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Perspectiva

Las revelaciones de Woodward exponen los llamados demócratas de “unidad” con los golpistas republicanos

Las revelaciones de los periodistas del Washington Post, Bob Woodward y Robert Costa, de que el general Mark Milley, presidente del Estado Mayor Conjunto, tomó acciones para detener lo que los oficiales estadounidenses han llamado un “golpe de Estado derechista” por parte del expresidente Donald Trump, han demostrado lo cerca que EE.UU. estuvo de una dictadura y una guerra potencial con China durante los últimos días de Trump en el cargo.

Milley les dijo a los oficiales militares estadounidenses que no acataran órdenes de Trump sin la aprobación de Milley, después de que Trump intentara instigar una insurrección. Además, les prometió a los oficiales militares chinos que les advertiría si Trump intentaba comenzar una guerra. Esta realidad ha expuesto la criminalidad de los constantes llamados demócratas de “unidad” y “bipartidismo” con los cómplices de Trump en el Partido Republicano.

En esta foto del 6 de enero de 2021, los insurrectos leales al presidente Donald Trump se manifiestan en el Capitolio estadounidense en Washington (AP Photo/Jose Luis Magana, archivo)

El miércoles, un vocero de Milley confirmó una de las principales revelaciones del nuevo libro de Woodward y Costa, intitulado Peril [Peligro], a saber, que Milley llamó por teléfono a su contraparte chino, el general Li Zuocheng, comandante del Ejército Popular Chino, el 30 de octubre de 2020, cuatro días después de las elecciones presidenciales estadounidenses, y luego nuevamente el 8 de enero de 2021, dos días después del ataque de una turba pro-Trump contra el Capitolio federal.

La directora de la CIA, Gina Haspel, advirtió a Milley, según el nuevo libro, “Estamos en camino a un golpe de Estado derechista”.

En consonancia con los intentos de los demócratas para encubrir los eventos del 6 de enero, el Post y el New York Times enterraron sus artículos sobre las revelaciones en sus primeras planas y ningún diario publicó un editorial al respecto.

Por su parte, Biden dijo el miércoles que tenía “gran confianza” en Milley, mientras que evitó comentar sobre el contenido de las revelaciones en Peril .

A diferencia de esto, los republicanos han emprendido una campaña furiosa contra Milley. El senador republicano Ted Cruz, uno de los cómplices de Trump, acusó a Milley de “menoscabar al comandante en jefe y prometerles a nuestros enemigos que desafiaría a su propio comandante”. El senador Rand Paul exigió que Milley sea sometido a un tribunal militar, mientras que el propio Trump acusó a Milley de traición.

Según diálogos citados directamente en el libro —obviamente basados en entrevistas con Milley, Pelosi o ambos—, Pelosi le dijo a Milley que “los republicanos tienen sangre en sus manos” por instar a Trump a creer que puede aferrarse a la Presidencia incluso si perdiera la elección.

“Pero es una situación triste para nuestro país que nos controle un dictador que utiliza la fuerza contra otra rama del Gobierno”, continuó Pelosi. “Y sigue sentado ahí. Debió haber sido arrestado. Debió haber sido arrestado inmediatamente… Tuvo un golpe de Estado en contra nuestra para quedarse en el poder. Debería haber alguna manera de deponerlo”.

En otras palabras, el ataque del 6 de enero contra el Congreso no fue considerado por aquellos en una posición para saberlo —el titular de las Fuerzas Armadas de EE.UU. y la líder de los congresistas demócratas— meramente un exceso revoltoso por parte de una multitud de simpatizantes de Trump. Lo entendieron y discutieron abiertamente en términos de un intento serio para aferrarse al poder, un intento de Trump y su círculo cercano para bloquear la certificación del resultado de las elecciones y hacerse forzosamente de la Presidencia: un golpe de Estado político basado en violencia fascista.

Las declaraciones citadas de Pelosi son particularmente reveladoras. En ese momento, el 8 de agosto, estaba hablando apenas dos días después de que su vida se viera amenazada y de que su personal se viera obligado a atrincherarse dentro de una sala de conferencias, susurrando súplicas de auxilio en sus celulares, mientras la turba aullaba desde los pasillos afuera. Consecuentemente habló de forma franca y directa de un “golpe de Estado” y un “dictador” en potencia que presentaba una amenaza inminente.

Pocos días después, Pelosi retomó el guion y los cotorreos de la política capitalista, emprendiendo una serie de maniobras parlamentarias: un juicio político que fracasó, seguido por una resolución para establecer una “comisión independiente” sobre el 6 de enero que fracasó, seguida por el nombramiento de un “comité selecto” para investigar los eventos, que se ha reunido solo una vez.

La fuerza detrás de este encubrimiento no ha sido Pelosi, a pesar del papel protagonista que le dieron. Las órdenes vienen de la Casa Blanca, donde el presidente Biden ha decretado una política de “unidad” bipartidista en Washington, buscando, como lo dijo abiertamente, fortalecer el Partido Republicano: en otras palabras, legitimar el partido de los golpistas.

En su discurso de inauguración, Biden ni siquiera mencionó los eventos del 6 de enero, ni hablar del hecho de que el presidente saliente había fomentado una “insurrección”.

La política de Biden no solo consistido en buscar el apoyo republicano para varias legislaciones. Ese es tan solo el pretexto. Su verdadera preocupación es la estabilidad del capitalismo estadounidense y el sistema político a través del cual ha gobernado por más de un siglo. Biden busca preservar el sistema bipartidista, incluso en condiciones en que el Partido Republicano rompió con la democracia y apoya abiertamente el autoritarismo y la política fascistizante de Trump.

Desde los eventos del 6 de enero, los demócratas han dedicado más tiempo y energía a las presuntas ofensas del exgobernador neoyorquino Andrew Cuomo que a responder a un inaudito intento de derrocar el Gobierno y establecer una dictadura derechista.

Las nuevas revelaciones del libro de Woodward confirman todo lo que el World Socialist Web Site ha dicho sobre la intentona golpista del 6 de enero y destruyen todos los esfuerzos de los distintos grupos pseudoizquierdistas, desde los Socialistas Democráticos de Estados Unidos (DSA, por sus siglas en inglés) al exopositor del Estado espía estadounidense, Glenn Greenwald, a desestimar los eventos de ese día como algo insignificante o apenas juegos políticos.

Este fue un intento serio de derrocar la elección y tan solo fracasó porque varios centros de poder decisivos en el aparato militar y de inteligencia juzgaron que el intento había sido mal organizado y que tenía poco chance de ser exitoso. Sin embargo, una democracia que depende del consentimiento de los generales y los directores de la CIA no es una democracia del todo, sino una dictadura en ciernes.

Los eventos del 6 de enero y el encubrimiento subsecuente demuestran que la defensa de los derechos democráticos no puede confiársele a ninguna sección de la élite gobernante estadounidense. Esta tarea necesita ser asumida por la clase obrera a través de la construcción de un movimiento socialista de masas.

(Publicado originalmente en inglés el 15 de septiembre de 2021)

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