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1. La invasión no provocada e ilegal de Irak por parte de Estados Unidos es un evento que quedará marcado en la historia de la infamia. Los criminales políticos en Washington que han lanzado esta guerra y los miserables canallas de los medios de masas que se regocijan en el baño de sangre, han cubierto a este país en la vergüenza. Cientos de millones de personas en todas partes del mundo sienten repulsión por el espectáculo de ver un bestial y desenfrenado poderío militar que pulveriza a un pequeño país indefenso. La invasión a Irak es una guerra imperialista en el sentido más clásico del término; un acto de vil agresión emprendido en nombre del interés de los estratos mas reaccionarios y predadores de la oligarquía financiera y empresarial de los Estados Unidos. Su propósito más manifiesto e inmediato es el establecimiento del control sobre los recursos petrolíferos de Irak y la reducción del país, por tanto tiempo oprimido, a un protectorado colonial de los Estados Unidos.
El mundo no ha presenciado un gangsterismo internacional como el del gobierno de Bush desde la década del 320, cuando los regímenes de Hitler y Mussolini llegaron al apogeo de su poder y locura. El precedente histórico más parecido a la violencia que ahora se desata contra Irak es la invasión a Polonia en 1939. La intención anunciada de los militares estadounidenses de lanzar una andanada de miles de cohetes teledirigidos y bombas sobre Bagdad forma parte de una estrategia consciente para aterrorizar al pueblo iraquí. Lo que el Pentágono llama estrategia de “Choque y Anonadamiento” tiene su inspiración del infausto método del blitzkrieg [“guerra relámpago”] que los ejércitos nazis emplearon a principios de la Segunda Guerra Mundial. Así es como un historiador describió la destrucción de Polonia por los nazis:
“La tormenta de fuego y fierro que le cayó encima a los polacos durante los primeros días de septiembre dejó a la infeliz población aturdida arruinada. Al concluir los primeros diez días, las tropas mecanizadas de los alemanes habían roto todas las defensas hacia Varsovia. La mayoría de la inadecuada fuerza aérea polaca había sido destruida en tierra sin siquiera haber entrado en acción; los aviones de guerra y los bombarderos Stuka de la Luftwaffe, que le habían dado apoyo táctico a la infantería que avanzaba, destruyó los medios de comunicación y desde los cielos desparramó la destrucción y el terror. ‘Los alemanes', reportó un periodista de los Estados Unidos, ‘están aplastando a Polonia como si fuera un huevo pasado por agua'”.[1]
Todas las justificaciones del gobierno Bush y sus cómplices en Londres se basan en verdades a medias, falsedades y mentiras desnudas. En este momento ya casi resulta ocioso responder a la aseveración que el objetivo de esta guerra es la destrucción de las llamadas “armas para la destrucción en masa” de Irak. Luego de semanas de inspecciones intrusas, a las cuales ningún país jamás se ha sometido, no se ha descubierto ningún material significativo. Los últimos informes de los dirigentes del equipo de inspecciones de la Organización de las Naciones Unidas [ONU], Hans Blix y Mohamed El Baredei, específicamente refutan las declaraciones del Ministro de Relaciones Exteriores, Collin Powell, durante su notoria alocución ante la ONU el 5 de febrero, 2003. ElBaredei reveló que los alegatos que los Estados Unidos había hecho con mucho alarde acerca de los esfuerzos iraquíes para importar uranio de Níger se basaban en documentos falsificados que el espionaje británico del Primer ministro de la Gran Bretaña, Tony Blair, había ofrecido. Otros alegaciones importantes, relacionadas al uso de tubos de aluminio para fines nucleares y a la existencia de laboratorios móviles que producen armas químicas y biológicas, comprobaron ser infundadas. En tanto se revela una mentira, el gobierno de Bush trama otra. Tanto desprecia a la opinión pública que ni siquiera se inquieta en darle firmeza a sus argumentos.
