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A continuación sigue el texto de una charla que se presentó el 10 de enero de 1998, en una delas conferencias de la Escuela Internacional de Verano sobre El marxismo y los problemas fundamentales del siglo XX, que el Comité Internacional de la Cuarta Internacional y el Partido Socialista por la Igualdad (Australia) organizaron en Sydney, Australia, del 3 al 10 de enero de 1998.
David North es Secretario Nacional del Partido Socialista por la Igualdad en los Estados Unidos. Ha dado conferencias extensivamente por Europa, Asia, EE.UU. y la ex Unión Soviética sobre la historia y los principios del marxismo y el programa y las perspectivas de la Cuarta Internacional.
El autor es una autoridad en la historia de la Cuarta Internacional y la Revolución Rusa. Entre sus obras se incluyen La herencia que defendemos; Perestroika contra el socialismo; El trotskismo contra el stalinismo; y En defensa de la Revolución Rusa. Otras charlas recientes de David North incluyen: Antisemitismo, fascismo y el holocausto: crítica de ‘ Los verdugos concientes de Hitler' por Daniel Goldhagen; La Igualdad, los derechos del hombre y los orígenes del socialismo; y El Socialismo, la verdad histórica y la crisis del pensamiento político en los Estados Unidos.
Algunos de estos documentos todavía no se han traducido al castellano, pero pueden encontrarse en el inglés original en este sitio.
Conferencia de David NorthPor más de un siglo, la historia del movimiento marxista ha tenido que luchar con dos temas o “problemas” políticos controversiales cuya existencia ha persistido de manera excepcional: la "cuestión nacional” y los sindicatos obreros.
¿Por qué persisten tanto? ¿Existe alguna relación entre las dos? Pienso que podremos encontrar la respuesta si analizamos las condiciones históricas que engendraron al movimiento obrero moderno. El estado-nación burgués, tal como surgió de las luchas revolucionarias y democráticas de los siglos XVIII y XIX, ofreció el impulso económico y el marco político para la evolución de la clase obrera europea y estadounidense. El proceso de consolidación nacional se vinculó, aunque en formas y grados diferentes, a los temas generales democráticos que eran de suma importancia para la clase obrera. La actitud de la clase obrera hacia la nación tenía que ser por obligación bastante compleja y contradictoria, para no decir ambivalente. Por una parte, el crecimiento y la fuerza de la clase obrera, además de ésta haber mejorado su nivel de vida, por lo general se vinculaban a la consolidación del estado-nación y a la expansión de su poderío económico e industrial. Por otra parte, la evolución de las luchas económicas y sociales de la clase obrera objetivamente la obligaban a adoptar una actitud hostil hacia el estado-nación, el cual, a fin de cuentas, protegía los intereses de la burguesía
La naturaleza turba de la cuestión nacional dentro del movimiento marxista surgió debido a esa complejísima relación entre los trabajadores y el estado-nación burgués. En ninguna parte del mundo hemos visto a las masas cruzar el puente entre el nacionalismo y la conciencia socialista internacionalista naturalmente y sin sufrimiento. En la vida de todo ser humano, las experiencias de la juventud influyen fuertemente el resto de su vida. Eso sirve de analogía con la evolución de la conciencia de clase. La alianza histórica de la clase obrera con el nacionalismo tiene su explicación en las condiciones que la engendraron y en las luchas que tomaron lugar durante sus etapas formativas. La conciencia social siempre va retrasada, o para ser más preciso, no refleja de manera directa e inmediata, es decir, en forma científica, al ser humano social. Este es muy complejo y contradictorio. De la misma manera, la influencia del nacionalismo sobre el movimiento obrero no disminuye en proporción directa a—o con la misma velocidad de—la expansión del dominio objetivo que la economía mundial tiene sobre la nación-estado. La naturaleza de la lucha de clases también se hace cada vez más internacional.
Además, la tenacidad de la opresión nacional durante el Siglo XX, aun cuando su causa y contenido fundamentales sean de índole socioeconómica, han fortalecido las formas que la conciencia nacionalista adopta. Sin embargo, no obstante el vigor de las influencias nacionalistas, los marxistas tienen la responsabilidad de basar su programa en el análisis científico de la realidad social,. No les cabe recurrir a la atracción de prejuicios antiguos y conceptos anticuados. Una de las características más comunes del oportunismo dentro del marxismo es la adaptación del programa político a los prejuicios del momento a cambio de ventajas temporales. El oportunismo procede de cálculos prácticos y coyunturales, no de consideraciones que se basen en principios históricos y científicos.
Al rechazar las consecuencias políticoeconómicas que la internacionalización de la producción tiene sobre el estado-nación, los oportunistas por lo general le atribuyen a esta forma degenerada (desde el punto de vista histórico) una posibilidad progresista de la cual no tiene nada. Persisten, pues, en glorificar la demanda de autodeterminación nacional no obstante que ésta se haya convertido en la insignia de todos los movimientos patrióticos reaccionarios en todos los rincones del mundo.
Los marxistas no creen que el estado-nación carezca de relevancia. Sigue siendo un elemento poderoso en la política mundial, a pesar de que, desde el punto de vista del desarrollo e integración internacional de las fuerzas productivas, sea una barrera al progreso humano. Al elaborar sus tácticas, el movimiento socialista no ignora esta realidad política. Siempre que el estado-nación sea la unidad básica de la organización políticoeconómica de la sociedad burguesa, la cuestión nacional—a la cual más bien nos podríamos referir en este momento de la historia como el “problema nacional”—persiste. Pero las tácticas marxistas provienen de una interpretación científica del carácter obsoleto del estado-nación. A través de sus tácticas, el movimiento trotskista trata de poner en práctica la estrategia que le da orientación a la Cuarta Internacional como Partido Mundial de la Revolución Socialista. Esta insistencia sobre la supremacía de la estrategia internacional es lo que distingue al Comité Internacional de la Cuarta Internacional (CICI) de todos los grupos nacional reformistas y oportunistas
Los sindicatos y los radicalesEstas consideraciones fundamentales tienen la misma urgencia en cuanto a la cuestión de los sindicatos. Cuestión que tiene que ver con el papel que esta muy antigua estructura de organización proletaria desempeña en el desarrollo de las luchas revolucionarias de la clase obrera por el socialismo. La aparición del proletariado moderno ocurrió dentro del contexto de la evolución histórica del estado-nación. La organización del proletariado y sus actividades adquirieron forma dentro de los límites establecidos por el estado-nación. Como caso especial lo mismo también sucedió en relación con los sindicatos. Los sindicatos son un caso especial de ese fenómeno. Sus adelantos y prosperidad dependieron en gran parte del éxito industrial y comercial de “sus propios” estados nacionales. Por consiguiente, así como causas profundamente objetivas existen para explicar la actitud ambivalente de la clase obrera hacia el estado-nación, también existen razones objetivas profundas para crear la ambivalencia, aun hostilidad, de los sindicatos hacia el socialismo. El movimiento socialista ha derramado muchas lágrimas sobre este tema durante más de un siglo.
Claro, no es se pudo anticipar la gravedad de los problemas que obsesionarían las relaciones entre los partidos marxistas y los sindicatos durante los primeros años de la existencia de ambos. La actitud de los marxistas hacia los sindicatos inevitablemente refleja las condiciones y circunstancias de los tiempos. La cuestión de los sindicatos no se nos plantea en 1998 tal como en 1847. Ha pasado mucha historia durante 151 años y el movimiento socialista, que ha tenido suficiente oportunidad para familiarizarse con el sindicalismo, ha aprendido mucho acerca del carácter de los sindicatos. Sin embargo, en las páginas de la prensa radical “izquierdista” no aparece nada de esta sabiduría que se ha acumulado.
