Hoy es el décimo aniversario del comienzo una racha alcista récord en los mercados bursátiles estadounidenses que siguió la crisis financiera global de 2008. Esto ha enriquecido a la oligarquía financiera en la magnitud de cientos de miles de millones de dólares y ensanchado la desigualdad social en Estados Unidos y el resto del mundo a niveles sin precedentes históricos.
Durante la última década, como resultado de las políticas del Gobierno estadounidense, las autoridades financieras y, sobre todo, la Reserva Federal de EUA, los mercados financieros han recibido billones de dólares. Los índices Dow y S&P 500 han percibido un aumento de más de 300 por ciento y el índice Nasdaq, en el cual pesa más la industria tecnológica, de 500 por ciento.
Las investigaciones sobre el derrumbe financiero han revelado, en las palabras del coordinador de un reporte del Senado publicado en 2011, que el sistema financiero era “una fosa de serpientes colmado de avaricia, conflictos de interés e irregularidades”.
Nadie fue enjuiciado por esta actividad criminal. El fiscal general de Obama, Eric Holder, incluso invocó lo que equivalía a un nuevo principio legal burgués: “demasiado grande para encarcelar”.
En marzo de 2013, le dijo al Senado estadounidense que las instituciones financieras involucradas en lo que constituía actividad criminal eran tan grandes que no podían ser enjuiciadas porque cualquier cargo en su contra “tendría un impacto negativo en la economía nacional, quizás incluso en la economía mundial”.
No solo no fue castigada. La oligarquía financiera fue ricamente premiada. Esto comenzó con el rescate bancario inmediato de $750 mil millones, pero fue rápida y masivamente ampliado por medio del programa de “expansión cuantitativa” de la Reserva Federal, el cual fue imitado por los otros principales bancos centrales del mundo. Incluyendo la compra de bonos y la provisión de líneas de liquidez en dólares, se estima que el total inyectado en el sistema por las políticas financieras adoptadas fue de $25 billones.
Este proceso redujo las tasas de interés a mínimos nunca vistos, permitiendo la continuación y expansión de las actividades sumamente especulativas y parasíticas que desataron la crisis financiera. Como resultado, según el último reporte de Oxfam publicado en enero, 26 milmillonarios controlan tanta riqueza como la mitad más pobre de la humanidad de 3,8 mil millones de personas y la riqueza de la oligarquía financiera está aumentando $2,5 mil millones cada día.
En EUA, solo tres milmillonarios controlan más riqueza que los 160 millones de personas más pobres o la mitad de la población.
El masivo estímulo financiero de la Reserva Federal y los otros bancos centrales fue implementado argumentando que era necesario como la única manera de prevenir que la economía estadounidense y global cayeran en otra Gran Depresión.
Sin embargo, diez años después de que pasara la emergencia inmediata, ha quedado claro que estuvo involucrado mucho más. Lo que se estableció fue un mecanismo institucionalizado para encauzar la riqueza producida por el trabajo de miles de millones de trabajadores hacia los ricos. La oligarquía financiera se ha enriquecido más de lo que podría haber soñado, mientras que las masas de la población obrera han visto recortes salariales y sociales bajo el pretexto de que “no hay dinero”.
Este proceso ha confirmado en los hechos sociales y vivos, no simplemente en las páginas de El capital, uno de los hallazgos esenciales del fundador del socialismo científico, Karl Marx: que la lógica inherente y objetiva del modo de producción capitalista es la acumulación de riqueza en un polo y de pobreza y degradación en el otro.
La promoción de la desigualdad social no fue una lamentable consecuencia secundaria del rescate financiero. Como lo señala el economista y autor David McWilliams en un comentario publicado en el Financial Times más temprano este mes, el presidente de la Reserva Federal, Ben Bernanke, había concluido que “una recesión en las hojas de balance” debía combatirse inflando el precio de los activos.
“Intercambiando los viejos préstamos malos en las hojas de balance de los bancos por nuevos fondos buenos, apuntalados por tasas de interés negativas, la Reserva Federal hizo que los precios de los activos se dispararan. Los mayores precios corrigieron las hojas de balance y, en última instancia, incentivaron más gastos e inversiones. Sin embargo, tal economía de un ‘hiperpercolador hacia abajo’ [ hyper-trickle-down ] también significaba que la desigualdad de la riqueza no era una consecuencia inesperada, sino el objetivo en sí, de la política”.
