La amenaza del presidente entrante estadounidense Donald Trump de imponer aranceles de 100 por ciento a los países del grupo BRICS si intentan establecer una alternativa al dólar estadounidense como moneda global es una importante señal de la crisis del imperialismo estadounidense, que lo está empujando hacia una tercera guerra mundial.
La amenaza de Trump, que publicó en su red social, ha estado bajo consideración en su entorno por mucho tiempo, al considerar cualquier alejamiento del dólar y socavamiento de su supremacía como una amenaza existencial a la hegemonía estadounidense.
Este problema fue subrayado varias veces por Trump durante la campaña electoral, incluyendo en un discurso en el Economic Club de Nueva York, cuando dijo que perder la supremacía del dólar sería equivalente a perder una guerra.
Estas no son exclamaciones exageradas, sino la manera en que Trump expresa las relaciones y contradicciones económicas verdaderas que rigen a diario por debajo de la apariencia de un “boom” económico en EE.UU.
Este supuesto “boom”, que se refiere a la acumulación de ganancias enormes por parte de los oligarcas financieros y hace caso omiso al deterioro de las condiciones sociales de la población trabajadora, solo ha sido posible en gran medida por el aumento de la deuda a niveles estratosféricos.
La deuda nacional estadounidense se acerca a $36 billones, aumentando a un paso que todas las instituciones oficiales de Washington, incluyendo el Departamento del Tesoro y el Consejo de la Reserva Federal, han tildado de “insostenible”. Uno de cada siete dólares del presupuesto anual federal se necesita solo para pagar los intereses de la deuda.
Si se aplicaran estas métricas a cualquier otro Estado, se consideraría en la bancarrota. Pero Estados Unidos cuenta con una posición única en el capitalismo mundial porque el dólar es la moneda global. Consecuentemente, su deuda se financia mediante la inversión de capitales de todo el mundo hacia activos en dólares.
Esto significa que el creciente gasto estadounidense, principalmente los fondos para que el ejército expanda sus frentes de guerra, está siendo financiado mediante la acumulación de la deuda, que a su vez es financiada por otros.
Pero si la supremacía del dólar se pone en tela de juicio de forma significativa o si se socava la confianza en ella —incluso mucho antes de la posibilidad de una divisa alternativa—, la abultada estructura de la deuda podría colapsar.
Estos hechos económicos se mantienen alejados de la vista del público estadounidense y mundial. Pero son bien conocidos en los círculos económicos, políticos y mediáticos gobernantes.
En marzo de 2023, en un artículo de opinión para el Washington Post, el destacado comentarista de CNN Fareed Zakaria escribió que los políticos estadounidenses aparentemente se habían acostumbrado a gastar sin ninguna preocupación por la deuda, hasta el punto de que la deuda pública se había quintuplicado en los últimos 20 años, mientras que en el mismo período el balance de la Reserva Federal se había multiplicado por doce.
“Todo esto solo funciona debido al estatus único del dólar. Si eso disminuye, Estados Unidos enfrentará un ajuste de cuentas como ningún otro”, escribió.
En septiembre de este año, Mitch Daniels, una figura prominente en el partido republicano que se remonta a la era Reagan, escribió un artículo de opinión en el que dijo que se debería convocar una conferencia para “preparar un plan para el colapso del mercado de la deuda pública estadounidense y la posición del dólar como moneda de reserva mundial”.
Si se llevara a cabo tal conferencia, anticipó que decenas de millones de estadounidenses descubrirían que “los fondos de inversión no son confiables” y que las prestaciones sociales que han estado recibiendo estaban a punto de reducirse, tal vez drásticamente. Eso crearía un “público enfurecido” y “reacciones violentas” que requerirían la imposición de la “ley marcial”.
Las amenazas de Trump y la importancia crucial que atribuye a defender la supremacía del dólar a toda costa derivan de esta crisis cada vez más profunda del Estado imperial estadounidense.
La amenaza contra las economías BRICS, que inicialmente incluían Brasil, Rusia, China, India y Sudáfrica, pero que ahora incluye Irán, Arabia Saudita, Emiratos Árabes Unidos, Egipto y Etiopía, está dirigida contra un grupo que representa el 45 por ciento de la población mundial y el 35 por ciento del PIB mundial.
