A las 4:30 de la mañana el 12 de abril de 1861, la milicia de Carolina del Sur lanzó un mortero de 10 pulgadas sobre el fuerte Sumter en la bahía de Charleston. El primer tiro de la guerra civil fue una señal para bombardear. Después de 33 horas y miles de proyectiles más, el asediado cuartel federal en el fuerte Sumter se rindió ante las fuerzas de la nueva república esclavista, los Estados Confederados de América.
La guerra civil continuó por cuatro años más, hasta que las fuerzas confederadas bajo Robert E. Lee se rindieron a Ulysses S. Grant el 9 de abril de 1865 en el Palacio de Justicia de Appomattox en Virginia. En este periodo, unos 750.000 estadounidenses fallecieron en combate, según las mejores estimaciones.
Ningún estadounidense en abril de 1861 anticipó que la guerra sería tan violenta y tendría consecuencias tan revolucionarias. Las presiones acumuladas en la sociedad estadounidense desde la revolución de 1776 detonaron en los campos de batalla de la guerra civil con una fuerza terrible. La sociedad que emergió de la matanza pronto se volvería irreconocible. La guerra destruyó la propiedad de esclavos y a la clase esclavista que gobernó el sur por 250 años. Al destruir la esclavitud, la guerra civil reivindicó el planteo de la Revolución estadounidense de que todos los hombres son creados iguales. Pese a todo su presunto conservadurismo, Lincoln inició la mayor expropiación de propiedad privada en la historia hasta la Revolución de Octubre de 1917.
Karl Marx, quien siguió la guerra civil de cerca como corresponsal para un periódico, predijo que daría inició a una nueva era de la lucha de clases. Así como “la guerra de independencia de EE.UU. inició una nueva era de ascenso para la clase media”, le escribió Marx a Lincoln para felicitarlo por su reelección en 1864, “la guerra antiesclavista estadounidense hará lo mismo para las clases trabajadoras”. La prognosis de Marx se confirmó rápido. Las luchas de la clase obrera pronto “atravesaron del Atlántico al Pacífico, de Nueva Inglaterra a California, con las botas de siete leguas de una locomotora”, escribió en El capital.
El hecho de que el fuerte Sumter se volvería en el desencadenante fue a su vez el resultado de una seria de eventos impredecibles. A la par de Charleston, una ciudadela de fanatismo secesionista y esclavista, Sumter era parte de una constelación de bases y arsenales federales levemente vigilados que se encontraban esparcidos por el sur y los estados fronterizos y se convirtieron en un foco de los preparativos para la guerra. En el periodo prebélico, los secesionistas se concentraron en capturar por todos los medios las posiciones federales. Esta era la gran esperanza del sur. Sus cultivos comerciales estaban unidos al “taller del mundo”, el capitalismo industrial británico. No tenía mucha manufactura y podía fabricar muy poco material militar propio.
Los secesionistas fueron virtualmente asistidos por el presidente estadounidense saliente, James Buchanan de Pennsylvania. Durante el largo interregno entre la victoria presidencial de Abraham Lincoln el 6 de noviembre de 1860 y su inauguración el 4 de marzo, Buchanan prácticamente no hizo nada para detener la captura de instalaciones federales por parte de las fuerzas sureñas, que consiguieron rifles, artillería, municiones e incluso buques navales.
Como su predecesor, Franklin Pierce de Vermont, Buchanan era un “doughface” [cara de masa], el término despectivo para los demócratas norteños subordinados a los intereses sureños. De la mano con sus rivales del sistema bipartidista, los llamados “whigs agoldoneros”, los demócratas dominaron por décadas el fulcro de la política estadounidense, que apenas se sostenía a través de interminables concesiones para apaciguar a la oligarquía esclavista. No obstante, todas las concesiones desde el Compromiso de Missouri de 1820 tan solo postergaron “el conflicto irreprimible” en torno a la esclavitud, que siempre regresaba intensificado.
Ante la rebelión abierta de las fuerzas sureñas, Buchanan culpó al norte por la secesión sureña. En su discurso del Estado de la Unión en diciembre de 1860, exigió que los norteños contemplaran arrebatarle Cuba a España para permitir que la esclavitud se expandiera, abandonaran las leyes de libertad personal opuestas a la Ley de los Esclavos Fugitivos y dejaran de criticar la esclavitud. Si los norteños no hacían esto, “estaría justificada” la secesión del sur. Como indicó de forma mordaz el historiador James McPherson, Buchanan “exigió todo menos pedirle al Partido Republicano que se disolviera”. El servilismo completo de Buchanan tan solo envalentonó a los secesionistas.
Lincoln y el nuevo Partido Republicano representaban algo distinto al statu quo ante e incluso algo verdaderamente revolucionario, como lo comprobarían los eventos posteriores. Lincoln se oponía intransigentemente a cualquier otra expansión de la esclavitud. En su primer discurso de toma de posesión, reiteró su postura “que se encuentra en casi todos los discursos publicados de aquel que se pronuncia ante ustedes, [de que] no pretendo interferir directa ni indirectamente con la institución de la esclavitud en los estados donde existe actualmente”. Pero Lincoln se rehusó a abandonar la insistencia de la plataforma del Partido Republicano en que la Constitución no permite la expansión de la esclavitud a otros dominios territoriales.
