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Perspectiva

El maquinar de la propaganda imperialista

Muy pronto en un cine cerca de ustedes, un gran estreno propoagandístico, la producción más reciente de los Estudios CIA, con la participación de Entretenimientos Pentágono y la colaboración de Medios de Difusión Asociados: Guerra Cibernética Norcoreana.

Un anuncio como ese hubiese sido útil hace una semana, para poner de sobre aviso a la opinión pública estadounidenses de las acusaciones sin substancia de oficiales del gobierno, que fueron difundidas sin crítica alguna por los diarios y las cadenas de televisión. El objeto de ese blitz ha sido Corea del Norte, acusada de piratería ciberespacial (hacking) contra la productora de cine Sony. Ese estudio respondió inicialmente cancelando el estreno de La Entrevista (The Interview) y vedando la circulación de esa película.

No se ha hecho pública ni una pizca de evidencia sobre los cibernautas norcoreanos. El aislado régimen estalinista sí repudia el film, una comedia basada en la premisa de que la central de espionaje estadounidense (CIA) contrata a dos periodistas norteamericanos (James Franco y Seth Rogen), para asesinar al líder norcoreano Kim Jong-un, que había aceptado entrevistarse con ellos.

Pero el gobierno de Pyongyang niega haber tenido nada que ver con la piratería contra Sony. Propuso el sábado 20 de diciembre una investigación conjunta con el gobierno estadounidense para determinar de donde se originó ese ataque. “Los que quieran acusar falsamente a nuestro país de un crimen deben presentar evidencias concretas”, dijeron los norcoreanos. Washington (que sigue sin hacer pública evidencia alguna) descartó la oferta.

La oficina federal de investigaciones de Estados Unidos (FBI) declaró el viernes 19 de diciembre que poseía la suficiente información para llegar a la conclusión de que Corea del Norte era culpable de la piratería pero no dio ningún detalle. El presidente Obama le puso el cascabel a Corea del Norte ese mismo día, sin otra referencia que la declaración de la FBI.

Desde entonce, con muy pocas excepciones, los medios de difusión han repetido la posición del gobierno; se trata “del primer ataque contra el ciberespacio de nuestro país de parte de un gobierno” (New York Times); “el ataque pirata norcoreano contra Películas Sony” (Wall Street Journal). Ninguno de los canales de televisión pone duda de que Corea del Norte es culpable del hacking del ciberespacio de Sony.

Una excepción fue el periódico Christian Science Monitor. Éste sí mencionó cautelas de expertos de seguridad de Silicon Valley en California. Señalan que muchos cibernautas hacen uso de múltiples claves de múltiples “lenguajes” y utilizan el equipo que encuentren y que puedan penetrar. Que el que se haya encontrado “lenguaje” clave coreano y que se haya utilizado equipo chino y taiwanés, no convence como evidencia..

“Quedaron muy sorprendidos con la rapidez con que personas del gobierno de Estados Unidos ligaron a Corea del Norte con el ataque a Sony, muchos de los expertos que bien conocen lo difícil que es descubrir de donde comienzan piraterías”, dijo ese diario en línea.

Para Pyongyang, la película de Sony es una provocación pagada por Washington para deestabilizar al gobierno norcoreano. Esa acusación, según el WSWS notó el sábado 20 de diciembre, tiene mérito.

Seth Rogen, codirector de la película le había dado una notable entrevista al New York Times, justo antes que la compañía cancelara el estreno, donde confirma que la cinta se hizo en colaboración con la máquina militar y de espionaje. “A lo largo de este proyecto, nos relacionamos con ciertas personas que asesoran al gobierno. Estoy convencido que eran de la CIA”, dijo Rogen.

El affair entre Sony y Corea del Norte, es el último ejemplo del tipo de provocación que el imperialismo yanqui utiliza para manipular a la opinión pública en apoyo a medidas militares o de política exterior. En este caso le sirve a la máquina militar y de espionaje para distraer al público de la revelación la semana pasada de sus propios crímenes (con el informe del Comité de Espionaje del Senado sobre el proyecto de tortura de la CIA).

Hace cinco meses el gobierno de Estados Unidos y los medios de difusión declararon que el gobierno ruso (o separatistas ucranianos armados por Rusia) había derribado el vuelo diecisiete del las Aerolínea de Malasia (MH 17), sobre el este de Ucrania, matando a 289 personas. La acusación que el presidente ruso Vladimir Putin cargaba con la culpa moral de esta enorme matanza se transformó en una campaña intensa. Sin embargo, la investigación oficial del desastre MH 17, a cargo de los Países Bajos, de donde provenía la mayoría de las víctimas, no encontró ninguna evidencia de participación rusa en la caída del avión.

El año anterior, el gobierno estadounidense y los medios de difusión maquinaron una campaña parecida contra Siria. Acusaron al gobierno del presidente Bashar al-Assad de haber atacado con gas nervioso en los suburbios de Damasco a las fuerzas “rebeldes” (sostenidas por Estados Unidos). El gobierno del presidente Obama declaró que Assad había cruzado una “línea roja” y estuvo a un paso de bombardear a Siria, de no ser que sus aliados se abstuvieron, especialmente Gran Bretaña, cuyo parlamento rechazó el ataque. Meses después Seymor Hersch, periodista investigador, descubrió evidencia que el ataque con gas había sido obra de los mismos “rebeldes”, con el objeto de crear un pretexto para que Estados Unidos interviniera.

Estos mismos métodos van de presidente a presidente. El presidente Clinton se refirió a supuestas atrocidades en Kosovo para clamar por el bombardeo de Serbia en 1999. El presidente Bush hizo uso de la existencia ficticias armas de destrucción masiva y de vínculos con al Qaeda so pretexto de invadir Irak en el 2003; el presidente Obama usó una supuesta inminente masacre en Benghazi so pretexto del bombardeo por la OTAN con Estados Unidos contra Libia en el 2011 junto con una sublevación islámica (sostenida por la CIA) cuyo punto cúlmine fue el asesinato de Muammar Gaddafi.

El método de operación es clarísimo. En cada una de sus campañas, el gobierno de Estados Unidos siempre ha contado con las asistencia de los medios de difusión estadounidenses, un socio fiable y totalmente acrítico, que riega propaganda para engañar al pueblo estadounidense. Le técnica es calumniar a los dirigentes de países escogidos. Kim Jong-un es sólo el último en una larga serie, que va desde Slobodan Milosevic, a Saddam Hussein, Gadafi, Assad, y Putin.

Queda claro que nadie debe creer en nada que sale de Washington, un fétido pantano de embustes y provocaciones oficiales (el principal conductor de violencia militar del mundo). Nadie debe creer en nada simplemente porque así lo digan todos los medios de difusión. No existen medios de difusión tan descaradamente acríticos de las mentiras oficiales de Estados Unidos.

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