Al acercarse el décimo aniversario del colapso de los Lehman Brothers, la bolsa de valores estadounidense alcanzó esta semana su racha alcista o bull run, definida como un periodo en el que el mercado ha crecido sin experimentar una caída del 20 por ciento.
Desde su punto más bajo el 9 de marzo de 2009, el índice S&P 500 ha aumentado 323 por ciento, el índice Nasdaq con muchas empresas tecnológicas ha crecido 611 por ciento y el Dow Jones ha visto un incremento de 300 por ciento. El alza en el S&P desde 2009 representa un aumento en la riqueza financiera de aproximadamente $18 billones, con el grueso yendo a las capas más acaudaladas de la sociedad.
Sin embargo, lejos de reflejar un capitalismo estadounidense vigoroso, estos aumentos bien podrían compararse con un fenómeno bien conocido en el siglo diecinueve: las mejillas sonrojadas de un paciente de tuberculosis. El espectacular ascenso de los mercados financieros en EUA desde su punto más bajo tras la crisis financiera de 2008 es un síntoma de malestar, no de salud, en forma de parasitismo financiero.
Los orígenes económicos de este periodo de bonanza yacen en las medidas tomadas por el Gobierno estadounidense y las autoridades financieras ante el derrumbe financiero del 2008. Bajo Obama y Bush, orquestaron con billones de dólares un rescate de bancos cuya especulación financiera, en gran parte de los casos involucrando actividades criminales, conllevó la crisis más seria desde la Gran Depresión en los años treinta.
Como toda crisis sistémica, el colapso de 2008 provocó una respuesta de clase. Las élites gobernantes y el Estado determinaron que, a fin de proteger su riqueza y poder, tenían que hacer que la clase obrera pagara por la crisis. Esta fue la dinámica detrás de todas las medidas adoptadas para que la burguesía utilizara la crisis para enriquecerse de forma que jamás imaginaban.
Mientras que millones de familias perdieron sus hogares, millones de trabajadores perdieron sus empleos y fueron obligados a aceptar puestos con menores salarios cuando eventualmente encontraron trabajo, las élites financieras disfrutaron una bonanza.
La inyección inicial de cientos de miles de millones de dólares en los cofres de los bancos y entes financieros fue seguida por un encauzamiento de billones de dólares al sistema financiero por medio del programa de “expansión cuantitativa” —la compra de activos financieros por parte de la Reserva Federal estadounidense, aumentando su balance de $800 mil millones a $4 billones— junto con tasas de interés históricamente bajas.
Esta racha alcista bursátil, como lo explicó en la apertura del Quinto Congreso Nacional el presidente del Partido Socialista por la Igualdad (EUA), David North, “es la institucionalización de un sistema político-económico en el que el mercado de valores, con el apoyo pleno del Estado, sirve como un medio para la transferencia de riqueza en una escala sin precedentes a la oligarquía corporativa-financiera”. Fue una expresión del declive de la posición económica y global del capitalismo estadounidense.
Esto se vio reflejado en la nueva composición de las compañías que encabezan los índices bursátiles. Antes del estallido de la crisis financiera, las empresas más valoradas eran ExxonMobil, General Electric, Microsoft y AT&T. Ahora, son todos gigantes tecnológicos: Apple, Amazon, Alphabet (Google) y Microsoft, con Facebook en el quinto lugar, mientras que los gigantes del pasado, como IBM y otras corporaciones industriales como General Motors, se han quedado muy atrás.
Esta transformación del capitalismo estadounidense se evidencia por el hecho de que una de las actividades más lucrativas de los gigantes tecnológicos es el desarrollo de nuevos métodos para recolectar datos sobre las actividades sociales y hábitos de compra de los consumidores, convirtiendo estos datos en sí en bienes para vender. Ven avenidas más amplias de crecimiento en asociaciones con el aparato estatal represivo, la construcción de armas para la guerra y la asistencia a las agencias de inteligencia en censurar el discurso político en línea.
Otro indicador clave del crecimiento del parasitismo financiero detrás de la tendencia alcista es el aumento continuo de la recompra de acciones por parte de las principales corporaciones para inflar sus valores bursátiles.
Dicha actividad ha recibido un fuerte impulso por medio de recortes fiscales para las empresas llevados a cabo por el Gobierno de Trump. El jueves, en respuesta al recrudecimiento de la crisis política en EUA, Trump apuntó directamente a su papel en el crecimiento del mercado en una entrevista con Fox.
“Les diré algo”, comentó, “si llegan a destituirme por juicio político, creo que el mercado se derrumbaría”. Esto haría que todos fueren “muy pobres”, revirtiendo las cifras “de una manera que no creerían”.
El mantra oficial aceptado por ambos partidos es que las reducciones de impuestos a las corporaciones aumentarán la inversión, creando nuevos empleos y mejoras salariales por medio de un proceso de goteo o trickle-down.
En realidad, ocurre lo contrario. En vez de “gotear”, estas medidas fiscales han generado una inundación de riqueza en los estratos más altos de la sociedad. Las recompras de acciones han sido uno de los principales componentes en el aumento en las ganancias trimestrales por acción para las empresas del S&P 500 este año, estimándose que superarán el billón de dólares para diciembre.
Sin embargo, el parasitismo financiero apoyado por el Estado no explica por sí solo el auge en el mercado bursátil. Otro factor crítico ha sido el papel del aparato sindical en la supresión de la lucha de clases. Este proceso, el cual ha continuado junto a la expansión del parasitismo financiero desde por lo menos principios de los años ochenta, se aceleró tras la crisis financiera de 2008.
En línea con el impulso dado a los bancos y entes financieros, el Gobierno de Obama organizó la “reestructuración” de General Motors y Chrysler, en colaboración con la burocracia sindical. Inició importantes recortes en salarios y beneficios sociales por medio de la implementación de medidas como el notorio sistema de dos escalas salariales que se ha expandido al resto de la industria estadounidense. Tales políticos a su vez crearon las condiciones para el desarrollo de nuevos sistemas de superexplotación por parte de Amazon y otras de las mayores empresas.
Como resultado, mientras que la bolsa de valores alcanza nuevas alturas, los salarios y condiciones laborales han sufrido continuamente una tendencia negativa. Dos estadísticas sociales recientes subrayan el impacto que ha tenido este proceso. En 2016, como resultado de la creciente desigualdad social, la expectativa de vida en Estados Unidos se redujo por segundo año consecutivo —la primera vez que esto ocurre en décadas—. Desde 2008, el número de muertes por sobredosis en EUA ha aumentado 80 por ciento, llegando a 72.000 el año pasado.
La racha en el mercado de valores es el resultado de una ofensiva continua y cada vez más profunda de una burguesía que no se detendrá ante nada para seguir expandiendo su riqueza. Asimismo, la clase obrera debe desarrollar su propia respuesta independiente de clase.
No hay ninguna posibilidad de reforma del sistema parasítico y destructivo de lucro. Debe ser derrocado y reemplazado por una forma más avanzada de organización socioeconómica en la que la riqueza creada por el trabajo de millones sea empleada para satisfacer las necesidades humanas. El resurgimiento de la lucha de clases en Estados Unidos es el comienzo de este proceso. Su desarrollo depende ante todo de la medida en que se arme políticamente con el partido revolucionario necesario para encabezar esta lucha.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 24 de agosto de 2018)