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La Edad Dorada de PBS: borrando a la clase trabajadora de la historia

La Edad Dorada, de PBS, parte de la serie “La Experiencia Estadounidense”, dirigida por Sarah Colt, emitida por primera vez el 6 de febrero. Está disponible en directo en www.pbs.org.

Durante la Edad Dorada, en solo tres décadas desde el final de la Guerra Civil en 1865 hasta fines de la década de 1890, Estados Unidos se transformó en la mayor potencia industrial del mundo, con todo lo que eso conllevó.

Había cambio en todas partes. Los ferrocarriles atravesaban el país, creando un mercado único nacional en lugar de los mundos localizados del plantador, el agricultor y el fabricante a pequeña escala, previos a la guerra. La población se duplicó en número, trazando una mezcla apabullante de lenguajes y culturas europeas y asiáticas. Las ciudades, repletas de cientos de miles de fábricas y molinos florecientes, crecieron hacia afuera, y, a través del desarrollo del acero estructural, hacia arriba.

Un avance vertiginoso en ciencia y tecnología trajo, entre otras cosas, electricidad e iluminación a las ciudades, alterando los ritmos básicos de la vida cotidiana; y el telégrafo y el teléfono, separando por primera vez la transferencia de información de la necesidad de ser transportada físicamente por los seres humanos.

Una caricatura de 1899 representa a Rockefeller, dueño del Petróleo Estándar, examinando y —llenando con dinero— la Corte Suprema de los Estados Unidos. La leyenda leyó, “Qué pequeño gobierno tan gracioso”

Surgieron grandes imperios industriales, comandados por los “Barones Ladrones” —como Carnegie, Morgan, Rockefeller, Vanderbilt, etcétera— cuyas fortunas empequeñecían todo lo que el mundo había visto hasta entonces. Era claro que el poder de estos nuevos industriales y financieros se burlaba de los principios de igualdad por los que se peleó en la Revolución Estadounidense y la Guerra Civil.

En el centro de esta vorágine, empero, el cambio más potente de todos fue discernible poco después de la Guerra Civil: el surgimiento de una clase trabajadora poderosa, encerrada en un conflicto intenso y a menudo violento con los industriales, los últimos respaldados invariablemente por las autoridades estatales y nacionales.

Esto, el problema central de esa época —y la nuestra— es omitido en gran medida por La Edad Dorada, el nuevo documental de PBS. Emitida por primera vez el 6 de febrero, el programa de casi dos horas presenta La Edad Dorada en una serie de viñetas centradas en figuras y hechos de la época conectados más o menos ligeramente: las carreras de Andrew Carnegie y J.P. Morgan; el ascenso social de Alva Belmont Vanderbilt; y las políticas del autor reformista Henry George, el movimiento populista de granjeros en conflicto y, finalmente, la elección presidencial de 1896 entre McKinley y Bryan.

Más llamativo es lo que La Edad Dorada excluye. No hay discusión de la imposición gradual, iniciada en los años 1880, de la segregación Jim Crow en el sur y la privación del derecho al voto a los esclavos liberados y sus hijos —con la ola de violencia racial que le acompañó. No hay mención de las guerras sangrientas libradas contra los indios de las Grandes Llanuras desde los años 1860 hasta la masacre de Wounded Knee contra los Sioux en 1890. Casi se ignoran los desarrollos tecnológicos, al igual que la literatura estadounidense— incluyendo, notablemente, a Mark Twain, quien acuñó la metáfora “La Edad Dorada” en el título de una novela de 1873 como denuncia satírica de la riqueza que tapa la podredumbre, como los papeles decorativos dorados sobre los metales comunes.

Al sólo mencionar la Guerra Civil —como si fuera un evento cronológico que simplemente sucedió antes del período— La Edad Dorada comienza con un inicio confuso. De hecho, la Guerra Civil creó las condiciones para el dominio del capitalismo estadounidense en todo el continente. Terminó el primer gran drama de la historia estadounidense—el conflicto sobre la esclavitud entre el norte y el sur, que en sí mismo fue parte de una lucha más grande para la supervivencia de la república y los principios democráticos que proclamó.

La victoria de la Unión levantó el telón a actores involucrados en un nuevo drama: la lucha de clases moderna. Los trabajadores tomaron el centro del escenario con la trascendental Gran Revuelta de 1877, una serie de huelgas ferroviarias y huelgas generales que envolvió a EE.UU. de costa a costa a la velocidad de la locomotora, y que terminó con decenas de muertos a manos de varias autoridades estatales. Esto, con la disputada elección de 1876 entre Hayes y Tilden y la retirada final de tropas federales del sur al año siguiente, marcó el fin de la era de la Guerra Civil. No se menciona en La Edad Dorada.