El domingo 16, el vicepresidente Richard Cheney apareció en la televisión para declarar que Irak “en efecto ha reorganizado sus armas nucleares”. Pero en menos de 5 minutos afirmó que “sólo era cuestión de tiempo que [Saddam Hussein] adquiriese armas nucleares”. En ningún momento impugnó el entrevistador esta flagrante contradicción entre las dos aseveraciones de Cheney. No obstante, ya Mohamed El Beredei había refutado a Cheney y reportado al Consejo de Seguridad de la ONU que “no hay ninguna insinuación que las actividades nucleares habían reanudado”.
La segunda justificación importante para la guerra contra Irak—que el régimen del Baat de Saddam Hussein está aliado con los terroristas de Al Qaida—es otra mentira de la cual el gobierno de Bush más y más se ha valido a medida que el equipo de inspectores de la ONU refuta la existencia de las armas para la destrucción en masa. Y el esfuerzo por vincular a Hussein a Al Qaida se basa en pruebas aún más frágiles. El gobierno no ha presentado ninguna evidencia creíble para darle peso a esta acusación.
Tal vez la más absurda y cínica de todas las justificaciones que el gobierno de Bush ha dado es que la guerra se ha entablado para llevar la democracia al pueblo iraquí. Este es un tema que le ha caído muy bien a ignorantes santurrones como Thomas Friedman, columnista del New York Times, quien el 19 de marzo escribiera que “vale la pena quitar a Saddam Hussein y ayudar a Irak a reemplazar su régimen con un gobierno decente que de cuentas y que pueda ser modelo para el Oriente Medio, no tanto debido a que Irak nos amenaza con sus armas [lo cual no era el caso, tal como Friedman había reconocido previamente], sino a que nos amenaza una legión de estados árabe-musulmanes decadentes que producen demasiados jóvenes que se sienten humillados, mudos y abandonados. Tenemos verdadero interés en colaborar con ellos para producir el cambio”.
¡Que verborrea tan despreciable y vil! Presenta la masacre de miles de iraquíes por medio de un bombardeo incendiario aéreo como si fuera una “colaboración”!
Hay que hablar de varios temas para responder a la llamada “Guerra por la democracia”. Aparte del hecho que Bush asumió el poder por medio del fraude electoral, lo cual fue una derrota importante para la democracia en los Estados Unidos, no hay razón válida, sea la que sea, para creer que la conquista de Irak por los Estados Unidos le llevará al pueblo, y a otros de la región, otra cosa que no sea mayor miseria y opresión. El papel histórico de los Estados Unidos en el Oriente Medio es uno de crímenes sangrientos contra los pueblos de esa región del mundo. El mismo Ministerio de Relaciones Exteriores de los Estados Unidos ha acusado a todos los aliados importantes de los Estados Unidos en el Oriente Medio y el norte de África— Marruecos, Egipto, Arabia Saudita, Kuwait, Jordania y Turquía—de haber abusado obscenamente los derechos humanos. E Israel—democracia ejemplar apoyada por los Estados Unidos—gobierna a los palestinos con el terror desnudo. Los métodos de gobierno que los sionistas emplean en los territorios ocupados más y más se asemejan a los que los nazis usaron contra los judíos en Varsovia. En Irán, un cuarto de siglo de opresión bestial bajo la tutela de un dictador instalado por la CIA luego de ésta organizar el derrocamiento de un gobierno nacionalista popular, terminó en la revolución de 1979. Que ese poder eventualmente cayera en manos de los fundamentalistas islámicos reaccionarios se debió, en gran parte, a la destrucción de la oposición de las masas, encabezada por los socialistas, al régimen del Shah; destrucción que la CIA supervisara.
