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Perspectiva

El huracán Helene: el capitalismo convierte un desastre natural en una catástrofe social

Durante los últimos dos días, se ha comenzado a revelar la catástrofe producida por el huracán Helene en el sureste de Estados Unidos.

La cifra de muertos por el huracán Helene superó 130 el lunes por la noche, según los seis estados monitoreados por varios medios de comunicación. Dado que al menos 600 siguen desaparecidos, el número de fallecidos posiblemente sea mucho mayor.

La destrucción del huracán Helene en Asheville, Carolina del Norte, 30 de septiembre de 2024 [AP Photo/Mike Stewart]

Helene podría ser la tormenta más letal en EE.UU. continental desde que Katrina inundó la ciudad de Nueva Orleans en 2005. El huracán María, que arrasó Puerto Rico en 2017 y mató a más de 3.000 personas, es el peor desastre natural en cualquier territorio estadounidense en el último medio siglo.

Asheville, Carolina del Norte, es el epicentro de la tragedia. La ciudad está ubicada en las montañas Apalaches y sufrió casi 600 mm de lluvia durante la tormenta.

Los funcionarios del condado de Buncombe, que incluye Asheville, confirmaron en una rueda de prensa el lunes que al menos 40 personas fallecieron por el viento y la lluvia. Casi 100.000 personas se encuentran sin electricidad, casi el 40 por ciento del condado, y los servicios de agua han colapsado debido a la combinación de inundaciones, daños por viento y la falta de electricidad.

Los informes de prensa dijeron que se habían realizado 6.000 llamadas de emergencia para encontrar a personas desaparecidas en el oeste de Carolina del Norte, incluidas 3.900 solo en el condado de Buncombe. Tanto las escuelas de la ciudad de Asheville como las del condado de Buncombe estarán cerradas durante al menos los primeros dos días de la semana, y en los condados rurales más pequeños, las escuelas pueden quedar cerradas indefinidamente.

Si bien el nivel de destrucción en el oeste de Carolina del Norte y el este de Tennessee es apocalíptico, se han publicado estimaciones de que el daño total en los seis estados más afectados, Florida, Georgia, Carolina del Sur, Carolina del Norte, Tennessee y Virginia, podría llegar a más de $150 mil millones. Además de Asheville, las ciudades afectadas van desde Tampa, Florida, que fue golpeada por una marejada ciclónica récord, hasta Augusta, Georgia, donde no hay electricidad para 200.000 personas, hasta el área metropolitana de Atlanta, que experimentó una precipitación récord de 280 mm en menos de 48 horas.

A pesar de las afirmaciones bien publicitadas de un esfuerzo de socorro masivo, la mayoría de los sobrevivientes de la tormenta han recibido poco o nada. Un portavoz de la Guardia Nacional de Carolina del Norte dijo que las tropas de la guardia han traído 100.000 libras de agua y alimentos a través de puentes aéreos en el aeropuerto de Asheville, destinados a ser distribuidos en ocho condados en el oeste de Carolina del Norte. Dado que hay casi un millón de personas afectadas solo en esa área, eso equivale a unas pocas onzas por persona, tres días después de que el huracán cambiara sus vidas.

Han pasado casi dos décadas desde el huracán Katrina. En ese momento, el WSWS explicó la aparente irracionalidad de la respuesta de la clase dominante estadounidense a las advertencias sobre el precario estado de los diques en Nueva Orleans. Escribió:

No se implementó ninguna de las medidas requeridas para proteger la ciudad y la región, a pesar de que hacerlo habría costado una fracción de los desembolsos necesarios para abordar, incluso de la manera más rudimentaria, la devastación causada por Katrina y la falta de respuesta del Gobierno.

No se hizo nada porque en las últimas décadas la clase dominante estadounidense, bajo Gobiernos de ambos partidos políticos, ha tratado de recortar sistemáticamente todo el gasto social, incluido el gasto en infraestructura pública. Vinculada a la desregulación, la privatización y el desmantelamiento de los programas sociales, esta política fue diseñada para enriquecer a una pequeña minoría de la población a expensas del pueblo estadounidense en su conjunto. En esto, ha tenido éxito hasta el punto en que Estados Unidos es el más polarizado socialmente de todos los principales países industrializados.

El huracán Katrina ha dejado al descubierto el feo rostro de la sociedad capitalista estadounidense: la enorme desigualdad social, el empobrecimiento de amplios sectores de la población y el saqueo de la sociedad por parte de una oligarquía financiera. 

En ese momento, los medios corporativos y los políticos capitalistas de los partidos Demócrata y Republicano afirmaron que habían aprendido su lección, a expensas de las vidas de más de 1.300 personas, en su mayoría residentes pobres de Nueva Orleans, y que tomarían medidas para prevenir más desastres de este tipo.