Para la clase gobernante sureña, esto cruzaba el límite. Consideraba como una amenaza existencial el crecimiento económico y poblacional del capitalismo norteño y sus filas de “indigentes y mecánicos grasientos”, como se burló el senador James Henry Hammond de Carolina del Sur de los trabajadores del norte. Hammond y sus copensadores no estaban equivocados en su estimación de que la sociedad norteña presentaba una amenaza revolucionaria. El Partido Republicano uní a la sociedad norteña a través de la política antiesclavista. Lincoln era un político antiesclavista cuyo objetivo declarado era la eliminación gradual de la esclavitud de humanos, considerando que esta era la postura compartida por los “padres fundadores” de EE.UU. Y de hecho, ha dicho en su famoso discurso “Casa dividida”:
Creo que este Gobierno no soportará permanecer más mitad esclavo y mitad libre. No espero que la Unión se disuelva, no espero que la casa se caiga, pero sí espero que deje de estar dividida. Todo se convertirá en una cosa o en la otra. O bien, los oponentes de la esclavitud detendrán su mayor propagación y la colocarán donde tranquilice a la mente pública haciéndola creer que está en vías de extinción definitiva; o bien, sus defensores la impulsarán hasta que sea legal en todos los estados, tanto los viejos como los nuevos, tanto en el norte como en el sur.
De hecho, fue en respuesta a la elección de Lincoln que los estados del sur profundo se separaron uno a uno durante el largo invierno de 1860-1861: Carolina del Sur, Misisipi, Florida, Alabama, Georgia, Luisiana y Texas. Sus declaraciones de independencia no dejaban lugar a dudas sobre sus motivos. Se separaron en lugar de permanecer en "esta nueva unión con los republicanos negros de Lincoln" y para defender "la esclavitud bajo nuestro antiguo vínculo constitucional de unión", como dijeron los delegados de la convención de secesión de Mississippi. Y, mientras que la Constitución de 1789 había evitado cuidadosamente la palabra "esclavitud", la Constitución de la Confederación la invocó diez veces en un intento de hacer permanente esa institución bárbara. Thomas Jefferson y los demás fundadores se habían equivocado, explicó el vicepresidente confederado Alexander Stephens en su discurso inaugural. "Se basaron en la suposición de la igualdad de las razas", dijo. "Esto fue un error". Stephens continuó:
Nuestro nuevo gobierno se basa exactamente en la idea contraria; sus fundamentos están puestos, su piedra angular se basa, en la gran verdad de que el negro no es igual al hombre blanco; que la subordinación a la esclavitud de la raza superior es su condición natural y normal.
Lincoln asumió el cargo en una situación complicada y explosiva. Algunos en el norte tenían esperanzas vanas de un último intento para evitar una guerra civil. Uno de ellos era el secretario de Estado del propio Lincoln, William Seward, quien puso en marcha un plan secreto de provocar una guerra con Francia o España para promover la unidad nacional, lo cual fue rápidamente rechazado por Lincoln. Pero las demandas sureñas se habían vuelto extremas. Una “concesión” significaba en ese momento para Lincoln renegar toda la plataforma por la cual había sido electo e incluso apoyar un cambio en la Constitución para proteger la esclavitud de forma permanente.
Lincoln se mantuvo firme. Respondió al problema urgente de la propiedad federal enunciando una política de “sostenerla, ocuparla y controlarla”. Pero evitó cuidadosamente amenazar de cualquier forma con un ataque militar. La carga recaía en el sur. “La cuestión trascendental de la guerra civil yace en sus manos, mis queridos compatriotas insatisfechos, no en las mías”, declaró Lincoln a los estados separados. “El Gobierno no los atacará. No habrá un conflicto a menos que ustedes sean los agresores. No tienen ninguna promesa gravada en el cielo de destruir el Gobierno, pero yo mantendré la promesa más solemne de “preservarlo, protegerlo y defenderlo”.
En la mañana después de su primera investidura, el 5 de marzo de 1861, Lincoln entró por primera vez en su oficina y descubrió en su escritorio “un comunicado del mayor Robert Anderson, comandante del cuartel de la Unión en el fuerte Sumter”, como señala McPherson. “Anderson reportó que tenía suministros solo para unas pocas semanas. El tiempo se estaba agotando”.
Como ocurriría varias veces más durante la guerra civil, Lincoln demostró ser un político magistral. Anunció públicamente su intención de reabastecer el fuerte Sumter en una carta al gobernador de Carolina del Sur, Francis Pickens. La armada de la Unión no dispararía a menos que la atacaran primero y los refuerzos permanecerían abordo. Lincoln maniobró para que Jefferson Davis se encontrara arrinconado. Si Davis permitía el reabastecimiento, el fuerte Sumter podía aguantar indefinidamente. Si atacaba, el sur estaría dando el primer golpe. No obstante, la base de apoyo de Davis, los grandes propietarios de esclavos, exigían una guerra. “¡Si no salpicas sangre en el rostro de la gente de Alabama, volverán a la Unión vieja en menos de diez días!”, fue como lo puso un belicista llamado Mobile. Davis ordenó el ataque el 12 de abril y Sumter fue tomado el día siguiente. No sería recuperado hasta que la “Campaña Carolina” del general William Tecumseh Sherman de la Unión obligó al abandono de Charleston en febrero de 1865.
