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Cuarto Festival Internacional de Cine Independiente de Buenos Aires—Cuarta parte

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Esta es la cuarta y final parte de una serie de artículos sobre el festival de cine independiente de Buenos Aires, que ocurrió entre el 18 y el 28 de abril.

Abajo publicamos parte de las conversaciones que recientemente tuvimos con varios individuos, realizadores de cine, activistas y estudiantes en Buenos Aires acerca de la situación socio cultural del momento.

Ese diálogo gira en derredor del escepticismo sobre si es posible poder transformar la sociedad. Más que nada, ese escepticismo es consecuencia de una falta de análisis de los sucesos y dificultades contemporáneos dentro del contexto histórico e internacional. Varias de estas conversaciones Se siente fuertemente en varias de estas conversaciones una concentración exclusiva en cuestiones nacionales.

Aún se siente el efecto de las sangrientas derrotas que la clase obrera sufrió en Latinoamérica durante las décadas de los 60 y 70, sobretodo porque todavía esas lecciones no han sido comprendidas del todo. Miles murieron trágicamente a manos de los dictadores militares argentinos. Urge estudiar el análisis marxista sobre las políticas fracasas del castrismo, del foquismo y del nacionalismo pequeño-burgués.

El artista es por naturaleza un ser de gran susceptibilidad. Sin embargo, hasta el artista más sensible enfoca su atención en capas y motivos sociales exhaustos y peor que exhaustos. Existe un gran sector entre los intelectuales latinoamericanos—y de otros lugares—que simplemente se han dado por vencidos, hecho la paz con el statu quo, y han hecho carrera en base al cinismo y la renuncia de todo principio.¡Desdichados sean todos los artistas acepten esos gastados limones como si fueran “opinión popular”!

Los instintos más sanos son de los jóvenes. Sin embargo, hay que entrenar a esta nueva generación. Gran parte del escepticismo o el impresionismo se debe a la ignorancia acerca de la historia y de las leyes históricas. Sólo en base a un honda comprensión y a un profundo conocimiento científico de los grandes acontecimientos del Siglo XX, es posible resistir el peso de las circunstancias pasajeras—que inevitablemente refuerzan la idea que el orden social existente es “natural e inmutable”. Sobretodo, hay que absorber las lecciones históricas del surgimiento, decadencia y caída de la Unión Soviética, de la índole del estalinismo, del fascismo y del imperialismo, así como también del papel histórico del nacionalismo y las experiencias estratégicas importantes de los movimientos obreros y socialistas.

No obstante los problemas, el proceso de clarificación social e intelectual ya ha comenzado en Argentina y éste tiene que profundizar y expandirse. Las conversaciones ponen en claro que muchos artistas y jóvenes serios están dispuestos a hacerle frente a cuestiones de suma importancia.

Entrevisté a Ana y Santiago, acerca de la crisis política y moral argentina; a Julio, sobre las asambleas populares y la política de los partidos de “izquierda”; a Rubén Delgado y Nicolás Batlle sobre condiciones sociales; y a Valeria, sobre la crisis argentina y el papel que desempeña WSWS.

Ana y Santiago, directores de cine

David Walsh: ¿Te sorprendieron los hechos de diciembre?

Ana: Fue la primera vez en mi vida que el partido por el que yo voté terminó ganando las elecciones. Yo creía que De la Rúa era un incapaz, pero había otras personas del partido (Alianza) que me inspiraban confianza. Mi primera desilusión fue descubrir que la gente en la que yo había confiado resultó ser igual que [Carlos] Ménem [presidente de la Argentina de 1989 a 1999]. Hoy, cuando leo declaraciones de las personas que fueron miembros de la Alianza, me doy cuenta de que son todos parte de lo mismo. Son un fraude.

Tuve emociones encontradas en diciembre: sensación de sorpresa, y también de terror, porque el fantasma del gobierno militar siempre está presente. Sin embargo, creo que no hay razón para un golpe militar ahora. Los militares no lo quieren, y tampoco lo quiere Estados Unidos. Pero no pude evitar recordar aquellos tiempos. Sí sentí cierta esperanza cuando vi a la gente reaccionar y rebelarse contra las atrocidades del gobierno.

