El discurso del presidente Joe Biden sobre el Estado de la Unión fue un ejercicio en engaño. Su objetivo principal era ocultarle al pueblo estadounidense los planes de una inmensa escalada, incluyendo el despliegue de tropas, del conflicto militar cada vez más directo con las fuerzas rusas, cuando la guerra instigada por EE.UU. en Ucrania inicia su segundo año sangriento.
El discurso anual ante una sesión conjunta del Congreso fue precedido por una intensificación frenética de la guerra. En las últimas semanas, acatando las demandas estadounidenses, varias potencias europeas comenzaron a enviar sus principales tanques de batalla a Ucrania. Además, EE.UU. anunció que suministrará misiles de precisión de largo alcance, que son capaces de alcanzar profundamente al interior del suelo ruso, y se informó que la OTAN planea enviar aviones de combate avanzados al régimen en Kiev.
Pocas horas después del discurso de Biden el martes por la noche, el presidente ucraniano Volodímir Zelenski visitó Reino Unido y las potencias de la Unión Europea para exigir el envío inmediato de aviones de combate, y el Gobierno británico anunció planes de entrenar a pilotos ucranianos en Reino Unido.
En el Estado de la Unión del año pasado, el cual fue pronunciado pocos días después de la reaccionaria y desastrosa invasión de Ucrania por parte del presidente ruso Vladímir Putin que fue provocada deliberadamente por Washington, Biden se concentró casi exclusivamente en la guerra, aplaudiendo que había fomentado unidad bipartidista apenas un año después de que los insurrectos fascistas de Donald Trump invadieran el Congreso.
En el discurso del martes, por el contrario, prácticamente no mencionó la guerra en Ucrania —una guerra que ha empujado al mundo al borde del precipicio de un conflicto nuclear o un “Armagedón”, como lo llamó el propio Biden en otoño—. En un discurso que se prolongó por casi 90 minutos, dedicó apenas 200 de las 7.000 palabras a la guerra, que representa el foco central de su Administración.
¿Cómo se puede explicar este asombroso hecho?
En primer lugar, Biden sabe que la guerra no es nada popular en las amplias masas de la clase trabajadora estadounidense.
En segundo lugar, su Gobierno se encuentra en medio de elaborar su respuesta al rápido deterioro de la posición militar de Ucrania. Esto exigirá el despliegue de fuerzas de la OTAN en Ucrania, incluyendo contratistas y tropas estadounidense, pero Biden no está preparado para anunciarlo. Necesita más tiempo para que se intensifique la campaña de propaganda mediática en curso y genere una histeria antirrusa incluso mayor.
David Sanger, el principal analista de política exterior del New York Times y alguien con lazos estrechos con las agencias de inteligencia estadounidenses, abordó la extraordinaria minimización de la guerra en Ucrania en un comentario publicado después del Estado de la Unión. Escribió:
Lidiar simultáneamente con una Rusia agresiva y una China que está tomando riesgos podría representar el desafío más grande de los próximos dos años [de Biden]. Captará una porción cada vez mayor de su atención, especialmente ahora que el control republicano de la Cámara de Representantes prácticamente pone fin a su agenda legislativa nacional.
Así que fue particularmente impactante que, en el discurso del Estado de la Unión del presidente el martes por la noche, dedicara relativamente poco tiempo al papel global de EE.UU., enfocándose en cambio en su campaña de “Hecho en EE.UU.” de trasladar los empleos manufactureros de vuelta a EE.UU., lo que hizo enojar a los aliados más cercanos y principales socios comerciales de EE.UU.
Señalando a la impopularidad de la guerra y la mayor austeridad que requerirá su intensificación, Sanger escribió que Biden, quien se prepara para buscar su reelección, “sabe que hacer que EE.UU. se reinvolucre en el mundo es caro y algo difícil de vender al inicio de un nuevo ciclo electoral. Podría tomar décadas contener a Rusia y competir con China, pero sumará decenas o cientos de miles de millones de dólares a un presupuesto ya presionado”.
El columnista del Times, Thomas Friedman, un barómetro de las discusiones dentro del Estado y las agencias de inteligencia, apuntó a los planes de gran alcance para los próximos meses en una columna del 5 de febrero intitulada “El segundo año de la guerra en Ucrania va a ponerse aterrador”.
En el relato de Friedman, el primer año de la guerra fue “relativamente fácil” para “Estados Unidos y sus aliados”, requiriendo solo el suministro de “armas, ayuda e inteligencia”. Sin embargo, escribió, “no creo que el segundo año vaya a ser tan fácil”, es decir, será necesaria la intervención directa de las fuerzas estadounidenses.
Friedman, quien acuñó la frase “la cura no puede ser peor que el problema” para justificar el abandono de todas las restricciones a la propagación de la pandemia del coronavirus, ahora está avanzando la posición de que las consecuencias de la derrota de la OTAN en Ucrania son peores que el peligro de una guerra termonuclear.
