Este discurso fue pronunciado por Julie Hyland, secretaria nacional del Partido Socialista por la Igualdad en Reino Unido para el evento en línea del Día Internacional del Trabajador realizado el 30 de abril.
El Comité Internacional de la Cuarta Internacional se solidariza con los millones de refugiados y migrantes en todo el mundo. Defendemos el derecho de todos los trabajadores a vivir y trabajar donde quieran con plenos derechos de ciudadanos.
Este compromiso inquebrantable, la piedra angular de cualquier organización obrera digna del nombre, se encuentra en un contraste diametral con lo que se hace pasar por la izquierda hoy día.
Bernie Sanders en Estados Unidos, Mélenchon en Francia, Lafontaine en Alemania y Corbyn en Reino Unido, todos rechazan el principio de la libre circulación y, en muchos casos, incluso llaman a reforzar las fronteras supuestamente para proteger a los trabajadores nativos.
De esta manera facilitan los esfuerzos de sus gobiernos para fomentar el odio hacia los inmigrantes a fin de dividir a la clase obrera y desviar su atención de la verdadera fuente del sufrimiento de los trabajadores, el sistema capitalista.
Consecuentemente, la prensa sólo menciona a los migrantes como depredadores sexuales, traficantes o terroristas. Las identidades de sus blancos cambian —mexicanos en EE.UU., sirios en Europa y el favorito de todos, “los musulmanes”. Su retórica proviene directamente de los libros de los nazis y de cómo demonizaban al supuesto “judío criminal”.
En cambio, al igual que hace setenta años, estos trabajadores y jóvenes empobrecidos y vulnerables son las víctimas de los crímenes monstruosos de las potencias imperialistas.
Los quince años de la llamada “guerra contra el terrorismo”, el pretexto para el renacimiento de las guerras y los saqueos colonialistas en Oriente Medio y otros lugares, han producido la mayor crisis de migración desde la Segunda Guerra Mundial. Más de 65,5 millones de personas en el mundo son refugiados, sin contar a los 14 millones más que se encuentran desplazados internamente.
En el tiempo que me llevará dar este discurso, casi 300 personas habrán sido obligadas a dejar sus hogares alrededor del mundo. Llegarán a ser 3.000 personas al final de este evento y más de 35.000 para cuando se acabe el día. Si los refugiados conformaran un país, sería el vigésimo segundo más grande del mundo —más grande que Reino Unido, Italia o Sudáfrica.
Más de la mitad de los refugiados ya son de Siria, Afganistán y Somalia, pero en las últimas semanas, el gobierno de Trump, con el respaldo de los gobiernos europeos, bombardeó Siria y lanzó la mayor bomba no nuclear en su arsenal, la MOAB, sobre Afganistán, mientras que las fuerzas estadounidenses regresaron a Somalia para buscar instalar un gobierno títere.
Esta es la drástica situación actualmente incluso sin referirnos a las amenazas hacia Corea del Norte y China y las provocaciones contra Moscú que amenazan con detonar una Tercera Guerra Mundial.
Cada misil Tomahawk que fue arrojado sobre Siria tiene el costo de $1,5 millones. El precio de una sola bomba MOAB es de $16 millones. El escudo de defensa THAAD que EE.UU. está instalando en Corea del Sur cuesta alrededor de $1.000 millones, mientras que las naciones nucleares gastan $100.000 millones en sus armas nucleares, $12 millones cada hora.
Sin embargo, mientras que las potencias imperialistas derrochan todo este dinero para destruir países enteros, las víctimas de su agresión, al menos aquellos que sobreviven, viven en la miseria más abyecta.
Más del noventa por ciento de todos los refugiados nunca llegan a Occidente, sino que se ven obligado a quedarse en países también asolados por la pobreza y la guerra.
En Libia, han abierto mercados de esclavos, comerciando a refugiados africanos para ser utilizados como mano de obra forzada o esclavos sexuales. Sus precios van de los $200 a $500. Aquellos que no son comprados, y que son incapaces de llegar a un lugar seguro, a menudo mueren de hambre y son enterrados en fosas o tumbas sin marcar, lo que le ha valido a Libia el nombre del “valle de las lágrimas”.
Uganda, uno de los países más pobres del mundo, alberga el mayor campamento de refugiados del continente, llamado Bidi, con más de un cuarto de millón de personas, principalmente mujeres y niños y en su mayoría de Sudán del Sur.
Después de seis años de la guerra civil instigada por los poderes occidentales, los sirios componen el mayor número de refugiados en el mundo. Muchos están atrapados en Turquía, Jordania y Líbano. Sin el derecho al trabajo, la mayoría vive por debajo de la línea de pobreza. Como resultado, en Líbano, el tráfico de órganos ilegales está en auge debido a que los desesperados refugiados, incluyendo a los menores de edad, venden partes de sus cuerpos para mantener a sus familias.
A los que logran huir de la matanza y la destrucción que azotan a sus países y a la región circundante, no les va mucho mejor.
La cifra de muertos en el Mediterráneo de este año parece que va a alcanzar otro récord una vez más, con mil ahogamientos en los últimos cuatro meses de quienes toman el desesperado intento de llegar a Europa. Si lo logran, son recibidos con alambres de púas, campos de concentración y agitación racista.
En Grecia e Italia, donde muchos se quedan atascados por las políticas de la Unión Europea propias del término “Fortaleza Europa”. Los campamentos de refugiados son miserables, sin servicios de saneamiento, agua y alimentos suficientes y adecuados. Los campamentos en estos dos países incluyen por lo menos a 23.000 niños no acompañados, muchos de ellos huérfanos.
En Calais, los refugiados reportan niveles “endémicos” de brutalidad de parte de la policía y los grupos de ultraderecha, con 97 por ciento de los niños encuestados reportando ataques, incluyendo con gases lacrimógenos y algunos que incluso han sufrido miembros dislocados.
Un estudio sobre los refugiados de Siria que lograron llegar a Reino Unido encontró que el 93 por ciento fue testigo de lo que describe como “violencia explosiva”. No obstante, el gobierno británico no deja de alegar sobre unos pocos cientos de niños sirios no acompañados mientras que busca unirse a los bombardeos estadounidenses de ese país cada vez que puede.
Tal crueldad no es casual, sino deliberada. La marea del veneno del chauvinismo nacional es una expresión condenatoria de la bancarrota del sistema del Estado nación con el que el capitalismo está inseparablemente atado. Esta va de la mano con la erección de barreras comerciales y una nueva erupción de guerras comerciales y de divisas, conforme cada burguesía nacional busca resolver su propia crisis a expensas de sus rivales y de la clase obrera.
Al mismo tiempo, el régimen de terror contra los refugiados es utilizado para construir el aparato de un Estado policial en todos los países, el cual emplearán contra todos los trabajadores que intenten defender sus puestos de trabajo, niveles de vida y que se opongan al militarismo y la guerra.
En oposición a los chauvinistas de izquierda, el Comité Internacional reivindica la tradición del marxismo y su insistencia en que la clase obrera no pertenece a ningún país. El mundo entero es nuestro para conquistarlo.
Defendemos la unidad internacional de la clase obrera en la lucha por la revolución socialista mundial. Esta batalla comienza con rechazar todos los intentos de dividir a los trabajadores nativos e inmigrantes. Unir la gran fuerza de la clase trabajadora a través de todas las fronteras nacionales en una lucha común contra el imperialismo y la oligarquía financiera global es la única forma de avanzar su salida independiente a la crisis económica mundial: la reorganización de la economía mundial para satisfacer las necesidades sociales, no las ganancias privadas.