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La crisis social y política de EE.UU. seguirá intensificándose tras las elecciones del 2004

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La reelección de George W.Bush, lograda por medio de la movilización del voto evangélico cristiano y recurriendo a los prejuicios religiosos, tendrá consecuencias desastrosas de largo alcance para la democracia de Estados Unidos.

A pesar de las trivialidades y sedativos que el Senador John Kerry dispensara en su trillado discurso de concesión, los resultados de las elecciones del 2004 no van a acabar en ningún renacimiento de la unidad nacional. Estas elecciones representan una etapa más desarrollada de la decadencia y la crisis del sistema político estadounidense. Son la culminación de una estrategia que los Republicanos han estado desarrollando por tres décadas: cultivar a los fundamentalistas religiosos y así crear una enorme base reaccionaria y militarista. La oligarquía financiera y empresarial ha creado su propio Frankenstein: una fuerza cuya programática política y social es incompatible con las bases seculares constitucionales de Estados Unidos y con la defensa de las normas democráticas tradicionales.

Bush y los Republicanos llevaron a cabo una campaña reaccionaria extremista a base de mentiras, fomentando el temor y aprovechándose de las inseguridades y de la confusión de importantes sectores del electorado. No obstante la ventaja de las riendas del poder, de una prensa a favor y de la explotación interminable de la tragedia del 11 de septiembre, Bush a penas logró la mayoría del voto popular: el 51%.

Pese a lo que los "eruditos" de la prensa digan, las elecciones de ninguna manera significan que el gobierno y la política de Bush cuentan con apoyo popular. A través de la historia, los presidentes reelegidos se han valido de los beneficios de las riendas del poder que garantizan victorias decisivas. Así fue el caso con Roosevelt durante la década de los 30, con Johnson en los 60, Reagan en los 80, y hasta Clinton en 1996. Pero la victoria de Bush apenas rebasó una mayoría absoluta de votos.

Si nos fijamos en el mapa electoral, inmediatamente podemos darnos cuenta que los Republicanos, cuatro años después de las disputadas elecciones del 2000, no lograron obtener el apoyo de los centros más poblados del país. Los estados que le brindaron su apoyo popular a Gore en el 2000, con pocas excepciones, votaron por Kerry en el 2004. Estos incluyen los estados más industrializados y urbanos en la costas Este y Oeste, y en la región del Medio Oeste. Es decir, los Republicanos, a pesar de un esfuerzo extraordinario para fomentar el temor y sus mentiras (y otros trucos de política reaccionaria que sacaron del sombrero mágico) ya no pueden expandir los límites de sus propias bases sociales o de la geografía.

El mapa electoral muestra otro aspecto de la crisis política en que la democracia estadounidense ha caído: la balcanización de la política del país. No se puede decir más que los dos partidos principales son verdaderamente nacionales.

Las elecciones nuevamente revelan lo siguiente: que el país está aguda y rígidamente polarizado y que todavía existe una amplia y profunda oposición a Bush y a la guerra en Irak. El enorme aumento en la cantidad de nuevos votantes que se aparecieron ante las urnas electorales, sobretodo votantes jóvenes, quienes en su mayoría votaron contra Bush y la guerra, refleja la inmensa oposición que existe contra la derecha Republicana.

Puesto que los Republicanos han incrementado su mayoría en el Senado, el resultado del voto será una mayor concentración del poder político en manos de la extrema derecha, la cual ahora tendrá bajo su dominio las tres ramas del gobierno: ejecutiva, legislativa y judicial. Se han abierto las puertas a todo un conjunto de nominaciones a la Corte Suprema que la llevará aún más lejos hacia a la derecha, resultando an la anulación de la decisión Roe contra Wade, que legaliza los derechos al aborto, y otros dictámenes de gran importancia.

En realidad, las elecciones no fueron tanto una victoria para Bush sino una derrota colosal para el Partido Demócrata. En medio de una guerra impopular, de la enorme desaparición de empleos, de la disminución de las normas de vida, de la pobreza creciente, de toda una serie de escándalos de corrupción empresarial y de enormes concesiones a los ricos por medio de la reducción de sus rentas internas, los Demócratas han sido un fracaso. No pudieron destituir de las riendas del poder a un gobierno que llegó al poder a través de medios anti democráticos y que la mitad de la población considera ilegal; un gobierno cuyas mentiras monstruosas no son un secreto. A pesar de la enorme oposición a Bush, Kerry y su partido fueron incapaces de extender sus bases sociales de apoyo y penetrar seriamente el electorado obrero.