¿Qué se ha hecho? Lejos de mejorar la infraestructura del país, se ha deteriorado aún más. Las medidas más básicas para salvar vidas (sistemas de alerta sistemática, métodos coordinados de evacuación, infraestructura para protegerse contra deslizamientos de tierra e inundaciones repentinas) son inadecuadas o inexistentes. Y la desigualdad social es mucho mayor ahora que hace dos décadas, al dispararse por los dos rescates multimillonarios de los ricos en 2008 y 2020.

En lo que respecta a sus intereses vitales, la élite gobernante capitalista puede movilizar vastos recursos: para la guerra en Ucrania, para el genocidio en Gaza, para rescatar a Wall Street. Pero cuando se trata de la vida de los trabajadores, ya sea en las calles urbanas de Nueva Orleans o en las carreteras secundarias de los Apalaches, la clase dominante declara con una sola voz: “No hay dinero”.

Impulsados por el cambio climático, los huracanes, los tornados, las olas de calor, las olas de frío y los incendios forestales continúan asolando los Estados Unidos, cobrando cientos de vidas cada año. Y ahora el huracán Helene ya ha superado el número de muertos del incendio forestal de Maui del año pasado, de los huracanes Harvey, Rita, Ike, Irma y Sandy, y pronto habrá causado más muertes y destrucción que el huracán Ian (2022), el peor desde Katrina.

Se trata de dos procesos, ambos vinculados a la crisis global del sistema capitalista. El cambio climático, impulsado por la explotación capitalista descontrolada de combustibles fósiles como el petróleo, el gas natural y el carbón, continúa acelerándose, con pocas posibilidades de que el mundo logre el objetivo más reciente de los científicos del clima de limitar el aumento de las temperaturas globales a menos de 2 grados centígrados para 2050. 

El calentamiento de las temperaturas permite que las tormentas acumulen más humedad, aumentando las precipitaciones que generan y ampliando su escala. En un momento dado, Helene estaba afectando a casi una cuarta parte de los Estados Unidos, golpeando partes de 15 estados, cortando la energía, por ejemplo, al 40 por ciento de Carolina del Sur, a 500 km de donde tocó tierra.

La clase dominante no es más capaz de abordar las consecuencias catastróficas del cambio climático de lo que ha sido capaz de abordar la actual pandemia de COVID-19, que, debido a la subordinación de la salud pública al lucro privado, ha matado a más de 20 millones a nivel mundial y más de 1,4 millones solo en los EE. UU.

Junto con el empeoramiento de la amenaza de tales desastres “naturales” —que son “naturales” solo en el sentido de que el capitalismo está convirtiendo a la naturaleza en un catálogo de horrores— está el debilitamiento de la capacidad de la sociedad capitalista moderna para resistir tales desastres y remediar sus peores consecuencias.

Este sistema social y económico ha sido presidido por ambos partidos capitalistas.

Dado que Helene llegó solo cinco semanas antes de las elecciones presidenciales, los candidatos demócratas y republicanos rápidamente proclamaron su simpatía por las víctimas y prometieron ayuda federal y estatal. El expresidente fascista republicano Donald Trump visitó Valdosta, Georgia, el lunes, para recibir la distribución de suministros de socorro por parte de una iglesia fundamentalista. Logró evitar las escenas degradantes que acompañaron su visita a Puerto Rico después del huracán María, donde fue visto arrojando rollos de toallas de papel a los furiosos sobrevivientes.

La demócrata Kamala Harris se apresuró a regresar a Washington para una visita fotográfica a la sede de FEMA, interrumpiendo un viaje de recaudación de fondos a California que se esperaba recaudara más de $60 millones para su campaña, principalmente de magnates de Silicon Valley y financieros de San Francisco. La Casa Blanca anunció que el presidente Biden visitará Carolina del Norte el miércoles, aunque aparentemente se limitará a una visita con el gobernador en Raleigh, la capital del estado, seguida de un sobrevuelo en helicóptero de la devastada región de Asheville.

Como siempre, estas muestras de preocupación, debidamente reproducidas en los medios de comunicación, desaparecerán tan pronto como las cámaras se retiren, mientras que los afectados tendrán que valerse por sí mismos, hasta que llegue el próximo desastre.

El candidato presidencial del Partido Socialista por la Igualdad, Joseph Kishore, emitió un comunicado el domingo, pidiendo “un programa multimillonario para proporcionar alivio inmediato a todos los afectados por el huracán. Los trabajadores y jubilados que han perdido sus hogares, vehículos y medios de vida deben recuperarse...” La declaración también pidió “un aumento masivo en la financiación para la preparación para desastres, la reparación de la infraestructura y los servicios de emergencia”.

Asegurar estos derechos básicos y necesidades sociales es inseparable del desarrollo de un movimiento en la clase trabajadora contra todo el orden social y económico. El capitalismo está llevando a la humanidad a una destrucción social, política y ecológica. La alternativa es la movilización de la fuerza política independiente de la clase obrera mundial, en la construcción de un movimiento mundial por el socialismo.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 30 de septiembre de 2024)

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