directa a las continuas luchas obreras que alcanzaron su punto máximo en una insurrección de cinco días en 1934, Salazar declaró su nuevo Estado clerical y fascista (Estado Novo) con los valores de Dios, Patria, Autoridad, Familia y Trabajo. Fue anticomunista y veneró un estilo de vida rural, no corrompido por la industrialización.
La función más importante del régimen de Salazar para la élite gobernante de Portugal fue su estrangulamiento de cualquier lucha de la clase obrera en el país y de la oposición que se desarrollaba en las colonias. Se proscribieron los sindicatos independientes y las huelgas y se obligó a los trabajadores a afiliarse a sindicatos de empresas estatales. La dirección del PCP fue encarcelada o forzada al exilio.
La exposición incluye la carta original de 1936 que autorizó la construcción de Tarrafal. Ese año llegaron unos 150 prisioneros políticos del continente, incluidos quienes habían participado en la insurrección de 1934, así como los marineros que se habían amotinado en dos buques de guerra en 1936.
Se encontraron en un “campo” improvisado, un rectángulo de 200 por 150 metros, bordeado por una trinchera profunda y rodeado de alambre de púas. En los primeros dos años se retuvo a los hombres en tiendas de lona mientras las brigadas de trabajo construían estructuras más permanentes. Los guardias tomaron toda la ropa y otros efectos personales de los presos.
Hasta su cierre temporal en 1954, luego de presiones nacionales e internacionales, 360 hombres pasaron por el campo.
Las condiciones apremiantes pasaron factura, y pronto la prisión se hizo conocida como el campo de concentración de la “muerte lenta”. Edmundo Pedro recordó la rabia maníaca del comandante capitán Manuel Martins dos Reis: “No tienen derechos aquí, solo deberes que cumplir. Y no se engañen, cualquiera que entre por esa puerta morirá. ¡Todos caerán como moscas!”.
Efectivamente, al menos 32 presos murieron entre 1937 y 1948. La mayoría eran hombres de clase obrera entre veinte y cuarenta años, y muchos eran miembros del PCP. La presión pública, incluyendo una gran manifestación en 1974, hizo que sus restos finalmente fueran devueltos a Portugal.
Gilberto de Oliveira recuerda el castigo por aislamiento en la “frigideira” o “sartén” —dependiendo de la temporada—. “La alimentación en días alternos era pan y agua caliente en un día y pan y agua fría en el otro. ... El castigo en la sartén, por lo tanto, consistió en aislamiento, hambre, asfixia lenta, deshidratación, calor sofocante de día y enfriamiento brusco de noche y, a menudo, palizas”. Las temperaturas en las celdas de castigo, hechas de concreto, alcanzaron los 60 grados y las víctimas podían estar allí durante días. Un prisionero, Joaquim Faustino Campos, estuvo 108 días allí.
El cierre del campo en 1954 fue breve. Se reabrió Tarrafal en 1961 para encarcelar y torturar a un nuevo grupo de presos políticos —los de las rebeldes colonias portuguesas de Cabo Verde, Angola y Guinea-Bissau—. Uno recordó, “La celda disciplinaria era una especie de tumba dentro de un depósito. ... A las 3 de la tarde ya está oscuro adentro. Aquí domestiqué gorriones”.
La exposición de Tarrafal y el museo de Aljube dan a conocer una historia “olvidada” deliberadamente a un público mucho más amplio. Sin embargo, la idea de que la lucha amarga y el sacrificio enorme contra el régimen fascista y su derrocamiento a través de la Revolución de los Claveles culminó exitosamente con el establecimiento de un régimen capitalista más liberal de “libertad y democracia” es una mentira peligrosa.
La exitosa revolución bolchevique en octubre de 1917 fue una poderosa reivindicación de la teoría de León Trotsky de la revolución permanente. En oposición a la concepción menchevique de que Rusia era económicamente demasiado atrasada para el socialismo, Trotsky insistió en que solo podía entenderse el desarrollo ruso dentro del contexto de la economía mundial. En consecuencia, las tareas democráticas una vez asociadas con la revolución burguesa solo podían completarse con el liderazgo de la clase trabajadora, atrayendo detrás de ella a las masas rurales, en una revolución socialista que debe completarse en el ámbito europeo y mundial.
Fue sobre esta base, con la guía de la Internacional Comunista (Comintern), que se formó el Partido Comunista Portugués en 1921. Pero la evolución posterior del PCP y de todos los partidos comunistas del mundo fue moldeada por el ascenso al poder, tras la muerte de Lenin, de una casta burocrática dentro de la URSS bajo la dirección de Iósif Stalin.
La teoría del “socialismo en un solo país” desarrollada por Stalin y Bujarin en 1924 proporcionó la base ideológica para el abandono del programa de la revolución socialista mundial. El movimiento obrero internacional estuvo cada vez más subordinado a la burocracia estalinista y a su defensa de sus propios intereses materiales.
Esto produjo derrotas masivas para la clase obrera. La más catastrófica de todas fue la llegada al poder de Hitler en Alemania en 1933, tras lo cual Trotsky concluyó que no se podía reformar al Partido Comunista Soviético y al Comintern e hizo un llamamiento por la fundación de la Cuarta Internacional.
El desarme político de la clase trabajadora por parte del estalinismo fue desastroso en Portugal. Se purgó a la dirección del PCP y se impuso la teoría estalinista de la revolución en dos etapas. Durante la “primera etapa”, se consideraba que la revolución tenía un carácter democrático burgués-nacional. La clase obrera tenía que subordinar sus intereses de clase a fuerzas burguesas supuestamente progresistas a través de “frentes populares”.