El mismo régimen de Saddam Hussein es secuela de los esfuerzos mortíferos de los Estados Unidos, durante las décadas del 50, del 60 y hasta del 70, para liquidar al movimiento socialista de trabajadores que en otra época fuese una fuerza política significativa en el Oriente Medio. El golpe de estado del 8 de febrero, 1963, que derrocara el régimen nacionalista izquierdista de Qassim y que llevara al Baat al poder por primera vez, fue organizado con apoyo de la CIA. Mohamed Haikal, periodista egipcio, reportó lo que el rey Hussein de Jordania le había contado:
“Permítame decirle que yo se con certeza que lo que sucedió en Irak el 8 de Febrero tenía el apoyo del espionaje estadounidense. Varios de los que actualmente gobiernan en Bagdad no saben de esto, pero yo estoy consciente de la verdad. Numerosas reuniones se llevaron a cabo entre el partido Baat y espías de los Estados Unidos, las más importantes en Kuwait. ¿ Sabía usted que...el 8 de febrero una radio clandestina que transmitía [mensajes] a Irak le entregó a los hombres a cargo del golpe los nombres y las direcciones de los comunistas para arrestar y ejecutarlos?” [2]
Fue en tales actividades sangrientas que Saddam Hussein surgió como figura principal del movimiento Baat. Mas adelante en su carrera volvería a ser favorecido por los Estados Unidos, quien lo apoyara cuando sangrientamente purgó a los comunistas iraquíes en 1979, lo cual fue crucial para la consolidación del poder. Los Estados Unidos alentó la decisión de Saddam Hussein de irse a la guerra contra Irán en 1980 y le facilitó apoyo logístico y materiales durante los próximos 8 años. Gran parte de la acumulación de substancias biológicas que Hussein estableciera durante la década del 80 provino de la compañía estadounidense, American Type Culture Collection [ ATTC], con sede en la ciudad de Manassas, estado de Virginia, con el permiso explícito del gobierno de Reagan-Bush. “ATTC no podría haber enviado estas muestras a Irak sin el permiso del Ministerio del Comercio para todos los pedidos”, expresó Nancy J. Wysocki, vicepresidente encargada de la oficina de recursos humanos y relaciones publicas en la American Type Culture Collection , organización sin fines de lucro. Es de los mayores abastecedores de substancias biológicas del mundo, las cuales fueron enviadas para llevar a cabo investigaciones legítimas”.[3]
Aparte de estos y otros importantes detalles de la larga y desagradable relación entre Estados Unidos y Saddam Hussein, el intento de invocar ideales democráticos como pretexto para atacar a Irak ignora un principio democrático fundamental: la autodeterminación de las naciones. La invasión y conquista del país y el establecimiento de un protectorado militar bajo el mando del “Generalísimo” Tommy Franks constituyen una violación total de la soberanía nacional iraquí.
Ninguna de las razones que el gobierno de Bush y sus apologistas en los medios de prensa han ofrecido—muy aparte de que carecen de toda credibilidad fundamental—sanciona la justificación legal para la guerra. Debe enfatizarse, sin embargo, que antes de atacar a Irak, el gobierno de Bush ya había ya proclamado una nueva doctrina estratégica que afirmaba la legitimidad de la guerra “preventiva” o “de prioridad”; es decir, Washington se reserva el derecho a atacar cualquier país que considere amenaza potencial a los Estados Unidos. Si este principio se acepta, entonces los Estados Unidos, tarde o temprano, puede atacar a cualquier país del mundo. En su discurso a la nación el 17 de Marzo, Bush formalmente invocó esta doctrina como justificación final para atacar a Irak. “Actuamos ahora porque el peligro de la inacción sería mucho peor. En un año o cinco, la capacidad de Irak para hacer daño a las naciones libres se multiplicaría muchas veces”. Es decir, los Estados Unidos atacará Irak mientras éste todavía se encuentre indefenso, y no por acciones que haya tomado, sino por acciones que podría tomar en un futuro indeterminado. Esta doctrina, que no tiene ningún fundamento en el derecho internacional, abraza la doctrina de la guerra y la conquista como si fuera una alternativa política legitima. Considera que la invasión a Irak es la primera en un ciclo de “guerras elegidas” que los Estados Unidos iniciará para establecer su hegemonía mundial sin que nadie se le oponga. Toda nación potencialmente adversaria de los Estados Unidos ha de ser destruida antes de convertirse en amenaza mayor.
