La noticia reportada inicialmente por el Washington Post el 19 de julio —que el gobierno de Trump pondrá fin a una operación oficialmente encubierta de la CIA que por cinco años ha entrenado, armado e incluso financiado los salarios de milicias islamistas en Siria— ha aseverado la encarnizada guerra política en Washington sobre las acusaciones de “colusión” entre Trump y Moscú.
El republicano John McCain, titular de la Comisión de las Fuerzas Armadas del Senado, emitió una declaración desde Arizona, donde se está recuperando de una cirugía asociada con un cáncer cerebral, que indica: “cualquier concesión a Rusia, sin una estrategia más amplia para Siria, es irresponsable y miope”.
El columnista del Washington Post y exredactor de discursos del expresidente George W. Bush, Michael Gerson, quien acusó a Trump de “rendirse completamente ante los intereses rusos en Siria” y actuar “precisamente como si hubiese sido comprado por un rival estratégico” con su “innoble recorte de ayuda a las fuerzas indirectas de EE. UU.”.
La afirmación de que detener el flujo de armas y dinero para los llamados “rebeldes” en Siria constituye algún tipo de capitulación estratégica ante Rusia es ridícula. Trump, junto con su asesor en Seguridad Nacional, el general H.R. McMaster, y el director de la CIA, Mike Pompeo, ya habían tomado la decisión antes de la cumbre del G-20 en Hamburgo.
El llamado “Ejército Sirio Libre” ha dejado de desempeñar un rol importante en el país. Las fuerzas del gobierno sirio, respaldadas por las milicias alineadas con Irán y, a partir de septiembre del 2015, por las fueras áreas rusas, han expulsado a los “rebeldes” de cada gran centro urbano y zona rural de la provincia de Idlib, donde estaban sumidos en un fuerte combate entre ellos mismos.
La reconquista del este de Alepo en diciembre del año pasado representó la debacle final de la estrategia estadounidense de buscar un cambio de régimen utilizando milicias islamistas suníes respaldadas por la CIA como fuerzas indirectas para Washington.
Esta estrategia criminal tomó como punto de partida la guerra de EE. UU. para derrocar al gobierno en Libia, la cual terminó con el linchamiento y asesinato de su líder, Muamar Gadafi, por una multitud de manifestantes en el 2011. Luego, enormes cantidades de combatientes y armas fueron canalizados de la ciudad porteña del este de Libia, Bengasi, a Siria.
En el 2013, este proceso alcanzó niveles descritos por un oficial estadounidense al New York Times como una “catarata de armamentos” que estaba siendo vertida en Siria por parte de la CIA, conjuntamente con Arabia Saudita, las otras monarquías petroleras del Golfo Pérsico y Turquía. Al mismo tiempo, se formó un embudo con miles de combatientes extranjeros islamistas que llegaron a Siria para librar esta guerra civil sectaria y sangrienta, cuyas víctimas mortales se cuentan en los cientos de miles y los refugiados que fueron desplazados de sus hogares en los millones. Algunos de estos mismos elementos, cuya travesía y cruces de fronteras internacionales fueron facilitados por las agencias de inteligencia occidentales, volvieron a Europa para realizar ataques terroristas.
La CIA ha afirmado que “investigó” a cuarenta milicias “rebeldes moderadas” que eran aptas para recibir armas y dinero. En realidad, la mayoría de estos grupos eran en gran medida indistinguibles de los otros como el Frente Al-Nusra y terminaron formando alianzas con o rindiendo sus armas provistas por los estadounidenses a Al Qaeda en Siria.
La derrota de los “rebeldes” apoyados por la CIA no fue sólo el resultado del aumento en las capacidades militares suplidas por Rusia e Irán, sino de la hostilidad hacia estas milicias desde amplias capas de la población siria, quienes han considerado al régimen de Asad, a pesar de su represión y corrupción, como el mal menor.
Contrario a la propaganda difundida por el Departamento de Estado y sus apologistas de pseudoizquierda, en ningún momento sostuvieron los rebeldes una lucha por la democracia o una “revolución”, sino que fueron gángsters sectarios de derecha que saquearon sistemáticamente las zonas que llegaron a controlar y decapitaron a todos los que se opusieron abiertamente a su ideología oscurantista.