La “segunda etapa”, la revolución socialista, fue pospuesta para un futuro no especificado y lejano. La disolución de Stalin de la Comintern, que se había convertido en un obstáculo para su alianza con el imperialismo estadounidense y británico en 1943, confirmó que se había abandonado incluso esta perspectiva. El reparto de Europa en la posguerra decidido en las conferencias de Teherán, Yalta y Potsdam, estableció que la burguesía se mantendría en el poder en Occidente (y eso significaba Portugal) y que la Unión Soviética solo buscaría una “zona de contención” en Europa del Este.
El PCP siguió servilmente la línea estalinista, uniéndose al Movimiento de Unidad Democrática (MUD), una coalición de fuerzas burguesas de todo el espectro político (incluida la extrema derecha) en 1945. En 1958, el partido estalinista apoyó al general Humberto Delgado, un prominente líder del Estado Novo (que había publicado un libro en 1933 elogiando a Adolf Hitler), cuando este se postuló para presidente, pero perdió a través de un fraude electoral, en oposición al candidato oficialista.
La candidatura de Delgado fue una señal de que el régimen se estaba fracturando. La respuesta al creciente malestar entre los estudiantes y trabajadores en la década de 1960 fue la represión policial y los arrestos.
Álvaro Cunhal, elegido secretario general del PCP en 1961, señaló que el partido no se había beneficiado de la situación de “preinsurrección”, en la que “había sido superado por la iniciativa de las masas populares”. El PCP, obviamente, no tenía intención de liderar un movimiento insurreccional. En 1964, formó el Frente Patriótico de Liberación Nacional (FPLN) con políticos socialdemócratas, Delgado y varias figuras liberales y burguesas.
En 1970, Cunhal reafirmó la teoría estalinista de dos etapas, declarando que “en cada etapa de la revolución, el proletariado debe tener un correspondiente sistema de alianzas con las diferentes clases y capas de la población. ... Los aliados del proletariado para la revolución socialista no son los mismos que para la revolución democrática nacional”.
Cunhal hizo su declaración justo cuando la élite gobernante portuguesa se enfrentaba a una ola masiva de huelgas en el país y levantamientos en las colonias. El servicio militar obligatorio en las guerras coloniales, combinado con la baja paga, intensificó las quejas en el ejército y estimuló la oposición, que desembocó en el Movimiento de las Fuerzas Armadas (MFA).
Cuando el MFA efectuó un golpe el 25 de abril de 1974, su objetivo era simplemente una mera renovação (renovación) democrática o lavado de cara. Pero, inadvertidamente, llevó a las masas a las calles exigiendo un cambio más fundamental. Los obreros comenzaron a tomar las fábricas, oficinas y tiendas, y los campesinos ocuparon las tierras agrícolas. La atmósfera revolucionaria se extendió entre los soldados y marineros que marchaban junto a los trabajadores, portando pancartas que exigían el socialismo.
El PCP desempeñó un papel clave, junto con el PS (fundado en 1973) y los grupos de izquierda pequeñoburgueses, en la traición de la revolución y en proporcionar un respiro al capitalismo. Los estalinistas ataron a la clase trabajadora a la élite gobernante, promoviendo “la alianza del MFA y el pueblo”, y glorificando a generales militares supuestamente “de izquierda”.
Se proclamó una nueva Constitución en Portugal el 2 de abril de 1976, y las elecciones para una nueva Asamblea de la República condujeron a una victoria del PS. En el poder, el nuevo primer ministro, Soares, recurrió al Fondo Monetario Internacional e implementó un programa de ajuste estructural al servicio de las grandes empresas.
Pronunciándose en 1995, Cunhal reveló sus concepciones nacionalistas, culpando al entonces Gobierno derechista de los conservadores por “sacrificar los intereses portugueses en función de intereses extranjeros”. Hoy el PCP sigue sus pasos, pidiendo una “política patriótica de la izquierda” dirigida al “desarrollo soberano de nuestro país”. Conserva su influencia en la federación sindical portuguesa más grande, la Confederación General de Trabajadores Portugueses, que ha desempeñado un papel indispensable en la imposición de medidas de austeridad de un Gobierno tras otro y ha sido recompensada con grandes subsidios estatales.
Hoy el PCP está tratando de controlar y vigilar la enorme ola de huelgas que ha estallado en Portugal y evitar que se convierta en una insurrección contra el Gobierno del PS.
Estos esfuerzos para desmovilizar a la clase trabajadora contienen grandes peligros. Los vastos niveles de desigualdad social y el regreso de la élite gobernante al rearme militar y la guerra pueden imponerse solo a través de la supresión de la “libertad y la democracia” y recurriendo a formas autoritarias de gobierno y fascismo. La consigna “Nunca más” corre el riesgo de sonar vacía, dado el regreso del cáncer fascista en toda Europa—incluyendo a Vox en la vecina España—. La exhibición del Museo de Aljube es evidencia del precio que pagó la clase trabajadora en el siglo XX por el fracaso para derrocar al capitalismo.
Los autores recomiendan:
Thirty Years since the Portuguese Revolution: Part 1
Thirty Years since the Portuguese Revolution: Part 2
Thirty Years since the Portuguese Revolution: Part 3
(Publicado originalmente en inglés el 9 de abril de 2019)