El New York Times reportó recientemente que Washington está promoviendo a la vice primera ministra de Canadá, Chrystia Freeland, como su “candidata favorita” a sucesora de Jens Stoltenberg como secretario general de la OTAN cuando expire el término del noruego en septiembre de 2023.
Freeland está siendo respaldada por el imperialismo estadounidense para liderar una alianza militar agresiva porque es una fanática militarista con amplios lazos personales y políticos al fascismo ucraniano, que se convirtió en una fuerza clave para la guerra predatoria de las potencias occidentales contra Rusia.
La selección del próximo titular de la alianza militar encabezada por EE.UU. es vista como una cuestión crucial para Washington y las capitales europeas. El sucesor o sucesora presidirá aproximadamente 300.000 “fuerzas en alta disponibilidad” en Europa y, consecuentemente, será una pieza fundamental en la guerra de las potencias imperialistas para subyugar Rusia al nivel de semicolonia y tomar sus recursos naturales.
Como es típico de un periódico que ha difundido propaganda engañosa a favor de todas las guerras de agresión estadounidenses en las últimas tres décadas, el Times encubrió descaradamente los vínculos personales y políticos de Freeland con las fuerzas ultraderechistas y directamente fascistas en su informe del 4 de noviembre.
Después de señalar que Freeland estuvo presente en Kiev en 2014 para “celebrar” el golpe de Estado liderado por fascistas que derrocó al presidente electo prorruso Víktor Yanukovich, el Times comentó, “Su abuelo ucraniano, un agradecido inmigrante en Canadá, estuvo involucrado de joven con el movimiento nacionalista ucraniano que consideró a los nazis como instrumentos útiles para contrarrestar a los soviéticos”.
A diferencia de esta representación anodina del abuelo de Freeland como un joven desorientado, el hecho es que Mijailo Chomiak fue un colaborador nazi de alto rango. Desde inicios de 1940 hasta inicios de 1945, fue editor jefe del único diario en idioma ucraniano permitido en la Polonia ocupada por los nazis.
Krakivski Visti (Noticias de Cracovia), que utilizaba una imprenta robada de un judío que había muerto en un campo de exterminio nazi, publicó un flujo constante de basura racista antisemita y antipolaca, aclamando regularmente a Adolf Hitler como líder de una nueva Europa y como un aliado de Ucrania. Además, realizaba campañas de reclutamiento para la 14ª División de Granaderos Waffen-SS, conocida como la División Galitzia. Esta división participó en horribles masacres de judíos y polacos durante 1943 y 1944.
Chomiak fue miembro de la Organización de Ucranianos Nacionalistas (OUN), la cual colaboró estrechamente con los nazis, participando en la guerra de exterminio contra la Unión Soviética e involucrándose en la muerte de cientos de miles de polacos y judíos durante el Holocausto. La OUN era una organización explícitamente fascista cuyo objetivo declarado era crear un Estado ucraniano étnicamente puro.
La facción a la cual pertenecía Chomiak, la OUN Melnyk (M), estaba directamente al servicio de la ocupación nazi y se integró en el aparato administrativo y de seguridad del Gobierno General de la Polonia ocupada. La otra facción, liderada por Stepan Bandera, la OUN (B), se concentró en enquistar sus fuerzas en el ejército y decía que actuaba de forma más “independiente” respecto a los nazis. Pero, en realidad, las actividades de ambas facciones y su impulso para establecer un Estado ucraniano “independiente” dependían completamente del patrocinio del imperialismo alemán nazi.
Tras el colapso del Tercer Reich, Chomiak consiguió asilo junto a miles de colaboradores nazis en Canadá y Estados Unidos. Los exmiembros de la OUN fascista fueron algunos de los primeros reclutas de la recién creada CIA, cuyo principal interés era alistar fuerzas anticomunistas durante la guerra fría.