A través de gran parte de su historia, el movimiento socialista fervorosamente ha intentado establecer una relación con los sindicatos. No obstante, a pesar de mucho cortejo y galanteo, el romance deja mucho que desear. A pesar de muchas declaraciones de afecto e interés, el objeto del deseo una y otra vez patea y apuñala en la espalda a sus galanes socialistas. Aun cuando éstos crean sus propios sindicatos y tratan de darle una formación marxista impecable, los herederos le pagan con la ingratitud más despiadada. Tan pronto aparezca la oportunidad, muestran la tendencia a rechazar los ideales excelsos de los veteranos socialistas y satisfacen sus necesidades en los antros capitalistas del placer.
Nos parece que algo debería haberse aprendido de tantas experiencias malaventuradas. Pero como los vejancones tontos en los cuentos de Boccaccio, los radicales envejecidos y desdentados, aún tienen el afán de hacerse loscornudos. Las organizaciones “izquierdistas” actuales todavía insisten que el movimiento socialista tiene el deber atender todas las necesidades y caprichos de los sindicatos. Insisten que los socialistas tienen que reconocer que los sindicatos son las organizaciones obreras por excelencia, lasque mejor representan los intereses de la clase obrera. Arguyen que los sindicatos son la dirigencia auténtica e indesafiable de la clase obrera, los árbitros con la última palabra acerca de su destino histórico. Desafiar la autoridad de los sindicatos sobre la clase obrera, de alguna manera poner en duda el supuesto derecho “natural” de los sindicatos de ser los voceros de la clase obrera, equivale a cometer un sacrilegio político. Según los radicales, es imposible concebir un movimiento obrero genuino que los sindicatos no dominen o formalmente dirijan. Solamente basándose en los sindicatos puede entablarse una lucha de clases efectiva. Y por último, toda esperanza para que se desarrolle un movimiento socialista de masas depende de “convertir” a por lo menos una mayoría de los sindicatos, a una perspectiva socialista.
Vayamos al grano: el Comité Internacional rechaza todas estas aseveraciones que el análisis teórico y la experiencia histórica refutan. Según la opinión de nuestros adversarios políticos, nuestra negativa en doblegarnos ante la autoridad de los sindicatos equivale a un agravio. Esto nos irrita demasiado, porque a través de las décadas nos hemos acostumbrado a oponernos a la opinión pública “izquierdista”, o mejor dicho, pequeña burguesa, cuya antipatía y amargura consideramos la mejor señal que el Comité Internacional va por el rumbo debido.
La postura de los radicales se basa en una teoría fundamental: que los sindicatos son “organizaciones obreras” puesto que son asociaciones de masas. Por lo tanto, todo el que rechaza la autoridad de los sindicatos, por definición, se opone a la clase obrera. El problema con esta teoría es que convierte a los sindicatos en abstracciones anti históricas que carecen de todo significado. No cabe duda que los sindicatos tienen una gran cantidad de socios obreros, pero también la tienen Los Estados Unidos, los Masones, los Veteranos de Guerras Extranjeras y la Iglesia Católica.
Además, alusiones a la gran cantidad de obreros que pertenecen a los sindicatos no puede reemplazar a un análisis correspondiente de la composición social de estas organizaciones, sobretodo de sus capas dirigentes, es decir, de sus burocracias gobernantes. No es automático que éstas organizaciones en realidad representan los intereses de la clase obrera sólo porque masas obreras pertenezcan a ellas. Efectivamente, es imperante analizar si es que existe, dentro de los sindicatos mismos, algún conflicto objetivo entre los intereses de la mayoría de los miembros y los de la burocracia dirigente, y hasta qué grado la política de los sindicatos refleja los intereses de esta burocracia y no de los miembros.
Si aun pudiéramos admitir que los sindicatos son organizaciones obreras”, esta definición añade muy poco a la suma total del conocimiento político que se ha acumulado. Después de todo, podríamos continuar el juego de definiciones al simplemente preguntarnos: ¿Y qué precisamente se quiere decir con “organización obrera?" No basta replicar: “¡Pues una organización de obreros!” Al tratar de comprender la esencia de los sindicatos, la pregunta más acertada sería: “¿Cómo se relacionan estas organizaciones con la lucha de clases en general y la liberación de los trabajadores de la explotación capitalista en particular?”
Es hora de descartar la terminología tonta y encontrar una definición más profunda en base a un meticuloso análisis histórico del papel que los sindicatos han desempeñado en las luchas de la clase obrera y en el movimiento socialista. No se trata solamente de producir ejemplos de crímenes y éxitos según lo que uno está dispuesto a encontrar. Más bien el propósito de este análisis es descubrir la índole esencial de este fenómeno social; es decir, como es que las leyes fundamentales se expresan, de manera práctica y activa, en las acciones y la política de los sindicatos.
Nuestros adversarios radicales nunca tratan de hacer semejante análisis; por lo tanto ni siquiera pueden contestar la pregunta más obvia y elemental: “¿Por qué han fracasado los sindicatos tan miserablemente en defender, para no decir elevar, los niveles de vida de la clase obrera?” Durante el último cuarto de siglo, la posición social de la clase obrera ha empeorado drásticamente no sólo en Los Estados Unidos, sino en todo el mundo. Los sindicatos han sido incapaces de defender a la clase obrera contra la embestida bestial del capital. Puesto que este fracaso se ha demostrado muchas veces en el ámbito internacional durante las últimas décadas, es inevitable que sus causas objetivas se busquen en el ambiente socioeconómico en que los sindicatos actualmente existen y, más fundamentalmente aun, en la índole de los sindicatos mismos. Es decir, si presumimos que el ambiente repentinamente se tornó hostil en 1973, ¿qué fue acerca de los sindicatos que los rindió tan vulnerables a este cambio y tan incapaces de adaptarse a las condiciones nuevas?
Consideremos ahora la respuesta de la Liga Espartacista a este dilema. En una censura furiosísima contra el Partido Socialista por la Igualdad que publicaran en cuatro ejemplares sucesivos de su periódico y que consta de miles de palabras (entre las cuales los adjetivos y adverbios ofensivos constituyen un porcentaje extraordinario), los espartacistas rotundamente niegan que existen razones objetivas para el fracaso de los sindicatos. Más bien todo se explica por “la política derrotista y traidora de los falsos dirigentes de la AFL-CIO” [Federación Laborista Estadounidense-Congreso de Organizaciones Industriales]. Es casi imposible imaginar una explicación más trillada. ¡Un paleontólogo podría declarar igualmente que los dinosaurios se extinguieron porque no tenían ganas de seguir viviendo! Los espartacistas rehusan explicar por qué los dinosaurios en la dirigencia de la AFL-CIO decidieron seguir una “política derrotista y traidora”. ¿Acaso son simplemente gente vil? Y si son tan malévolos, ¿cómo es que tantos llegaron a ocupar la dirigencia de los sindicatos, no sólo en Los Estados Unidos sino en todo el mundo? ¿Existe algo en la propia índole de los sindicatos que los hace atraer a tanta gente vil que entonces decide seguir una “política derrotista y traidora?" Podríamos hacernos otra pregunta: ¿De qué cualidad goza la Liga Espartacista que la obliga a respaldar con tanto entusiasmo organizaciones que atraen a tanta gente vil que se consagra a traicionar y derrotar a los obreros que presuntamente representan?”
El problema con el análisis subjetivo no es que éste sólo impide lidiar con todo problema verdaderamente difícil, sino que le permite a la Liga Espartacista y a otros grupos radicales—a pesar de sus abusos verbales contra los “dirigentes falsos”— dejar abierta la posibilidad que los dirigentes sindicalistas algún día encuentren su redención y, como consecuencia, a apoyar la subordinación perenne de la clase obrera a los sindicatos y, por consiguiente, a los mismos “dirigentes falsos”.