La política económica marxista siempre ha insistido —en oposición a la insistencia de los “boxeadores profesionales” contratados del capital, los economistas burgueses, de que el llamado “libre mercado” basado en la propiedad privada de los medios de producción y las finanzas es el único sistema económico viable— que el sistema capitalista no cae en crisis recurrentes por factores accidentales o temporales, sino por sus propias contradicciones objetivas.
Ese hallazgo también está siendo confirmado por la realidad económica actual. La ficción de la disciplina económica burguesa es que las ganancias generan inversiones, lo que conlleva la expansión de la producción, las fuentes de empleo y los salarios, y que, más allá de cualquier fluctuación, todo es lo mejor del mejor mundo posible.
Esta ficción se ha visto explotada por la historia económica reciente. Independientemente de la provisión de cantidades enormes de crédito, las inversiones en la actividad económica real de todas las principales economías capitalistas permanecen por debajo de sus niveles antes de 2008. Ahora, cada vez hay más señales de que se avecina otra ralentización económica global importante o una recesión. La más reciente indicación es que las contrataciones en EUA prácticamente se frenaron en febrero, con la creación de apenas 20.000 empleos nuevos.
La oposición frenética de la oligarquía financiera a cualquier regreso a una política monetaria que se consideraba antes “normal” ha demostrado la dependencia de todo el sistema financiero global en la provisión de dinero barato.
En 2013, cuando la Reserva Federal indicó que tenía la intención de recortar su programa de compra de activos, los mercados financieros respondieron con lo que se popularizó como un “berrinche del reajuste [ taper tantrum] ”.
Cuando la Reserva Federal eventualmente comenzó a aumentar las tasas de interés en 2015 —en incrementos sumamente leves— lo hizo garantizando que estaba lista para intervenir de ser necesario.
No hubo simplemente una “opción de venta [ put ] de Greenspan”, una “opción de venta de Bernanke” o una “opción de venta de Yellen”, sino una opción de venta de la Reserva Federal: una garantía del banco central de que respaldaría el mercado bursátil.
En 2018, la Reserva Federal llevó a cabo cuatro aumentos de las tasas de interés y programó varios para 2019 para “normalizar” la política y abrirse campo para maniobrar ante la próxima crisis o ralentización. También señaló que la reducción de los activos en su balance, el cual se expandió de $800 mil millones en 2008 a más de $4,5 billones, continuaría a un paso de $50 mil millones por mes —una política que estaba en “piloto automático”—.
Esto produjo una reacción furiosa. El año pasado, los mercados estadounidenses registraron su peor diciembre desde 1931, cuando el país se encontraba en medio de la Gran Depresión.
El giro vino rápido. En enero, la Comisión del Mercado Abierto, la cual traza la política de la Reserva Federal, decidió que postergaría cualquier aumento en las tasas de interés y que dejaría de recortar los activos en su balance, lo que tendía a aumentar las tasas de interés del mercado, pese a no haber llegado ni cerca a los niveles previos a 2008.
Esto fue seguido por la decisión esta semana del Banco Central Europeo de revertir su alejamiento previo de la expansión cuantitativa. Seguirá dando préstamos baratos a los bancos y reinvertirá sus bonos al expirar.
Esto constituye una manifestación impactante de la veracidad de la política económica marxista —sobre todo, su insistencia en que la crisis del sistema capitalista surge de los procesos objetivos en su interior—. Un repaso de la última década revela que las mismas medidas para intentar prevenir un colapso del sistema financiero en 2008 y salvaguardarlo desde entonces han creado las condiciones propicias para otro desastre.
Varias advertencias significativas que provienen de los círculos gobernantes evidencian esto. El Fondo Monetario Internacional ha reportado que la deuda global alcanzó el máximo histórico de $184 billones en 2017, lo que equivale a 225 por ciento del producto interno bruto mundial.
El régimen de tasas de interés ultrabajas ha resultado en un aumento desenfrenado de las deudas, incluyendo el auge de emisiones de bonos corporativos de alto riesgo financiados por inversionistas que buscan mayores ganancias.