Pensé: “Bueno, la gente puede reaccionar” , y al mismo tiempo tuve dudas sobre muchas cosas. No sé; es complejo. Primero tuvimos el fenómeno de los “cacerolazos”, donde uno podía encontrar, por ejemplo, obreros que se juntaban con gente que realmente quería un cambio político, y también con personas de clase media y media alta que no podían sacar el dinero de sus cuentas bancarias (éstas son las mismas personas que votaron a Ménem). Lo más importante en este movimiento fue el surgimiento de las asambleas populares, en las que uno puede ver que la gente intenta crear algo por sus propios medios, por primera vez. Creo que estas asambleas populares son más importantes que los “cacerolazos”. Si los bancos abrieran las cuentas bancarias, la clase media dejaría de protestar, porque sólo están motivados por intereses económicos.

DW: ¿Cuál es tu impresión de los cambios en la ciudad y en las condiciones sociales de la gente?

Ana: Siento que la degradación en la ciudad avanza de una manera vertiginosa. Me mudé a este barrio nueve meses atrás. Este es un barrio de clase media alta y, al principio, me sorprendió la cantidad y variedad de negocios del área comercial. Me parecía que estaba viviendo en Europa. Pero ahora camino por la calle y esto se parece a Once [uno de los barrios más pobres de la ciudad]. A veces parece una ciudad de posguerra. Hay muchos negocios cerrados, gente revolviendo la basura. Cada noche, frente a mi edificio, veo un desfile de personas que abren las bolsas de basura buscando restos de comida.

Cada vez hay más gente mendigando, durmiendo en la calle, vendiendo cosas en el tren. Estoy consternada por un fenómeno nuevo: la gente que tiene trabajo y prefiere no volver a su casa en las zonas suburbanas, para poder guardar el dinero que gastarían en el transporte. Prefieren dormir en la calle en la capital durante la semana y guardar ese dinero para su familias.

DW: Cuando me escribiste, en enero o febrero, ¿cuál era tu percepción?

Ana: Es difícil recordar lo que escribí. Estaba triste. Puedo contarte una anécdota que expresa lo que yo siento. Esta es una zona de la ciudad donde viven varios ex militares. El otro día estaba tomando un café en un bar con un amigo cuando me llamó la atención un hombre que se acercaba. Este hombre tenía problemas para caminar y yo sentí pena por él. De repente me encontré pensando “Tal vez él haya sido parte de la dictadura militar.” Tenemos esa sensación contradictoria todos los días. ¿Cómo podemos pretender progresar cuando vivimos rodeados de asesinos, ladrones, mafiosos?

Hay un hecho concreto: la gente apoyó el gobierno de Ménem durante diez años. Me cuesta mucho entender por qué lo hicieron: ¿por un sueño, por conveniencia, por el deseo de vivir en el “Primer Mundo”? Me niego a creer que estas personas “de repente” se dieron cuenta de que se habían equivocado al apoyar ese sistema. Creo que Ménem terminó de formar la mente de los argentinos con la idea de que no hay valores, no hay memoria. Por eso la gente nunca reaccionó ante nada hasta que les tocaron sus cuentas bancarias. La mentalidad argentina terminó siendo muy superficial.

DW: Yo pienso que es un problema histórico y social, no un problema de los argentinos como tales. Es un problema de todos los países, relacionado con la historia política de los últimos treinta o cuarenta años, o más. Déjame explicarte una cosa: es este país hubo organizaciones políticas de izquierda, organizaciones “trotskistas”, que apoyaron a Perón. Estaba el grupo de Nahuel Moreno que se convirtió en el MAS [Movimiento al Socialismo]. Ellos ponían a Castro y a Perón en la tapa de su periódico. Uno se pregunta por qué esta confusión.

La confusión no es un problema del alma argentina, sino un problema de la historia y la política argentina, y de la política mundial. Hay conformismo y superficialidad en todas partes. Vengo de un país que de muchas maneras es más conformista y superficial que la Argentina. No es culpa de la gente, la culpa es de las tendencias y organizaciones políticas que traicionaron.