Peter Taaffe, dirigente principal del Partido Socialista Británico, que anteriormente se conociera como la Tendencia Militante, ha explicado esta perspectiva detalladamente en un artículo. [1]
El Sr. Taaffe produce un efecto más cómico que convincente cuando usa la fraseología radical para cubrir su servilismo a la burocracia laborista. Para comenzar, ofrece una breve lista de los países donde los funcionarios sindicalistas han cometido traiciones atroces contra la clase obrera. Igual que Luis, jefe de la policía en la película Casablanca, la corrupción que rodea a Taaffe lo horroriza profundamente, inclusive cuando la burocracia lo soborna políticamente. Taaffe nos informa que el comportamiento de los funcionarios sindicalistas suecos ha sido un escándalo; que el de los burócratas belgas es “descarado y abierto”; que la participación de los dirigentes irlandeses en el “escándalo de la traición” es espectacular; que en la Gran Bretaña los trabajadores “han pagado un precio muy caro por la impotencia de sus dirigentes derechistas”. Y penosamente nota la capitulación de los dirigentes sindicalistas en Brasil, Grecia y Los Estados Unidos.
Taffe no va más allá que decir que el problema de los sindicatos es que a los dirigentes les falta talento y sufren de una ideología falsa: aceptar el mercado capitalista. Las organizaciones son esencialmente sanas. Basándose en este análisis subjetivo, Taaffe critica a “pequeños grupos de la izquierda”, pero a quien verdaderamente se refiere son las secciones del Comité Internacional, las cuales, con Trotsky de respaldo, insisten que las traiciones que los sindicatos han cometido expresan una tendencia objetiva fundamental de su desarrollo. De acuerdo a Taaffe, esta manera de plantear el problema es muy limitada y erra en no reconocer que los dirigentes sindicalistas derechistas, “bajo la presión de una clase obrera lista para batallar”, pueden “ser forzados a separarse del estado y a encabezar un movimiento de oposición obrera”.
Por consiguiente, escribe Taaffe, “la tendencia principal durante el próximo período” en la Gran Bretaña y doquier serán los obreros “obligando a los sindicatos a luchar por ellos”. El destino de la clase obrera depende de “la regeneración de los sindicatos”.
Cierta facción del difunto Partido Revolucionario de los Trabajadores [Workers Revolutionary Party] promueve una lógica similar. Insiste que hay que evitar a todo costo cualquier lucha por crear nuevas formas de organización obrera que se opongan al dominio de los sindicatos. "Todos los argumentos simplistas que glorifican a las bases y que insisten en la abstracción, que los líderes están en camoa con el estado y que es reaccionario crear alternativas ligadas entre sí será totalmente incapaz de comprender la nueva situación."[2]
No poseo ninguna información especial acerca de las visitas nocturnas que los funcionarios sindicales británicos o de cualquier otro país hagan, pero el oportunismo que practican no tienen nada de "abstracto." Al contrario; los patronos y el estado a diario le piden a los funcionarios sindicalistas que rindan sus servicios traicioneros. Los primeros rara vez se desencantan.
La posibilidad de una redención de los sindicatos en el futuro parece todavía menos posible cuando se comprende que las características y atributos de las burocracias dirigentes manifiestan, de manera subjetiva, características y procesos sociales objetivos. Las críticas contra los dirigentes sindicalistas so sólo se permiten, sino que son necesarias— siempre que no sean una simple sustitución de un análisis profundo de la naturaleza del sindicalismo.
Una forma social determinadaNuestro objetivo hoy, pues, es iniciar un estudio del sindicalismo. Nos basamos en un repaso histórico de ciertas etapas en la evolución de esta estructura específica del movimiento obrero. Como ya he dicho, el movimiento socialista ha acumulado, durante más de ciento cincuenta años, una masa enorme de experiencia histórica. Esta experiencia justifica que los socialistas se declaren a sí mismos los mejores y más tristes peritos sobre el tema del sindicalismo.
No es nuestra intención sugerir que el sindicalismo representa un error histórico que nunca debió haber ocurrido. Sería bastante ridículo sostener que un fenómeno tan universal como el sindicalismo carece de raíces profundas en la estructura socioeconómica del capitalismo. No hay duda que existe un vínculo cierto entre el sindicalismo y la lucha de clases, pero sólo en el sentido que la organización de los obreros dentro de los sindicatos deriva su impulso objetivo de la existencia de un conflicto concreto entre los intereses materiales de los patronos y los de los obreros. De ninguna manera se puede concluir de este hecho objetivo que los sindicatos, como estructuras organizacionales específicas determinadas socialmente, se identifican con, o buscan llevar adelante, la lucha de clases (a la cual, en el sentido histórico, le deben su existencia). Más bien, la historia nos muestra pruebas contundentes que los sindicatos se han consagrado más a la supresión de la lucha de clases que a otra cosa.
La expresión más intensa y avanzada de la tendencia de los sindicatos a suprimir la lucha de clases está en su actitud hacia el movimiento socialista. No existe ilusión más trágica, sobre todo para los socialistas, que la que se imagina que los sindicatos son aliados confiables, e inevitables, en la lucha contra el capitalismo. La evolución orgánica del sindicalismo no procede en dirección al socialismo, sino en su contra. No obstante las circunstancias de sus orígenes, aun cuando los sindicatos en uno que otro país le hayan debido su existencia directamente al impulso y dirigencia que los socialistas revolucionarios le brindaron, la evolución y consolidación de los sindicatos invariablemente acaban resistiendo ese tutelaje socialista y produciendo esfuerzos decididos para zafarse de éste. Para poder entender la esencia del sindicalismo, necesitamos explicar esa tendencia.
Debemos mantener en cuenta que cuando estudiamos al sindicalismo, estamos analizando una organización social particular. No se trata de una colección adventicia de individuos, amorfa y fortuita, sino de una conexión entre gente organizada en clases y arraigada en ciertas relaciones específicas de producción que han evolucionado históricamente. Es también imprescindible que reflejemos sobre la índole de la forma misma. Todos sabemos que existe una relación entre forma y contenido. Esta relación por lo general se concibe como si forma fuera simplemente la expresión de contenido. Desde ese punto de vista, la estructura social podría conceptualizarse como mera expresión superficial, plástica e infinitamente maleable, de las relaciones sobre las cuales se basa. Pero las formas sociales pueden comprenderse más a fondo si se les considera elementos dinámicos en el proceso histórico. Decir que “el contenido toma forma” significa que la forma le imparte cualidades y características bien definidas al contenido que la expresa. Es a través de la forma que el contenido existe y evoluciona.
Quizás sea posible clarificar el propósito de este desvío hacia la esfera de las abstracciones y categorías filosóficas haciendo referencia a ese famoso trozo del primer capítulo del primer tomo de El Capital, donde Marx pregunta lo siguiente: “¿De dónde mana, pues, el carácter enigmático del producto de la mano de obra una vez que ésta asume la forma de mercancía? Obviamente de la forma misma”. Es decir, cuando un producto de la mano de obra asume la forma de mercancía—transformación que ocurre sólo durante cierta etapa de la sociedad—éste adquiere una cualidad muy peculiar y fetichista que antes no existía. Una vez que las mercancías se venden y se compran en el mercado, las verdaderas relaciones entre la gente, de las cuales las mercancías mismas son producto, necesariamente asumen la apariencia de relación entre cosas. El producto de la mano de obra es el producto de la mano de obra, pero una vez que asume la forma de mercancía dentro de las restricciones establecidas por las nuevas relaciones de producción, ésta adquiere propiedades sociales nuevas y extraordinarias”.
De la misma manera, una asociación de trabajadores no significa más que una asociación de trabajadores. Pero cuando esta asociación se convierte en sindicato, adquiere, a través de esa forma, propiedades muy nuevas y diferentes a las cuales los trabajadores inevitablemente se subordinan. ¿Qué queremos precisamente decir con esto? Los sindicatos representan a la clase obrera en un papel socioeconómico muy determinado: como vendedores de cierta mercancía, en este caso la fuerza de trabajo. Puesto que ha nacido de las relaciones de producción y formas de propiedad del capitalismo, el objetivo esencial de los sindicatos es asegurarle a esta mercancía el mejor precio que se pueda obtener bajo las condiciones prevalentes del mercado.
