La cumbre de dos días del G-20 comenzó el viernes en Hamburgo, Alemania, en medio de un ambiente de crisis económicas y políticas globales, amenazas militares y encarnizados conflictos geoestratégicos. La atmósfera se asemeja a una reunión entre mafias mayores y menores en la que nadie sabe quién disparará primero.
Celebrado por primera vez en el 2009 en Londres, supuso ser un foro para que las grandes potencias rescataran colectivamente al capitalismo mundial de la crisis financiera iniciada en Wall Street en el 2008 y se resistieran al proteccionismo. Hoy, bajo el creciente impacto de la irresoluble crisis económica capitalista, los conflictos entre estos poderes han alcanzado una etapa tan avanzada, severa y explícita que hay muchas razones para creer que esta podría ser la última de estas reuniones globales.
El presidente estadounidense, Donald Trump, marcó un tono de confrontación abierta para el evento al viajar a Polonia antes de llegar a Alemania. El gobierno polaco ha estado en fuerte desacuerdo con el auge de Alemania como nueva potencia hegemónica de Europa. Siendo recibido por uno de los gobiernos más derechistas en el continente europeo, pronunció un discurso de rasgos fascistas alertando sobre el colapso de “nuestra civilización” y pidiendo una lucha “por la familia, por la libertad, por el país y por Dios”. Refiriéndose a la resistencia polaca contra la ocupación alemana durante la Segunda Guerra Mundial, Trump dejó en claro que busca alinear a EE.UU. con Polonia ante la rivalidad actual del imperialismo norteamericano con el alemán.
Trump también habló en la “Cumbre de la Iniciativa de los Tres Mares” en Varsovia, que reunió a doce países de Europa Central y del Este y se remonta a la tradición de la llamada alianza “Intermarium”, formada en la década de 1920 por diversos regímenes de tendencia fascista y ultranacionalistas en oposición a la Unión Soviética y Alemania y apoyados por EE.UU.
La agenda de la Casa Blanca hoy hace eco a la declaración del secretario de Defensa estadounidense en el 2003, Donald Rumsfeld, cuando denunció a Francia y Alemania por no apoyar la campaña militar de EE.UU. contra Irak, descartando a la “vieja Europa” y anunciando que Washington se orientaría a la “nueva Europa” conformada por los Estados antiguos del Pacto de Varsovia al este.
Una década y media más tarde, los conflictos geoestratégicos expuestos por la guerra criminal de Washington contra Irak han hecho metástasis, extendiéndose a la escena global y a cada parte de las relaciones entre Europa y EE.UU.
Trump llegó a Hamburgo como la personificación del atraso, la criminalidad y el parasitismo de la oligarquía financiera que gobierna EE.UU. Su objetivo es utilizar la amenaza de guerra —desde un ataque contra Corea del Norte que resultaría potencialmente en una catástrofe global a un enfrentamiento igual de peligroso contra Irán y Rusia en Siria— para subordinar a los rivales del imperialismo norteamericano a la agenda económica nacionalista de “EE.UU. ante todo” de su gobierno.
Sin embargo, Trump no es el único con una agresiva agenda imperialista. La canciller alemana, Angela Merkel, mantuvo su propia reunión en vísperas de la cumbre del G-20 con el presidente chino, Xi Jinping, invocando tanto el libre comercio como el cambio climático y condenando el proteccionismo, en efecto demostrando implícitamente su oposición a las políticas del gobierno de Trump. Merkel aplaudió la iniciativa “Un cinturón, una ruta” de Beijing, la cual consiste en el desarrollo de infraestructura de transporte y energía que vincule a China con Asia Central, Rusia, toda Europa y los recursos energéticos de Oriente Medio, un proyecto considerado por Washington como una amenaza existencial.
Ante las mayores presiones militares de Washington en la península coreana y el mar de China Meridional, el gobierno de Xi está buscando forjar lazos más estrechos con un imperialismo alemán en auge y cada vez más independiente en el ámbito político y el militar.