Milicia del estado de Maryland atacando a los trabajadores durante la Gran Insurrección

En ningún lugar del mundo la lucha de clases fue tan violenta —no lo fue en Gran Bretaña, Francia, Alemania, ni siquiera en Rusia—. Comenzando con la Gran Revuelta, los obreros estadounidenses demostraron un grado asombroso de militancia y solidaridad frente a la enorme violencia de las corporaciones y el estado, incluyendo luchas famosas como el movimiento por la jornada de ocho horas que derivó en el incidente de Haymarket en 1886, y las huelgas de Pullman y de los mineros del carbón de 1894, entre muchas otras.

El documental no muestra ninguna de ellas. Las únicas luchas de la clase trabajadora presentadas son la amarga Huelga de Homestead de 1892, realizada en la principal fábrica de acero de Andrew Carnegie, fuera de Pittsburgh, y el “Ejército de Coxey” de trabajadores desempleados buscando alivio de la Depresión de los años 1890 en su marcha hacia Washington D.C. en 1894, donde los líderes de la marcha fueron arrestados por el “crimen” de caminar sobre el césped del edificio del Capitolio.

Los trabajadores de hoy tienen mucho que aprender de la solidaridad y el espíritu de lucha de sus predecesores en la Edad Dorada. Pero la lección más grande de todas debe ser extraída del fracaso trágico de esa generación de trabajadores para desarrollar una perspectiva política, un programa y un partido propios.

El mayor movimiento obrero de masas de la época, los Caballeros del Trabajo, buscó organizar a todos los “productores” en un gran sindicato. Pero los Caballeros negaron el carácter irreconciliable del capital y el trabajo, e imaginaron retroceder el reloj a un momento de la historia en que prevalecía la “armonía”. Finalmente fueron suplantados por la Federación Estadounidense del Trabajo, cuyo programa de organización basado en monopolizar la habilidad en los diversos oficios estuvo desactualizado desde el inicio en las grandes industrias nuevas, como dejó en claro la victimización de los sindicatos de Carnegie. El socialismo se limitó en gran medida a grupos de inmigrantes alemanes, e incluso ahí, con el declive de la Primera Internacional, a menudo se borró la línea con el anarquismo.

Por esto, y ante la falta de cualquier intento por situar la historia estadounidense en desarrollos globales —incluyendo la Comuna de París de 1871, que atrajo mucha atención en EE.UU.— tal vez no sorprenda que La Edad Dorada ignore al socialismo por completo.

El énfasis es en esfuerzos para reformar al capitalismo, no para ponerle fin, comenzando con la campaña de tercer partido de Henry George para la alcaldía de la ciudad de Nueva York en 1886, que fue apoyada por sindicatos y algunos socialistas estadounidenses, incluyendo al joven Daniel De Leon. George fue el autor del inmensamente popular Progreso y Miseria, que denunció y trató de explicar, como sugiere el título, la evidente contradicción entre la fabulosa riqueza y la terrible miseria humana que surgió en la América de La Edad Dorada. Sorprendió al sistema político al quedar segundo en la votación de ese año. Pero las políticas de George y su política económica —centrada en un impuesto a la propiedad de la tierra— eran “totalmente retrógradas”, como señaló Marx:

Debería haberse preguntado a sí mismo de la manera opuesta: ¡Cómo fue que en Estados Unidos, donde, relativamente, en comparación con la Europa civilizada, la tierra era accesible para la gran masa de personas y hasta cierto grado (otra vez relativamente) aún lo es, la economía capitalista y la correspondiente esclavización de la clase trabajadora se ha desarrollado más rápidamente y descaradamente que en cualquier otro país! Carta de Marx a Friedrich Adolph Sorge, 21 de junio, 1881. Texto adicional de Karl Marx y Frederick Engels, Correspondencia Seleccionada, Progress Publishers, Moscú, 1975.

El documental salta de George a otro movimiento de tercer partido, el Partido del Pueblo (o el “movimiento Populista” de granjeros), centrándose en el rol de Mary Elizabeth Lease, la agitadora del estado de Kansas. La narrativa luego sigue a los Populistas en su “fusión” con el Partido Demócrata y su candidato presidencial de 1896, William Jennings Bryan, a quien se presenta como una tribuna de trabajadores y granjeros, en oposición al candidato de la América corporativa, el republicano William McKinley.

