El miércoles 15 de marzo Denis Williams, líder del sindicato de obreros del auto (United Auto Workers, UAW) se juntó con el presidente Donald Trump y los gerentes de las tres más grandes empresas estadounidenses de automóviles para impulsar un proyecto reaccionario ultranacionalista, corporativista y bélico.
La ocasión del encuentro fue un discurso demagógico de Trump ante la burocracia de la UAW y un grupo de obreros traídos en autobuses a la fábrica cerrada Willow Run en Yipsilanti, suburbio de Detroit.
Trump repitió la temática fascista de su discurso de inauguración. Hizo gran hincapié en la unidad de obreros, patrones y el estado para defender supuestos intereses nacionales y repudiar a los extranjeros. “Así saldremos adelante y creceremos juntos —Obreros e industrias estadounidenses mano con mano”, dijo el presidente. “Nadie nos superará, gente. Nadie puede superarnos. Seamos ricos o pobres, jóvenes o viejos, negros, pardos o blancos, todos sangramos la misma roja sangre de los patriotas”.
En verdad, durante los tiempos de Vietnam, Trump sacó partido de los vínculos políticos de su padre millonario para evitar la conscripción militar. Por lo tanto, nada de su “roja sangre” tuvo que derramarse en una guerra imperialista que le costó la vida a cincuenta y ocho mil estadounidenses —casi todos de la clase obrera— y a más de tres millones de vietnameses.
Trump alumbró en su discurso el fundamento de su ideología corporativista. Ésta proclama que las grandes empresas, el estado capitalista y la clase obrera comparten intereses idénticos. Su propuesta para hoy se ancla en la voluntad unida de las empresas de automóvil, la UAW y el gobierno para producir aviones bombarderos B-24 en esta misma fábrica cerrada durante la segunda guerra mundial.
“Escuchen bien”, declaró Trump, “en su producción máxima, fabricaban un B-24 cada hora —ese era un país muy diferente al de los últimos veinte años. Hoy en día no ocurre nada así. Ya no existe eso, ¿verdad?”.
Haciendo una oscura referencia a su proyecto de enorme aceleración militar, continuó el presidente: “Ya volveremos. Pronto volveremos”.
El líder de la UAW dejó en claro que él también apoya ese proyecto. Antes del discurso había participado en una mesa redonda con Trump y los gerentes automotrices, sentado, significativamente, entre ese megamillonario derechista, Trump, y el gerente de Ford, Mark Fields.
Hace un mes el líder de la UAW declaraba su apoyo al proyecto de guerra comercial de Trump contra China y México. Anunciaba que la UAW revivivirà su campaña Buy American. “Él [Trump] es el primer presidente que se ocupa de la cuestión”, dijo Williams, “por eso le doy un espaldarazo”.
Richard Trumka, presidente de la federación sindical estadounidense (AFL-CIO), quien también participa en el grupo “Iniciativa de empleos industriales” de Trump (Manufacturing Jobs Initiative), prometió asociarse a Trump para impulsar el nacionalismo económico y atacar a los trabajadores inmigrantes.
Durante la anterior campaña Buy American de la UAW en las décadas de 1980 y 1990, funcionarios del sindicato prohibían automóviles europeos o japoneses aparcarse en el estacionamiento del sindicato y quebraban los parabrisas de automóviles importados. Azuzaron tanto odio que un capataz de Chrysler terminó asesinando a Vincent Chin, un trabajador de origen asiático.
Evidencia de la nefasta consecuencia de aquel complot de la UAW para impulsar el nacionalismo yanqui son las fábricas clausuradas y las ciudades devastadas que dependían de la industria del automóvil en el centro del país. Levantando el estandarte corporativista de sindicatos y empresas “asociadas”, el sindicato colaboró e hizo posible que las empresas cerraran fábricas, despidieran a miles y redujeran los sueldos de muchos en nombre de favorecer a las compañías estadounidenses contra sus competidores en otros países.
El acto del miércoles demuestra que la ideología ultraderechista nacionalista de Trump y de Stephen Bannon, el principal estrategas de éste, y antiguo director de Breitbart News, es compartida por la UAW, la AFL-CIO y todos los sindicatos oficiales. Todos ellos tienen la intención de confundir con xenofobia y militarismo el repudio social que sienten los trabajadores contra la deindustrialización, desigualdad y aplastamiento de niveles de vida.
Los sindicatos, mancornados a Bannon, insisten en la necesidad de unidad nacional, para que empresas estadounidenses dominen a sus rivales extranjeros. Eso requiere de la supresión de la lucha de clases. La dirección sindical desorienta a los obreros con la mentira de que la causa de sus problemas no es el capitalismo, sino los trabajadores inmigrantes y el robo de la riqueza yanqui por otras naciones (y sus obreros) que se aprovechan de injustos acuerdos de comercio exterior.
No es nada nuevo que la UAW abrace el corporativismo. Al contrario, es el resultado de una evolución de muchas décadas.