Lincoln respondió el 15 de abril con un llamado a más de 75.000 voluntarios para un servicio de tres meses para suprimir lo que llamó desde ese día en adelante una rebelión. Los soldados tuvieron que ser suministrados por los gobernadores. No existía realmente un ejército permanente: meramente unos 16.000 soldados —en su mayoría estacionados en fuertes distantes, “unos cuantos hombres para vigilar a los indios” observaría Engels— y ciertamente nada comparable a las dimensiones del leviatán militar que se devora la mitad del presupuesto discrecional del EE.UU. hoy día.
Los voluntarios respondieron el llamado de Lincoln en grandes números. Se organizaron en regimientos numerados según el orden en que se llenaban. Así que el 1º de Minnesota fue el primero en responder de dicho estado. Combatió en Malvern Hill, Antietam, Fredericksburg y ambas batallas de Battle Run, antes de sufrir bajas del 80 por ciento en un intento suicida de garantizar la victoria de la Unión en Gettysburg en 1863. Estos voluntarios tempranos se encontraban entre los soldados más políticamente orientados. Muchos nunca regresaron a casa.
Mientras el fuerte Sumter impulsó al norte —incluso el acérrimo rival de Lincoln en Illinois, Steven Douglas, juró vengarse de los “traidores”—, los telegramas de los gobernadores de los estados fronterizos y de la región superior del sur que aún no se habían separado no podían alentar a Lincoln. Kentucky “no proporcionará tropas para el malvado propósito de someter a sus estados hermanos del sur”, escribió su gobernador. El gobernador de Tennessee dijo que “no proporcionará ni un solo hombre... sino cincuenta mil si es necesario para la defensa de nuestros derechos y los de nuestros hermanos del sur”. Y el gobernador de Missouri insistió: “Su requisición es ilegal, inconstitucional, revolucionaria e inhumana”. Virginia, Carolina del Norte, Tennessee y Arkansas siguieron a los estados del sur profundo después de fuerte Sumter.
La lenta adopción de la emancipación por parte de Lincoln durante la guerra se debió en gran medida en buscar apoyo unionista en el sur y en mantener los estados fronterizos. Pero la evolución de la guerra le demostró a Lincoln que, como diría más tarde, “debemos liberar a los esclavos o ser nosotros mismos sometidos”. La intransigencia de Lincoln, en las semanas que precedieron la toma del fuerte Sumter y de ahí en adelante, se volvió más evidente a medida que la crisis se profundizaba. En última instancia, Lincoln apoyó la conclusión de Frederick Douglass de que “la guerra por la destrucción de la libertad debe enfrentarse a la guerra por la destrucción de la esclavitud”. Atacaría directamente las raíces de la oligarquía sureña –la esclavitud— transformando la guerra civil en la Segunda Revolución de EE.UU.
La intransigencia de Lincoln frente a un adversario implacable es una de las lecciones clave que ofrece la guerra civil.
Al igual que Lincoln, vivimos en una época de conflictos irreconciliables. Este año los milmillonarios de Estados Unidos aumentaron a 660, y su insondable riqueza combinada creció hasta los 4,1 billones de dólares, un aumento del 36 por ciento. Las riquezas se acumularon proporcionalmente a la cantidad de trabajadores estadounidenses cuyas vidas fueron arrebatadas por la pandemia de COVID-19. El número de muertos se aproxima a 600.000 —una cifra como la de la guerra civil pero concentrada en un solo año—, aunque el número real de “muertes en exceso”, por no hablar del incalculable sufrimiento de los que han sobrevivido, es mucho mayor. La oligarquía estadounidense no admite ninguna limitación a la hora de hacer dinero, incluso sin importar als vidas que se pierdan.
Tal vez no deba sorprender entonces que el 160º aniversario del ataque al fuerte Sumter haya pasado en Estados Unidos prácticamente sin comentarios en los medios de comunicación, a pesar de —o tal vez precisamente porque— las últimas elecciones se celebraron en condiciones que recuerdan inquietantemente a las de 1860.
La clase dirigente estadounidense de 2021 debe mirar con incomodidad a la suerte de sus antepasados de la oligarquía en las plantaciones del sur. Se dice de quienes vivieron los asombrosos cambios traídos por la guerra civil que no podrían haber imaginado en 1861 el mundo de 1871. Ante la gran crisis del capitalismo estadounidense actual, ¿se puede dudar de que no se dirá lo mismo de 2031 desde el punto de vista del 2021?
(Artículo publicado originalmente en inglés el 13 de marzo de 2021)