Canadá asumió un papel protagónico en permitir que los cómplices de Hitler encubrieran su historia y se hicieran de un nuevo relato, según el cual el nacionalismo ucraniano combatió la Alemania nazi y la Unión Soviética simultáneamente por la “liberación”. Además de permitir que decenas de miles de exmiembros de las SS y otros colaboradores nazis se mudaran a Canadá, Ottawa financió una campaña ideológica para legitimar el nacionalismo ucraniano de extrema derecha. Esto incluyó el patrocinio del Congreso Ucraniano Canadiense y la creación del Instituto Canadiense para Estudios Ucranianos de la Universidad de Alberta en Edmonton.
El Estado intervino para ayudarles a las fuerzas ultraderechistas vinculadas a la OUN a controlar las propiedades y otros activos de los grupos que representaban la diáspora ucraniana y que eran bastiones del socialismo y la izquierda antes de la Segunda Guerra Mundial. (Esta historia se presenta en detalle en la seria del WSWS, “Los amigos fascistas del imperialismo canadiense”, disponible en inglés).
Este es el entorno social del cual salió Freeland. Después de trabajar como estudiante de la llamada “Enciclopedia de Ucrania”, un proyecto para ocultar el apoyo a Hitler y los nazis del editor del Krakivski Visti, Volodímir Kubiyovich, Freeland viajó a la Ucrania soviética a fines de los ochenta para fomentar el nacionalismo ucraniano de extrema derecha que le indoctrinaron.
Durante los años siguientes, el Estado canadiense facilitó el regreso a Ucrania de muchos exiliados y sus descendientes vinculados a grupos nacionalistas de extrema derecha. Muchos de ellos se volvieron figuras importantes en la creación de una Ucrania capitalista independiente tras la disolución estalinista de la Unión Soviética. Halyna Chomiak, la madre de Freeland, regresó a Ucrania para establecer la Fundación Ucraniana de Derecho, que estuvo involucrada en redactar la Constitución del país.
La principal importación de estas fuerzas fue una cepa virulenta del nacionalismo ultraderechista. Como lo señaló la propia Freeland en un ensayo de 2015 intitulado “Mi Ucrania, la gran mentira de Putin”: “La consciencia nacional ucraniana era débil”. El Estado canadiense, apoyado por el influyente Congreso Ucraniano Canadiense, contribuyó fuertemente a revivir el culto de Stepan Bandera, lo que resultó en la colocación de docenas de estatuas y monumentos en honor al líder fascista en toda Ucrania occidental.
Esta historia explica gran parte de la razón por la cual Freeland figura tan prominentemente, en cuanto al imperialismo canadiense, en los preparativos y la ejecución de la guerra encabezada por EE.UU. contra Rusia. Después del golpe de Estado del Maidán, que estuvo liderado por fascistas e instaló un régimen prooccidental en Kiev en 2014, provocando la anexión rusa de Crimea, Washington y Ottawa encabezaron la reorganización de las fuerzas armadas ucranianas.
Supervisaron la integración en sus filas de milicias fascistas como el notorio Batallón Azov. Las tropas canadienses que participaron en una misión de entrenamiento militar en Ucrania instruyeron a los miembros de Azov y Centuria, un grupo de élite de oficiales del ejército fascista. Al mismo tiempo, Canadá se sumó a la acumulación masiva de fuerzas militares de la OTAN en la frontera occidental de Rusia, dirigiendo uno de los batallones de avanzada de la alianza en Letonia. El despliegue de batallones similares en Estonia, Lituania y Polonia continuó la marcha hacia el este de esta alianza militar agresiva, cuyo propósito es cercar Rusia y que fue creada tras la restauración estalinista del capitalismo en Rusia y Europa del Este.