Ana: Ahora mismo ves a muchos líderes de estos supuestos partidos de izquierda que se convirtieron en grandes empresarios o políticos. [Rodolfo] Galimberti, por ejemplo. En los años ‘70 fue el líder de Montoneros, una organización revolucionaria, y en los ‘90 terminó siendo socio de [Jorge] Born, un empresario a quien Galimberti había secuestrado décadas atrás.

DW: Esto ocurrió en toda América Latina. En Venezuela, uno de los antiguos líderes de la guerrilla [Teodoro Petkoff] fue ministro de Planeamiento. Esto es una realidad social. Pensemos en la generación de 1968. Estas secciones de la clase media se movieron a la derecha. No es un problema moral abstracto. Son realidades políticas y sociales y tenemos que hacer un balance de todo esto.

Ana: Antes de la caída de De la Rua, yo estaba comprando algo en una farmacia cuando de repente la dueña dijo: “Quiero que vuelvan los militares”. Entonces le pregunté: “¿Dijo que quiere que vuelvan los militares?” “Sí.” “¿Quiere que volvamos a tener campos de concentración?” “No, no, por favor. Eso es terrible”, dijo la mujer. Me agradeció porque le había hecho darse cuenta de lo equivocada que estaba. De todas maneras, vi que esa mujer nunca podría tener una real conciencia de la situación.

Este es el punto donde no coincidimos. Yo sé que, por ejemplo, los Estados Unidos tenían el poder de tomar decisiones sobre nuestra situación, pero eso no significa que la gente no tuviera conciencia. Los habitantes de Uruguay, de Cuba, son más conscientes que nosotros.

DW: Comprendo. Las personas son responsables. Pero las personas también son producto de ciertas circunstancias históricas. No son individuos sueltos que flotan por el aire. Las personas son producto de circunstancias sociales e históricas que las limitan. ¿Puede la gente ir más allá de esas circunstancias? Sí, seguro. El punto es que la gente es producida por la sociedad burguesa, es educada en ciertas escuelas, por los medios, por las organizaciones políticas. Las dificultades políticas e históricas, y las decepciones, también generan un impacto. Piensan en la Unión Soviética, en Cuba, y dicen “Nosotros no queremos eso.”

Ana: Pero hay distintos tipos de personas.

DW: Personas más conscientes y personas menos conscientes. Como marxista, creo que debe haber una minoría que sea más conciente, capaz de explicar a la clase trabajadora los problemas, las alternativas y las soluciones. Si la gente no ve soluciones, puede hacer cosas terribles. Tenemos la experiencia del siglo XX, el fascismo, etc. Yo no creo en la culpa colectiva. No es mi teoría. Puedes decir “La gente es mala, la gente está podrida”, pero ésa es una actitud religiosa, no un análisis social.

Ana: En una de mis cartas te conté que, cuando yo era adolescente, en el camino al colegio solía pasar por la puerta de una estación de policía. Una maestra mía estaba desaparecida y yo sabía que acá existían campos de concentración. Cada día me decía, “Ahora me voy a para delante de la estación de policía y les voy a decir todo lo que pienso.” Pero tenía miedo que me mataran, y al mismo tiempo pensaba: ¿qué pasaría si todos hicieran lo mismo? Nunca participé en ninguna manifestación en Plaza de Mayo. Siempre fui una espectadora, por eso no digo que yo sea una buena persona y que los demás son malos.

DW: En mi opinión, necesitamos una perspectiva, un programa, un liderazgo revolucionario. La atmósfera en las décadas de 1920 y 1930 era muy distinta a la actual. Eso también puede cambiar, y va a cambiar. El elemento más volátil del universo es el pensamiento humano.

Santiago: Aunque los hechos de diciembre me sorprendieron, yo los había previsto de alguna manera. Sentí que eran la expresión de aquellas cosas que yo venía discutiendo con amigos, con algún taxista. Lo que parecía ser una queja general finalmente tomó forma en la protesta de esos días.