Desde la formación de la federación sindical industrial CIO en los 1930 y 1940, cuando la dirección sindical antisocialista esposaba a los nuevos sindicatos industriales al Presidente Franklin Roosevelt y al Partido Demócrata, León Trotsky ya pronosticaba la peligrosa inclusión de los sindicatos dentro del estado.
Dice Trotsky en 1940: “Con la intensificación de las contradicciones entre las clases en cada país, con la intensificación de los antagonismos entre países, se crean situaciones en que el capitalismo imperialista puede tolerar durante un limitado periodo la existencia de una burocracia reformista, siempre y cuando ésta se preste a actuar como accionista minoritario, activo, de sus empresas imperialistas, de sus proyectos y programas dentro del país y en el ámbito mundial”.
En la época de la segunda guerra mundial, y posteriormente, Walter Reuther, líder de la UAW, jugó un papel especialmente reaccionario en la transformación anticomunista de ese sindicato. Impulsó y se comprometió a apagar las huelgas y garantizó la colaboración del sindicato en la guerra, a cambio de garantías de cuotas sindicales y la institucionalización de los sindicatos. Acabada la guerra, la burocracia condujo una salvaje purga de la militancia de izquierda, a la misma vez que apoyaba el imperialismo yanqui en la guerra fría. La fusión de la CIO con la AFL en 1955 fundamentó oficialmente la defensa sindical del capitalismo y del imperialismo.
El corporativismo sindical se aceleró con el declive de la posición económica del capitalismo estadounidense y el fortalecimiento de rivales a las tres grandes compañías de automotrices estadounidenses en Europa y Asia. Se crearon juntas sindicales y patronales, parte de un engranaje de circulación a manirrota de dinero, parte de un complot para borrar la conciencia de clase y postrar totalmente a los obreros a las exigencias de las empresas y del gobierno.
Más tarde, en los 1980, los sindicatos se prestarían para quebrar todas las manifestaciones de resistencia obrera. Luego de que en 1981 el presidente Ronald Regan despide y pone en lista negra a los controladores aéreos del sindicato PATCO, cuya acérrima huelga había sido derrotada con la ayuda de las burocracias de la AFL-CIO y de la UAW, ocurre una serie de muy fuertes huelgas, a veces violentas: entre estos conflictos están los de Phelps Dodge, Continental Airlines, Greyhound, Hormel y AT Massey Coal. Cada una de esas luchas fueron aisladas y traicionadas por las direcciones sindicales. La burocracia opinaba que había que limitar las huelgas y movilizaciones laborales en un época de globalización para proteger las ganancias de las grandes empresas estadounidenses.
La Liga Obrera, antecesora del Partido Socialista por la Igualdad analizó de esta manera el contrato de 1984 entre la UAW y General Motors, que asentó los cimientos legales y técnicos de colaboración entre la burocracia sindical, las empresas y el estado: “La práctica anticomunista consiste en formar alianzas con la patronal de las empresas de automóviles en contra de los obreros; abandonar la defensa de cinco décadas de conquistas sindicales; dejar de pelear por el derecho al empleo, sueldos, prestaciones y condiciones de trabajo. Se trata de una subordinación y traición totales de los intereses independientes de la clase trabajadora, para defender el capitalismo.
En la actualidad, los sindicatos, conformados y conducidos por burócratas de derecha, son una brutal policía industrial que colabora con el gobierno y las grandes empresas para aplastar la lucha de clases. Imponen cortes de sueldos, pensiones y beneficios de salud. De ese engranaje parasítico dependen los ingresos de la cúpula de la burocracia sindical, que a veces suman cientos de miles de dólares.
Desde hace cuarenta años la UAW no organiza ninguna huelga nacional. Han desaparecido métodos de lucha, huelgas y paros, que en un tiempo eran rutinarios. De vez en cuando se organizan huelgas aisladas a propósito, que tienen el objetivo de dividir a la clase obrera, desgastar y empobrecer a trabajadores militantes para que se postren ante las exigencias de la compañía.
Nada sorprende que, en paralelo a la cada vez más abierta colaboración sindical con las grandes empresas en contra de los niveles de vida y el cierre de fábricas, haya ocurrido una enorme reducción de la base sindical.
La participación de Williams en el proyecto de Trump es sólo la más reciente confirmación del la prognosis del Partido Socialista por la Igualdad sobre los sindicatos.
En la realidad de hoy, los trabajadores carecen totalmente de representación en su lucha por decentes sueldos y condiciones de trabajo. La función de los sindicatos, de policía industrial y su abierto apoyo al proyecto fascista del gobierno de Trump plantea urgentemente la necesidad de construir, en cada lugar de trabajo, comités democráticos de las bases sindicales, con la misión de arrancar de las garras de la burocracia la lucha en defensa de empleos y condiciones de vida y devolver la iniciativa a la clase obrera.
Esas batallas industrial deben empalmar con una estrategia política independiente, fundada en romper con el sistema bipartidista del las grandes empresas estadounidenses y con la construcción de un movimiento socialista de masas de la clase obrera.
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