Ryland Lee Daic falleció el 10 de agosto en el hospital de niños Memorial Hermann en Houston, Texas, tras contraer COVID-19. Le faltaba un mes para su cumpleaños 13 y estaba a punto de comenzar sexto grado en la escuela Woodrow Wilson en Dayton, Texas.
Su madre Casey Castorina le dijo a Bluebonnet News que la enfermedad de Daic se agravó rápidamente de síntomas moderados iniciales similares a los de la gripe a apenas poder hablar en suspiros. Castorina lo llevó apresuradamente a una clínica de emergencias y luego al hospital en Houston, donde lo pusieron en un coma inducido.
“Al final lo pusieron en soporte vital. Sus pulmones se habían llenado de líquido por el COVID. Los doctores y los enfermeros hicieron todo lo posible para ayudarle, pero falleció el martes”, explicó. “Fue tan estúpidamente rápido”.
Mkayla Robinson falleció el sábado a los 13 años, apenas un día después de dar positivo a una prueba de COVID-19. La estudiante de octavo grado ya había vuelto a clases en la escuela de Raleigh, Mississippi, donde no es obligatorio usar mascarilla y donde se contagió. Robinson fue uno de los 76 casos confirmados entre los estudiantes, además de 11 casos en el personal. La junta escolar votó a favor de cerrar la escuela por dos semanas después de que, para el martes, hubiera 700 personas haciendo cuarentena. Mientras que el gobernador republicano Tate Reeves ha minimizado los contagios de coronavirus n los niños como meros “resfriados”, Robinson fue la quinta niña o niño que fallece por COVID-19 en Mississippi.
Matthew Kirby de Creedmoor, Carolina del Norte, a sus 17 años, pasó nueve días en una unidad de cuidados intensivos con COVID-19 antes de fallecer el jueves pasado. Su padre, Stephen Kirby, reportó en una publicación en Facebook que el contagio le provocó miocarditis, una inflamación del corazón que puede causar un ataque cardiaco o un accidente cerebrovascular. Los padres de Matthew también contrajeron la enfermedad y están planeando un evento conmemorativo cuando se recuperen.
Matthew Kirby era un apasionado por el béisbol y había jugado con Dirtbags Baseball, un equipo con sede en Burlington, Carolina del Norte, que prepara a los jóvenes para jugar en la universidad o en las grandes ligas.
“Fue devastador para mí”, dijo la directora de operaciones de Dirtbags, Roxann Markey, a WRAL Durham. “Tengo tres hijos propios y, por eso, cuando escuchas eso, te sientes devastada por la familia. Inmediatamente te pones en sus zapatos y en cómo te sentirías si estuvieras en esa situación… Esto se está poniendo muy serio y queremos que todos los tomen en serio porque no hay nada peor que perder un niño”.
Un niño de 16 años que no ha sido identificado falleció por COVID-19 el 5 de agosto en el hospital de niños Wolfson en Jacksonville, Florida. El hospital reportó que el adolescente no tenía problemas de salud subyacentes, pero no se había vacunado. Esta es la primera muerte pediátrica del aumento más reciente de casos en el hospital, en una de las ciudades más golpeadas por la cuarta ola pandémica, alimentada por la más transmisible variante Delta, que ha estado haciendo estragos en el sur del país y aumentando los casos en el resto de EE.UU. El gobernador Ron DeSantis prohibió las órdenes de uso de mascarilla en las escuelas y amenazó con privar de fondos a los distritos que las implementen.
Estos son tan solo cuatro de las últimas víctimas más jóvenes de la pandemia de COVID-19 en Estados Unidos y habrá más en la medida en que la clase gobernante insista con reanudar clases presenciales en las escuelas.
Sus muertes son el resultado de una política bipartidista para eliminar todas las medidas que controlarían la propagación del virus mientras solo la mitad de la población está totalmente vacunada y los menores de 12 años siguen sin poder vacunarse. El propósito es mantener a los trabajadores en sus puestos de trabajo y bloquear la aplicación de medidas que salvarían vidas y sofocarían la pandemia —órdenes de uso de mascarillas, el cierre de negocios no esenciales y confinamientos—, pero que provocarían una caída de la bolsa de valores.
Esta campaña se ha basado en mentiras: que los niños no contraen el COVID-19, que si lo contraen no es grave y que no pueden transmitir el virus a otras personas de su entorno. El impulso de la reapertura de las escuelas, impulsado el año pasado por Donald Trump y los republicanos, ha sido retomado por el presidente Joe Biden y los demócratas con el apoyo total de los sindicatos.
En un evento público en febrero, Biden le dijo a una preocupada alumna de segundo grado: “No es probable que puedas exponerte a algo ni contagiar a papi o a mami”. Y continuó tranquilizándola falsamente: “Los niños no se contagian... de COVID muy a menudo. Es inusual que eso ocurra”, y añadió: “Estás en el grupo de personas más seguras de todo el mundo”. Biden, que prometió durante la campaña electoral “seguir la ciencia”, está haciendo exactamente lo contrario.
