Este informe, presentado por Bill Van Auken durante una reunión del Comité de Redacción Internacional (CRI) del World Socialist Web Site (Sitio de la Malla Socialista Mundial), apareció en nuestro sitio en su inglés original en dos partes el 18 y el 20 de marzo, 2006, respectivamente. La reunión se efectuó en Sydney, Australia, del 22 al 27 de enero del presente. Bill Van Auken es integrante del CRI y del Comité Central del Partido Socialista por la Igualdad (EE.UU.).
Latinoamérica consiste de 20 países cuya extensión geográfica va de la Patagonia hasta el Río Bravo. Creo que los camaradas quedarán agradecidos si no trato de cubrir la situación socio política de cada país. Más bien quiero enfocar las tendencias principales de la región con motivo de elaborar nuestras perspectivas internacionales y el desarrollo de la labor del Comité Internacional de la Cuarta Internacional y el World Socialist Web Site en Latinoamérica.
Uno de nuestros objetivos durante el año venidero consta de consagrarle a Latinoamérica una cobertura mayor en la cantidad y la calidad de artículos que publicamos. Vamos a encontrar nuestro público y nos ganaremos los mejores elementos que entran en lucha y que buscan una alternativa a la desastrosa política del nacionalismo pequeño-burgués y sus partidarios estalinistas y revisionistas.
Como los camaradas saben, América Latina ha sido por mucho tiempo una región volátil, donde muchas de las luchas de las masas han sido explosivas; donde ha habido grandes traiciones trágicas que terminaron con las masas en manos de dictaduras militares despiadadas. La tendencia pablista revisionista que rompió con el trotskismo ha jugado un papel decisivo en esas traiciones, sobretodo durante la década de los 60 y a principios de los 70.
Desde el punto de vista socio político, Latinoamérica todavía permanece la región más inestable y polarizada del planeta. Desde el 2000, debido a una racha de crisis, golpes de estado, rebeliones de las masas y una invasión por parte de Estados Unidos, por lo menos diez gobiernos han sido derrocados..
Al tratar de comprender estas condiciones tan explosivas, vale la pena analizar dos temas relacionados que inquietan no solo a grupos intelectuales de Washington, sino también a la prensa y a ciertos sectores de los dos partidos principales de Estados Unidos.
El primero es evidente: Washington ha perdido su influencia en la región, que por mucho tiempo había considerado como su “patio de atrás”. El segundo es el llamado “viraje hacia la izquierda” de Latinoamérica. Los revisionistas izquierdistas y pequeño-burgueses, alaban este último fenómeno como si fuera la confrontación decisiva con el imperialismo y a la vez el nuevo camino hacia el socialismo.
Pero, claro, para nada es ni el uno ni el otro. No cabe duda todos los regímenes latinoamericanos que, de una manera u otra, se identifican con la “izquierda” y que han llegado al poder y se oponen a la política económica de Estados Unidos tiene un significado objetivo. .
Las inquietudes acerca de la región en los ámbitos del poder de Estados Unidos aumentan cada vez más. Por ende, el último ejemplar de la revista, Foreign Affairs, lleva un artículo titulado, “¿Está Washington perdiendo a Latinoamérica?” El autor es Peter Hakim, jefe del Diálogo Interamericano, grupo intelectual financiado por las grandes empresas que promueve el libre comercio en la región de acuerdo a la visión de Washington.
[Hakim] critica a los gobiernos de Clinton y de Bush por la benigna—y no tan benigna—negligencia de ambos hacia la región y por haber sido responsables de una “...política ...hacia América Latina sin mucha energía o dirección” luego de cierto período en que, según él, el continente se dirigía en “dirección correcta”.
Pero la realidad es que la disminución de la influencia estadounidense en Latino- América ni se debe a errores de la política internacional ni a las consecuencias de decisiones sujetivas de los políticos. Más la raíz está en los cambios en la economía mundial y en los efectos catastróficos de la política introducida por Estados Unidos durante el período que Hakim asevera la región iba en “dirección correcta”.
Estos cambios en la economía mundial, resultados de la globalización, incluyen la disminución relativa de la posición de Estados Unidos no solo en comparación a Europa Occidental sino, como hemos indicado en informes anteriores, a China, proceso que adelante cada vez más.