Por supuesto, existe una gran diferencia entre lo que acabo de describir en términos teóricos entre “el objetivo esencial” de los sindicatos y sus actividades en la vida real. La realidad práctica—es decir, la traición diaria de los intereses más elementales de la clase obrera—corresponde muy poco a la “norma” teórica que se ha concebido. Esta divergencia no contradice el concepto teórico, pero es en sí misma el resultado de la función objetiva socioeconómica de los sindicatos. Al basarse sobre las relaciones de producción capitalistas, la misma esencia de los sindicatos los obliga a adoptar una actitud fundamentalmente hostil hacia la lucha de clases. Al consagrar sus esfuerzos en asegurar contratos con los patronos que fijan el precio de la fuerza de trabajo y determinan las condiciones generales en que la plusvalía se le extrae a los obreros, los sindicatos se ven obligados a garantizar que sus miembros suministrarán su fuerza de labor según las condiciones impuestas por los contratos que se han negociado. Como Gramsci notara: “El sindicato representa lo lícito y tiene que obligar a sus miembros a respetar esa legalidad”.
Cuando la legalidad se defiende, la lucha de clases se suprime. Esto significa que los sindicatos, debido a su naturaleza, terminan por socavar su propia habilidad de lograr aun aquellos objetivos circunscritos a los cuales han dedicado oficialmente sus esfuerzos. He ahí la contradicción sobre la cual el sindicalismo se estrella.
Debemos hacer hincapié en otro punto: el conflicto entre el sindicalismo y el movimiento revolucionario en ningún sentido fundamental surge de las imperfecciones y defectos de los dirigentes sindicalistas (aunque estas cualidades existen en abundancia), sino de la misma esencia de los propios sindicatos. En el núcleo de este conflicto se puede encontrar la oposición orgánica de los sindicatos al desarrollo y la extensión de la lucha de clases. Esta oposición se hace mucho más acérrima, amarga y mortífera justo cuando la lucha de clases amenaza las relaciones de producción del capitalismo, las bases socioeconómicas del sindicalismo mismo.
Esa oposición tiene al movimiento socialista de blanco, pues éste representa a la clase obrera como antítesis revolucionaria a las relaciones de producción capitalistas,
no como vendedor de la fuerza de trabajo, que es un papel muy limitado. La historia verifica concluyentemente estos dos aspectos críticos y esenciales de los sindicatos. También verifica la tendencia de éstos a suprimir la lucha de clases y su hostilidad al movimiento socialista. La historia del movimiento sindicalista en Inglaterra y en Alemania nos enseña lecciones importantes que nos abrirán paso.
Los sindicatos en InglaterraInglaterra tiene la reputación de ser la gran cede del sindicalismo moderno donde, por medio de este tipo de organización, la clase obrera logró éxitos enormes. Esta fue la impresión que Eduard Bernstein ciertamente se llevó de los sindicatos durante su estadía en Inglaterra hacia finales de los 1880 y durante los 1890. El presunto éxito del sindicalismo inglés convenció a Bernstein que las luchas económicas de estas organizaciones, no los esfuerzos políticos del movimiento revolucionario, desempeñarían el papel decisivo para el progreso de la clase obrera y la transformación gradual de la sociedad hacia el socialismo.
Bernstein, fundador del revisionismo moderno, anticipó todo por lo que la pequeña-burguesía de hoy aboga. Que sus argumentos ya pasan de los 100 años no significa que de por sí no tengan ningún valor. Después de todo, yo mismo tengo que admitir que me estoy valiendo de argumentos que también llegan a los 100 años: los de Rosa Luxemburg contra el mismo Bernstein. Pero mientras que los argumentos de los partidarios modernos de Bernstein han sido completamente refutados, los de Luxemburg tienen la ventaja que todavía conservan su vigencia. Es más, críticos contemporáneos notaron que Bernstein había exagerado excesivamente sus observaciones del éxito sindicalista británico. En realidad, la ascendencia del sindicalismo, cuya elevación a papel dominante en el movimiento obrero había comenzado en los 1850, expresaba la degeneración política y el estancamiento intelectual que aparecieron después de la derrota del Cartismo ( Chartism). Este gran movimiento político revolucionario de la clase obrera británica fue la culminación de una extraordinaria fermentación política, cultural e intelectual que afectó a capas amplísimas de la clase obrera durante las décadas que siguieron a la Revolución Francesa. Años después de la derrota de los cartistas durante 1848-1849, Thomas Cooper, quien fue uno de sus dirigentes más destacados, comparó la visión revolucionaria del viejo movimiento a la visión obtusa y pequeño burguesa de los sindicatos. En su autobiografía se puede leer lo siguiente:
“La verdad es que en los viejos tiempos del cartismo los obreros de Lancashire andaban cubiertos de andrajos; y muchos por lo regular no tenían que comer. Pero mostraban su inteligencia por doquier. Se les veía en grupos, debatiendo la gran doctrina de la justicia política: que todo adulto de mente sana debería tener voz y voto en las elecciones de hombres encargados de promulgar las leyes que los gobernarían. Debatían seriamente las doctrinas del socialismo. Ahora no se ven grupos en Lancashire, pero se escuchan hombres bien vestidos que, con las manos en los bolsillos, conversan acerca de las cooperativas, de las acciones que han invertido en éstas, y de establecer consorcios”. [3]
Los sindicatos engendraron un nuevo tipo de dirigente que remplazó a los antiguos cartistas revolucionarios: éste ahora era caballero tímido, hambriento por hacerse respetar como miembro de la clase media. Pregonaba el nuevo evangelio del acomodo entre las clases. Theodore Rothstein, historiador socialista del cartismo, lo expresa de esta manera:
“Hombres de gran talento, temperamento y profunda sabiduría que sólo pocos años atrás habían hecho temblar a la sociedad capitalista hasta la cepa, que habían dirigido a cientos de miles de trabajadores en las fábricas, ahora se habían convertido en figuras solitarias paseándose en la oscuridad. La mayoría [de los trabajadores]ya no los entendía. Sólo grupitos selectos los comprendían. Fueron remplazados por hombres nuevos que no poseían ni una fracción de su intelecto, talento y carácter, pero que también atraían a cientos de miles de obreros con el evangelio superficial de “cuidar sus centavos” y la necesidad de llegar a un acomodo con los patronos, aun cuando esto significaba que perderían su independencia como clase social”. [4]
En cuanto al sindicalismo, Rothstein ofreció la siguiente crítica:
“La característica principal de esa filosofía era aceptar la sociedad capitalista. Eso llegó a expresarse en la negativa de participar en toda acción política y la aceptación de la economía política vulgar, que predica la armonía que debe existir entre la clase que emplea y la clase obrera”. [5]
Los apologistas del sindicalismo responden que había sido necesario que los obreros británicos se retiraran de la acción política para que la clase concentrara sus energías en las oportunidades más prometedoras de la lucha económica. El hecho que el surgimiento del sindicalismo se vinculó a los nuevos dirigentes de la clase obrera, que por lo general repudiaron estas luchas, y no a la intensificación de las luchas económicas, refuta esta teoría. Durante el apogeo del sindicalismo británico, desde principios de los 1870 hasta mediados de los 1890, los salarios de los obreros se estancaron. Sólo la caída estrepitosa de los precios de los alimentos básicos, como la harina, las papas, el pan, la carne, el té, el azúcar y la mantequilla, previno que el sindicalismo perdiera todo el respeto de los obreros.