Los planes de una escalada masiva en Ucrania coinciden con la escalada hacia un conflicto militar con China, que posee armas nucleares. Esto se vio reflejado en la histeria antichina azuzada por el supuesto “globo espía”. En su discurso, Biden dio a entender que el ataque estadounidense contra el globo de investigación, la primera vez que Estados Unidos derriba un avión chino desde la guerra de Corea, podría presagiar nuevas acciones militares. “Como dejamos claro la semana pasada, si China amenaza nuestra soberanía, actuaremos para proteger a nuestro país. Y lo hicimos”, afirmó Biden.
Estos preparativos son clave para entender los expresivos llamamientos de Biden a la unidad con un Partido Republicano cada vez más fascistizante.
Comenzó su discurso felicitando al recién elegido presidente republicano de la Cámara de Representantes, Kevin McCarthy, quien conserva su cargo a placer de la bancada abiertamente fascistizante Freedom Caucus de la Cámara de Representantes. Citó los “logros” legislativos bipartidistas de sus dos primeros años y pidió más de lo mismo en el futuro, proponiendo una serie de medidas populistas que, como él bien lo sabe, no tienen ninguna posibilidad de ser aprobadas por el Congreso. La semana pasada, la Cámara de Representantes, con los votos de la mayoría de los demócratas, aprobó una resolución que condena el socialismo y ataca implícitamente la Seguridad Social, Medicare y otros programas de asistencia social.
El imperialismo estadounidense y su principal partido proguerra —los demócratas— están centrados en mantener un grado suficiente de unidad con los republicanos para llevar adelante su programa de guerra contra Rusia y China, y la salvaje austeridad que esto conllevará a nivel nacional, frente a la creciente oposición dentro de la clase obrera, la disminución del apoyo a la guerra y una creciente rebelión contra los aparatos sindicales proimperialistas, proguerra y procapitalistas.
A ello se debe tanto la promoción de Biden de la “Ley de Profesionales”, destinada a fortalecer el control de las burocracias sindicales sobre la clase obrera, como su silencio sobre una legislación bipartidista aprobada en sus primeros dos años: la ley que prohíbe una huelga de los trabajadores ferroviarios e impone un contrato dictado por la patronal que había sido rechazado por decenas de miles de trabajadores de base.
Esto también explica el carácter rabiosamente nacionalista, apegado al discurso de “Estados Unidos ante todo”, de las declaraciones de Biden. La agenda de guerra económica de Biden —dirigida no solo contra Rusia y China, sino también contra los aliados asiáticos y de la OTAN de Wall Street— en torno a sus campañas de “Hecho en Estados Unidos”, “Compre productos estadounidenses” y “La cadena de suministro comienza aquí” es fundamental para la política exterior de agresión militar y la política interna de guerra de clases.
El intento de Biden de crear una imagen de una América próspera y una democracia resiliente se basó en mentiras descaradas. Se jactó de haber puesto fin a todas las medidas de salud pública para contener la pandemia de COVID-19, aun reconociendo que el virus ha matado a más de un millón de estadounidenses. La supuesta “victoria” sobre el COVID-19, que sigue matando a unas 500 personas al día en Estados Unidos según cifras oficiales sumamente incompletas, por no hablar de los incalculables estragos del COVID persistente, culminará en la expiración de la emergencia sanitaria nacional en mayo.
A pesar de que intentó retratar una sociedad que vuelve a la prosperidad, citó hechos que demuestran exactamente lo contrario: decenas de miles de muertes por sobredosis de drogas, tiroteos masivos, asesinatos policiales, ciudades enteras devastadas por el cierre de fábricas, precios abusivos por parte de las compañías farmacéuticas y los gigantes de la energía, infraestructuras deterioradas, y niveles colosales de desigualdad social. En un momento dado, a su modo pseudopopulista, señaló que había 1.000 milmillonarios en Estados Unidos, y luego admitió que sus filas habían aumentado de 600 desde que asumió el cargo.
En cuanto a la democracia, el hecho de que se niegue al pueblo toda voz en la cuestión vital y mortal de la guerra demuestra que no existe una verdadera democracia en Estados Unidos. El discurso sobre el Estado de la Unión, en el que los legisladores republicanos abuchearon e insultaron a Biden y le llamaron mentiroso, ilustró la desintegración de las instituciones democráticas burguesas y el crecimiento de los partidos y fuerzas fascistas que son una característica común de la crisis mortal del capitalismo a nivel internacional.
El deplorable discurso de Biden, con sus mentiras, perogrulladas, evasivas y omisiones, da testimonio del degradado estado del sistema político estadounidense y del desastroso “Estado de la Unión” real. Es una demostración más de la necesidad de que la clase obrera emprenda el camino de una lucha política de masas e independiente para acabar con la guerra, la explotación y la represión poniendo fin al capitalismo y estableciendo el socialismo.
(Publicado originalmente en inglés el 8 de febrero de 2023)