El expresidente estadounidense Donald Trump ha efectivamente garantizado la nominación del Partido Republicano después de sus victorias en las primarias del “Supermartes” y la salida de Nikki Haley de la contienda el miércoles por la mañana.
El resultado de las primarias republicanas pone de manifiesto la impactante crisis de todo el sistema político estadounidense. Tan solo han pasado tres años desde la intentona golpista del 6 de enero de 2021. El entonces presidente Trump movilizó a una multitud fascistoide para que atacara el Capitolio federal e intentara detener la certificación de la elección de Biden, quien había ganado el voto popular y el voto del Colegio Electoral por márgenes grandes.
A medida que avanzan las elecciones, Trump está utilizando una retórica cada vez más abiertamente violenta dirigida a sus oponentes políticos, al tiempo que declara que tiene la intención de operar como un “dictador” en el primer día de su regreso al cargo. No solo domina absolutamente uno de los dos principales partidos capitalistas de Estados Unidos, sino que ha recibido millones de votos y, en este momento, tiene una ventaja significativa sobre Biden en las encuestas.
Los medios de comunicación capitalistas y la prensa alineada con el Partido Demócrata no aciertan a dar una explicación coherente de cómo ha sucedido esto. Muchos comentarios hablan de una economía que se ha “ disparado durante más de un año”, en palabras del Washington Post, y expresan su perplejidad por el hecho de que esto no haya beneficiado a Biden.
De hecho, el amplio odio hacia Biden y los demócratas no es un misterio. En los tres años transcurridos desde la intentona golpista, los demócratas han sido incapaces no solo de presentar argumentos contra Trump, sino de promulgar políticas que eleven el nivel de vida o amplíen los derechos democráticos de los trabajadores, que constituyen la inmensa mayoría de la población.
En su discurso sobre el Estado de la Unión de esta noche, se espera que Biden ensalce los “éxitos económicos” de los últimos tres años. La gran mayoría de la población, sin embargo, se enfrenta a una creciente angustia social, provocada por el aumento de la inflación y el estancamiento o la disminución de los salarios. La deuda de los hogares ha aumentado hasta los 17,5 billones de dólares, incluido el récord de 1,13 billones de dólares en deudas de tarjetas de crédito. La desigualdad social ha alcanzado niveles récord, y la riqueza colectiva de los milmillonarios en el país alcanzó los 5,2 billones de dólares el año pasado.
La prioridad de la Administración Biden desde que llegó al poder ha sido la escalada de la guerra de Estados Unidos y la OTAN con Rusia en Ucrania y la búsqueda temeraria de la hegemonía global estadounidense. Para llevar a cabo esta política de guerra global, ha intentado resucitar al Partido Republicano y restar importancia al golpe de Estado del 6 de enero. Las limitadas investigaciones sobre el golpe, que avanzaron a trompicones, buscaban escudar y encubrir a los cómplices de Trump en el Partido Republicano y en el aparato militar y de inteligencia.
Biden comenzó su presidencia hace tres años con un llamamiento a la unidad bipartidista, insistiendo en la necesidad de un Partido Republicano “fuerte”, sobre todo para librar la guerra imperialista en el extranjero. Los demócratas le entregarían de buena gana la Casa Blanca a los republicanos, e incluso al propio Trump, si consiguieran un compromiso sobre Ucrania.
Incluso los medios de comunicación se han visto obligados a reconocer las consecuencias políticas del apoyo total de Biden a la embestida israelí en Gaza, condenándolo para siempre como un partidario del genocidio.
En cuanto a las proclamas ocasionales de Biden de ser la última esperanza de la “democracia” frente a Trump, se trata de pura ficción. Hace dos semanas, pidió directamente a Trump que “se unieran” para impulsar un proyecto de ley que autorizaría la represión más agresiva de la historia contra los migrantes en la frontera entre Estados Unidos y México. El Gobierno de Biden está persiguiendo activamente a Julian Assange, buscando su extradición desde el Reino Unido para enfrentar cargos bajo la Ley de Espionaje por exponer los crímenes del imperialismo estadounidense. Toda la élite política, además, ha emprendido una campaña despiadada contra la oposición masiva al genocidio de Israel.