2. La glorificación desvergonzada de la guerra como instrumento legítimo de la realpolitik del imperialismo mundial representa una regresión horrible de la política y la moral. Ciertas partes importantes del derecho internacional se desarrollaron en base de las experiencias sangrientas de la primera mitad del siglo anterior. La carnicería de la Primera Guerra Mundial entre 1914 y 1918, en que fueron muertos decenas de millones de personas, condujo a una furiosa controversia acerca de quien debería asumir responsabilidad por el inicio de las hostilidades; es decir, quien tuvo la “culpa por la guerra”. La idea esencial sobre la cual el debate se basó era la siguiente: cuando un gobierno iniciara y usara la guerra como instrumento para lograr ciertos objetivos políticos—no importaba lo que fuesen—éste perpetraba un acto delictivo. Aunque es cierto que las razones fundamentales que le dieron inicio a la guerra en 1914 eran complejas, de ello surgió gran evidencia que las decisiones del gobierno alemán habían sido principalmente responsables. Ese gobierno había decidido, por razones políticas, explotar las circunstancias que el asesinato del archiduque austríaco en Sarajevo había creado y así lograr la inevitabilidad de la guerra.
El tema de la “culpa por la guerra” asumió aun mayor significado a fines de la Segunda Guerra Mundial. Es indudable que el Tercer Reino fuera culpable de iniciar las acciones bélicas en 1939. Esto llevó a los Poderes Aliados, entre los cuales los Estados Unidos era el más poderoso representante, a decidir que los antiguos líderes del estado Alemán debían ser enjuiciados.
Al establecer los principios jurídicos sobre los cuales el juicio de los dirigentes nazis en Nuremberg se basarían, el abogado estadounidense Telford Taylor insistió en que no era el objetivo de los juicios determinar todas las causas de la Segunda Guerra Mundial. Más bien, un aspecto específico era lo esencial. Como Taylor escribiera en un memorándum a Robert Jackson, fiscal principal de la delegación estadounidense: “El dilema de la causa es importante y será debatido por muchos años, pero ello no tiene lugar en este tribunal, el cual debe ceñirse rigurosamente a la siguiente doctrina: la planificación y el lanzamiento de una guerra agresiva es un acto ilícito, no importa cuales hayan sido los factores que causaran esa planificación y ese lanzamiento. Los acusados pueden implorar ante el juicio de la historia que se consideren las causas que contribuyeron [al conflicto], pero no ante el tribunal”.[4] (énfasis nuestro).
Se entendía muy bien en 1946 que el juicio de Nuremberg establecía un precedente jurídico de mayor importancia. El propósito básico era establecer bajo la jurisdicción del derecho internacional que la planificación y el lanzamiento de una guerra agresiva era un acto delictivo. Los representantes de los Estados Unidos insistieron en este principio y dieron a conocer que su país lo respetaría. Como escribiera Jackson:
“Si a ciertas acciones que conducen a la infracción de tratados se les considera delito, entonces éstas constituyen un delito, lo perpetre los Estados Unidos o Alemania, y no estamos preparados para establecer una ley que rija la conducta criminal de otros si no estamos dispuestos a que esa misma ley rija la nuestra”.[5]
La “guerra preferida” que el gobierno de Bush lanza no es, en ningún sentido jurídico, fundamentalmente diferente a las decisiones y acciones por las cuales los líderes nazis fueron enjuiciados y llevados a la ahorca en octubre de 1946. El gobierno de los Estados Unidos sabe esto muy bien, y por ello la razón que rehusa aceptar la jurisdicción del Tribunal Penal Internacional en La Haya.
3. No cabe duda que los Estados Unidos es instigador principal de esta guerra. El objetivo principal de la guerra es apoderarse del control de los recursos petrolíferos de Irak. Todo esfuerzo por negar el papel primordial del petróleo en los planes de conquista de Irak hiede a deshonesto y cínico. Ninguna otra materia prima ha jugado un papel tan central en las consideraciones políticas y económicas del imperialismo estadounidense durante el último siglo como el petróleo y el gas natural. Esta inquietud tan importante la sufren no sólo las ganancias de las empresas petrolíferas estadounidenses, aunque ello no deja de jugar un papel menos significativo. La industria estadounidense, la estabilidad de la estructura financiera monetaria de los Estados Unidos y la posición mundial dominante de ésta todos dependen totalmente del acceso libre al—y del control de—los enormes recursos petrolíferos del Golfo Pérsico y, más recientemente, de la Olla del Caspio.