Durante las primeras décadas del Siglo XIX, cuando los sentimientos revolucionarios recibían amplia acogida entre los obreros, la burguesía inglesa resistió con amargura toda tendencia hacia la consolidación. Pero ya para fines de siglo ésta apreciaba el enorme servicio que los sindicatos le rendían a la estabilidad del capitalismo, especialmente en su capacidad de barrera al resurgimiento de tendencias socialistas en la clase obrera. Tal como el economista burgués alemán Brentano escribiera: “Si los sindicatos fracasan en Inglaterra, de ninguna manera significaría el triunfo de los patronos. Significaría el fortalecimiento de tendencias revolucionarias en todo el mundo. Inglaterra, que hasta ahora se había vanagloriado de no tener ningún partido obrero de importancia, podría desde ese momento en adelante hacerle competencia al continente”. [6]
Marx y Engels vivieron en Inglaterra como exiliados revolucionarios durante el período del surgimiento del sindicalismo. Aun antes de llegar a Inglaterra, habían reconocido el significado objetivo del sindicalismo como respuesta obrera al empeño de los patronos en disminuir los salarios. En oposición al teórico pequeño burgués Pierre-Joseph Proudhon, quien negaba la practicablidad de los sindicatos y las huelgas debido a que los aumentos salariales obtenidos por esos métodos sólo conducirían al aumento de precios, Marx insistió que ambos—los sindicatos y las huelgas—eran elementos necesarios en la lucha de la clase obrera en defensa de su nivel de vida.
Marx dio en el blanco cuando criticó el punto de vista de Proudhon, pero es necesario recordar que estos primeros escritos datan de cuando los sindicatos todavía se encontraban en pañales. La experiencia de la clase obrera con esta nueva forma era muy limitada. En esa época no se podía descartar la posibilidad que los sindicatos evolucionaran en instrumentos poderosos de lucha revolucionaria, o por lo menos en precursores de instrumentos semejantes. En 1866, Marx expresó esperanzas al hacer la siguiente observación: “como centros de organización” los sindicatos desempeñaban para la clase obrera el mismo papel “que las municipalidades medievales habían desempeñado para la clase media”. [7]
No obstante, a Marx le preocupaba, aun en esa época, que “los sindicatos todavía no han comprendido totalmente el poder que tienen para actuar contra el sistema de esclavitud salarial mismo”. Pero era en esta dirección, sin embargo, que tenían que evolucionar:
“Aparte de sus objetivos originales, ahora tienen que aprender a actuar deliberadamente como núcleos de la organización obrera cuyo amplio objetivo es la emancipación total de la clase obrera. Han de asistir a todo movimiento social y político que va en la misma dirección. Puesto que se consideran representantes y campeones de toda la clase obrera, tienen que reclutar a sus filas los trabajadores que no pertenecen a los sindicatos. Tienen que cuidar los intereses de los trabajadores que se encuentran en los oficios peor pagados, tales como los obreros agrícolas, cuyas circunstancias excepcionales los han rendido impotentes. Tienen que convencer al mundo en general que sus intenciones, lejos de ser mezquinas y egoístas, tienen como objetivo la emancipación de millones de oprimidos”. [8]
Marx trató de darle una orientación socialista a los sindicatos. Le advirtió a los obreros que “no exageraran para sí mismos” el significado de las luchas que los sindicatos entablaban. A lo sumo los sindicatos “luchan contra los efectos, no las causas de esos efectos; retrasan el movimiento descendente; y aplican paliativos en vez de curar la enfermedad”. Era necesario que los sindicatos emprendieran una lucha contra el sistema, que era causa de la miseria obrera. Por lo tanto, Marx le propuso a los sindicatos que abandonaran la consigna conservadora de “Un jornal diario justo por un día laboral justo” y lo reemplazaran con la demanda revolucionaria, “Abolir el sistema de salarios”. [9]
Pero el consejo de Marx no causó mucha impresión. Hacia fines de los 1870, sus observaciones, y también las de Engels, del sindicalismo se tornaron más críticas. Ahora que los economistas burgueses expresaban mayor aprobación por los sindicatos, Marx y Engels se esforzaron en modificar su apoyo anterior. Distinguieron su punto de vista del de los pensadores burgueses como Lujo Brentano, cuyo deseo en “convertir a los esclavos asalariados en esclavos asalariados contentos” [10], según Marx y Engels, dictaba su entusiasmo por los sindicatos. Para 1879, era posible detectar en los escritos de Engels sobre el sindicalismo un tono inconfundiblemente desagradable. Notó que los sindicatos habían introducido estatutos administrativos que prohibían la acción política, “negándole a la clase obrera que participara en toda actividad general de clase, como clase social." En carta fechada 17 de junio, 1879, Engels se quejó que habían conducido a la clase obrera a un callejón sin salida. “De ninguna manera se debería ocultar el hecho que en este momento aquí no existe ningún movimiento obrero genuino, en el sentido continental de la palabra, Por consiguiente, no creo que te perderás mucho, por lo menos por ahora, si no recibes ningún informe sobre las actividades de los SINDICATOS por estos lugares”. [11]
En un artículo comparando a la Inglaterra de 1885 con la de 1845, escrito seis años después, Engels no hizo ningún esfuerzo por esconder el desdén que le tenía al papel conservador de los sindicatos. Al formar una aristocracia dentro de la clase obrera misma, cultivaban las relaciones más amistosas con los patronos y así se aseguraban puestos muy cómodos para sí mismos. Con sarcasmo mordaz, Engels escribió que los sindicalistas “hoy día son gente amabilísima con quien negociar, sobre todo para cualquier capitalista sensato en particular y para toda la clase capitalista en general”. [12]
En verdad, los sindicatos habían ignorado casi por completo a capas amplias de la clase obrera, “para quienes el estado de miseria y la falta de seguridad en que actualmente viven es tan horrible como siempre, o aún peor. El distrito de la zona este de Londres es un pantano de expansión continua donde de la miseria y desolación se estancan. La inanición reina cuando no hay trabajo, y la degradación física y moral impera cuando lo hay”. [13]
Hacia finales de los 1880, el desarrollo de un nuevo movimiento sindicalista militante entre los sectores más explotados de la clase obrera hizo renacer las esperanzas de Engels. Los socialistas, inclusive Eleanor Marx, participaron activamente en este movimiento. Engels reaccionó a este acontecimiento con entusiasmo y con gran satisfacción notó que “Estos sindicatos nuevos, que se constituyen de hombres y mujeres sin habilidades especializadas, son totalmente diferentes a las antiguas organizaciones de la aristocracia obrera y no pueden adoptar las mismas costumbres conservadoras... Y se han organizado bajo circunstancias muy diferentes. Todos los dirigentes, hombres y mujeres, son socialistas. Y los agitadores también lo son. En ellos veo el verdadero principio del movimiento aquí”. [14]
Pero las esperanzas de Engels no se cumplieron. No transcurrió mucho tiempo antes que los “nuevos” sindicatos comenzaran a exhibir las mismas tendencias conservadoras que los viejos. Esta fue de las primeras verificaciones del concepto teórico que hoy consideramos crítico al análisis de los sindicatos; es decir, que la posición y la condición social de sectores determinados de trabajadores organizados en los sindicatos no determinan el carácter esencial de estas organizaciones. Lo más que se puede decir de estos factores es que sólo influyen ciertos aspectos secundarios de la política sindicalista, haciendo algunos sindicatos más o menos militantes que otros. Pero a fin de cuentas, la forma sindicalista, cuya estructura mana de—y está incrustada en—las relaciones sociales y de producción capitalistas (y debemos añadir, los límites impuestos por el estado-nación), ejerce la influencia decisiva que determina la orientación de su “contenido”: una asociación de obreros.