La Doctrina Monroe—la política extranjera trascendental de la cual Estados Unidos se ha valido para cerrarle paso a toda potencia extranjera con intención de extender su influencia en el Hemisferio Occidental—en efecto ha expirado su último suspiro. Durante casi 200 años, gobiernos sucesivos en Washington invocaron esta doctrina para justificar las intervenciones estadounidenses en la región, sobretodo durante todo el Siglo XX, e imponer dictaduras militares que suprimieran todo movimiento revolucionario de la clase obrera. Durante la mayor parte de ese período, los regímenes nacionales burgueses que se subordinaban a los intereses del imperialismo estadounidense aceptaban la doctrina. Pero ahora las nuevas relaciones económicas han esa unidad destrozada.
Rivales de Estados Unidos adquieren influencia económicaDurante la trayectoria de la última década, la Unión Europea ha rebasado a Estados Unidos en cuanto al comercio con la región y las inversiones extranjeras directas en cuanto a América del Sur se refieren. En términos de la totalidad del mercado interior de la región, Estados Unidos todavía va adelante gracias a sus íntimas relaciones con México bajo el acuerdo de NAFTA de 1993. Dos tercios de las exportaciones de Estados Unidos a la región van a ese país, y muchas de éstas consisten de piezas enviadas, a través de la frontera, a las fábricas maquiladoras establecidas expresamente para explotar la mano de obra mexicana en la producción de mercancías destinadas al mercado estadounidense.
Aún más perturbador para Washington es el hecho que China juega un papel cada vez más importante sur del Río Grande. El Presidente chino, Hu Jintao, y el Vicepresidente del país, Zeng Qinghong, han hecho dos giros por Latinoamérica durante los dos últimos años. Han firmado dos pactos comerciales y acuerdos entre los militares de ambos países. Para las industrias chinas, la región es ahora sumamente importante como fuente de materias primas. Las importaciones chinas de la región han aumentado en un 600% durante los últimos seis años y se espera que alcancen los $100.000.000.000 a fines de década.
Para asegurar acceso a las materias primas estratégicas, China se ha comprometido a invertir $100.000.000.000 en la construcción de carreteras, puertos y otras infraestructuras durante la próxima década. Beijing desea construir otros proyectos, inclusive iniciativas cuyo objetivos es asegurar acceso al petróleo venezolano, al gas natural boliviano y a otros minerales de importancia.
El Congreso de Estados Unidos ha conducido dos audiencias sobre lo que percibe una amenaza china en esta antigua esfera de influencia norteamericana en la cual Estados Unidos imponía su dominio semicolonial. El año pasado, en su testimonio ante el Congreso, Roger Noriega, en esa época ministro asistente del Ministerio de Relaciones Exteriores para Asuntos del Hemisferio Occidental, juró que su gobierno “le prestaría mucha atención a cualquier indicio de alguna colaboración económica que aliente relaciones políticas en contra de nuestros objetivos en la región”.
Es decir, estos cambios en las relaciones económicas mundiales significan que el capitalismo estadounidense ya no es el único de importancia—ni tampoco es el que extrae los beneficios mayores—en Latinoamérica. También significan que las crecientes relaciones entre la región y los rivales de Estados Unidos le han dado a los regímenes nacionalistas de dicha región más espacio para maniobrar y mantener el equilibrio entre Moscú y Washington del que tenían antes durante la Guerra Fría. Esta es una de las bases materiales fundamentales que han fomentado el llamado viraje hacia la izquierda. Una descripción más adecuada de esta tendencia sería un viraje hacia el euro y el yuan.
Dentro del mismo hemisferio, Brasil representa un problema en pañales al capitalismo yanqui. Con una población de 180 millones y materias primas considerables, se ha convertido en la décima potencia industrial mundial y es es quinto país exportador de armas. La expansión de Brasil ha resultado en varios encuentros con Estados Unidos acerca de varios temas comerciales, desde los derechos de propiedad intelectual a las exportaciones agrícolas.
Las insinuaciones políticas de estos cambios se hicieron bien claras recientemente cuando la Casa Blanca decidió negar licencias de exportación a una fábrica española de naves aéreas para que ésta no pudiera enviar aviones a Venezuela cargados de tecnología estadounidense (bajo un pacto hecho entre el gobierno de Chávez y el Ministerio de Defensa español). España ha jurado desafiar las sanciones fabricando aviones con tecnología europea. Se espera haya otras confrontaciones con España acerca de la venta de barcos militares de patrulla y aviones militares que Embraer actualmente produce para Venezuela.
