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Perspectiva

Tres semanas después del infierno en la torre Grenfell: encubrimiento y cruel indiferencia del Estado

Tres semanas después del infierno en la torre Grenfell de Londres, la conmoción y el horror iniciales ante la enorme pérdida de vidas han dado paso a la ira. Este periodo ha demostrado el cruel desprecio de la élite gobernante por los sobrevivientes traumatizados del incendio y la clase obrera en su conjunto.

Durante las primeras horas del miércoles 14 de junio, un pequeño fuego en el cuarto piso de la torre residencial Grenfell se convirtió rápidamente en un infierno fuera de control que envolvió todo el edificio de 24 pisos en llamas. De los 600 residentes, muchos no tuvieron chance de escapar.

El edificio albergaba a personas de clase trabajadora y pobres, en una de las zonas más desfavorecidas de Reino Unido, a su vez situada en el distrito Kensington y Chelsea, el más pudiente de Londres. Ninguna otra realidad podría resumir más crudamente el colosal aumento de la desigualdad social tanto en el país como internacionalmente. La abrasada carcasa de Grenfell se encuentra a pocos pasos de las casas “fantasma” valoradas en millones pero que nunca han sido ocupadas por sus propietarios. Más allá, está a pocas millas de la residencia monárquica británica, el Palacio de Buckingham.

El edificio era una trampa mortal, sin ningún sistema de riego, de alarmas antincendios, ni escaleras de emergencia, que se colmó rápidamente de humo altamente tóxico. El fuego se propagó tan rápido como lo hizo porque todo el exterior del edificio había sido revestido con un material inflamable, que, además, emite cianuro de hidrógeno, un gas mortal. El chapado tóxico fue instalado para darle un aspecto más agradable a fin de complacer a los acaudalados residentes a sus alrededores y poder mantener alto el valor de sus propiedades.

Cuando los bomberos llegaron a combatir el incendio, no pudieron hacerlo debido al deficiente acceso al edificio, sus inadecuados equipos y el personal limitado. El cuerpo de bomberos a nivel nacional ha sufrido devastadores recortes durante la última década, con la eliminación de 11 000 puestos de bomberos. El exalcalde de Londres y ahora canciller del país, el conservador Boris Johnson, carga con una responsabilidad inmensa por la gravedad del incendio, habiendo cerrado 10 estaciones de bomberos, retirado 14 camiones y quitado 522 puestos durante su mandato en la ciudad.

El incendio de Grenfell no fue cualquier desastre o tragedia; fue un crimen.

Hoy, tres semanas después, los sobrevivientes, familiares y amigos de las víctimas y el público en general todavía no sabe cuántas personas fallecieron en total. La figura está siendo escondida por el gobierno por temor que produzca una explosión social. Pero el silencio de las autoridades sólo puede significar que la cifra de muertes es terriblemente alta.

La policía metropolitana dice que los 80 fallecidos que reconocen provienen principalmente de 23 apartamentos; sin embargo, el edificio tenía 129. Para el martes por la noche, los equipos de rescate todavía no habían podido acceder a los tres pisos más altos, en los que se entiende que casi todos los ocupantes perecieron. La policía ha declarado que no será hasta el próximo año cuando tengan una cifra precisa.

Los sobrevivientes y aquellos en las inmediaciones del complejo residencial que fueron obligados a evacuar han recibido un trato inhumano por parte de las autoridades. El gobierno sólo les ofreció 5 millones de libras a los sobrevivientes, con menos de la mitad distribuido hasta ahora.

A pesar de la promesa de la primera ministra conservadora, Theresa May, de que todos serían realojados temporalmente en el mismo distrito en menos de tres semanas, prácticamente nadie ha sido reubicado. En cambio, familias enteras tienen que dormir en hoteles, con algunos durmiendo en automóviles y parques.

Detrás de las vacías lágrimas del gobierno y el consejo distrital, su verdadera actitud hacia la muerte y destrucción en Grenfell fue puesta de manifiesto la semana pasada cuando les prohibieron a los sobrevivientes, a los residentes locales y a los medios de comunicación asistir a la primera reunión del consejo tras el incendio. El exlíder del consejo, quien resignó desde entonces, el conservador Nick Paget-Brown, insistió en que permitirles la entrada pública “probablemente resultaría en desorden”.