El Partido Socialdemócrata alemán (PSD) y los sindicatosEn el continente europeo, Alemania en particular, ya se aprendían lecciones teóricas de estas primeras experiencias con el sindicalismo. Los socialistas alemanes consideraban que los sindicatos ingleses no eran los precursores del socialismo, sino la expresión del dominio político e ideológico de la burguesía sobre la clase obrera. Esta actitud crítica no fue sólo consecuencia del aprendizaje teórico; reflejaba también una relación muy diferente de fuerzas—dentro del movimiento obrero—entre el partido político marxista y los sindicatos. En Alemania, había sido el Partido socialdemócrata que le había dado el ímpetu al desarrollo del movimiento obrero de masas, no los sindicatos. El partido había tenido gran éxito al establecer su autoridad política como dirigencia de la clase obrera durante el período de las leyes antisocialistas de Bismarck entre 1978 y 1890. Fue consecuencia de la iniciativa del PSD que los llamados sindicatos “libres” se establecieron, principalmente para servir de agencias reclutadoras del movimiento socialista.
Con la asistencia de PSD, del cual obtuvieron cuadros dirigentes y aprendieron lecciones políticas, los sindicatos comenzaron a extender su influencia durante los 1890. Pero los efectos duraderos de la prolongada depresión industrial mantuvieron bajo el número de socios. Para finales de 1893, la proporción entre los votantes socialdemócratas y los miembros sindicalistas era de ocho (8) a uno (1). Aún así, hubo cierta consternación dentro del PSD que los sindicatos podrían tratar de competir con el partido para ganar mayor influencia sobre la clase obrera. Los sindicatos negaron esto rotundamente, pero el dirigente sindicalista Carl Liegen, en el Congreso del partido de 1893 efectuado en Colonia, los definió como “agencias reclutadoras del partido”.
Sin embargo, al terminar la depresión industrial en 1895, los sindicatos alemanes comenzaron a crecer rápidamente; la relación de fuerzas cambiaba y hacía aumentar las tensiones entre el partido y los sindicatos. Para 1900, la el número de miembros de los sindicatos había alcanzado los 600,000. Cuatro años después, llegaba al millón. Esto fue acompañado por una caída en la proporción entre votantes y miembros sindicales, haciendo que aumentara significativamente.
Aunque los mismos dirigentes sindicalistas rehusaron darle apoyo político a Bernstein cuando éste desplegó la bandera del revisionismo por primera vez, ya círculos del partido por lo general sabían que sus teorías sólo acabarían por reorientar el movimiento socialista alemán hacia el modelo inglés, en el cual los sindicatos reformistas reemplazarían al partido revolucionario como núcleo del movimiento obrero.
Al oponerse a Bernstein, los teóricos principales de la Social-Democracia se fijaron muy bien en los esfuerzos de éste por pintar a los sindicatos como baluartes indispensables del movimiento socialista. Fue Rosa Luxemburg, claro, la que tomó las riendas del contraataque. Su obra de mayor importancia referente a éste fue Reforma o Revolución. Esta obra hizo trizas del argumento de Bernstein que las acciones de los sindicatos efectivamente contrarrestaban los mecanismos explotadores del capitalismo y conducirían, aunque gradualmente, a la socialización de la sociedad. Luxemburg insistió que esto era completamente falso: el sindicalismo no conducía a la abolición de la explotación clasista; al contrario, buscaba asegurar que el proletariado, limitado por la estructura explotadora del capitalismo, recibiera, a través de salarios, el mejor precio que el mercado permitiera.
De cualquier manera, las fluctuaciones del mercado y la dinámica general de la expansión capitalista restringían los esfuerzos de los sindicatos. La sociedad capitalista, advirtió Luxemburg, no iba rumbo “hacia una época del progreso victorioso de los sindicatos, sino hacia tiempos en que las privaciones de los sindicatos aumentarían”. Es decir, no obstante conquistas pasajeras, si la misión de los sindicatos permanecía arraigada dentro de las pautas dictadas por el sistema capitalista, éstos siempre se encontrarían cumpliendo “la labor de Sísifo.” Los dirigentes sindicalistas nunca le perdonaron a Luxemburg que se valiera de esta metáfora con alas. Era crítica desvastadoramente apta y presciente de las actividades de los sindicatos.
Este resumen no es del todo justo al análisis de Luxemburg sobre las causas objetivas que de la incapacidad de los sindicatos de lograr más que una mitigación—y sólo temporal—de la explotación de la clase obrera bajo el capitalismo. Quiero referirme a otro aspecto de la crítica contra Bernstein muy pertinente para hoy día: la negativa de Luxemburg en aceptar que la práctica de los sindicatos tiene contenido socialista innato o implícito, o que las acciones de los mismos sean esenciales a la victoria de la causa socialista. Luxemburg nunca negó que los sindicatos, siempre que fueran dirigidos por los socialistas, podrían rendir un servicio clave para el movimiento revolucionario. En verdad, ella esperaba que su crítica le abriera el paso para colaborar hacia esos fines. (Que este objetivo podía lograrse, como ya veremos, es otro asunto.) Pero también advirtió contra toda ilusión acerca de que tendencias orgánicamente socialistas existían en el sindicalismo tal como éste aparecía.
Escribió Luxemburg: “Son precisamente los sindicatos ingleses, como representantes clásicos de la mentalidad estrecha recta y satisfecha de sí misma, que comprueban que el sindicalismo, por sí solo, carece de todo fondo socialista. A decir la verdad, bajo ciertas circunstancias, éste puede hasta llegar a ser obstáculo contra la expansión de la concienciación socialista, tanto como la conciencia socialista puede ser obstáculo al éxito puramente sindicalista”.
Este trozo sigue siendo un reproche magnífico a todos los que se adaptan servilmente a los sindicatos y a sus burocracias; a los que no pueden concebir un movimiento obrero sin magnífico forma sindicalista. Pero como Luxemburg claramente afirma, entre el sindicalismo y el socialismo no existe ningún vínculo orgánico o inquebrantable. Los dos no viajan, por naturaleza, sobre trayectorias paralelas hacia un destino común. Al contrario; según Luxemburg, el sindicalismo, por su propia índole, “es carente de todo contenido socialista” y le pone límites al progreso de la concienciación socialista. Además, los principios políticos de los socialistas, cuyas actividades obligatoriamente se basan en los intereses históricos de la clase obrera, son contrarios a los objetivos prácticos de los sindicatos.
En Inglaterra, los sindicatos evolucionaron sobre las ruinas del Cartismo e independientemente del movimiento socialista. Los sindicatos alemanes, por otra parte, nacieron bajo la tutela del movimiento socialista. Sus dirigentes habían asiduamente estudiado a Marx y Engels. Sin embargo, los sindicatos alemanes, en su esencia, no estaban más consagrados al socialismo que sus contrapartes ingleses. Al comenzar el nuevo siglo, con el ingreso de cientos de miles de miembros nuevos, los sindicatos adquirieron confianza nueva y empezaron a mostrarse incómodos con la influencia y la subordinación del sindicalismo a los objetivos políticos del partido. Una plataforma nueva expresó esta inquietud: la neutralidad política. Cierto sector creciente de dirigentes sindicalistas comenzó a sostener que no había razón por qué sus organizaciones le debían lealtad especial a las campañas políticas del PSD. Según los argumentos, era verídico que el dominio del PSD le costaba a los sindicatos la posibilidad de atraer obreros desinteresados u opuestos a la causa socialista. Entre los representantes principales de esta tendencia se encontraba Otto Hué, quien insistió que los sindicatos sólo podían servir los “intereses profesionales [no clasistas]” de sus miembros si se adoptaba una política neutral. Hué escribió: “Bajo condiciones de neutralidad sindicalista, los dirigentes sindicalistas son y deben ser indiferentes respecto a la política de los trabajadores”.
Entre 1900 y 1905, las tensiones entre el partido y los sindicatos escalaron. Los dirigentes sindicalistas, en sus papeles de delegados a los congresos del PSD, continuaron votando a favor de la ortodoxia socialista. Los desarrollos objetivos todavía no habían llegado a tal punto que la lucha teórica contra el revisionismo se había puesto en práctica. Los sucesos de 1905 lo cambiaron todo en el interior y el exterior de Alemania.