Los estudios científicos confirman que los niños pueden contraer el COVID-19 y contagiar a sus amigos, hermanos, padres y abuelos. Las escuelas son lugares de gran propagación, ya que los niños transmiten el virus a los profesores y al personal y viceversa.
Frente a toda la evidencia, la presidenta del sindicato American Federation of Teachers, Randi Weingarten (con un sueldo de 560.000 dólares al año), y la directora del sindicato National Education Association, Becky Pringle (con un sueldo superior a los 370.000 dólares al año), han respaldado plenamente la iniciativa de devolver a los alumnos, los profesores y el personal a las aulas, que son los focos de la pandemia. “La prioridad número uno es conseguir que los niños vuelvan a la escuela”, declaró Weingarten a principios de este mes.
La principal preocupación de los demócratas y de los sindicatos es que la oposición de los gobernadores republicanos a las exigencias de mascarillas y vacunaciones impida el impulso de reabrir las escuelas y mantenerlas abiertas durante todo el año escolar.
Como resultado de la política asesina de reaperturas, un número creciente de niños está contrayendo el virus justo cuando las escuelas de todo el país empiezan a reabrir, lo que prepara el terreno para un nuevo brote de infecciones y muertes. Decenas de miles de estudiantes y empleados de las escuelas ya han sido enviados a casa en cuarentena después de haber dado positivo en las pruebas de COVID-19 o haber estado en contacto cercano con alguien contagiado en la escuela.
La Asociación Estadounidense de Pediatría (AAP, por sus siglas en inglés) informó el lunes que en la segunda semana de agosto se confirmaron más de 121.000 casos de COVID-19 en niños, la cifra más alta desde finales de enero. En la actualidad, más de 4,4 millones de niños han dado positivo. El número de niños hospitalizados alcanzó un récord esta semana, superando los 1.900 por primera vez en la pandemia, lo que representa el 2,4 por ciento de todas las hospitalizaciones por COVID-19 en el país.
Según la AAP, tan solo desde el 22 de julio, cuando comenzaron a abrir las escuelas para el semestre de otoño, se han registrado 29 muertes de niños en los 43 estados y la ciudad de Nueva York que ofrecen datos sobre las edades.
Además de la posibilidad de enfermarse gravemente y morir, se ha demostrado que el COVID-19 afecta seriamente al desarrollo cognitivo, de manera equivalente a una intoxicación por plomo. Y existen otros numerosos riesgos para los jóvenes asociados al virus, como el desarrollo de un síndrome inflamatorio multisistémico (MIS-C) de larga duración, que se manifiesta varias semanas después de una infección inicial por COVID. En Estados Unidos se han diagnosticado más de 4.400 casos de MIS-C y se han registrado 37 muertes, que afectan principalmente a niños de entre 6 y 12 años.
Además, los niños que pierden a sus padres o abuelos a causa del virus sufren daños de por vida. Los datos preliminares de los Centros para el Control y la Prevención de Enfermedades (CDC) revisados por ABC News el mes pasado mostraron que más de 140.000 niños han perdido a un cuidador principal o secundario a causa del COVID-19.
¿Cuántos niños deben morir o ver destruidas sus vidas para que se pueda satisfacer la insaciable necesidad de ganancias de Wall Street?
Los padres ya están protestando para exigir que las escuelas de sus hijos tomen medidas para proteger vidas. Los padres de Killeen, Texas, se reunieron frente al edificio de la administración del distrito escolar el martes para exigir que la escuela ordene y proporcione mascarillas a los 46.000 estudiantes e implemente medidas sanitarias.
Los padres también han protestado para exigir medidas de seguridad en el condado de Cobb (Georgia), donde se han confirmado 253 infecciones desde el 1 de julio y una clase entera de quinto grado tuvo que ser enviada a casa para clases en línea tras un brote. Los padres preocupados han realizado protestas similares en el capitolio estatal de Des Moines (Iowa) y frente al edificio de las escuelas públicas del condado de Miami-Dade (Florida).
¡No hay excusa para poner en peligro la vida de millones de niños! Las llamadas estrategias de “mitigación” son, como mucho, inadecuadas y crean una falsa sensación de seguridad. Es más, dado el estado deplorable de las escuelas en todo el país, la “mitigación” significa colocar una curita en una herida infectada. La única estrategia efectiva para combatir el virus y salvar vidas, tanto de niños y adultos, es una que este enfocada en erradicar el virus.
Esto significa detener inmediatamente la homicida reanudación de las clases presenciales y mantener las aulas cerradas hasta que se contenga la pandemia. Los padres deben exigir un apoyo financiero completo para poder quedarse en casa mientras sus hijos toman clases a distancia.
Los educadores y los padres deben formar comités de seguridad de base en todas las escuelas y los lugares de trabajo, independientes de los sindicatos, los demócratas y los republicanos, para coordinar la lucha que detenga la reapertura de las escuelas y ponga fin a la pandemia.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 18 de agosto de 2021)