Con este fin en mente, precedió su viaje a Alemania con una visita de dos días a Moscú, donde él y el presidente ruso, Vladimir Putin, desafiaron las exigencias de Washington de que China someta a Corea del Norte a punta de inanición después de que Pyongyang probase un misil intercontinental. De esta manera, publicaron sus propias demandas: que EE.UU. se lleve su sistema antimisiles balísticos de Corea del Sur y detenga sus maniobras militares provocativas en la península.
Mientras tanto, el día previo a la reunión en Hamburgo, la Unión Europea y Japón anunciaron la conclusión de un tratado de libre comercio que abarcaría un tercio del producto interno bruto mundial. El primer ministro japonés, Shinzo Abe, declaró que el acuerdo demuestra “nuestra fuerte voluntad política para desplegar la bandera por el libre comercio y en contra de un giro hacia el proteccionismo”.
“Aunque algunos dicen que se avecinan nuevamente tiempos de aislamiento y desintegración, estamos demostrando que este no es el caso”, tildó el presidente del Consejo Europeo, Donald Tusk.
El acuerdo ha sido amarrado a expensas de las transnacionales estadounidenses, mientras que las declaraciones iban claramente dirigidas contra Trump, quien tuiteó esa noche: “Estados Unidos hizo algunos de los peores tratados comerciales en la historia mundial. Por qué deberíamos seguir estos acuerdos con países que no nos ayudan”.
Con la continua intensificación de los conflictos entre precisamente las potencias económicas que constituyen la base de la economía mundial, incluyendo las enconadas y cada vez más notables divisiones dentro de la alianza de la OTAN y los nuevos pactos que buscan promover los intereses de uno u otro poder frente a sus rivales, la situación se asemeja más y más a aquella descrita por Lenin durante la Primera Guerra Mundial, cuando las potencias imperialistas se “embrollaron en una red de tratados secretos entre ellas, con sus aliados y contra sus aliados”.
La creciente amenaza de la guerra y la descomposición de las instituciones internacionales creadas a raíz del surgimiento de los Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial como la potencia imperialista dominante son el producto final de procesos que se han venido madurando en el cuarto de siglo desde la disolución de la Unión Soviética por parte de la burocracia estalinista.
Los estrategas estadounidenses lo llamaron un “momento unipolar”, el cual marcó el inicio de una serie de guerras imperialistas e intervenciones en las que el imperialismo norteamericano intentó explotar su ventaja militar para compensar su declive en la economía mundial.
A pesar de asolar Irak, Yugoslavia, Afganistán, Libia, Siria, Ucrania y otros países, cobrando millones de vidas y desatando la peor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, estas guerras no hicieron absolutamente nada para alterar las perspectivas de futuro del imperialismo estadounidense.
Ahora, ha llegado una nueva etapa de la crisis en la que los rivales globales de Washington están desafiando su hegemonía mundial.
Estos desarrollos cada vez más peligrosos están arraigados en las dos contradicciones fundamentales del sistema capitalista, el cual, por un lado, está integrado a nivel mundial y de forma interdependiente pero dividido en Estados nación antagónicos y, por otro lado, que maneja una producción mundial de carácter socializado pero subordinado, a través de la propiedad privada de los medios de producción, a la acumulación de ganancias privadas en manos de una clase capitalista gobernante.
El único medio del que dispone el imperialismo para resolver estas contradicciones es una nueva guerra mundial que actualmente amenaza con destruir a la humanidad entera. Sin embargo, estas contradicciones también están sentando las bases para la irrupción revolucionaria de la clase obrera en la escena global.
Como lo enunció el Comité Internacional de la Cuarta Internacional en su declaración del año pasado, “Socialismo y la lucha contra la guerra”:
“Los interrogantes históricos más centrales, derivados de la situación actual del mundo, pueden ser formulados de la siguiente manera: ¿Cómo se resolverá la crisis del sistema capitalista mundial? ¿Terminarán las contradicciones que sacuden al sistema en una revolución socialista mundial o en una guerra mundial? ¿Conducirá el futuro al fascismo, a una guerra nuclear y a una caída irrevocable a la barbarie? ¿O tomará la clase obrera internacional el camino de la revolución, derrocando al sistema capitalista y luego reconstruyendo el mundo sobre bases socialistas? Estas son las alternativas reales enfrentando a la humanidad”.