Yo me crié en una familia conservadora durante la dictadura, por eso siempre tuve que hacer un esfuerzo extra para comprender lo ocurría a mi alrededor. Cuando entré a la universidad, me sentí atraído por todo lo que era el postmodernismo, y me enseñaron que la historia no se puede cambiar. Aunque no estaba convencido, creía que nosotros no teníamos que hacer la historia.

En diciembre me di cuenta del grado desesperado al que había llegado la humillación de la gente. Podías ver a las gente pelear por comida como si fueran gusanos. Y entonces me acordé del 11 de Septiembre porque, de alguna manera, creía que estos dos hechos estaban relacionados. Sentí una responsabilidad directa por el mundo devastador en el que estaba viviendo. Los dos hechos, las dos imágenes, representaban fracturas en un sistema que ya no puede existir. Me vi confrontado con el terrible nivel de degradación de la raza humana.

Creo que vivimos un vacío cultural durante los años noventa. La gente de mi generación, que nació a principios de los '70, no puede ser del todo consciente. Me siento responsable, pero hasta cierto punto. Hubo un vacío ideológico y no fue solo un problema de la Argentina, sino algo global. Nos hicieron creer que éramos parte del “Primer Mundo” y que no había nada más que hacer.

Julio, activista político

David Walsh: Quiero preguntarte sobre las asambleas populares. ¿Cómo se formaron?

Julio: Las asambleas populares empezaron con los hechos de diciembre. Las personas se empezaron a conocer y a juntar en los distintos “cacerolazos”, y después decidieron organizarse mejor.

DW: ¿Fue la primera vez que surgía este tipo de asambleas populares o ya habían aparecido antes?

Julio: No, fue la primera vez para esta clase de fenómeno.

DW: ¿Cuántas personas se reúnen en las asambleas?

Julio: La cantidad de personas bajó en las últimas semanas. En enero y febrero había unas 400 personas en la asamblea de Caballito, que es una de las más numerosas de la capital. Pero hay asambleas de 40 personas, de 100 personas. Depende de la densidad de población de cada barrio.

DW: ¿Hay tendencias políticas u organizaciones políticas?

Julio: Sí, pero el problema es que en este momento la gente ya no cree más en la política. Uno ve militantes de organizaciones políticas que no admiten en público cuál es el partido al que pertenecen. Se presentan como simples vecinos, incluso aquellos que pertenecen a los partidos de izquierda, que se supone que no son responsables por la crisis. Ellos no dicen que representan a partidos de izquierda, pero cuando hablan uno sabe que están introduciendo sus ideas políticas.

DW: Es un fenómeno universal. ¿Estás de acuerdo con esa tendencia?

Julio: No, no estoy de acuerdo, porque justamente ésta es una oportunidad histórica única para separar a los partidos de la burguesía de aquellos que no lo son. Por eso si tu perteneces a un partido, es el momento ideal para decir “Nosotros somos del Partido Obrero y no tenemos nada que ver con el peronismo ni con la UCR. Tenemos un método diferente y un programa diferente”.

DW: Es algo peculiar. Si hay una crisis política, y tu perteneces a un partido político, se supone que tu partido tienen una solución para la crisis.

Julio: El problema es que esta crisis de confianza en la política también alcanzó a los partidos de izquierda. Los demás partidos hace rato que están podridos.

DW: ¿Qué temas políticos se discuten en las asambleas?

Julio: Uno se encuentra con gente de clase media que te dice que en 1995 votó a Ménem o al Frepaso [un partido de la izquierda burguesa que inicialmente fue parte de la Alianza, junto con los radicales de De la Rua], y que luego votó a la Alianza. Muchos estaban desilusionados y las asambleas eran el lugar para liberar esa bronca. Fue la primera vez que encontraban un lugar para expresar su odio. Discutimos diferentes temas: no pagar la deuda externa, la re estatización de las empresas privatizadas, la nacionalización de la banca y el comercio internacional.

