En cuestión de semanas, el brote del coronavirus centrado en Wuhan, China, ha cerrado una importante metrópolis global de 11 millones de personas, más grande que la Ciudad de Nueva York.
El brote ha expuesto la enorme vulnerabilidad de la sociedad contemporánea a nuevas cepas de enfermedades infecciosas, peligros para los que ningún Gobierno capitalista está adecuadamente preparado.
La infraestructura médica local en el epicentro de la crisis está al borde del colapso, mientras que un total de 15 ciudades de la provincia china de Hubei, incluyendo Wuhan, han sido colocadas bajo cierre parcial o total, lo que significa una cuarentena de la gran mayoría de una región de 58,5 millones de personas.
Los videos y fotografías publicados en redes sociales muestran salas de espera abrumadas en los hospitales, según los atemorizados residentes con fiebre y otros síntomas similares a los de la gripe buscan tratamiento médico. Los doctores, enfermeras y otro personal médico se han visto obligados a trabajar sin parar a fin de tratar a los contagiados y diagnosticar casos sospechosos, aún cuando escasean peligrosamente los implementos médicos.
Fuera de los hospitales, las personas se han apurado a almacenar bienes esenciales, gasolina, comida y agua, aumentando los precios de las necesidades básicas. El caos también ha causado retrasos para aquellos que buscan otros tratamientos médicos de rutina. El transporte público dentro de Wuhan se ha suspendido, obligando a los trabajadores de los hospitales a caminar o utilizar carros privados, ya que los vehículos para servicios particulares no los llevarían por temor a ser infectados.
Los 4.494 casos conocidos en China y 106 muertes han frenado todos los aspectos de la vida social de cientos de millones de personas.
Actualmente hay 65 casos fuera de China en 14 países—Australia, Camboya, Canadá Francia, Japón, Malasia, Nepal, Singapur, Corea del Sur, Sri Lanka, Taiwán, Tailandia, Estados Unidos y Vietnam. Los oficiales sanitarios en China e internacionalmente han advertido que el contagio se está acelerando. Guan Yi, uno de los principales virólogos y veterano de la epidemia del SARS en 2003, declaró que “el brote de Wuhan es al menos 10 veces más grande que el de SARS”.
Al mismo tiempo, las perturbaciones económicas, enfermedades y muertes se ven agravadas por la pobreza, la desigualdad social y la degradada infraestructura sanitaria en las áreas infectadas. Cabe notar que, mientras que la situación en China es grave, los llamados países del primer mundo no están más preparados para atender un brote en la escala que está ocurriendo en Wuhan. Cada año, 30.000 personas en E.E UU. mueren de la influenza, una enfermedad mucho menos contagiosa que el coronavirus de Wuhan.
Uno de los mayores peligros del nuevo coronavirus es que una persona infectada puede contagiar a otros sin exhibir síntomas, un periodo que dura en promedio de 3 a 7 días y puede llegar hasta 14 días. Los investigadores de la Universidad de Hong Kong, encabezados por el presidente de Medicina, Gabriel Leung, estiman que actualmente hay 25.630 personas con síntomas tempranos propios de una neumonía solo en Wuhan, un número que casi se duplicará a 44.000 en seis o siete días.
En EE. UU., se han confirmado 5 casos y 110 pacientes permanecen bajo monitoreo. Estos números “solo seguirán aumentando”, según Nancy Messonnier, directora del Centro Nacional para la Inmunización y Enfermedades Respiratorias, que pertenece a los Centros de Control de Enfermedades (CDC, por sus siglas en inglés) del Gobierno federal.
La posible propagación del virus tan solo a pocas semanas de su identificación refleja su naturaleza virulenta y la naturaleza altamente integrada de la vida económica y social moderna, particularmente entre China y el resto del mundo. El coronavirus de Wuhan se está propagando al menos cuatro veces más rápido que el SARS y está infectando al menos a cinco veces más de personas, en gran parte por la facilidad para viajar desde o hacia el país.
El crecimiento del transporte aéreo desde el inicio del milenio, u obstante, no ha aumentado el nivel de preparación internacional para combatir la propagación de enfermedades contagiosas. Mientras llega a nuevos niveles el cruce de personas sobre fronteras internacionales, las organizaciones como los CDC han visto su financiamiento caer de $10,8 mil millones en 2010 a los $6,6 mil millones propuestos en 2020. La Organización Mundial de la Salud, que recibe el 80 por ciento de sus fondos de donaciones voluntarias tuvo un presupuesto de tan solo $5,1 mil millones en 2016-17.
Al mismo tiempo, el Congreso de EE. UU. acaba de aprobar una ley de autorización a la defensa de $738 mil millones. El presupuesto de defensa anual de China se estima en $250 mil millones. Ni hablar de los $6 billones que EE. UU. gastó en la “guerra contra el terrorismo” y los billones más entregados a los bancos de Wall Street tras el derrumbe de 2008.
Puesto de otra manera, mientras los Gobiernos del mundo, particularmente EE. UU. han preparado planes detallados para guerras grandes durante el último cuarto de siglo, no se han dedicado tales recursos o preparación para combatir la serie de epidemias que han plagado el mundo durante el último periodo. Desde 1996, ha habido 67 epidemias en el mundo, incluyendo el brote de las vacas locas de 1996 a 2001, la influenza en 2009, Zika en 2015-2016, y la continua epidemia del VIH/SIDA que matado al menos a 30 millones de personas desde que apareció en 1960.
Estos desastres son prevenibles cada vez. La ciencia médica ha avanzado al punto en que es capaz de identificar nuevos virus en semanas y desarrollar vacunas en meses. Pero, aun así, la entonces directora general de la OMS, Dra. Margaret Chan, declaró en 2014, en relación con el brote del Ébola, “una industria guiada por ganancias no invierte en productos para mercados que no pueden pagarlos”.
Este tema hace eco en cada epidemia y desastre natural, desde los incendios forestales en Brasil, California, África y Australia, a los mayores daños causados por tifones y huracanes, hasta el conjunto de catástrofes siendo causadas por el cambio climático. Los planes de lucro, a corto plazo y mercenarios, que son intrínsecos del capitalismo son incapaces de asignar los recursos necesarios para anticipar y prepararse para riesgos globales. Arraigados en el sistema de Estados nación, cada país capitalista busca su propia ventaja en el presente mientras sacrifica el futuro, socavando toda colaboración internacional seria y científicamente necesaria.
Estos conflictos solo se siguen intensificando. En un momento en que la planificación racional a través de las fronteras es crucial para combatir la propagación global de una enfermedad virulenta, EE. UU. y China están enfrentados en un conflicto comercial cada vez mayor en lo que se ha llamado una nueva “guerra fría”. Incluso cuando los nuevos patógenos exigen poner en uso los recursos científicos de todos continente para combatirlos, los países del mundo están construyendo muros metafóricos y literales.
La defensa de la civilización humana contra la amenaza de las pandemias globales, incluidos el cambio climático y la creciente amenaza de desastres ecológicos, requiere un nivel de planificación y cooperación global que el capitalismo es incapaz de alcanzar. La sociedad ha sobrepasado el sistema capitalista y las divisiones arbitrarias que le impone al mundo. La satisfacción de las necesidades sociales más existenciales exige una planificación racional. Es decir, requiere el socialismo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 28 de enero de 2020)