El siguiente discurso fue pronunciado en el Mitin Internacional en línea del Día del Trabajador por Peter Schwarz, secretario del Comité Internacional de la Cuarta Internacional por los últimos 32 años y dirigente de la sección alemana del CICI.
Después de la disolución de la Unión Soviética y de los regímenes estalinistas del Europa del este, la burguesía europea estaba segura de que —140 años tras la publicación del Manifiesto Comunista— ya no la acechaba “el espectro del comunismo”; que Marx sería olvidado pronto y solo sería de interés para historiadores especializados.
Una cuarto de siglo después, en el cumpleaños 200 de Marx, sucede lo contrario. Prácticamente no hay periódico, estación de radio ni canal de televisión que no haya publicado artículos, entrevistas, documentales, debates o incluso suplementos especiales sobre Marx. Se ha vuelto imposible ignorarlo o descartarlo con unas cuantas calumnias anticomunistas.
La crisis del capitalismo global, el ensanchamiento de la brecha entre ricos y pobres, el resurgimiento de la lucha de clases y el grave peligro de una guerra confirman cada aspecto del análisis y la perspectiva desarrolladas por Marx y los grandes marxistas del siglo veinte, sobre todo Lenin y Trotsky.
La burguesía y sus lacayos en las juntas editoriales por todo el mundo buscan negarlo. Le atribuyen a Marx el rol de profeta, pero lo denuncian por ser un revolucionario. Le dan mérito como teórico, pero le muestran hostilidad como socialista. Aluden a su crítica de la sociedad capitalista, pero rechazan sus implicaciones revolucionarias. Utilizan la terminología de Marx: toleran, si bien de forma limitada, su “arma para críticas”, pero repudian firmemente su “crítica de las armas”.
Sus intentos de diluir a Marx y transformarlo en un ícono inocuo están condenados a fracasar. Cada día ofrece nuevas pruebas de que el capitalismo no puede ser reformado, sino que debe ser derrocado por un movimiento socialista de las masas obreras.
Los mecanismos económicos, sociales y políticos que dieron permitieron dar cierta estabilidad al capitalismo europeo después de 1945 se descompusieron. En su lugar, están surgiendo nuevamente las condiciones objetivas que hicieron que la primera mitad del siglo veinte fuera el periodo más violento en la historia, como escenario de feroces batallas de clases, una revolución proletaria victoriosa en Rusia, el ascenso del fascismo en Italia, Alemania y España y dos guerras mundiales devastadoras.
Las organizaciones políticas y sindicales, las cuales insistieron en que el capitalismo podía ser mejorado para avanzar los intereses de las masas por medio de compromisos de clase y reformas sociales, han colapsado o se han trasladado tanto a la derecha que son indistinguibles de los partidos burgueses más reaccionarios.
Lo mismo ocurre con las organizaciones revisionistas y pseudoizquierdistas, las cuales abandonaron la perspectiva marxista de una movilización independiente y revolucionaria de la clase obrera. Se han subordinado a movimientos estalinistas, reformistas y nacionalistas burgueses, además de distintas formas de la política de identidades.
Durante las últimas dos décadas, los más brutales ataques contra los derechos sociales y democráticos de la clase obrera llevan la marca del laborista británico, Tony Blair, el socialdemócrata alemán, Gerhard Schröder, y el líder de la Coalición de la Izquierda Radical (Syriza) en Grecia, Alexis Tsipras.
Los sindicatos se han transformado en herramientas empresariales para disciplinar y reprimir a los trabajadores.
En nombre de los bancos y las corporaciones europeas y con el apoyo incondicional de los socialdemócratas, los sindicatos y los partidos pseudoizquierdistas, la Unión Europea ha perseguido políticas antiobreras que han creado las condiciones propicias para que la extrema derecha puede encauzar el enojo social en una dirección nacionalista.
Como resultado, la AfD se convirtió en el primer partido ultraderechista en entrar en el Parlamento alemán desde la Segunda Guerra Mundial. El Frente Nacional se ha convertido en el segundo mayor partido en Francia. El Partido de la Libertad forma parte del Gobierno en Austria. Los partidos xenofóbicos Lega y el Movimiento 5 Estrellas cuentan con una mayoría parlamentaria en Italia. En Polonia, la República Checa y Hungría, hay partidos de extrema derecha en el poder.