La decisión de detener el envío de armas y dinero a través de la CIA a los “rebeldes” asociados con Al Qaeda no pretende ser un acercamiento a Moscú, sino un preparativo para una guerra de mayor escala.
El Pentágono sigue entrenando y armando sus propias fuerzas indirectas, tanto las llamadas Fuerzas Democráticas Sirias, conformadas principalmente por la milicia sirio-kurda YPG al norte del país y las milicias sunitas al sureste, cerca de la base que tienen las fuerzas especiales estadounidenses en Al Tanf, cerca del estratégico punto en el que convergen las fronteras de Siria con Irak y Jordania.
Esta es solo una de una cadena de bases que han establecido las fuerzas estadounidenses en lo que equivale a una invasión y ocupación sigilosa de Siria. Reflejando la hostilidad de Ankara a la alianza de EE. UU. con los kurdos en Siria, la agencia de noticias estatal turca publicó un artículo facilitando la ubicación de diez bases secretas de EE. UU. en el norte de Siria, junto con toda la información sobre el número de efectivos y el tipo de armamento y equipo con el que cuentan en cada una. A principios de este mes, el gobierno de Trump le solicitó al Congreso que aprobara la construcción de nuevas bases “temporales” en Irak y Siria.
Mientras tanto, siguen los sangrientos ataques aéreos del Pentágono contra blancos sirios. El grupo de monitoreo independiente Airwars reportó que sólo el mes pasado murieron al menos 415 civiles a causa de misiles y bombas estadounidenses. Esta estimación sin duda deja por fuera a gran parte de las víctimas, además de que este número aumentará dramáticamente conforme EE. UU. intensifique su asedio de la la ciudad de Raqa.
A pesar de que la agencia Reuters reportara que un oficial estadounidense le comentó que la eliminación del programa de la CIA era una “señal” de que Washington desea mejorar sus lazos con Rusia, el objetivo real es crear una brecha entre Moscú e Irán a fin de librar una guerra contra este último. En última instancia, este ha sido el objetivo de la acumulación militar estadounidense en Siria e Irak, donde la influencia iraní ha aumentado consistentemente.
Aquellos que orquestan las políticas del gobierno de Trump, principalmente la camarilla de generales jubilados y activos que ocupan todos los puestos clave de seguridad, ven a Irán como el principal obstáculo que enfrenta la sangrienta y prolongada campaña de EE. UU. para establecer su hegemonía en Oriente Medio y Asia Central. Estos mandos militares están especialmente molestos por el hecho de que la guerra de agresión estadounidense en Irak le permitiera a Irán aumentar significativamente su influencia en la región.
Dos días antes de que saliera el informe en el Washington Post sobre el cese de ayuda a los “rebeldes”, el gobierno de Trump emitió una certificación formal de que Irán ha estado cumpliendo con el acuerdo nuclear con EE. UU. y cinco otras potencias. Tan sólo tras unas pocas horas de discusión en la Casa Blanca, Trump aceptó hacer la certificación a regañadientes bajo la condición de imponer unilateralmente nuevas sanciones contra Teherán, las cuales violan el acuerdo y buscan provocar una confrontación.
Washington también está montando una campaña de presión para que las potencias europeas adopten la política punitiva de EE. UU. contra Teherán. Sin embargo, los demás signatarios del acuerdo —Reino Unido, Francia, Alemania, China y Rusia— tienen el interés de cerrar importantes acuerdos comerciales y de inversión en Irán, incluyendo un contrato de mil millones de dólares con el conglomerado francés de energía Total para la producción de gas.
Dichas tensiones con Europa simplemente le darán un mayor impulso a Washington para que busque librar una guerra más amplia. Ante el declive de su dominio económico y político a nivel mundial, la parasítica y criminal clase dirigente de EE. UU., personificada en la figura de Trump, ve la guerra como la única salida a las crisis económicas y sociales ante las que no puede ofrecer una alternativa progresista.
Una guerra de EE. UU. contra Irán, una nación con más de 77 millones de personas, eclipsaría incluso los baños de sangre del Pentágono y la CIA en Irak y Siria, mientras que presentaría una verdadera amenaza de detonar una tercera guerra mundial con armas nucleares.