Más temprano este mes, la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE) produjo un reporte significativo en el que advierte sobre los niveles récord de deuda con calificaciones históricamente negativas. En medio de señales cada vez mayores de un declive económico, advierte: “La cantidad de inversiones en bonos corporativos que se espera que sean morosos en caso de una desaceleración económica podría ser considerablemente mayor de la que vio la crisis financiera”.
Halló que la deuda global en la forma de bonos corporativos emitidos por corporaciones no financieras equivalía a $13 billones a fines de 2018, dos veces su nivel en términos reales de fines de 2008.
El Banco de Pagos Internacionales se mostró consternado en su más reciente evaluación trimestral respecto a la expansión de bonos corporativos con la calificación de inversión más negativa, BBB. Señaló que estos bonos pasaron de constituir el 20 por ciento de los activos de los fondos mutuales en 2010 a 45 por ciento en 2018.
Advirtió que, pese a que los bonos BBB son atractivos por ofrecer mayores tasas, una venta rápida podría resultar en un derrumbe. “Si, ante debilidad económica, suficientes emisores vieran sus bonos pasar abruptamente de una calificación de BBB a basura, los fondos mutuales y, más ampliamente, otros participantes del mercado” que están obligados a tener bonos de grado de inversión “podrían estar obligados a deshacerse de grandes cantidades de bonos rápido”.
En un comentario más temprano este mes, la columnista del Financial Times, Rana Foroohar, indicó que “la Fed estuvo forzada a girar en U por los inestables mercados, siendo esta otra señal de demasiada financiarización”. El comentario continuó: “El dinero fácil se ha vuelto un goteo de morfina que demasiadas empresas e inversionistas parece que no pueden dejar, a pesar de que han pasado casi 10 años de recuperación económica”.
No es una cuestión sobre si estallará o no otra crisis financiera, sino cuándo lo hará. Amenaza con ser incluso más seria que la de 2008, con consecuencias de gran alcance.
Se tiene que hacer un balance político. Los Gobiernos de todo el mundo, independientemente de su color político, sean demócratas o republicanos en EUA, el Partido Laborista en Reino Unido o el régimen pseudoizquierdista de Syriza en Grecia, han demostrado que son defensores implacables de la oligarquía financiera global y el sistema de lucro y que esta realidad determinará su respuesta a una crisis.
Hace una década, se enfrentaron a una clase obrera que, tras ser suprimida por casi tres décadas, principalmente por los aparatos sindicales, fue en gran parte sorprendida por la crisis y no pudo desarrollar una respuesta coherente.
La situación ha cambiado. El periodo más reciente ha estado caracterizado por un resurgimiento de la lucha de clases en todo el mundo y una tendencia hacia romper con la camisa de fuerza de los sindicatos. Esto se combina con una hostilidad cada vez más profunda hacia todos los partidos de la élite política capitalista y un creciente interés en y apoyo hacia el socialismo, particularmente en la juventud.
Las clases gobernantes saben que, en la próxima crisis económica, las circunstancias que les favorecieron en 2008 ya no aplicarán y que se enfrentarán a un estallido de la lucha de clases. No lo enfrentarán con reformas y concesiones —estas son imposibles y por eso la última década ha visto el desarrollo de los mecanismos de represión estatal—.
La clase obrera debe realizar sus propios preparativos. No se pueden basar en apelaciones inútiles a la élite política para que cambie de rumbo, como las fraudulentas campañas de Bernie Sanders y Alexandria Ocasio-Cortez en EUA, sino a través de la lucha por un programa auténticamente internacionalista y socialista, partiendo de la expropiación de las mayores empresas y las ciudadelas del capital financiero hacia el desarrollo de una forma más elevada de organización socioeconómica enraizada en las necesidades humanas y no los dictados del sistema de ganancia.
Dichos preparativos dependen del desarrollo de nuevas organizaciones de la lucha de clases para romper con el control sofocante de los sindicatos y la construcción del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y sus secciones, los Partidos Socialistas por la Igualdad.
(Publicado originalmente en inglés el 9 de marzo de 2019)