Kerry y su partido fueron incapaces de conducir una campaña eficaz que le hiciera frente a la estrategia Republicana de fomentar el temor, los prejuicios y la confusión política. La hipocresía definió la campaña Demócrata: trataron de ganarse el apoyo anti guerra aún cuando la respaldaban; se dirigieron a las inquietudes del pueblo trabajador en cuanto a la economía, pero abogaban por la austeridad; y criticaban el Acta Patriota pero exigían darle mayores poderes gubernamentales a la policía para "luchar contra el terrorismo".

La coherencia define la estrategia electoral de los Republicanos, quienes buscan crear una base de apoyo popular para la reacción social y el militarismo auspiciando el fundamentalismo cristiano y valiéndose de temas "controversiales"como el matrimonio entre homosexuales, el aborto, y las oraciones en las escuelas públicas.

Explotaron eficazmente las contradicciones que desconciertan al Partido Demócrata. Por ejemplo, Kerry nunca pudo responder a uno de los puntos básicos de Bush: que su adversario ahora criticaba de "equivocada, mal ubicada y de mala hora" una guerra por la cual Kerry y su socio a la vicepresidencia, John Edwards, habían votado. La reacción de Kerry fue repetir interminablemente fin que conduciría la guerra en Irak—y otras guerras del futuro—de manera más efectiva que la del actual "comandante de las fuerzas armadas del país" [Bush].

La presunta tendencia de Kerry a contradecirse ("flip-flopping") surge de las contradicciones de un partido que, al mismo tiempo que defiende a la clase gobernante del país y a los intereses de ésta en el interior y en el extranjero, se considera voz del pueblo trabajador.

Kerry apenas obtuvo la mayoría del voto en los sumamente industrializados y urbanos estados de Michigan, Wisconsin y Minnesota en el Medio Oeste. Apenas se molestó en dirigirse a los millones de trabajadores blancos y a los pobres de las zonas urbanas y rurales de la región Sur del país o de estados entre norte y sur, como Tennessee y Missouri. Tampoco se dirigió a estados ricos en carbón, como Virginia Occidental, que anteriormente habían sido baluartes del Partido Demócrata.

Puesto que no hubo ningún esfuerzo consistente y honesto para dirigirse a los intereses clasistas de la clase trabajadora, la estrategia Republicana, basada en el atraso y la confusión que la religión fomenta, fue increíblemente efectiva. El Partido Demócrata ni puede, ni tampoco podrá, responder directamente a las verdaderas necesidades económicas y sociales de la clase trabajadora, porque es un partido del capitalismo estadounidense y prisionero de la oligarquía que controla la economía de Estados Unidos. Los sindicatos obreros, que le brindan al Partido Demócrata ayuda con la mano de obra de sus propios miembros, listas de teléfono, etc., son totalmente inútiles en cuanto a la movilización de la clase obrera.

El resultado es que decenas de millones de gente trabajadora, principalmente en los estados rojos del Sur, de las planicies centrales y del Suroeste, votaron por un presidente cuya política económica ha resultado en consecuencias devastadoras para sus propias normas de vida. Esta anomalía, sin embargo, no surgió de la nada. Los Republicanos han podido penetrar grandes sectores de la clase obrera que los Demócratas y sus aliados derechistas entre los líderes burócratas que gobiernan los sindicatos, han abandonado.

Los estados rojos de Bush incluyen a Virginia Occidental y a Kentucky, ex baluartes del Partido Demócrata cuyas comunidades mineras quedaron arrasadas por los cierres y reducciones salariales debido a que una cantidad incontable de batallas contra la destrucción consciente de los sindicatos y de las reducciones de los sueldos fue traicionada durante las décadas de los 80 y los 90. En los estados de Ohio, Missouri, Arizona, Alabama y otros tantos que terminaron en la lista Republicana sucedió una situación similar. En todos estos casos, el Partido Demócrata se alió a la burocracia de la AFL-CIO para aislar a los trabajadores y destruir su resistencia. Como es de costumbre, estas derrotas dejan un patrimonio de ruina económica, de desesperación y de falta de perspectiva o visión; es decir, un terreno fértil donde se pude sembrar una política reaccionaria vestida de fervor religioso.