La búsqueda de alternativas a los pagos en dólares comenzó de lleno tras la congelación de los activos rusos al comienzo de la guerra de Ucrania y su exclusión del sistema de pagos internacionales SWIFT. Se reconoció que lo mismo podría pasarle a cualquier otro país que se cruzara con los EE.UU.
La confianza en el dólar se ha visto erosionada por las recurrentes crisis financieras de Estados Unidos: nadie sabe cuándo ocurrirá la próxima, pero si se estudian los informes de estabilidad financiera de los principales bancos centrales, se ve que todos esperan que ocurra, y esto se ha reflejado en el aumento del precio del oro, en gran parte como resultado de las compras de los bancos centrales.
La amenaza contra los BRICS es solo una parte de una guerra económica mucho más amplia, que está llevando a cabo el Estado en bancarrota de los Estados Unidos con el apoyo de todos los sectores de la élite política, para mantener su dominio global. La primera Administración de Trump lanzó una guerra arancelaria contra la segunda economía más grande del mundo, China. Pero al hacerlo, simplemente estaba construyendo sobre los cimientos establecidos por el Gobierno de Obama con su “pivote a Asia” que lanzó en 2011 contra China.
El Gobierno de Obama había concluido, al menos para 2014, si no antes, que la agenda de “libre comercio” que había promovido anteriormente era contraproducente para los intereses estadounidenses y que estaba ayudando al ascenso económico de China, que debía ser aplastada.
En consecuencia, el Gobierno de Biden no solo mantuvo prácticamente todos los aranceles de Trump, sino que también intensificó la ofensiva aplicando una lista cada vez más amplia de prohibiciones a la exportación de productos de alta tecnología, en particular chips informáticos avanzados, con el objetivo de bloquear el desarrollo tecnológico de China, que Estados Unidos considera una amenaza existencial. La tercera ronda de medidas de este tipo bajo Biden se anunció el domingo.
China no es de ninguna manera el único blanco en la mira del proyecto “Hacer a Estados Unidos Grande Otra Vez” de Trump. El resto del mundo es considerado el enemigo, como lo demuestra la amenaza de imponer un arancel del 10-20 por ciento a todas las importaciones, lo que golpearía fuertemente a todos los supuestos aliados de Estados Unidos en Europa, donde se agrava la recesión económica.
A la hora de formular su respuesta a la guerra económica y militar, la clase obrera internacional debe extraer las lecciones de la historia y actuar con base en ellas.
Después de la catástrofe de la Primera Guerra Mundial, que surgió en el sentido más fundamental de la contradicción entre la economía global y el sistema de Estados nación, cuando cada una de las potencias imperialistas trató de resolverla estableciéndose como potencia mundial, hubo al menos un intento limitado de restaurar el orden económico.
El imperialismo alemán y el creciente poder imperialista en Oriente, Japón, buscaron acomodarse a un orden económico internacional cada vez más dominado por el imperialismo estadounidense en auge.
Pero esa perspectiva colapsó con el colapso de Wall Street de 1929 y la Gran Depresión, exacerbada por los aranceles estadounidenses. Frente a la desintegración del mercado mundial, que en muchos sentidos casi había desaparecido, cada una de las potencias imperialistas recurrió a la guerra. Alemania buscaba la conquista de Rusia, Japón la conquista de China, y EE.UU. reforzar su posición aplastando las pretensiones de sus rivales. El desenlace vino en la forma de la Segunda Guerra Mundial.
Hoy en día, el mundo se encuentra al borde de una nueva guerra mundial alimentada por las mismas contradicciones subyacentes. Pero ahora, se podría decir, están tomando esteroides en comparación con épocas anteriores debido a la cada vez mayor complejidad e integración de la economía mundial.
En una crisis histórica, las clases dominantes se alinean más abiertamente con sus intereses más básicos y fundamentales. Las pretensiones democráticas adoptadas en épocas anteriores son desechadas; las máscaras que se pusieron para tratar de engañar a la población son arrancadas; y su esencia se revela desnudamente en forma de fascismo, genocidio, guerra y dictadura contra la clase trabajadora.
La clase obrera también debe alinearse con sus intereses fundamentales. Sobre todo, debe hacerlo conscientemente en la lucha por el programa de la revolución socialista mundial. Esta no es una perspectiva lejana o distante. Es el único programa práctico y viable del día y debe convertirse en la estrategia central que guíe todas las luchas que estallarán.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de diciembre de 2024)