Estas medidas, que eran más bien amplias, principalmente se discutían para sentar nuestras opiniones básicas. Pero después la discusión se orientó hacia problemas relativos al barrio. El trabajo se dividió en distintas comisiones que se encargan de resolver problemas específicos: una comisión de desempleo, otro para la salud, etc.

DW: Entonces, ¿hubo un programa de reforma social en el barrio?

Julio: Sí. Estas comisiones manejaban problemas específicos que después se discutían en las asambleas populares. Depende de la dinámica de cada asamblea. La comisión de desempleo de Caballito, por ejemplo, propuso usar unos terrenos que antes eran del ferrocarril para cultivar verdura y cosas así. La comisión de salud trabaja con los médicos en el hospital y tratan de resolver los problemas. Es una manera de hacer cosas dentro del sistema.

DW: ¿Alguien planteó la necesidad de que estas asambleas se conviertan en la base de un nuevo gobierno?

Julio: Estamos viviendo una gran crisis del sistema representativo. La gente comprueba que no necesita delegar cosas en un político, porque tiene el poder para cambiarlas. Eso quedó demostrado cuando la gente provocó la caída del presidente en diciembre. Uno de los cantos en las marchas es: “Que se vaya Duhalde y dejen que las asambleas gobiernen el país.”

Esta idea no se corresponde con la propuesta de los partidos de izquierda, que quieren crear una asamblea constituyente. Pero eso nos haría volver atrás en el tiempo y tendríamos que delegar otra vez las cosas en un grupo representativo. Si se llama a una asamblea constituyente, se presentarían todos los partidos del sistema actual. Por eso sería una locura pensar que un partido de izquierda puede dirigir una asamblea para hacer la revolución.

DW: Según tu descripción la gente está enojada con todos los partidos políticos. Lo que pregunto es si alguien dijo “Soy socialista, soy un miembro de un determinado partido, y creo que las asambleas populares deberían reunirse y crear un nuevo gobierno”.

Julio: Bueno, si vas a la asamblea general de Parque Centenario, donde todos los domingos se reúnen todas las asambleas, encuentras las mesas y banderas de los distintos partidos, pero cuando un militante habla en público no se identifica.

DW: Eso se llama oportunismo. Veo lo mismo en todos lados. Lo mismo ocurrió en Francia en 1995.

Rubén Delgado y Nicolás Batlle, directores de Matanza

Matanza es un documental realizado por el Grupo Documental 1ro. de Mayo, colectiva de documentalistas izquierdistas. La película muestra las manifestaciones de los residentes empobrecidos de Matanza, suburbio industrial de Buenos Aires, entre 1998 y 2000. El desempleo, la pobreza, la vivienda paupérrima y la desnutrición azotan a esta zona densamente poblada. Los realizadores de la cinta han documentado entrevistas con los habitantes, manifestaciones (inclusive el bloqueo de las carreteras) y encuentros entre la gente y sus políticos locales.

Los residentes de Matanza gozan de las necesidades más elementales: electricidad, buena higiene, cuido de la salud y educación [académica]. Una de las manifestaciones exige chapas y colchones del gobierno municipal porque las casas no llevan techo. “Nosotros no somos los pillos. Ellos son”, expresa una de las personas. “No somos violentos. Tratamos de usar las vías legales. No nos quedó otra alternativa”.

La película es útil debido a que le da voz a gente que de otra manera no sería escuchada. Pero la perspectiva política de los dirigentes de las manifestaciones es otra cosa. Éstos aparentemente pertenecen a Corriente Clasista y Combativa, la cual, según los realizadores del documental, es una colectiva de varios grupos. Hay peronistas. Está la Unión Cívica Radical, que es partido burgués. Y también participan los maoístas. Las manifestaciones, cuyo carácter político es muy limitado, revelan que esta mezcolanza no es nada apetecedora. Más que otra cosa, parece que las manifestaciones se celebran sólo para desfogarse.

Los realizadores, graduados de ENERC, escuela nacional argentina de cine, parecen sinceros. Se espera que eventualmente encontrarán el camino hacia una política verdaderamente socialista e internacionalista.

Conversé con dos de los integrantes de ese grupo, Rubén Delgado y Nicolás Batlle.