Luego de una reunión entre el brasileño Lula, el venezolano Chávez y el argentino Kirchner la semana pasada, Brasil presentó un plan para establecer, en colaboración con los países representados, una industria de armas bajo la organización general del pacto comercial, Mercosur. El plan aboga por unificar las fábricas de armas establecidas bajo las ex dictaduras de Argentina y Brasil y por el establecimiento de una fábrica Embraer en Argentina cuyo objetivo es eventualmente fabricar armas, aviones militares y otra ferretería pesada para todo el continente. Así podrá competir con los modelos más caros que ofrecen los fabricantes de Estados Unidos, quienes tradicionalmente le han vendido armas a Latinoamérica a un costo de 3.500.000.000 al año.
Estado Unidos conduce acciones militaresEsto le presenta a los intereses de Washington una gran dificultad. Es difícil que el imperialismo yanqui rinda control de su “propio patio” o de sus mercados y fuentes de materias primas estratégicas. Si su previa hegemonía económica sobre la región comienza a desplomarse, éste ha de reaccionar recurriendo a un militarismo peor.
Durantes los últimos años Washington silenciosamente ha establecido una red de bases militares en la región a la vez que expandía las actividades del Comando del Sur, comando militar regional cuyo personal dedicado a Latinoamérica es más numeroso que el de todas las otras agencias.
Durante el 2002, claro, ocurrió el fracasado golpe—con el apoyo de Estados Unidos—contra el gobierno de Chávez. Según varios informes, en el golpe participaron asesores militares norteamericanos y el despliegue de barcos y aviones de espionaje de Estados Unidos. Y en el 2004 ocurrieron la destitución de Aristide en Haití y la invasión de la pobre nación isleña por los marinos de guerra yanquis.
Los planes de Washington—muy parecidos a los que usó para invadir y ocupar a Irak—para una invasión destinada a controlar la riqueza petrolífera de Venezuela ya van muy adelantados.
La insurgencia que por cuarenta años azota a Colombia ha creado frecuentes conflictos entre ese país y Venezuela. Entre tanto, Estados Unidos le ha brindado a las fuerzas militares de Colombia enormes fondos—$3 mil millones—durante los últimos años (presuntamente para la “guerra contra las drogas”). Además, las tropas militares de ese país ahora llegan a 275,000, lo cual representa un aumento de 300%, y lo más probable es que participen en cualquier intervención que Estados Unidos dirija para derrocar al gobierno de Chávez en Venezuela.
Los conflictos históricos también arden entre Bolivia y Chile sobre el acceso al Pacífico, y entre Perú y Chile. Constituyen una verdadera amenaza; pueden ser causa de cualquier guerra, con las potencias extranjeras respaldando a diferentes antagonistas.
La verdad es que una de las responsabilidades principales del WSWS consiste en desenmascarar y criticar ferozmente al imperialismo estadounidense. Esta defensa activa de Latinoamérica en contra de las agresiones de Washington, sin embargo, no nos obliga a adaptarnos a las ilusiones en Chávez o en cualquier otro régimen nacionalista burgués.
Para comprender los orígenes de estos regímenes se necesita un análisis del impacto que tuvo la política dictada por el gobierno de Estados Unidos y de las instituciones financieras dominadas por dicho país durante las décadas de los 80 y 90, cuando se lanzara la panacea del “mercado libre” conocida como el “Consenso de Washington”.
Estas llamadas reformas económicas, pintadas como fomento del desarrollo económico, representaban una definitiva ruptura con la substitución de importaciones y los programas nacionales de desarrollo relacionados con los regímenes nacionalistas durante períodos anteriores, y la violenta integración de estas economías al capitalismo globalizado.
Las tarifas fueron reducidas en un 50% en comparación a la década del 70. En la mayoría de los países, las restricciones sobre las inversiones internacionales desaparecieron.
Solamente en la década del 90, más de $178 mil millones del valor de las empresas estatales fueron privatizadas, lo cual resultó en la destrucción de cientos de miles de empleos. Esto representa más de veinte veces el valor de la privatización en Rusia luego del colapso de la URSS.
Pero un desarrollo económico a base de esto es una ilusión y no se puede repetir. Una empresa estatal no se puede vender dos veces.
Esta política produjo condiciones de pobreza y polarización social que hoy día representan una amenaza para todo el orden social. La agencia ECLAC, afiliada con la ONU, recientemente reportó que aproximadamente 213 millones personas, o sea, el 40.6% de la población total de la región (523 millones)vive en la pobreza y que 88 millones viven en la extrema pobreza.
