En el 73 aniversario de la liberación de Auschwitz, el parlamento alemán (Bundestag) celebró una sesión especial para conmemorar a las víctimas del nazismo. Muchas personas en todo el mundo recuerdan este día. El nombre de ese campo de concentración, que fue liberado por el Ejército Rojo soviético el 27 de enero de 1945, es sinónimo de los mayores crímenes de la historia humana y la barbarie del capitalismo en su forma más extrema.
El encuentro conmemorativo estuvo dominado por una contradicción masiva. El principal orador este año ha sido la violonchelista alemana-británica y superviviente del holocausto Anita Lasker-Wallfisch, quien habló con palabras penetrantes recordando el régimen horrífico que la llevó a ella, a su hermana mayor Renate y a millones de judíos y otras personas perseguidas a los campos de exterminio nazis. Al mismo tiempo, hizo una conexión entre esa época y el “mundo lleno de refugiados” de hoy, exigiendo un trato más humano a los inmigrantes que escapan de la represión y de la pobreza.
Aunque algunas personas sentadas a los lados estaban visiblemente conmovidas, los aplausos que Lasker-Wallfisch se ganó de los políticos reunidos de todos los partidos solo pueden considerarse deshonestos y cínicos. Una simple mirada al Bundestag deja claro que la misma clase dirigente que hizo canciller a Hitler 85 años atrás está volviendo a sus tradiciones infames.
Participando en el encuentro conmemorativo había unos 90 diputados de Alternativa para Alemania (AfD), un partido abiertamente de extrema derecha que encarna toda la inmundicia que llevó al asesinato en masa de los judíos europeos: el racismo, el nacionalismo y el militarismo extremo.
El presidente del Bundestag, Wolfgang Schäuble, que ha estado en la primera línea de los dictados de austeridad de Bruselas y de Berlín, que han sumergido a millones en la pobreza en Grecia y en otros países, no pronunció ni una sola palabra sobre el AfD en su discurso. En cambio, se permitió tópicos tales como “Debe preocuparnos que, todos los días, atacan a personas solo por su aspecto diferente”, y “las cazas de brujas y la violencia no deberían tener cabida en nuestra sociedad”.
La oquedad de estas frases se ve en la incapacidad de los partidos del establishment de desmarcarse de cualquier manera de AfD en este día conmemorativo. En cambio, han integrado a este partido racista de la extrema derecha más profundamente en las estructuras de gobierno.
A Peter Boehringer, Sebastian Münzenmaier y Stephan Brandner, tres representantes de la extrema derecha de AfD, se les dio la dirección de importantes comités parlamentarios. Boehringer, que ahora encabezará el comité presupuestario, es un racista neoliberal; Münzenmaier es un gamberro convicto. Y Brandner un confidente del neonazi Björn Höcke, que considera al Memorial del Holocausto en Berlín un “Monumento de la Vergüenza”.
No es casualidad que la clase gobernante alemana, al intentar hacer asumir a un gobierno derechista a espaldas del pueblo, esté directamente en manos de AfD. En los días recientes, ha quedado todavía más claro que la próxima gran coalición entre los socialdemócratas (SPD) y los demócratas-cristianos (CDU/CSU) buscará implementar el programa de la extrema derecha. Ya en el documento producido durante las conversaciones iniciales de la coalición, el SPD y CDU/CSU adoptaron la exigencia de un tope al número de refugiados. El martes pasado, acordaron abolir el derecho a la reunificación familiar para los refugiados.
La tarea central del próximo gobierno será revivir el militarismo alemán y llevar adelante la política de gran potencia que dos veces llevó a la catástrofe de una guerra mundial en el siglo XX. Los comentarios agresivos de altos cargos militares y de medios influyentes no dejan dudas sobre esto.
A principios de semana, el ex inspector general del Bundeswehr (fuerzas armadas), el oficial militar de más alto rango en Alemania, Klaus Naumann, escribió una columna como invitado en el Süddeutsche Zeitung en la que dejaba claro lo que espera de la siguiente gran coalición. “En los próximos años, por lo menos una de las tres divisiones del Ejército debe estar lista para combatir, los helicópteros deben ser capaces de volver a volar y los submarinos tienen que poder navegar”, escribió Naumann. Al mismo tiempo, “la consigna ‘entrénate combatiendo’, el principio de entrenamiento y ejercicio realista, tiene que volver a ser parte de la experiencia diaria del Bundeswehr”, añadió.
Poco después de la caída del Muro de Berlín en 1989, Naumann, el autor de las Pautas de Defensa de 1992, exigió que Alemania utilizara medios militares para perseguir sus intereses económicos y políticos. Hoy, sueña con campañas imperialistas de conquista, incluso en el Ártico. Con un ejército poderoso, escribe, Europa podría “empezar a extender la protección de sus rutas marítimas en el Océano Ártico, así como a lo largo de la nueva ruta de la seda marítima en el Océano Índico”. Estos son “asuntos de supervivencia para una UE dependiente del comercio exterior, a la que le falta una estrategia asiática”, continúa.
Naumann no es el único que hace de cuenta que los crímenes del imperialismo alemán en dos guerras mundiales no hubieran ocurrido nunca.
En la edición actual del semanario Der Spiegel, bajo el titular “Potencia mundial reticente”, un tal Ullrich Fichtner se queja de que Alemania, “70 años después de la guerra, y casi 30 años después de la caída del Muro [de Berlín]”, no ha “aprendido todavía a definir sus intereses en base a sus valores y perseguirlos activamente”. En vez de ello, “la mayoría de los ciudadanos [viven] en la creencia de que la política exterior se puede evitar de alguna manera, y casi nadie se opone convincentemente a ese sinsentido”.
El autor —quizás debería ser saludado con un “Heil Fichtner”— se encuentra agobiado por viejas fantasías nazis. “Todos los niños tienen que saber que un coloso como Alemania no tiene la opción de si ejercer el poder o no”, brama a sus lectores. Alemania, después de todo, es “un gorila de 400 kilos, y cuando este muchacho se mueve, tiemblan los vidrios de las ventanas de Manchester y de Roma, de Varsovia y de Lyon”.
En 2014, después de que el profesor de la Universidad Humboldt Jörg Baberowski fuera citado en Der Spiegel diciendo que Hitler “no era despiadado”, el Sozialistische Gleichheitspartei (Partido de la Igualdad Socialista) analizó sus declaraciones y advirtió acerca de las fuerzas impulsoras objetivas de un regreso del militarismo alemán: “La propaganda de la era posbélica —que Alemania había aprendido de los terribles crímenes de los nazis, había ‘llegado a Occidente’, había abrazado una política exterior pacífica, y se había vuelto una democracia estable— queda revelada como mentiras. El imperialismo alemán otra vez está mostrando sus colores verdaderos como emergió históricamente, con toda su agresividad en casa y en el extranjero”.
Como en la primera mitad del siglo XX, la clase trabajadora se confronta con la alternativa: socialismo o barbarie.
Para evitar que la clase dirigente imponga su programa de contrarrevolución social, guerra y dictadura, la clase trabajadora tiene que tomar la iniciativa y unirse a nivel internacional para derrocar el capitalismo. Las huelgas actuales en las industrias mecánica, automotriz y eléctrica en Alemania tienen un gran significado a este respecto. Hay que expandirlas y hay que hacer de ellas la plataforma de lanzamiento de una amplia movilización política por unas nuevas elecciones. Solo de esta manera se puede evitar que la clase gobernante dé el poder a un gobierno que se basa en las tradiciones del pasado criminal del imperialismo alemán.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de febrero de 2018)