Ante todo, la revolución que estalló por toda Rusia tuvo un impacto tremendo sobre la clase obrera alemana. Los trabajadores siguieron con interés intenso el reportaje de la prensa socialista acerca de la lucha revolucionaria. Los acontecimientos rusos, por otra parte, coincidieron con, e inspiraron a, la erupción de huelgas dolorosas por toda Alemania, sobretodo entre los mineros del Ruhr. A pesar de su militancia, los huelguistas se toparon con la resistencia rígida e inflexible de los patronos de las minas. La intransigencia de los dueños cogió a los sindicatos de sorpresa y éstos no pudieron reaccionar con eficiencia. Las huelgas se suspendieron, estremeciendo la confianza de los obreros en la perspicacia de las tácticas sindicalistas tradicionales.
En esta nueva situación, Luxemburg, con el apoyo de Kautsky, arguyó que los acontecimientos en Rusia eran de significado para toda Europa y que le habían revelado a los trabajadores alemanes una forma nueva de la lucha de masas: la huelga política. La idea de una huelga política de masas encontró apoyo popular en la clase obrera. Pero los líderes sindicalistas se horrorizaron con las implicaciones de la lógica de Luxemburg. Según el pensar de éstos, si los trabajadores ponían en práctica las teorías de Luxemburg, los sindicatos se verían atrapados en “aventuras revolucionarias” insignificantes. Las huelgas de masas costarían una enorme cantidad de dinero y podrían llegar a vaciar las cuentas bancarias y las reservas líquidas de las cuales los dirigentes estaban orgullosísimos.
Para prevenir semejante catástrofe, los dirigentes sindicalistas decidieron lanzar una huelga anticipadora contra Luxemburg y los otros radicales del PSD. En el congreso de los sindicatos celebrado en Colonia en 1905, se estableció una comisión única para producir una resolución que definiera la actitud de los sindicatos en cuanto al problema de la huelga de masas. Theodore Bömelburg, vocero de la comisión, declaró: “Para que nuestras organizaciones progresen tiene que haber paz en el movimiento obrero. Tenemos que hacer desaparecer el debate acerca de la huelga de masas, y que las soluciones [de los problemas] del futuro permanezcan flexibles hasta que aparezca el momento oportuno”. [15]
En lo que fue una declaración de guerra contra los izquierdistas del PSD, el congreso adoptó una resolución que prohibió todo debate interno en los sindicatos acerca de la huelga política. Esta le advertía a los obreros: “No permitan que la acogida y diseminación de tales ideas los distraiga de los deberes diarios para fortalecer las organizaciones obreras”. [16]
La rebelión de los dirigentes sindicalistas contra el partido causó un terremoto en el PSD. Kautsky declaró que el congreso había revelado que los sindicatos se habían enajenado profundamente del partido. Notó con ironía que le parecía absurdo que durante el año “más revolucionario de toda la historia” los sindicatos proclamaran “su deseo por la paz y la tranquilidad”. Para Kautsky era evidente que los dirigentes se preocupaban más por las cuentas bancarias de la organización que por “la calidad moral de las masas”.
El odio de los dirigentes hacia la izquierda del PSD alcanzó dimensiones patológicas. Rosa Luxemburg en particular se convirtió en el blanco perenne de los insultos vitriólicos. Otto Hué, redactor del diario de los mineros, le urgió a todos los que tuvieran exceso de energía revolucionaria que se largaran a Rusia “en vez de fomentar debates sobre la huelga general desde sus residencias de verano”. Los ataques contra Luxemburg se intensificaron, aun cuando ella languidecía en una cárcel polaca después de haber sido arrestada por actividades revolucionarias. Harto de los ataques personales feroces contra Luxemburg, Kautsky vigorosamente criticó la persecución de “una dirigente de la lucha de clases proletaria”. Escribió que no era Luxemburg la que ponía en peligro las relaciones entre el partido y los sindicatos, sino los funcionarios sindicalistas, que sentían “un odio primitivo por todo grupo dentro del movimiento obrero que adopta cualquier objetivo más ambicioso que el aumento salarial de cinco centavos la hora”.
Durante cierto período, los dirigentes del PSD lanzaron un contraataque a los funcionarios sindicalistas, pero de la manera más cautelosa posible. En el congreso del partido que se llevó a cabo en Jena en Septiembre, 1905, Bebel introdujo una resolución llena de astucia literaria que reconocía la validez de la huelga política de masas, pero sólo como arma defensiva. A cambio, los sindicatos aceptaron la formula de Bebel, pero sólo por un breve período. En el congreso del partido en Mannheim en Septiembre, 1906, los sindicatos le exigieron al PSD que adoptara una resolución que establecería el principio de la “igualdad” entre los sindicatos y el partido, lo cual consiguieron. Esto significaba que, referente a cualquier asunto que directamente afectara a los sindicatos, el partido tenía que adoptar una postura aceptable a ellos. Haciéndole caso omiso a objeciones estrenuas, los dirigentes del partido colaboraron con los funcionarios sindicalistas y burocráticamente cancelaron el debate e hicieron que la resolución se adoptara a la fuerza.
Desde ese momento en adelante, la comisión general de los sindicatos rigió al PSD. Notó Luxemburg que ahora la relación entre los sindicatos y el partido se parecía al cuento de la esposa campesina regañona, quien le aconsejó a su esposo: “Cuando tengamos problemas, usaremos el siguiente sistema: Cuando estemos de acuerdo, tú decides. Cuando no estemos de acuerdo, yo decido”.
En sus disputas con Luxemburg y las fuerzas revolucionarias dentro del PSD, los funcionarios sindicalistas se acostumbraron a proclamar que ellos conocían los deseos del obrero común mucho mejor que los revolucionarios teóricos. Según ellos, Luxemburg y otros revolucionarios de su índole tenían las cabezas llenas de abstracciones y visiones utópicas y en realidad no tenían ninguna solución práctica para los problemas que los obreros sufrían en las minas o en los talleres de las fábricas. Para los teóricos era maravilloso soñar con un cataclismo revolucionario en el futuro y con la utopía que éste engendraría, pero en el aquí y el ahora a los trabajadores les importaba más esos pocos marcos extra en sus cheques semanales.
Quizás haya sido cierto que los argumentos de los funcionarios sindicalistas reflejaban la actitud de muchos sectores obreros cuando estalló el debate acerca de la huelga de masas. Es posible que si la cuestión se hubiera puesto a voto en 1905 o 1906, la mayoría de los obreros habrían votado por la política de Legieny en contra de Luxemburg. Sin embargo, al considerar la actitud de los trabajadores hacia el debate entre los marxistas y los dirigentes sindicalistas reformistas, vale recordar lo siguiente: los funcionarios estaban “comprometidos” institucional y constitucionalmente a realizar una política arraigada en que los sindicatos dependen orgánicamente de las relaciones de producción capitalistas y del estado-nación en existencia. Pero la clase obrera, fuerza social esencialmente revolucionaria, no estaba similarmente comprometida a un programa gradual de adaptación reformista.
La evolución de las contradicciones implícitas del sistema capitalista comenzó a desgarrar la tela social alemana, sobretodo los acomodos clasistas. A medida que las tensiones entre las clases aumentaban, los trabajadores adoptaban una actitud más agresiva y hostil hacia los patronos y el estado. Ya para 1910-1911 había signos muy evidentes que la lógica de Luxemburg había comenzado a adquirir audiencia mayor entre capas obreras más amplias. El descontento de los trabajadores con sus sindicatos oficiales aumentó notablemente, sobre todo después de las huelgas de 1912-1913, que fracasaron debido a la resistencia acérrima de los patronos.