La historia de la política exterior y la estrategia militar de los Estados Unidos de las últimas tres décadas se puede analizar, desde un punto de vista estrictamente económico, como reacción a la “sacudida petrolífera” de 1973, cuando el embargo del petróleo que los productores petrolíferos árabes más importantes declararon en reacción al conflicto árabe-israelí de ese año llevó a la cuadruplicación de los precios del petróleo—proceso que estremeció a la economía capitalista estadounidense y mundial. La segunda sacudida petrolífera luego de la Revolución Iraní en 1979 terminó en la Declaración de la Doctrina Carter, la cual declaró acceso sin restricciones al Golfo Pérsico, lo cual le era de mayor interés estratégico de los Estados Unidos. Esto estableció las condiciones para la enorme expansión de las fuerzas militares estadounidenses, lo cual ha continuado sin interrupción durante los últimos 23 años.
La posición mundial de los Estados Unidos como principal potencia imperialista depende no sólo de mantener su acceso sin restricciones al petróleo, sino también de su capacidad para determinar la cantidad de esta decreciente materia prima que está al alcance de otros países, sobretodo de los rivales actuales o de los que pueden llegar a convertirse en ello. Los Estados Unidos siempre ha considerado que este aspecto geopolítico internacional del petróleo como materia indispensable ha sido profundamente afectado por el acontecimiento más importante del último cuarto del siglo XX : la disolución de la Unión Soviética.
La clase gobernante estadounidense interpretó el colapso de la Unión Soviética como oportunidad para poner en práctica una comprensiva programática imperialista imposible de imponer luego de la Segunda Guerra Mundial y durante casi los 50 años de la Guerra Fría. Al proclamar la llegada del “momento unipolar”, los Estados Unidos se empeñó en prevenir, como objetivo estratégico de mayor importancia, que surgiera otra potencia—no importa que fuese ésta la Europa recientemente unificada, Japón o probablemente China—que pudiera desafiar su posición dominante internacional. Conscientes del deterioro significativo de la posición de los Estados Unidos en la economía mundial, los estrategas del imperialismo estadounidense llegaron a creer que el poderío militar abrumador del país era manera principal por medio de la cual los Estados Unidos podía efectuar la nueva estructuración del mundo a favor suyo. En este contexto, el uso de La fuerza militar para establecer el control eficaz de las regiones que producen petróleo y de la distribución mundial de esta materia prima tan esencial pasó de idea estratégica a plan concreto de acción.
4. Reconocer el papel central del petróleo en las tramas geopolíticas de los Estados Unidos no significa, sin embargo, no explica del todo la guerra contra Irak y la aceptación general del militarismo. La manera en que los Estados Unidos, o cualquier otro país capitalista, identifica y define sus intereses primordiales y los medios por los cuales quiere asegurarlos, no es meramente consecuencia de simples maquinaciones económicas. Mas bien, es toda la estructura y dinámica interna de una sociedad específica lo que fundamentalmente influye y le da forma a estas maquinaciones, aunque, a decir verdad, éstas son cruciales. Desde este punto de vista, la invasión de Irak manifiesta las profundas contradicciones sociales malignas de la política fundamental de los Estados Unidos.
No existe ninguna barrera impenetrable que separe la política interna de la externa. Ambas son constituyentes recíprocos de la misma política clasista elaborada por los estratos dominantes de la elite gobernante. La política externa promulgada por la clase gobernante, aunque se subordina a la presión continua de las fuerzas económicas mundiales, refleja, complementa y proyecta sus intereses internos básicos.
Casi de 60 años han transcurrido desde que terminara la Segunda Guerra Mundial. Un análisis de este período revela muy claramente la correlación entre la política interna y la externa. Estos 60 años se pueden dividir en dos etapas. Durante los primeros 30 años, entre 1945 y 1975, la tendencia predominante en la política interna estadounidense fue la de reformas sociales liberales. En su política externa, la burguesía estadounidense propició cierta versión de internacionalismo liberal, arraigado en varias instituciones multilaterales. Claro, estas instituciones servían lo que la clase gobernante estadounidense percibía eran sus intereses de largo plazo. Además, poderosos sectores de la clase capitalista siempre se oponían a la tendencia predominante de querer llegar a un acuerdo o acomodo con la Unión Soviética. Pero aún así—aún dentro de los límites del acomodo—la burguesía estadounidense acérrimamente defendía, con la guerra si era necesario, lo que percibía eran sus intereses mundiales. La economía se expandió enormemente luego de la Segunda Guerra Mundial, y capitalismo estadounidense optó por la política más conveniente: el liberalismo social para el país y el internacionalismo liberal (léase “anticomunismo”) para el exterior.
