El lunes, parecía haber dos mundos diferentes: uno basado en la realidad y otro en ficción.
En el mundo real, la pandemia del COVID-19 continuó su propagación mortal en EE. UU. y el resto del mundo. Las noticias estuvieron dominadas por reportes de hospitales saturados, doctores, enfermeras y otro personal agotados y pacientes enfermos y muriendo.
Pero en el mundo de ficción de las bolsas de valores y finanzas, prevaleció una euforia descontrolada entre los inversores. Cual orgía en un funeral, derramaron miles de millones en la compra de acciones haciendo brincar el índice Dow Jones Industrial Average casi 7,5 por ciento. Se registraron aumentos importantes en el DAX alemán (6 por ciento) y el FTSE británico (más de 3 por ciento).
¿Qué motivó esta celebración bochornosa y desvergonzada?
El lunes, la cifra de muertes en EE. UU. superó los 10.000. A pesar de una caída pequeña en el total diario de muertes nuevas en la Ciudad de Nueva York el domingo, no hay ninguna evidencia de que la virulencia de la pandemia haya llegado a su máximo en este centro urbano crítico.
Más allá, es una certeza que otros importantes centros urbanos y gran parte de EE. UU. todavía no han visto toda la fuerza con las que los golpeará la pandemia. El nivel de detección sigue tan desorganizado y primitivo que no existen datos objetivos en los que se puedan hacer predicciones fiables sobre cuándo será posible que regresen los trabajadores de manera segura a sus empleos.
La situación económica es grave y se sigue deteriorando. La expresidenta de la Reserva Federal, Janet Yellen, dijo en una entrevista a CNBC el lunes que EE. UU. está en medio de una crisis “absolutamente impactante”. El desempleo es de al menos 13 por ciento, estimó Yellen, y la contracción de la economía estadounidense ya es de 30 por ciento.
Las observaciones de Yellen fueron respaldadas por el director ejecutivo de JPMorgan Chase, Jamie Dimon, quien señaló en su carta a accionistas el lunes que espera una “mala recesión”. Según Dimon, el producto interno bruto podría caer hasta 35 por ciento en el segundo trimestre y la caída probablemente durará todo el año.
Gran parte de la economía global, más allá de EE. UU. y Europa occidental, están cayendo en picada. India, el hogar del 17 por ciento de la población mundial, permanece en cuarentena, amenazando las cadenas globales de suministros y la producción de alimentos. El extitular del Banco de Reservas de India, Raghuram Rajan, dijo ayer que el país se enfrenta “quizás a su mayor emergencia desde la independencia”.
En Japón, el aumento dramático de contagios de coronavirus finalmente obligó al primer ministro Shinzo Abe a declarar un estado de emergencia, que resultará en el cierre de sectores grande de la actividad económica del país.
A las crisis en la economía y salud, las acompaña el recrudecimiento de la crisis política. En Reino Unido, el primer ministro Boris Johnson, tras infectarse del coronavirus, fue hospitalizado y colocado en cuidados intensivos la noche del domingo. Casi simultáneamente, la reina Elizabeth de 93 años se pronunció con gravedad en un discurso televisado ante la nación, por cuarta vez en su reino de 68 años (fuera del evento anual navideño).
Uno esperaría que la hospitalización de un primer ministro extremadamente enfermo en Londres, el centro financiero de Europa, haría que las bolsas de valores se deslizaran el lunes por la mañana.
Pero no sucedió nada parecido. Los inversores se dieron gusto en el mercado y no pausaron ni por un minuto para lamentarse por el enfermo primer ministro.
¿Cómo se puede explicar la exuberancia en los mercados globales en medio de condiciones tan trágicas y amenazantes?
En primer lugar, cualquier ansiedad de Wall Street ante la propagación de la pandemia se ve contrarrestada por la expectativa de que el Gobierno estadounidense seguirá apoyando sus actividades especulativas con billones y billones. De hecho, ya está en marcha la transferencia directa de recursos a los mercados, particularmente el banco central, la Reserva Federal en EE. UU. El balance de la Reserva Federal aumentó el mes pasado $1,6 billones, aproximadamente equivalente al producto interno bruto mensual del país. Cada día, se generan digitalmente decenas de miles de millones de dólares para comprar activos y deudas de bancos y empresas.
