Utilice esta versión para imprimir | Envíe esta conexión por el email | Email el autor
El miércoles pasado, el Washington Post publicó la noticia que el gobierno de Bush ha ordenado que el Pentágono prohíba todo informe noticioso acerca de los ataúdes que regresan de Irak. Con este “apagón”, la Casa Blanca trata de hacer pasar la pesadilla de Irak como sueño de hadas.
El corresponsal del Post que cubre la Casa Blanca, Dana Milbank, escribe lo siguiente: “Desde la Guerra de Vietnam, todos los presidentes han temido que sus acciones militares les cuesten su popularidad si el público llega a presenciar los ataúdes—envueltos en la bandera—de los soldados muertos que llegan a las bases militares. Pero el gobierno de Bush ha encontrado una simple solución a este problema: ha prohibido que la prensa cubra y fotografíe, en todas las bases militares, la llegada de los ataúdes de los soldados muertos en combate”.
Hubo una época, tras la Guerra de Vietnam, en que la llegada de los restos de cualquier miembro de las fuerzas armadas de Estados Unidos muerto en el extranjero era una ocasión solemne auspiciada por el Estado. El trauma que Vietnam causó—junto con la desaparición de más de 58,000 soldados—forzó la cancelación de la práctica que prevalecía durante aquella guerra; práctica en que la frase “enviado a su país en bolsa plástica” dejaba bien claro la indiferencia con que el gobierno de Estados Unidos trataba a las tropas en los campos de batalla.
Esa fue la razón por qué el presidente Jimmy Carter asistió a una ceremonia conmemorativa celebrada en la base aérea de Dover, estado de Delaware—la cual se había convertido en la mayor casa mortuoria de las fuerzas militares—cuando arribaron los cadáveres de las personas que habían muerto como resultado del rescate fracasado de los rehenes en Irán. Reagan colocó medallas en los ataúdes de los marinos de guerra que habían muerto en El Salvador, y también asistió a las ceremonias conmemorativas de los 241 marinos que habían perdido sus vidas en el bombardeo de las barracas en Beirut. George Bush padre también le hizo homenaje a los soldados fallecidos en Panamá y el Líbano al mismo tiempo que se planeaban complicadas ceremonias para recibir los ataúdes que arribaban en Dover, en las base aéreas de Andrews, estado de Maryland, de Ramstein, Alemania, y en varias otras.
El comando militar y el gobierno de Estados Unidos nunca han puesto en duda el impacto que estas imágenes tienen. El general de ejército, Henry Shelton, ex jefe del Estado Mayor, una vez comentó en 1999 que todas las intervenciones por parte de las fuerzas militares de estados Unidos tendrían que pasar por la “prueba de Dover”; es decir, la reacción del público a las fotografías y noticieros acerca de ataúdes que bajaban de los aviones militares de transporte.
El gobierno actual decidido que simplemente no va a tratar de pasar esta “prueba”. Más bien, se burla de la prensa por ésta enfocar las matanzas y perjuicios sufridos por el personal militar de estados Unidos en ataques lanzados por las fuerzas de resistencia—que suceden con un promedio de 25 veces al día—para no decir las matanzas y los daños físicos que los mismos civiles iraquíes sufren. El gobierno ahora insiste en que los noticieros de televisión se enfoquen en los éxitos logrados, tales como la nueva moneda diseñada por Estados Unidos.
En su gran mayoría, los órganos de prensa, que le pertenecen a los grandes negocios, ha obedecido la orden. La atención que la prensa ahora le da a la desaparición de soldados, a los funerales y al sufrimiento de las familias que pierden a sus seres queridos es mínima.
Bush ha usado portaviones y masas de soldados y marineros como fondo para adornar sus fotografías propagandistas, pero ha tratado a los soldados en Irak con desprecio. En la Casa Blanca nunca se había visto un presidente tratar con tanta indiferencia la desaparición de los hombres y mujeres uniformados de Estados Unidos. La cantidad de muertes ya se aproxima a las 3250, pero Bush todavía no ha asistido a un sólo funeral o reunión conmemorativa.
Al dejarse convencer por su propia propaganda—que el pueblo iraquí recibiría las fuerzas de ocupación de Estados Unidos como “liberadores”—el gobierno ha fracasado en desplegar o equipar adecuadamente a las fuerzas militares del país en un ambiente cada vez más hostil. Al mismo tiempo, los soldados—hombres y mujeres—viven en condiciones horribles, en gran parte debido a que los servicios de apoyo fueron vendidos a empresas con buenas relaciones políticas; empresas que, una vez que reconocieron que Irak era todavía una zona de combate, se negaron a proveer los servicios prometidos.
El tratamiento de los soldados que han sufrido daños físicos en Irak es un escándalo. Los que han sido dados de alta por los hospitales militares, en muchos casos los que han quedado incapacitados de por vida, han averiguado que dichos hospitales les están cobrando por los alimentos que consumieron. Estos soldados se han quedado boquiabiertos e iracundos.
En Fort Stewart estado de Georgia, donde Bush apareció luego de la invasión y usó a las tropas que regresaban de Irak como utilería de teatro, se le está negando servicios médicos rápidos a aproximadamente a 600 reservistas que han sufrido daños físicos. Viven en condiciones desastrosas en barracas de cemento construidas durante la Segunda Guerra Mundial. Les falta agua corriente y aire acondicionado. Los reclutas heridos son forzados a caminar 30 yardas—muchos de ellos apoyados de muletas—a una letrina comunitaria llena de bichos. Han sido obligados a comprar su propio papel higiénico.