El Partido Demócrata hace tiempo que abandonó cualquier vínculo con el reformismo social y, por tanto, perdió cualquier capacidad de apelar a sectores más amplios de la clase trabajadora. Es un partido de la CIA y de Wall Street. Su plataforma política se centra en construir un apoyo electoral entre los sectores de la clase media-alta basado en cuestiones de “identidad”, presentando a los trabajadores blancos como la encarnación del racismo y el “privilegio”.
Trump y los republicanos sacan provecho de todo esto. Aunque el propio Trump es un fascista, no hay un movimiento fascista de masas en Estados Unidos. Los millones que votan por él, incluidos importantes sectores de la clase obrera, no lo hacen porque quieran una dictadura. Más bien, Trump se beneficia del hecho de que la oposición oficial a él es totalmente derechista, reaccionaria, y justamente despreciada y odiada. Como todo demagogo de derechas, saca provecho de la confusión y la ira que no encuentra una salida progresista.
La crisis extrema de la democracia estadounidense no apareció de la nada ni surgió de la mente de Donald Trump. Es posible identificar su evolución a lo largo del último cuarto de siglo, desde el juicio político contra Bill Clinton hasta el robo de las elecciones de 2000 y la “guerra contra el terrorismo”, bajo Bush y luego Obama.
A lo largo de este período, la desigualdad social ha alcanzado niveles históricamente sin precedentes, mientras que las guerras interminables se han transformado en un conflicto mundial cada vez mayor que plantea el peligro de una aniquilación nuclear. Estas son las condiciones que empujan a las élites gobernantes hacia una dictadura.
La reelección de Trump sería una amenaza directa para la clase obrera, en Estados Unidos e internacionalmente. El fallo unánime de la Corte Suprema que garantiza el lugar de Trump en la papeleta electoral demuestra que no es posible defender los derechos democráticos y evitar el peligro del fascismo confiando en los partidos y las instituciones del Estado capitalista. Y cuanto más tiempo permanezca la oposición a la extrema derecha atada al cadáver político del Partido Demócrata, mayor será el peligro de una dictadura fascista.
La cuestión crítica es el giro de la clase obrera hacia la política socialista revolucionaria. El Partido Socialista por la Igualdad (SEP; Socialist Equality Party) está interviniendo en las elecciones presidenciales, con sus candidatos Joseph Kishore para presidente y Jerry White para vicepresidente, para avanzar y luchar por ofrecer una alternativa socialista a la clase obrera.
Al anunciar la campaña electoral del SEP, el presidente nacional del partido, David North, explicó que su propósito es “elevar la conciencia política de la clase trabajadora, para desarrollar su comprensión de que no es posible hallar una solución a los problemas del pueblo trabajador sin poner fin al sistema capitalista y reemplazarlo por el socialismo, y que esta gran tarea histórica solo puede lograrse mediante la adopción de una estrategia global que busque movilizar el poder de la clase obrera estadounidense e internacional en una lucha unificada contra el sistema capitalista mundial”.
El desarrollo de este entendimiento no es automático. Exige una lucha persistente y decidida para superar las mentiras y la propaganda de los partidos capitalistas. Al mismo tiempo, sin embargo, el socialismo corresponde a los intereses objetivos de la clase obrera, una fuerza social internacional masiva, la inmensa mayoría de la población, cuyos intereses no encuentran expresión en el esclerótico y arruinado sistema político estadounidense.
Armada con un programa y una dirección socialistas, es la clase obrera la que demostrará ser capaz de detener la guerra mundial, que es cada vez mayor, oponerse al bandazo de la clase dominante hacia el fascismo y la dictadura, acabar con la explotación capitalista, reestructurar la vida social y económica y reanudar la marcha del progreso humano sobre la base de la igualdad y el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 6 de marzo de 2024)