En otras palabras, las políticas implementadas después de la crisis de 2008 están siendo llevadas a un nuevo nivel. Por más de una década, el frenesí especulativo en Wall Street se ha financiado por medio de la inyección de efectivo de la Reserva Federal de EE. UU. en la forma de “expansión cuantitativa” (imprimiendo dinero) y tasas de interés bajas. Tras la crisis de 2008, la Reserva Federal añadió $4 billones a su balance comprando bonos hipotecarios y otros activos controlados por los bancos.
A esto se suma un flujo interminable de dinero hacia los mercados en la forma de recompras de acciones corporativas. El Wall Street Journal escribió en un artículo publicado el fin de semana:
Las recompras de acciones, de hecho, se han vuelto la única fuente de dinero de la bolsa desde la crisis financiera en 2008, según Brian Reynolds, estratega de mercado en efe de la firma de investigación Reynolds Strategy. Los programas de recompras, a través de los cuales las empresas recompran sus propias acciones en el mercado abierto, pueden ayudar a aumentar los precios de las acciones reduciendo la cantidad de acciones en circulación y aumentando las ganancias por acción de la empresa, pero no las ganancias generales.
Desde el principio de 2009, el Sr. Reynolds estima, las recompras han añadido un neto de $4 billones al mercado bursátil. Las contribuciones de todas las otras fuentes —incluyendo los fondos intercambiados en el mercado, los compradores extranjeros, las pensiones, fondos de inversión y hogares— se cancelaron en cero, concluyó con base en los reportes de flujos trimestrales de la Reserva Federal. El valor de mercado del S&P500 es de $20,9 billones.
Para resumir, a través de recompras, el precio de las acciones podría aumentar interminablemente incluso sin un aumento en los niveles de ganancias. La nueva intervención de la Reserva Federal, después de la aprobación el proyecto de ley en el Congreso, le ha reasegurado a Wall Street que habrá una liquidez ilimitada disponible para apoyar el aumento en los precios de las acciones, bao condiciones de severa contracción económica.
La Reserva Federal ya está comprando deuda corporativa y Yellen señaló ayer la posibilidad de que podría comenzar compras directas de acciones por primera vez en la historia. Yellen también indicó que los oficiales de la Reserva Federal, con quienes sigue en contacto, están pensando en comprar “bonos basura” empresariales de muy alto riesgo.
El segundo factor detrás del aumento de Wall Street es su reacción entusiasta hacia la campaña internacional por parte de la élite política y la prensa sobre un regreso pronto al trabajo.
En el análisis final, el edificio de capital ficticio —riqueza creada por medio de una masiva e inflacionaria expansión del crédito y la deuda— no puede ser liberado completamente de un proceso productivo real que involucra y exige la explotación del poder laboral de la clase obrera. Si ese proceso real se detuviera, por cualquier razón, la estructura de capital ficticio colapsaría.
Es por eso por lo que los llamados a un retorno al trabajo—independientemente del estado de la pandemia—han sido avanzados internacionalmente por la prensa capitalista. La posibilidad de un regreso precoz al trabajo, bajo condiciones de explotación intensificada, produjo la euforia del lunes.
Por supuesto, la euforia puede que no dure mucho. La realidad, no la ficción, determina el curso de eventos.
El conflicto de clases y la lógica de clases opuestas se presentan marcadamente: para la clase gobernante, es una cuestión de asegurar su riqueza, obligando a los trabajadores a regresar a su trabajo bajo condiciones insalubres y destruyendo lo que quede de los programas sociales. Para la clase obrera, es una cuestión de salvar sus vidas, detener toda la producción no esencial y reestructurar la vida económica con base en las necesidades sociales, no el lucro privado.
Un camino lleva al autoritarismo, el otro a la revolución socialista. Esta es la lógica social y política irreprimible de la realidad fundamental de nuestra época: la crisis global y la agonía mortal del capitalismo mundial.
(Publicado originalmente en inglés el 7 de abril de 2020)