David Walsh: ¿Pueden describir las condiciones sociales en la zona donde se realizó la película?

Rubén Delgado: La Matanza es una de las zonas más pobres del Gran Buenos Aires [los partidos que rodean a la Capital]. En cuanto a población, La Matanza es tan grande como una provincia argentina. Hay alrededor de 1,500,000 personas. En La Matanza se hacen muchas investigaciones sociales, porque representa un retrato de las condiciones sociales de todo el país. También es muy importante en términos electorales, porque este partido define qué candidato será el gobernador de la provincia de Buenos Aires.

DW: ¿Cuál es la tasa de desempleo en La Matanza?

RD: Alrededor del 25 por ciento. Para los jóvenes la tasa es del 40 por ciento.

DW: ¿Cuál es la actitud de la gente? ¿Qué es lo que ellos ven como la fuente de sus problemas? ¿La corrupción del gobierno local? ¿La corrupción del gobierno argentino? ¿El FMI? ¿El capitalismo global?

RD: Todo eso está incluido en la protesta. Pero cuando uno habla directamente con ellos, ellos mencionan la política de Ménem. Los líderes de estos grupos de desocupados dicen que esta crisis económica comenzó en 1976, con el gobierno militar.

DW: ¿Cuál es la perspectiva política de las personas que encabezan este movimiento?

RD: Ellos están intentado reunir a todos los grupos y partidos que están en contra de este régimen para crear un gobierno de unidad nacional, con el objetivo de garantizar las necesidades básicas para todos: vivienda, comida, salud, trabajo, educación.

DW: ¿Cómo piensan lograr eso? En el film hay debates acerca de muchos temas, ¿pero existe un debate político de otros asuntos que no sean los más inmediatos? ¿Hay debates acerca de eventos mundiales, o acerca de la necesidad de unificar internacionalmente a la clase trabajadora?

RD: Sí, ellos participan en algunos encuentros internacionales, pero antes quieren resolver sus problemas locales. Fueron a Brasil a una conferencia con el Movimiento Sin Tierra, también a Paraguay, a Colombia, a Ecuador. Esta última experiencia fue muy importante porque hubo personas de Ecuador que vinieron al barrio.

DW: Dices que quieren resolver los problemas locales, ¿pero cuál es la fuente de sus problemas locales? Es el capitalismo mundial.

RD: Es verdad, pero el CCC (Corriente Clasista y Combativa) es un frente único de diferentes grupos. Hay peronistas, radicales, maoístas. Por eso es muy difícil coordinar los programas. Además está aumentando la cantidad de militantes. El problema es complejo. Los dirigentes de la CCC vienen de ese barrio y no estaban preparados para dirigir un partido. Entonces tienen que aprender a dirigir el movimiento. Este movimiento en Matanza comenzó hace 20 años. Les llevó mucho tiempo adelantar y comenzar los problemas nacionales. No fue un desarrollo lineal.

DW: ¿Alguien mencionó el tema del socialismo?

RD: Sí, claro. La gente habla de la posibilidad del socialismo, de distintas maneras. Algunos sectores se preguntan, “¿Por qué los partidos de izquierda no gobiernan el país ahora? Pero no se discute específicamente la teoría socialista. El problema más urgente es buscar una salida a esta situación.

DW: ¿Creen que los directores de cine o los artistas tienen la responsabilidad de plantear cuestiones sociales hoy?

RD: Sí, pero el problema es que nosotros venimos detrás de la situación, y nos damos cuenta cuando ya es demasiado tarde. Hay directores jóvenes que están tratando estos temas sociales en sus películas. Hay un pequeño “boom”, especialmente después de los hechos de diciembre. Muchos jóvenes están filmando lo que ocurre con sus cámaras, y van a asambleas populares para grabar los debates. Es positivo, pero también es complejo, porque muchos de nosotros no estamos de acuerdo con la forma en que estas cuestiones deberían reflejarse.