El debilitamiento del orden económico mundial establecido en 1944 (según los acuerdos del sistema de Bretton Woods) presagió el fin de esta época liberal, cuyo colapso ocurrió en 1971, cuando la convertibilidad recíproca del dólar en oro cesó, causando así un período de inestabilidad económica internacional creciente— la cual se manifestó de manera aguda en una inflación de precios sin precedente—y el deterioro prolongado, en los Estados Unidos, de las ganancias (beneficios) empresariales.
El deterioro en el clima económico mundial general provocó un cambio fundamental en la política interna y externa de la clase gobernante estadounidense. En los Estados Unidos, la política social orientada hacia la redistribución limitada de la riqueza, así como también la reducción limitada de varios niveles desigualdad, retrocedieron. La elección de Reagan a la presidencia en 1980 fue seguida por grandes reducciones en las rentas internas a favor de los estadounidenses más acomodados económicamente; enormes reducciones en los gastos para los programas sociales destinados a aliviar la situación de los estadounidenses más pobres; y agresiones de amplio impacto contra los sindicatos obreros.
El elemento internacional de esta política fue el repudio de “detente” con la Unión Soviética y la intensificación general de la presión militar contra los movimientos nacionales en el “Tercer Mundo” que se consideraban peligrosos a los intereses estadounidenses mundiales.
5. La política agresiva del Imperialismo de los Estados Unidos produjo las consecuencias deseadas: en el interior del país, el nivel de vida de la clase obrera se estancó o declinó; en el llamado “Tercer mundo”, la situación de cientos de millones de personas sufrió el deterioro horripilante. Para las clases dirigente y los sectores mejore acomodados de la clase media alta, estas política produjo beneficios con que sólo habían soñado. Los niveles salariales depreciados en los Estados Unidos, una inextinguible oferta de mano de obra barata en el extranjero y la existencia de precios de mercancía bajos produjeron, en la década del 90, el ambiente ideal para la tremenda prosperidad basada en el mercado de acciones. (La cual, debería recordarse, comenzó luego de la primera Guerra del Golfo Pérsico de 1991.)
La estabilidad económica del capitalismo estadounidense y con ello las vastas fortunas acumuladas por su clase gobernante—durante el curso del “boom” especulativo de Wall Street —se hicieron dependientes, o se podría decir, adictas, a los niveles salariales deprimidos en los Estados Unidos y al continuo abastecimiento de materias primas baratas procedentes de los países del exterior (especialmente de petróleo), y a la mano de obra barata. El asombroso enriquecimiento de la clase gobernante estadounidense durante la última década y la horrorosa pobreza de Latino América, África, Asia, y la antigua Unión Soviética son fenómenos interdependientes. Si un matemático estudiara la relación entre la acumulación de la riqueza de los Estados Unidos y las consecuencias sociales de los precios bajos de mercancías y la superexplotación de los trabajadores en el extranjero, podría que calcular cuantos millones de muertes prematuras a causa de la pobreza fueron necesarias colectivamente en África, Asia, Eurasia y Latinoamérica para dar a luz a un nuevo billonario de Wall Street.
Es difícil que la clase gobernante estadounidense no esté consciente de la relación que existe entre su propia riqueza y el saqueo contra un gran porcentaje de la población mundial. Esta relación ha creado, en los ámbitos ruidosos, estúpidos y arrogantes de los “nuevos ricos” que la prosperidad especulativa de las décadas del 80 y del 90 produjo, la base objetiva de un grupo social que aboga por el barbarismo imperialista. Este es el elemento social corrupto que domina los medios de masa e imparte a las ondas radiales y a la prensa características por lo general reaccionarias, ensimismadas y egoístas. La glorificación descarada del militarismo estadounidense por los medios de masas refleja como los intereses de este estrato corresponde a las ambiciones geopolíticas del imperialismo estadounidense. Así pues, Thomas Friedman, escritor del New York Times que resume la filosofía de los “nuevos ricos” a favor del imperialismo, escribe, sin mostrar la menor vergüenza, que “(n)o tengo ninguna dificultad con la guerra por el petróleo”.