En un sentido fundamental, el surgimiento de la ultraderecha refleja la decadencia de la democracia burguesa. “Las tensiones excesivamente altas de los conflictos internacionales y la lucha de clases resultan en el corto circuito de las dictaduras, dañando un fusible democrático tras otro”, escribió León Trotsky en 1929.
El mismo proceso se repite en la actualidad. La Unión Europea es un antídoto al crecimiento del autoritarismo, anuncian los Gobiernos de Alemania y Francia. En un discurso ante el Parlamento Europeo el mes pasado, el presidente francés, Emmanuel Macron describió a la UE como “un modelo democrático único en el mundo. Pero esta es una mentira.
La misma Unión Europea siendo retratada como la garante de la paz, la democracia y la prosperidad es en realidad la fuerza impulsora de la austeridad, el militarismo, la xenofobia y la construcción de un Estado policial en Europa. Lejos de unir al continente, está generando las tensiones nacionalistas desgarrándola.
Los dictados de la UE han destruido los niveles de vida de la clase obrera griega y aumentado el desempleo juvenil en Europa del sur a más de 50 por ciento. En los países de Europa del este, los cuales se unieron a la UE hace más de una década, los salarios promedio son todavía una fracción de los de Occidente.
Durante los últimos cuatro años, la guerra de la UE contra los refugiados ha cobrado más de 15.500 vidas solo en el Mediterráneo, un promedio de 11 por día.
Tanto París como Berlín pretenden transformar a Europa en un Estado policial y en una gran potencia militar controlada por Alemania y Francia, y capaz de competir con Estados Unidos en el reparto imperialista del mundo.
El mes pasado, Macron ordenó bombardear Siria bajo falsos pretensos, sin un voto parlamentario y atropellando a la mayoría de la población francesa que se oponía.
Por su parte, Alemania se encuentra en medio de un rearme masivo para que su ejército pueda participar en una guerra contra Rusia y en guerras imperialistas por todo el mundo. El nuevo Gobierno de la gran coalición en el país ha prometido duplicar el gasto militar a 70 mil millones de euros para el 2024. Este rearme conlleva la continua ofensiva contra los programas sociales y los niveles de vida de los trabajadores.
El AfD, cuyos legisladores son en gran medida antiguos oficiales militares, policías y jueces, ha disfrutado un cálido abrazo del Gobierno. Integra todas las principales comisiones legislativas, mientras que el Gobierno ha adoptado su política xenofóbica hacia los refugiados, la cual constituye la punta de lanza de los ataques contra los derechos democráticos.
El retorno del militarismo y de un partido ultraderechista al Parlamento en un país donde aún viven sobrevivientes de los campos de concentración nazis tiene un significado histórico ominoso. Demuestra que la burguesía recurrirá nuevamente a las formas más brutales de dictadura si la clase obrera, la gran mayoría de la población, no logra establecer su propio gobierno, si no conquista el poder y reorganiza la sociedad con base en satisfacer las necesidades sociales.
La oposición a la austeridad y la guerra entre la clase obrera y la juventud es enorme, como lo demuestran las luchas militantes de los trabajadores ferroviarios y los estudiantes en Francia, las grandes huelgas en la industria metalúrgica y en los servicios públicos alemanes, los estallidos recurrentes de huelgas generales en Grecia y el resurgimiento de la lucha de clases en Europa del este, además de muchas otras huelgas y protestas.
El periodo que se aproxima se caracterizará por enconadas batallas de clases y un crecimiento de la oposición a la guerra y a la represión estatal. Sin embargo, estas luchas requieren una perspectiva política. Sólo pueden ser exitosas si la clase obrera rompe con los socialdemócratas, los sindicatos y los partidos pseudoizquierdistas, se une internacionalmente y combina su lucha contra la guerra y la austeridad con la lucha contra el sistema capitalista. El ascenso de la ultraderecha solo puede ser detenido por esta vía.
El CICI es la única tendencia política que lucha por esta perspectiva. Los llamamos para que se unan y construyan sus secciones en toda Europa y el mundo.
(Artículo publicado originalmente en inglés el 8 de mayo de 2018)