Nicolás Batlle: Está claro que somos responsables de lo que hacemos. Hacemos documentales y nos encanta hacerlos. Tenemos una responsabilidad ideológica sobre nuestro material, al menos sobre aquello que filmamos. Pensamos y reflexionamos muchas veces sobre qué es lo que queremos mostrar en nuestras películas. Tenemos una estructura ideológica que es clara. Nuestro grupo es similar a los “piqueteros” (los desocupados que cortan las rutas) porque discutimos todo muchas veces antes de tomar las decisiones.

Es un grupo muy democrático, y usamos las mismas herramientas que el movimiento que mostramos en el film. Nos sentimos muy cómodos trabajando juntos, a pesar de no tener ningún respaldo económico. Hicimos el film con nuestro propio dinero y con la ayuda de parientes y amigos. Fue muy importante para nosotros terminar esta película y poder mostrarla en La Matanza y acá en el Festival.

RD: Quisiera decir que yo nunca creí que iba a ser director de cine. Vengo de una familia de clase obrera y es difícil para una persona como yo llegar a hacer una película. Hacer Matanza fue un gran logro para mí. Quiero seguir haciendo cine y ser un profesional, pero no quiero perder el punto de vista de la clase obrera. Quise mostrar en mi film la idea de un frente único. Nosotros, los cuatro directores que hicimos la película, venimos de distintas clases sociales y pudimos cumplir nuestro objetivo. Eso también es muy importante.

Valeria, estudiante de la Universidad de Buenos Aires

David Walsh: Cuéntame acerca de la situación de tu familia.

Valeria: Mi papa se quedó sin trabajo en febrero pasado. Había comenzado a trabajar en esa fábrica en 1974. Se especializaba en la fabricación y desarrollo de productos para medir la electricidad. Hace un par de años la empresa empezó a perder a muchos de sus clientes y a tener problemas económicos. Todos los empleados empezaron a trabajar la mitad del tiempo, por lo que hubo una baja severa en los sueldos.

El dueño llegó al punto donde terminó debiéndoles a todos mucho dinero en sueldos. De repente, una mañana, los empleados se encontraron literalmente en la calle. El dueño había cerrado la fábrica y se había fugado. Fueron a buscarlo a su casa, pero había desaparecido. Aparentemente había dejado el país y estaba en España. Los trabajadores nunca cobraron su dinero, y ni siquiera recibieron indemnización. No puedes imaginar el daño moral que significó para mi papa. El era el encargado de supervisar la producción e incluso se hacía cargo de la empresa cuando el dueño no estaba. Todavía no puede creer cómo este hombre pudo traicionarlos a todos de esa manera. Todavía está atolondrado.

DW: ¿Cuál fue el impacto psicológico?

Valeria: Mi papa intentó demostrar cierto optimismo. Somos seis en la familia, y mi papá siempre fue el jefe del hogar. Mi mamá es maestra pero su sueldo es muy bajo, solo 300 pesos ($US100) por mes. Yo realmente no sé qué vamos a hacer si la crisis se sigue profundizando. Tengo miedo, todos tenemos miedo. Debo decir que mi papá tuvo cierta suerte, dada la situación, porque encontró algo de trabajo en la fabricación de autos de juguete, un pequeño negocio que venía desarrollando durante la última década. De todas maneras, pasa todo el día trabajando y saca muy poco dinero. La situación es muy difícil. Mis padres están perdidos, no tienen ninguna perspectiva, no estaban preparados para una crisis así. Están más desconcertados que mis hermanas y yo.

Sé que yo, de cierta forma, tuve suerte, porque tengo un trabajo, ya estoy terminando la universidad y puedo trabajar como periodista. Pero me preocupo mucho cuando veo a mis hermanas, que son más jóvenes que yo. No veo un futuro ni para ellas ni para mí.