La elección fue históricamente significativa. No hay duda de que los grandes intereses capitalistas se unieron en torno a McKinley en 1896, con dueños de ferrocarriles, fábricas, minas y molinos advirtiendo a sus obreros de despidos en caso de un gobierno de Bryan, y, como retrata el documental, invirtiendo millones de dólares en una victoria republicana. Con McKinley, el capitalismo estadounidense se preparó para proyectarse en el escenario mundial como una potencia imperial; lo haría en breve con la depredadora guerra hispano-estadounidense de 1898.

Pero en su esbozo laudatorio de Bryan, el documental y los historiadores entrevistados pasan por alto el problema político fundamental de su campaña. Nunca fue probable la llegada de Bryan a la presidencia en 1896 al seguir a un demócrata en funciones, Grover Cleveland, quien era muy odiado por su indiferencia al sufrimiento de la clase obrera en lo que se llamó, hasta la calamidad de los años 1930, “la Gran Depresión”. Los trabajadores también repudiaron a Cleveland por arrestar a Coxey y desplegar al Ejército de EE.UU. contra la Huelga de Pullman en Chicago en 1894 y encarcelar a sus líderes, incluyendo a Eugene Debs, presidente del Sindicato Ferroviario Estadounidense.

Pero Bryan tuvo un papel muy específico: absorber y debilitar al movimiento Populista con la usurpación retórica de una parte de su plataforma —especialmente la demanda de una política inflacionaria de respaldo de plata para el dólar— que él hizo famosamente en su discurso de “La Cruz de Oro” a la Convención del Partido Demócrata de 1896 en Chicago.

Bryan no trataba de crear un partido de la clase trabajadora, como el historiador H. W. Brands sugiere en el documental. En cambio, estaba dando la primera presentación del rol cínico que el Partido Demócrata jugaría a través del siglo XX: distraer, absorber y destruir cualquier movimiento social masivo surgido fuera de los límites de los dos grandes partidos. En otras palabras, Bryan le estaba haciendo a granjeros en conflicto —con las consecuencias más trágicas y sangrientas para los aparceros afroamericanos el sur— lo que los demócratas harían más tarde al masivo movimiento síndico-industrial de la década de 1930, el movimiento por los Derechos Civiles de los años 1950 y 1960, y el movimiento contra la guerra de Vietnam de los años 1960 y 1970.

Eugene V. Debs. Ni él ni la huelga del Pullman se mencionan en La Edad Dorada

Las políticas de Bryan —quien fue justamente ridiculizado como el León Cobarde en El maravilloso mago de Oz, la alegoría política de L. Frank Baum de 1901— fueron una anticipación del futuro. Al mismo tiempo, otra estaba surgiendo en una celda de prisión federal de Woodstock, Illinois. Allí Eugene Debs, encarcelado por su liderazgo en la Huelga de Pullman, comenzó a leer Das Kapital y los textos del marxista alemán Karl Kautsky. Debs escribió sobre Pullman y su tiempo en Woodstock:

La huelga de Pullman—y el Sindicato Ferroviario Estadounidense ganó otra vez, claro y completo. Las corporaciones combinadas estaban paralizadas e indefensas. En esta coyuntura se repartieron, desde sectores totalmente inesperados, una rápida sucesión de golpes que me cegaron por un instante y luego abrieron bien mis ojos—y en el brillo de cada bayoneta y el destello de cada rifle se reveló la lucha de clases. Esta fue mi primera lección práctica en Socialismo, aunque totalmente inconsciente de que se llamaba así. …

A las sentencias de prisión en Chicago le siguieron seis meses en Woodstock y fue aquí que el Socialismo se apoderó gradualmente de mí en su propia forma irresistible. Libros y panfletos y cartas de socialistas venían con cada correo y comencé a leer y pensar y diseccionar la anatomía del sistema en el que los trabajadores, por organizados que estuvieran, podían ser destrozados, maltratados y astillados de un plumazo. Seleccionado de Eugene V. Debs, “Cómo me convertí en socialista”. The Comrade, abril de 1902.

Las lecciones históricas y políticas que Debs y otros sacaron de las experiencias demoledoras de las décadas siguientes a la Guerra Civil son un libro cerrado para La Edad Dorada, que pasa la mayor parte de su tiempo con las vidas y épocas de la pequeña capa privilegiada en la cima, mientras ignora los procesos sociales más profundos que movieron a millones.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 15 de febrero 2018)

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