No cabe duda que el racismo y otros sentimientos reaccionarios han motivado a un sector bastante considerable de los constuyentes del Partido Republicano. Pero la verdad es que otro sector bastante amplio también vota por los Republicanos porque ninguno de los dos partidos principales sirve de voz a sus intereses de clase.

Así como el camino del Partido Republicano hacia la derecha ha sido un proceso prolongado, el colapso del Demócrata también es consecuencia de una larga evolución. Por más de una generación, el Partido Demócrata se ha desligado de toda política que los ámbitos empresariales consideran sospechosa. Su movimiento hacia la derecha ha sido marcado por un esfuerzo casi cómico por repudiar la etiqueta del "liberalismo"; esfuerzo que Kerry continuara durante su campaña electoral. Resultado? El partido ha renunciado a todo esfuerzo en dirigirse a los verdaderos intereses económicos de la clase trabajadora.

De todos modos, los políticos Demócratas que prometen la reforma en la atención médica y en otras necesidades sociales ya le han enterrado un puñal a la clase obrera. Solamente un año después de su inauguración como presidente, Bill Clinton abandonó el plan para reformar la atención médica y básicamente siguió la economía política de Reagan y Bush padre.

La reacción de los Demócratas a esta última debacle política será virarse aún más hacia la derecha. Buscarán la reconciliación con Bush y los Republicanos con desesperación. Tratarán de ponerse sus propios atavíos religiosos y presentarse como una versión más "moderada" de sus rivales burgueses.

Por adelanto advertimos que el Partido Demócrata y los liberales "izquierdistas" que se orientan a él saldrán de estas elecciones desmoralizados y carentes de lógica. Nosotros rechazamos la idea que la culpa de la reelección de Bush la tiene el pueblo estadounidense y que no se puede hacer nada para oponerse a la política de guerra y reacción de la derecha Republicana.

Los resultados de las elecciones del 2004 garantizan la intensificación de la crisis social y política de Estados Unidos y el surgimiento de grandes cambios y luchas. Existe un desequilibrio político grotesco que no puede seguir su trayectoria; que refleja la enorme polarización económica que sufre la sociedad estadounidense.

Todo el poder político se ha concentrado en manos de fuerzas de la extrema derecha. La oposición oficial, en la forma del Partido Demócrata, ha resultado un fracaso. Mientras tanto, en el país por lo general todavía existe una enorme e intensa oposición al gobierno de Bush, a la guerra en Irak y a la política de la derecha Republicana. A esta mezcla tan volátil y explosiva hay que añadirle los millones que votaron por Bush por temor y confusión—ambos explotados por los Republicanos—y que por ende aseguraron la continuación de una política que socavará sus normas de vida aún más.

Las condiciones objetivas han de echarle bastante combustible a la lucha social y política. El cenegal de Irak y las futuras aventuras militares que han de seguir, la creciente crisis del capitalismo estadounidense—agobiado por un déficit que ha subido a las nubes y la debilidad del dólar—obligarán al segundo gobierno de Bush a lanzar nuevas agresiones contra la clase trabajadora, inclusive contra los millones de trabajadores que votaron para regresarlo al poder.

A estas agresiones sólo se le puede hacer frente por medio de la movilización de la clase obrera basada en un programa socialista. Esto debe constar de una oposición sistemática a la política de los Republicanos y de la clase gobernante del país, inclusive el desenmascaramiento despiadado de la hipocresía y el cinismo de la religión vcon que se amparan.

La dirigencia de esta lucha no puede desarrollarse dentro de los límites establecidos por el sistema controlado por los dos partidos capitalistas. Esta lucha requiere una escisión bien clara e irrevocable con el Partido Demócrata. Durante los meses venideros, a medida que aprende las lecciones de estas elecciones, el Partido Socialista por la Igualdad luchará para fomentar este nuevo movimiento socialista de las masas.