El comienzo de la Primera Guerra Mundial en 1914 le puso paro temporal al proceso de radicalización. Para 1915-1916, sin embargo, el descontento social de la clase obrera, exacerbado por la guerra, comenzó a desmoronar las barreras impuestas por los sindicatos oficiales. Los antiguos argumentos burocráticos contra la huelga política de masas fueron refutados decisivamente en Octubre-Noviembre de 1918 al estallar la Revolución Alemana.
La experiencias de las clases obreras alemana e inglesa sometieron al sindicalismo a su mayor prueba histórica. Si dispusiéramos de mayor tiempo, podríamos ampliar y verificar nuestro análisis del conflicto fundamental entre el socialismo y el sindicalismo con numerosos ejemplos que toman en cuenta a mayor cantidad de países y a todas las décadas del siglo hasta llegar a nuestros propios tiempos. Esta verificación detallada es necesaria, sí, pero el tema de esta charla ha sido el de plantear las bases teóricas e históricas para que se emprendan estudios empíricos de mayor alcance.
Conclusión: el papel histórico de la conciencia socialistaAdemás, el mayor objetivo de esta charla no ha consistido en presentar tantos ejemplos de las traiciones de los sindicatos como fuera posible. No; el tema fundamental, y también el de las otras charlas de la semana, es el papel de la conciencia socialista y la lucha por desarrollarla en la clase obrera. He ahí el significado esencial del partido marxista. Aun si una militancia sindicalista espontánea sucediera (y ésto no se puede imaginar sin que los miembros de base se rebelen contra las antiguas organizaciones burocráticas), el progreso de un movimiento revolucionario tan prometedor dependería de la labor independiente del partido marxista, que lucharía por darle conciencia socialista a la clase obrera.
Es notable, pues, que todos aquellos que insisten en la autoridad incuestionable de los sindicatos se oponen a la lucha por el marxismo en la clase obrera. Esto se ha expresado de la manera más explícita en los escritos recientes de Cliff Slaughter, quien critica severamente a los marxistas (es decir, al CICI) “que persisten en creer que su deber es ‘concienciar', ‘politizar' e ‘intervenir políticamente' en las luchas espontáneas de la clase obrera que empiezan a surgir...”
No creo que exagero cuando digo que estas palabras tienen intención criminal. Ya casi estamos llegando al término de un siglo que ha visto las tragedias históricas más horribles. Es incalculable el precio que la humanidad ha pagado con su propia sangre por los fracasos y traiciones de las luchas revolucionarias innumerables del siglo. La cantidad de víctimas causada por las revoluciones traicionadas llega a los cientos de millones. Durante los últimos años hemos visto los resultados humillantes y horribles de la desorientación de las masas soviéticas. Pero aun así. en medio de esta desorientación política universal, Slaughter critica ferozmente a todo aquel que trata de combatir esta desorientación basándose en la ciencia socialista.
La glorificación cínica de la espontaneidad, es decir, del nivel prevaleciente de la conciencia y de las formas organizacionales actuales, no puede defender los intereses de la clase obrera. En el caso de Slaughter y otros ex marxistas de su índole, la subordinación a la espontaneidad sólo sirve para cubrir su colaboración con las burocracias sindicalistas y obreras traicioneras. No ofrecemos ninguna disculpa por insistir que el futuro de la clase obrera depende del vigor de nuestras intervenciones políticas y del éxito de nuestros esfuerzos para concienzarla
Nos arraigamos en las bases que echaron los grandes fundadores y representantes del socialismo científico. Rechazamos la declaración de Slaughter porque ésta representa una repudiación de los principios elementales que han sido la razón por la cual el movimiento marxista ha existido desde sus principios. El proletariado es el sujeto activo histórico del proyecto socialista. Pero el socialismo no surgió—no pudo surgir—directamente de la clase obrera. Este tiene, por decirlo así, su propia historia intelectual. Marx nunca pretendió que su concepto de la misión histórica del proletariado tenía que conformarse a la “opinión pública” de la inmensa mayoría de los obreros en cierto momento de su evolución. Es absurdo sugerir que Marx, el mayor intelecto desde Aristóteles, consagró toda su vida a formular ideas que sólo reproducen lo que el obrero común puede pensar por sí mismo.
En 1844, Marx escribió: “No es cuestión de lo que este o aquel proletario, o aun el proletariado en general, considere en cualquier momento, dado su objetivo. La cuestión es lo que el proletariado en realidad es y que, de acuerdo a su naturaleza, será obligado a entablar históricamente. La propia vida cotidiana del obrero y la organización actual de la sociedad burguesa presagian sus objetivos y acción histórica”. [17]
Si la espontaneidad de la lucha de clases produjera la conciencia socialista, no habría necesidad de organizar esta escuela. ¿Qué razón habría para organizar conferencias acerca de la historia, la filosofía, la economía política, la estrategia revolucionaria y la cultura si la clase obrera, con sus organizaciones de masas y su nivel de conciencia histórica-política actual, pudiera automáticamente comprender los deberes que el desarrollo de la crisis mundial del capitalismo le plantea?
Consideremos el fondo político de la práctica de esta escuela. En este momento, mientras nos reunimos, las economías del sudeste de Asia están estado de alboroto. Casi de la noche a la mañana, la existencia de cientos de millones de personas se ha puesto en peligro. En Indonesia, el valor de la moneda declinó 22 por ciento anteayer. Durante seis meses, la rupia indonesa ha perdido casi el 80 por ciento de su valor. El Fondo Monetario Internacional exige que se establezca un régimen de austeridad bestial. Bajo estas condiciones es inevitable que estallen luchas sociales enormes.
No obstante, ¿no depende el resultado de estas luchas de que la clase obrera asimile las lecciones trágicas de sus propia historia, que constituye otro capítulo de pesadilla en la historia del Siglo XX? ¿No es imprescindible que los obreros, estudiantes e intelectuales indonesios estudien como el Partido Comunista Indonesio, el mayor fuera de la URSS y la China con más de un millón de miembros, resultara impotente ante el golpe de Suharto? Más de medio millón de personas fue asesinado en esa contrarrevolución Los ríos de Sumatra y Balí se atoraron con los cadáveres de los muertos. Las ejecuciones de los prisioneros arrestados después del golpe continuó hasta principios de los 1990. ¡Cuántas cuestiones y problemas que todavía no se han podido resolver y clarificar! Las lecciones estratégicas de ese período constituyen las bases para la venganza histórica de los trabajadores indonesios contra los crímenes de la burguesía indonesa, asistida por el imperialismo estadounidense y, he de añadir, el australiano también.
Esto no es problema únicamente indonesio; es deber histórico mundial. Llegamos al final de esta escuela tal como empezamos: haciendo hincapié en que el futuro de la humanidad en el Siglo XXI depende de la asimilación de las lecciones de las experiencias estratégicas históricas del XX. Si tuviera que decir en pocas palabras cual es la conclusión mayor a la que hemos llegado después de analizar este siglo tan doloroso, es ésta: que el destino de la humanidad está inevitablemente vinculado a la lucha por la concienciación y la cultura socialista dentro de los confines de la clase obrera internacional, lucha que tiene su expresión política esencial en la construcción del Partido Socialista de la Revolución Mundial.
Notas:
1. “Los sindicatos durante la época del nuevo liberalismo”, en la revista El socialismo hoy.
2. Workers International Press [ Prensa Internacional Obrera], Tomo 1, febrero 1997, p. 21
3. Theodore Rothstein, Del Cartismo al sindicalismo, (Londres: 1983), pp. 183-184
4. Ibid., p. 195
5. Ibid., p. 197
6. Ibid., p. 273
7. Ibid., p. 100
8. Ibid., p. 100-101
9. Ibid., p. 101
10. Ibid., p. 102.
11. Marx y Engels, Obras completas, Tomo 45, p. 361
12. Ibid., Tomo 26, p.299
13. Ibid.,
14. Draper, p. 111
15. Schorske, La gran escisión, pp.39-40
16. Ibid., p. 40
17. Marx y Engels, Obras completas, Tomo 4., p. 37