Con la guerra de Irak, la clase gobernante se va a sacar la lotería. Como explicara S tratfor, sitio del internet muy afín a los propósitos estratégicos del gobierno estadounidense: “Los triunfadores principales del conflicto actual serán los inversionistas dispuestos a—y que tienen la capacidad para—acumular bienes a costo barato. Los extranjeros que conocen la región y su modo de establecer negocios, que ya tienen contratos en el país y pueden arriesgarse, encontrarán una plétora de oportunidades para invertir en todo, desde la telecomunicación hasta la manufactura... para los inversionistas astutos que pueden tomar riesgos, las oportunidades serán sublimes”.
Estas palabras, de un brochazo, explican el propósito de la “Operación Liberación de Irak”.
6. Que semejantes palabras puedan aparecer escritas comprueba que la corrupción y la degradación moral que carcomen a la clase dirigente de los Estados Unidos es casi inefable. A fin de cuentas, la magnitud de la corrupción, que se ha diseminado por todos los sectores de la sociedad burguesa, es un fenómeno social con profundas bases objetivas. La creciente crisis del sistema capitalista, la cual se expresa, de la manera más evidente y crucial, en la prolongada depresión económica en las tasas de ganancias (o beneficios) en las industrias básicas de manufactura. Ello ha creado un ambiente que fomenta el fraude en todas sus versiones. Los ejecutivos, quienes no tienen la menor fe en que el valor real a largo plazo de las acciones por las cales velan siga expandiéndose, se dedican completamente a su propio enriquecimiento de corto plazo. Y si las ganancias no se pueden acumular por medio de prácticas legítimas, se acumulan por medio de la falsificación de los libros de cuentas. La ciencia de la administración empresarial, entre los verdaderos éxitos del comercio estadounidense durante la primera mitad del Siglo XX , ha degenerado en el arte del fraude y la malversación.
7. El gobierno de Bush no es más que la expresión política depurada de este excremento social. Su vicepresidente, el Sr. Cheney, divide su tiempo en dos: como funcionario que maneja un gobierno secreto y como agente distribuidor de contratos para la empresa Halliburton, que sigue pagándole más de medio millón de dólares al año. El Sr. Tom White, ministro del ejército, es ex ejecutivo de alta categoría de la empresa Enron. El Sr. Richard Perle, quien ha definido la política del gobierno hacia Irak, varias veces se reúne en secreto con Khashoggi, traficante de armas. Y en cuanto al presidente mismo, los historiadores considerarán que la elevación de este insignificante—cuya característica más notable es su sadismo personal—fue la manera en que la clase gobernante de los Estados Unidos expresó su degradación moral e intelectual. La clase social que escogió al Sr. Bush como dirigente máximo es una clase que, figurativa y literalmente, ha perdido la mente.
8. Pero a pesar de todo, existe el mundo real, y detrás del oropel brillante la crisis del capitalismo estadounidense asume proporciones colosales. Más de la mayoría de los 50 estados de la nación están al borde de la bancarrota. Los sistemas básicos del bienestar social se desploman. El sistema escolar es un desastre. Si el alfabetismo se definiera como la capacidad para escribir un párrafo sin errores gramaticales, menos de un cuarto de la población estadounidense se consideraría alfabeta. El sistema para el cuidado de la salud carece de fondos hasta tal punto que está agónico. Y los servicios han sufrido reducciones drásticas. Industrias enteras están casi desplomándose. En menos de un año, gran parte de las aerolíneas estadounidenses dejarán de existir. El enorme desvío de los recursos para financiar las reducciones de las rentas internas (o impuestos) del sector más rico de la población amenazan al país con la insolvencia. Los niveles de desigualdad exceden, por mucho, los de todos los demás países capitalistas principales del mundo. Un porcentaje asombroso de la riqueza de la nación esta en manos del 2% más rico de la población. Un estudio realizado por Kevin Phillips estableció que ingreso anual de las 14,000 familias más ricas es mayor que el ingreso anual de las 20 millones de familias más pobres.