De acuerdo a un estudio del Banco Mundial, el 10% más rico de la región recibe el 48% de los ingresos totales, y el 10% más pobre recibe solamente el 1.6%.
El estudio declara que la “desigualdad en Latinoamérica es extensa: el país en la región con la menor desigualdad todavía muestra mayor desigualdad que cualquier país perteneciente a la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) y a Europa Oriental”.
Venezuela es de los ejemplos más extremos de este proceso, aunque los mismos índices podrían darse en Argentina, Uruguay y otros tantos países. Para Venezuela, el período se caracterizó por una inflación que subió hasta las nubes: al 100% en 1996. Entre 1988 y 1997, los empleos industriales del país disminuyeron en un 15%.
Al terminar la década del 90, el valor de los salarios reales estaba en un 40% de su nivel en 1980. Para el 1994, la capacidad adquisitiva del salario mínimo había disminuido dos tercios en comparación al 1978.
Los gastos per capita para los programas del bienestar social también fueron reducidos drásticamente en un 40% durante el mismo período. Esto incluyó reducciones reales en un 40% en los gastos para la educación, 70% en la vivienda y el desarrollo urbano, y 37% en el mantenimiento de la salud. Entre 1984 y 1995, las filas de los pobres aumentaron en un 100% y abarcaron dos tercios de la población total.
La enorme expansión de la miseria social ocurrió junto con la dramática expansión del abismo entre la riqueza y la pobreza debido a que ciertos sectores de la clase gobernante y de las clases medias superiores venezolanas se enriquecieron por medio de convenios con las empresas transnacionales.
Los sindicatos obreros principales afiliados con el partido Acción Democrática (AD) quedaron totalmente desacreditados por haber colaborado con el gobierno para imponer la destrucción de las conquistas del pasado. También hubo una rápida disminución de la militancia de los sindicatos a medida que los empleos se evaporaban y los trabajadores se veían obligados a integrarse al llamado “sector informal”; es decir, se convertían en vendedores callejeros o en mano de obra casual, etc., la cual actualmente abarca media población. La cantidad de trabajadores que pertenecen a sindicatos disminuyó en un 50%: del 26.4% al 13.5%.
Los sindicatos, pues, de ninguna manera se identificaron con la oposición o la protesta social, las cuales se expresaron de manera espontánea y explosiva, sobretodo en el Caracazo de 1989. En esta rebelión, el ejército mató aproximadamente a 1,500 personas durante manifestaciones en contra de un programa de ajustes estructurales respaldado por el Fondo Monetario Internacional que introdujera Carlos Andrés Pérez, de Acción Democrática.
La trayectoria de esta evolución, que se repitiera de diferentes maneras por todo el continente, define el contenido social y económico de lo que ocurrió inmediatamente antes de lo que ahora se llama el viraje de Latinoamérica hacia la izquierda; es decir, la reciente elección de Evo Morales en Bolivia y los gobiernos de Tabaré Vásquez en Uruguay, Lula en Brasil, Kirchner en Argentina y, claro, Chávez en Venezuela.
Y en el horizonte se destacan desarrollos de la misma índole. Ollanda Humala, ex dirigente militar de un golpe de estado y aliado de Chávez que el Wall Street Journal describe como “un oposicionista izquierdista del mercado libre”, es ahora el favorito en las elecciones que han de tomar lugar en Perú en abril. Andrés Manuel López Obrador, candidato del PRD, es el favorito en las últimas encuestas mexicanas para los comicios de Julio. Y se cree que en Nicaragua, Daniel Ortega, dirigente Sandinista, tiene buena posibilidad de regresar al poder.
Aunque estos gobiernos se componen de elementos políticos muy diferentes, todos comparten la crítica populista del “neo liberalismo”, la retórica anti yanqui y llamamientos a la ira popular contra la desigualdad social junto con la defensa de la propiedad privada y una gran obedencia a los requisitos esenciales económicos de las instituciones financieras internacionales.
Evidentemente, ninguno de estos regímenes le ofrece a la clase obrera la manera de como seguir adelante. En muchos casos repiten la política de un período anterior: el nacionalismo izquierdista y el militarismo populista que identifican con figuras tales como el argentino Juan Perón y el brasileño Getulio Vargas. Pero esos movimientos, hasta cierto punto, se basaban en los sindicatos que comenzaban a desarrollarse. Los nuevos populistas, no obstante, han surgido, por lo menos en parte, de la desintegración de los viejos movimientos obreros en países tales como Venezuela y sobretodo Bolivia.
A continuar