Según un artículo publicado por el periódico Atlanta Journal Constitution el miércoles pasado, aproximadamente 400 de los reclutas le revelaron a la prensa las condiciones en que viven. Los superiores les ordenaron a formar fila el martes por la mañana y los reprocharon severamente. El sargento Dennis Stewart, quien es bombero en la ciudad de Terre Haute, estado de Indiana, le dijo al periódico: “Nos dijeron que íbamos a limpiar más, a trabajar más, y a mantener los picos cerrados”.
Pero, ¿quiénes son estos soldados a quienes el Presidente y su gobierno tratan tan mal? En su gran mayoría son de la clase obrera. En muchos casos se integraron a las fuerzas armadas porque necesitaban empleo o dinero para su educación.
El especialista Simeon Hunt, de 23 años de edad y residente de la ciudad de Orange en el estado de New Jersey, fue muerto a balazos el 1ro. de octubre mientras patrullaba en Al Khadra. Le sobreviven su esposa, una hija de año y medio de edad, y un hijo que nunca llegó a ver. “Hunte asistía a la Universidad Estatal de Montclair pero no llegó a graduarse. Ingresó en el ejército para obtener ayuda económica con la cual lograr sus objetivos”, según un informe de la prensa sobre su desaparición.
Analaura Esparza-Gutiérrez, de 21 años de edad, nació en Monterrey, México. Emigró a Estados Unidos cuando tenía siete años de edad. Se preparaba a solicitar su ciudadanía. Era cabo del ejército. Fue muerta el primero de octubre cuando el convoy militar en que iba fue destrozado por un explosivo y granadas lanzadas con tiracohetes. Había asistido al Houston Community College en el estado de Texas, pero había ingresado al ejército para que sus padres no tuvieran que sacrificarse tanto para pagar la matrícula. Dijo su padre: “Siempre se preocupaba más por nosotros que por ella misma”.
El sargento David Travis Friedrich, de 26 años de edad, residente de la ciudad de Naugatuck en el estado de Connecticut, fue muerto el 21 de septiembre en un ataque de morteros contra su base militar cerca de Bagdad. Su madre puntualizó que se había inscrito en las reservas para juntar dinero y poder pagar por sus estudios post-graduados en la Universidad de New Haven. También tenía un empleo en jornada completa en una fábrica antes que la llamaran al servicio activo.
Ryan Carlock, de 25 años de edad, de la ciudad de Colchester, estado de Illinois, murió en combate al norte de Bagdad el 29 de septiembre. Había ingresado al ejército tres años atrás para ganarse la vida así poder mantener a su esposa y dos hijos, y para recibir capacitación en algún campo para conseguir mejor empleo. Dijo su padrastro: “Trataba de decidir cual iba a ser su próxima movida: quedarse [como soldado] o asistir a la universidad”.
Hay un hilo común que une las biografías de la gran mayoría de los que han perdido sus vidas en la guerra contra Irak y la ocupación de éste: la lucha y el sacrificio ante un mercado que menos y menos empleos ofrece y en el cual el costo de las matrículas universitarias ha aumentado fuera de control. Sus vidas no se pueden comparar a la del Presidente de Estados Unidos pues los separa un enorme abismo. La fama y la riqueza de su familia garantizaron que Bush fuera aceptado como estudiante por la famosa Universidad de Yale, de donde se graduó. Y también aseguró que se escapara del servicio militar obligatorio y consiguiera todos esos puestos bien pagados antes de llegar a la presidencia.
Para Bush, Cheney y Rumsfeld, así como también para las empresas de Halliburton, Bechtel, Chevron Texaco y ConocoPhillips, las vidas de estos jóvenes se pueden sacrificar fácilmente. Es como si fueran el pago por adelantado, en sangre, por las enormes ganancias que resultarán al apoderarse de las reservas petrolíferas de Irak y el saqueo de la tesorería de Estados Unidos por medio de contratos gordos para la presunta “reconstrucción” del país.
Para el pueblo trabajador estadounidense, la muerte de estos jóvenes es una terrible tragedia y desperdicio humano. Estos soldados, como el pueblo estadounidense en general, fueron arrastrados a esta guerra ilegal por mentiras acerca de las dichas armas para la destrucción en masa y los vínculos de Bagdad con terroristas; mentiras inventadas para encubrir los objetivos predatorios del gobierno de Bush. Han sido obligados a quedarse en Irak siete meses después de la caída del régimen de Hussein bajo condiciones en que ha aumentado la hostilidad popular hacia lo que en realidad es el colonialismo de Estados Unidos contra un país indefenso.
El gobierno de Bush es famoso por creer que lo único que importa es la imagen de las cosas y que puede practicar cualquier política criminal siempre que la pueda cubrir con la bandera y que la prensa sea lo suficientemente servil para tapar la verdad. Aunque pueda prevenir que las cámaras filmen los ataúdes que llegan a la base aérea de Dover, los cadáveres todavía seguirán llegando de Irak para ser enterrados en los pueblos y ciudades desde el estado de Nueva York hasta el de California.
A medida que sectores más amplios de la población se dan cuenta de lo innecesario de estas desapariciones y que, además, éstas son el resultado de lo que solamente se puede describir como una acción criminal, inevitablemente el pueblo comenzará a exigir que Estados Unidos retire todas sus tropas de Irak. Entonces sacará cuentas con los que han sido responsables por las muertes innecesarias de los iraquíes y los propios estadounidenses.