Es muy dura la situación para una persona de mi edad, porque no vemos un futuro. Busco respuestas todos los días, pero todo que lo encuentro es bronca. Sé que este sistema está acabado, porque es irracional y está asesinando a la gente. ¿Pero dónde o cómo empezamos a construir algo distinto? Aunque buscamos un cambio, la idea general es que nos estamos convirtiendo en uno de los países más pobres de América Latina. Por eso todos quieren irse de acá. Algunos tendrán la posibilidad, pero hay muchos que no pueden. Y sin embargo, no encuentras gente que diga, “Quedémonos y construyamos algo nuevo acá”. Cuando intento tener una discusión política con alguien, siento un enorme escepticismo que me rodea. La respuesta general es “No sé qué va a pasar acá, yo sólo trato de sobrevivir”, “Nada va a cambiar en este país”. Entonces uno se siente solo.

DW: Me contaste sobre un incidente con unas vacas. Parecía algo que podría haber ocurrido antes de la Revolución Francesa.

Valeria: Cerca de Rosario (Santa Fe), una de las ciudades más importantes de la Argentina, ocurrió algo terrible. Un camión que transportaba vacas tuvo un problema mecánico y quedó parado en medio de la ruta. De repente, muchas personas pobres de las villas cercanas llegaron corriendo y rodearon el camión. Hombres, mujeres y chicos empezaron a matar y a cortar las vacas, para sacar un pedazo de carne. Estaban desesperados. Peleaban por trozos de carne. Vi a un chico cargando la cabeza de una vaca sobre sus hombres. Sentí que habíamos vuelto a un estado de vida primitivo.

DW: ¿Qué piensas del WSWS?

Valeria: Llegué al World Socialist Web Site por primera vez gracias a un “link” que encontré en el sitio de la revista El Amante. Comencé leyendo (con ansiedad) las críticas de cine en la sección de artes. Me di cuenta de que nunca había leído ese tipo de crítica de cine antes, con mucha información, honestidad y una comprensión profunda sobre los problemas más complejos de la sociedad.

Luego descubrí que el sitio pertenecía a la Cuarta Internacional. Y entonces leí el nombre de Trotsky. Sabía quién era, pero me parecía obsoleto. Pensé: “No puedo creer que existan personas en el mundo que todavía sueñen con una revolución social”. Fui cínica y cerrada en ese momento, lo admito. Luego recordé algunos de los escritos de Marx que había estudiado en la universidad y me di cuenta que no hubo otro hombre en la historia que fue tan firme acerca del respeto por la dignidad humana.

El WSWS, para mí, es el lugar donde puedo escuchar “la otra campana”. Me hace ver que debo tomar los hechos de cada día como resultado de la historia, porque no son hechos aislados. Sobre todo, me hace ver que existe una alternativa posible. Es genial escuchar una voz que luche con tanto coraje contra el imperialismo devastador de los Estados Unidos. El artículo que publicaron luego de los ataques del 11 de septiembre fue una de las más valientes piezas periodísticas que leí. El sitio me obliga a ver que nosotros, que somos parte de la clase trabajadora, no tenemos que tomar la opresión por sentado, porque somos capaces de luchar contra ella. Pero debe ser un movimiento internacional. Ése es el único camino para ganar el control de la economía.

El problema para una persona de mi edad es la paciencia. Sé que la humanidad no puede sobrevivir en el sistema capitalista. Pero me vuelvo ansiosa, porque no encuentro las herramientas que me permitan divulgar el pensamiento socialista. No podemos seguir viviendo en esta situación demente, aunque al mismo tiempo creo que la posibilidad de un cambio está muy lejos. La simple mención de una “clase trabajadora” les parece absurda a muchas personas.

Me parece magnífico que puedan tener el sitio web en distintas lenguas, porque demuestra que la idea de Trotsky era formar un partido político internacional como única manera de derrotar al capitalismo. También es interesante encontrar artículos sobre artes, política, historia, filosofía... es una prueba de su respeto por el conocimiento. El conocimiento: arma que puede guiarnos a todos hacia una salida. Me gustaría leer más artículos sobre la economía y los problemas que tienen los países pobres para hacerle frente a las presiones del FMI (Fondo Monetario Internacional). Es bueno leer análisis sobre el desarrollo global de la economía en las últimas décadas, pero es difícil pensar de qué manera combatir el capitalismo cuando éste ejerce tanto poder sobre las regiones dependientes, como es el caso de América Latina.