La torre Grenfell no es nada única. En pruebas de 181 edificios de los 600 identificados como cubiertos potencialmente por el material altamente inflamable, el 100 por ciento salió positivo. Incluso después del infierno en Grenfell, se ha informado que el peligroso revestimiento no podrá ser removido. Según la BBC, un “grupo consultivo independiente” creado por el gobierno después del incidente “dijo que consultaría con expertos a ver si el material puede quedarse en un edificio ‘bajo ciertas circunstancias aprobadas’”.

La élite gobernante está realizando un encubrimiento masivo. Ninguna persona ha sido acusada ni detenida en esta supuesta “investigación penal” que ha estado en marcha desde el 15 de junio.

La investigación pública sobre el incendio anunciada por May ya quedó demostrada como un fraude. Al igual que con toda otra pérdida de vidas a manos del Estado, no se hará nada para establecer qué pasó verdaderamente ni para llevar a los culpables ante la justicia. El juez seleccionado para encabezar la investigación, Sir Martin Moore-Bick, dejó ver que tienen entre manos cuando declaró que ésta se limitará “a la causa, cómo se propagó y en la prevención de un incendio futuro”.

Jeremy Corbyn, el líder de la llamada “izquierda” del Partido Laborista, está haciendo todo lo posible para apuntalar el gobierno minoritario y en crisis de May y para contener la ira popular. Declaró de forma inmediata que apoyaría la consulta anunciada por May. Sólo cuando la enorme hostilidad popular volvió insostenible mantener ese apoyo, le envió una carta amistosa a May sugiriéndole que la investigación tenga dos etapas: la primera como la que propone Moore-Bick, y la segundo para ocuparse que abarque cuestiones nacionales más amplias.

El fin de semana pasado, ante decenas de miles de manifestantes en Londres protestando las medidas de austeridad —muchos con pancartas exigiendo “Justicia para Grenfell”—, Corbyn evitó siquiera sugerir una acción de masas para derrocar el gobierno tory o conservador. No propuso nada que pueda llevar ante la justicia a aquellos responsables ni que pueda cubrir las necesidades de las víctimas. Tampoco hubo una referencia a disputar la enorme riqueza y propiedades de la élite gobernante británica.

Pero, ¿cómo podría proponer tales cosas, siendo el líder de un partido capitalista de derecha que, durante los mandatos de Tony Blair y Gordon Brown, estuvo tan implicado como los Tories en eviscerar las regulaciones para las corporaciones y los bancos e impulsar aumentos en la desigualdad social?

Tres semanas después, la importancia histórica y global de Grenfell se está pudiendo enfocar más y más. No será olvidado. Los historiadores del futuro lo verán como un acontecimiento crucial en el resurgimiento del sentimiento anticapitalista, socialista y revolucionario de la clase obrera y de la lucha de clases.

Para las masas trabajadoras en Reino Unido e internacionalmente, sus vidas tendrán un antes y después de Grenfell.

El incendio en Grenfell es un crimen del capitalismo. El Partido Socialista por la Igualdad insiste en que aquellos en los círculos de decisión y empresariales que estuvieron implicados deben ser detenidos inmediatamente, acusados y sometidos a juicio. Debe organizarse una requisición total de viviendas para albergar a todos los que perdieron su hogar y a los que se les ha negado acceso debido a la falta de calefacción, agua caliente y gas. Se tienen que asignar cientos de miles de millones de libras para quitarle el tapiz inseguro a todas las torres que lo tengan y efectuar un programa masivo de obras públicas para que todos los edificios públicos sean seguros. Esto debe ser pagado a través de la expropiación de los multimillonarios y la nacionalización de la industria de la construcción y los bancos, que serán puestos bajo control obrero.

Las protestas de los residentes londinenses contra el consejo de Chelsea y Kensington y el gobierno y la simpatía y solidaridad sentida por millones internacionalmente son indicativas de la nueva etapa en la lucha de clases, cuyo surgimiento debe ser dirigido conscientemente hacia el derrocamiento revolucionario del sistema capitalista.

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