9. No nos queda otra cosa que llegar a la siguiente conclusión: la evolución radicalmente militarista de la política externa de los Estados Unidos representa, hasta cierto punto considerable, el esfuerzo de la clase gobernante por resolver las tensiones sociales intensificantes del país. El militarismo tiene dos funciones importantes: primero, la conquista y el saqueo le ofrecen, al menos a corto plazo, materias primas adicionales que pueden aliviar los problemas económicos; segundo, la guerra ofrece la oportunidad de reducir las presiones internas y dirigirlas hacia el exterior.
10. Pero estos “beneficios” de corto plazo no pueden curar los males económicos y sociales que afligen a Estados Unidos. Aun si el país logra una rápida victoria militar en Irak, su crisis económica y social continuará supurando e intensificándose. Ninguna de las instituciones encargadas de la economía y los asuntos sociales y políticos está capacitada para resolver, de cualquier manera positiva, la crisis general de la sociedad estadounidense.
La guerra en sí representa un fracaso devastador de la democracia estadounidense. Una pequeña pandilla de confabuladores políticos—que labora en secreto y llegó al poder por medio del fraude— ha llevado al pueblo estadounidense a una guerra que éste ni entiende ni desea. Pero no existe, en absoluto, ninguna estructura política ya establecida que se oponga al gobierno de Bush en cuanto a la guerra, la agresión contra los derechos democráticos, la destrucción de los servicios sociales, la agresión inexorable contra los niveles de vida de la clase obrera. El Partido Demócrata—cadáver maloliente del liberalismo burgués—está profundamente desacreditado. A las masas de trabajadores no las representa nadie. Nadie.
11. El Siglo XX no se vivió en vano. Sus triunfos y tragedias han legado a la clase trabajadora lecciones políticas incalculables, entre las cuales la más importante es como comprender el significado y las insinuaciones de la guerra imperialista, sobretodo como las contradicciones nacionales e internacionales no pueden resolverse con métodos normales. No importa cuales sean los resultados de las etapas iniciales del conflicto que ha comenzado, el imperialismo estadounidense pronto se dará con el desastre. No puede conquistar al mundo. No puede imponer de nuevo sus cadenas colonialistas a las masas del Oriente Medio. La guerra no ofrecerá ninguna solución a sus males internos. Al contrario; las dificultades imprevistas y la intensificación de la resistencia que la misma guerra engendra intensificarán todas las contradicciones internas de la sociedad estadounidense.
No obstante las encuestas de opinión, las cuales tienen tan poca credibilidad como cualquier otro producto de los medios de masas, ya existe una considerable oposición creciente a la guerra. Las manifestaciones llevadas a cabo en la víspera de la guerra fueron mayores que todas las anteriores, inclusive en el apogeo del movimiento contra la guerra durante la época de Vietnam. Más importante aún, las manifestaciones en los Estados Unidos se desplegaron como parte de un amplio movimiento internacional contra la guerra, lo cual mostró que la consciencia social había atravesado por una transformación cualitativa: se llegó a reconocer más y más que las grandes cuestiones sociales de nuestra época requieren soluciones internacionales, no nacionales. Esta consciencia debe ser desarrollada con el establecimiento de un nuevo movimiento político de masas de la clase trabajadora
Notas:
1. Gordon Wright, The Ordeal of Total War [ La penosa experiencia de la guerra total] 1939-1945 (Nueva York, 1968), pág. 17.
2. Hanna Batatu, The Old Social Classes and the Revolutionary Movements of Iraq [ Las antiguas clases sociales y los movimientos revolucionarios de Irak] (Princeton, 1978), págs. 985-86.
3. New York Times, 16 de Marzo, 2003.
4. Telford Taylor, The Anatomy of the Nuremberg Trials [ Anatomía de los Juicios de Nuremberg] (Nueva York, 1992), (pág. 51-52).
5. Ibid, p. 66)