La victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de Estados Unidos es un terremoto político que ha expuesto ante el mundo entero la crisis terminal de la democracia estadounidense. La degeneración del gobierno burgués es tal que ha elevado a un charlatán obsceno y millonario demagogo al cargo más alto del país.
Sin importar las frases conciliadoras que pueda emitir en los próximos días, el presidente Trump dirigirá un gobierno de guerra de clases, chovinismo nacional, militarismo y violencia policiaca del Estado. Además del Poder Ejecutivo, todas las instituciones políticas principales estadounidenses—incluyendo ambas Cámaras del Congreso y la Corte Suprema— estarán en manos de la extrema derecha.
Bajo Trump, Estados Unidos no será "grande de nuevo.” Será aplastado hasta el suelo.
Los comentaristas de los medios de difusión, ninguno de los cuales previeron este resultado, ahora recurren a explicaciones rutinarias centradas en los patrones de votación de varios grupos raciales y de identidad, ya sea sexual, generacional, religiosa, etc. Todos ignoran el hecho de que la elección se convirtió en un referéndum sobre la devastadora crisis social y la decadencia en Estados Unidos, la cual Trump pudo canalizar y dirigir hacia la derecha.
¿Quién y qué es responsable por la victoria de Trump? En primer lugar, la campaña de Clinton y del Partido Democrático, quienes fueron incapaces de presentar un programa que pudo atraer un apoyo popular significativo.
Clinton llevó a cabo su campaña al nivel más bajo y reaccionario. Combinó aserciones de que Trump es un agente de Putin—con el propósito de crear el marco para más agresión contra Rusia— con denuncias de que la clase obrera es racista y "privilegiada.”
En segundo lugar, el gobierno de Barack Obama, elegido hace ocho años bajo promesas de "esperanza" y "cambio." Obama obtuvo el apoyo de amplios sectores de la clase obrera, incluyendo de los trabajadores blancos, quienes se opusieron amargamente a la desigualdad social y a las políticas de guerra y reacción social del gobierno de Bush.
Durante dos períodos completos en el poder, Obama presidió sobre guerras sin fin, una transferencia histórica de riqueza de la clase obrera a la clase dominante, y la erosión continua de las condiciones de vida de la gran mayoría de la población.
El programa singular de Obama, la Ley de Cuidado de Salud Asequible ( Affordable Care Act ), fue un asalto a la atención médica empaquetado como una reforma. En las últimas semanas de las elecciones, millones de trabajadores descubrieron que se enfrentaban a aumentos en sus gastos de atención médica de dos dígitos. Es probable que esto fuera mucho más significativo para el resultado de las elecciones que las acciones del director del FBI, James Comey, para revivir el escándalo de los correos electrónicos de Clinton.
En tercer lugar, los sindicatos, quienes durante las últimas cuatro décadas de creciente desigualdad social han trabajado sistemáticamente para suprimir la lucha de clases y mantener el dominio político del Partido Demócrata. También han promovido diligentemente un nacionalismo económico reaccionario que coincide con la propia plataforma de Trump.
En cuarto lugar, el senador de Vermont Bernie Sanders y las organizaciones que lo promovieron. La cobarde capitulación de Sanders ante Clinton—el resultado lógico de su estrategia de canalizar la oposición hacia el Partido Democrático—aseguró que la oposición al status quo sería monopolizada por la derecha política. Los trastornos más significativos se produjeron en estados donde Sanders derrotó a Clinton por grandes márgenes en las elecciones preliminares del Partido Demócrata.
Como fuerza motriz de todo esto se encuentra el papel ideológico central de la política de identidad y el esfuerzo sistemático de ocultar las genuinas divisiones dentro de la sociedad. El enfoque implacable y obsesivo de la raza y el género en las últimas cuatro décadas se ha utilizado para darle al Partido Democrático una cobertura izquierdista para su agenda política de extrema derecha en casa y en el extranjero. Al mismo tiempo, articula los intereses de los sectores más privilegiados de la clase media alta.
La noción de que las divisiones básicas en la sociedad son la raza y el género no solo es políticamente reaccionaria, sino que es fundamentalmente falsa. Los demócratas y Clinton cayeron en su propia trampa. No sólo perdieron en las regiones predominantemente pobres y blancas, sino que también sufrieron una disminución en la participación de votantes en las regiones predominantemente afroamericanas, ya que los trabajadores y jóvenes afroamericanos no vieron ninguna razón para respaldar al candidato del statu quo.
El próximo período será uno de choque, indignación y luchas cada vez más amargas. No tomará mucho tiempo para los trabajadores, incluyendo los que votaron por él, se den cuenta de lo que tienen con un Presidente Trump. Al mismo tiempo, las divisiones explosivas dentro del aparato estatal expresadas en la elección surgirán en formas nuevas y más violentas.
Se deben sacar conclusiones definitivas de las experiencias de estas elecciones.
En las elecciones de 2016, el Partido de la Igualdad Socialista y sus candidatos, Jerry White y Niles Niemuth, advirtieron sobre las consecuencias desastrosas de la subordinación de la clase obrera al Partido Democrático y la promoción de la política de identidad. Insistimos que los intereses de la clase obrera—la lucha contra la guerra, la desigualdad social y la dictadura—sólo podrían avanzar mediante la lucha para unificar a los trabajadores de todas las razas, etnias y nacionalidades en una lucha común contra el sistema capitalista.
Estas advertencias han sido confirmadas. La tarea básica y urgente que ahora surge de las elecciones es la necesidad de construir un liderazgo socialista revolucionario: el Partido Socialista por la Igualdad.