Ante las advertencias de que una sección sustancial de la población global podría ser infectada por la mortal pandemia del coronavirus, el presidente estadounidense Donald Trump pronunció un discurso en horas de máxima audiencia el miércoles marcado tanto por ignorancia como xenofobia e indiferencia total hacia las vidas humanas.
En medio de comentarios casi completamente para enaltecerse a sí mismo, Trump no asumió ninguna responsabilidad por la inacción y desorganización que han caracterizado la respuesta del Gobierno a la crisis. Por el contrario, presentó la fallida reacción estadounidense, vista por todo el mundo como una desgracia, como “la mejor en cualquier parte del mundo”.
El discurso no incluyó medidas que ralenticen la propagación de la enfermedad y que mitiguen sus efectos. No anunció ningún financiamiento para expandir hospitales o aumentar los recursos disponibles para pruebas o incluso equipos básicos de protección para los trabajadores médicos en la primera línea. En cambio, anunció $50 mil millones en préstamos para empresas y urgió al Congreso para que adopte un recorte de impuestos de planilla favorable para las empresas: medidas que no harán nada para detener la propagación de la enfermedad ni para ayudar a los trabajadores afectados.
Trump trató la pandemia como si fuera una invasión extranjera. Describió la enfermedad como un “virus extranjero” que “inició en China” y anunció restricciones de viaje sin precedentes, prohibiendo que todos los no ciudadanos viajen de Europa a EE. UU.
Visiblemente agitado y con dificultades para leer del teleprompter, declaró que la restricción “aplicará a la enorme cantidad de comercio y cargamentos”. Cuando los valores futuros del mercado comenzaron a caer en la que fue interpretada como una mayor restricción comercial desde la Segunda Guerra Mundial, Trump luego clarificó en Twitter: “La restricción detiene a personas, no bienes”.
En su parálisis frente a una crisis que se está saliendo de su control y su indiferencia sociopática hacia el sufrimiento humano, Trump meramente refleja de forma particularmente desagradable la respuesta de casi todos los países a la pandemia.
Menos de 24 horas después, la canciller alemana Angela Merkel dejó perplejo a un grupo de legisladores cuando dijo que espera que de 60 a 70 por ciento de la población alemana se infecte de la mortal enfermedad.
La declaración de Merkel fue menos la afirmación de un hecho que el anuncio de una política. En efecto, dijo que no se tomarán medidas serias para prevenir que el brote se convierta en un evento de bajas masivas en su país.
Más temprano en la semana, el evidentemente angustiado director general de la Organización Mundial de la Salud (OMS), Tedros Adhanom, advirtió que una “degeneración moral” estaba aferrándose a las capitales del mundo.
Sorprendido sobre la aparente velocidad con la que los Gobiernos están abandonando cualquier esfuerzo serio para contener la enfermedad, algo que atribuyó al efecto desproporcionado para las personas de mayor edad, Adhanom insistió en que “cualquier individuo de cualquier edad, cualquier ser humano importa”.
Declaró: “Independientemente de que mate a alguien joven o a alguien mayor o un anciano, cualquier país tiene la obligación de salvar a esa persona. Por eso decimos que no haya banderas blancas, no nos rendimos, lucharemos. Para proteger a nuestros niños, para proteger a nuestros ancianos, al final del día es vida humana. No podemos decir que nos importan millones cuando no nos importa un individuo”.
Los trabajadores en todo el mundo están profundamente sorprendidos por los eventos de la última semana y están teniendo dificultades para procesar lo que significa vivir en un mundo donde las vidas de sus amigos, compañeros de trabajo y personas amadas están en riesgo inminente.
Una vez que los trabajadores comiencen a entender esta nueva realidad, no se verán impulsados por el nihilismo fascistizante de Trump, sino por la idea de que la vida de “cualquier ser humano importa”.
La clase obrera no puede aceptar lo que Trump y Merkel han aceptado: morirán millones. Los trabajadores no pueden aceptar sus mentiras y excusas egoístas e insinceras.
Los trabajadores necesitan exigir medidas inmediatas y urgentes para combatir la enfermedad. Se deben poner a disposición cientos de miles de millones de dólares para garantizar un régimen completo de pruebas, el seguimiento de contactos y cuarentenas, y billones más para reconstruir urgentemente la infraestructura sanitaria necesaria para combatir la pandemia.
Se necesita proveer inmediatamente para todos licencias pagadas por enfermedad y licencias pagadas para el cuido de niños, así como compensaciones plenas por los efectos económicos de las cuarentenas. Los trabajadores no pueden esperar a que las clases gobernantes implementen esas políticas, sino que deben comenzar a organizar comités en cada lugar de trabajo y comunidad para garantizar un ambiente seguro y sano, así como un trato humano para los enfermos y los que estén sufriendo.
Al final, todas las mentiras y encubrimientos de Trump son una tapadera para la responsabilidad de su propio Gobierno por la propagación devastadora de la pandemia y los intereses económicos que sirve.
La dispersión voraz de la enfermedad es el resultado final de la subordinación constante de la necesidad humana a los intereses de lucro, el llamado valor de las acciones. Esta religión del mercado, predicada por décadas desde todo púlpito, ha encaminado a la sociedad a un callejón sin salida.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 12 de marzo de 2020)