Freeland se desempeñó como ministra de Asuntos Exteriores durante gran parte de este período, antes de ser nombrada por el primer ministro Justin Trudeau al cargo de vice primera ministra y ministra de Finanzas tras las elecciones federales de 2019. Cuando Estados Unidos y sus aliados de la OTAN consiguieron inducir a Putin a llevar a cabo su reaccionaria invasión de Ucrania en febrero, Freeland fue una de las principales voces a favor de las implacables sanciones económicas, incluida la retirada de Rusia de la red mundial de pagos SWIFT. También ha servido como interlocutora clave entre el gobierno ucraniano y sus amos imperialistas, jactándose a principios de este año de tener conversaciones diarias con el primer ministro y el ministro de Finanzas de Ucrania.
El hecho de que Freeland esté siendo propuesta para el puesto más alto de la OTAN subraya el carácter depredador de la guerra imperialista librada por Estados Unidos y la OTAN contra Rusia. Lejos de intervenir para defender la “soberanía” y la “democracia” de Ucrania, como afirman incesantemente las publicaciones como el New York Times, las potencias imperialistas buscan saquear los abundantes recursos naturales de Rusia y de hacerse con el control del continente eurasiático, que es crucial desde el punto de vista geoestratégico.
Estos objetivos exigen el despliegue de una fuerza militar despiadada en el exterior, amenazando al mundo con una conflagración nuclear, y métodos no menos brutales de represión estatal en el interior para aplastar la oposición popular a la subordinación de los recursos de la sociedad a las guerras y conquistas imperialistas. Por eso los imperialistas han cultivado íntimos lazos con las fuerzas fascistas.
La utilidad política de Freeland para el Times y sus lectores, predominantemente de clase media-alta, que constituyen un grupo clave de apoyo a la guerra imperialista, es que une sus estrechos vínculos con el fascismo ucraniano con la dosis necesaria de política de identidades.
Para estas capas sociales, es mucho más importante que Freeland pueda convertirse en “la primera mujer secretaria general de la OTAN” que el hecho de que sea una declarada fanática militarista y una nacionalista ucraniana de extrema derecha que describe a un importante colaborador nazi como uno de sus héroes. Cuando la enfrentaron con el historial colaboracionista nazi de su abuelo en 2017, Freeland lo rechazó como “desinformación rusa”. En repetidas ocasiones ha rendido homenaje a Chomiak por enseñarle la cultura y el nacionalismo ucranianos.
Durante su etapa como ministra de Asuntos Exteriores de Canadá, Freeland proclamó que Ottawa estaba llevando a cabo una “política exterior feminista” mientras desplegaba tropas en Letonia, entrenaba a neonazis en Ucrania y participaba en ejercicios de “libertad de navegación” en el mar de China Meridional. En 2017, Freeland anunció un aumento del gasto militar de más del 70 por ciento en una década, y pronunció un discurso sobre la nueva estrategia de defensa de Canadá en el que citó tanto a Rusia como a China como “amenazas” para la seguridad nacional.
Freeland también mantiene estrechos vínculos con la burocracia sindical, a la que el Gobierno liberal de Canadá considera un socio clave tanto para imponer la austeridad necesaria para pagar la guerra como para sofocar la lucha de clases. Desde que estalló la guerra, Freeland ha sido invitado a intervenir en varias convenciones sindicales, incluida la de los Teamsters de 2022 en junio.
El nombramiento de Freeland para el máximo cargo de la OTAN no está en absoluto garantizado. Desde su formación en 1949, la alianza ha estado tradicionalmente dirigida por un europeo, mientras que un general estadounidense suele ocupar el puesto de Comandante Supremo Aliado en Europa.
La perspectiva de que una canadiense y un norteamericano ocupen los dos puestos más importantes de la OTAN sin duda provocaría un gran revuelo entre los imperialistas europeos, especialmente en condiciones en que Alemania ha aprovechado la guerra para reavivar sus ambiciones de gran potencia mundial. Dejando de lado estas tensiones geopolíticas, los belicistas de Washington, Ottawa, Berlín y Bruselas difícilmente podrían encontrar una figura más apropiada políticamente para dirigir su alianza militar de muerte y destrucción que Chrystia Freeland.
(Publicado originalmente en inglés el 9 de noviembre de 2022)