Español

Colombia rompe relaciones con Israel por el genocidio en Gaza

El Ministerio de Relaciones Exteriores de Colombia anunció el jueves la ruptura de relaciones diplomáticas con Israel por el genocidio continuo en Gaza.

Bogotá planea remover a todo su personal diplomático de Israel, según una declaración oficial que cita el “sufrimiento humano indescriptible” infligido a los palestinos desde octubre. El comunicado subraya que la medida no va dirigida contra los ciudadanos israelíes ni la población judía, sino estrictamente contra el Gobierno del primer ministro Benjamín Netanyahu.

Gustavo Petro pronuncia un discurso del Primero de Mayo en la plaza de Bolívar, Bogotá, Colombia [Photo: Juan Diego Cano/Presidencia]

La decisión fue anunciada por el presidente Gustavo Petro durante un discurso del Primero de Mayo, el miércoles, frente a decenas de miles de simpatizantes en Bogotá.

Dijo que una palabra resume “la necesidad de la vida, la rebeldía, la bandera alzada y la resistencia. Esa palabra se llama Gaza. Se llama Palestina, las niñas los niños los bebés que han muerto descuartizados por las bombas… Si muere Palestina, muere la humanidad y no la vamos a dejar morir”.

El quiebre de relaciones con Tel Aviv, que predeciblemente respondió llamando a Petro un “antisemita lleno de odio”, se produce en el contexto de una represión masiva de las protestas pacíficas contra el genocidio en las universidades estadounidenses y de indicaciones de que Israel procederá con una invasión desastrosa de Rafah, una ciudad al extremo sur de Gaza que alberga más de un millón de refugiados.

Por siete meses, cientos de millones de personas en todo el mundo han atestiguado imágenes de los asesinatos masivos en Gaza y ahora se están enfureciendo más por la brutal violencia contra estudiantes y profesores en las universidades de los Estados Unidos.

El peligro de un conflicto regional o incluso global también se ha vuelto cada vez más evidente, con el propio Petro respondiendo a los ataques aéreos entre Israel e Irán advirtiendo de una inminente “Tercera Guerra Mundial”. En ese momento, tuiteó: “El apoyo de los EE. UU., en la práctica, a un genocidio, ha encendido el mundo”.

Con algunas excepciones —especialmente el presidente fascista argentino Javier Milei—, la mayor reacción diplomática contra Israel y Estados Unidos por la masacre en Palestina ha tenido lugar en América Latina, incluso más que entre los países de mayoría musulmana.

Petro había retirado a su embajadora de Israel horas después de que un ataque aéreo israelí arrasara gran parte del campamento de refugiados de Jabaliya en la Franja de Gaza y matara a docenas, el 31 de octubre. El mismo día, el presidente boliviano Luis Arce cortó todas las relaciones diplomáticas con Israel, mientras que el presidente Gabriel Boric retiró al embajador de Chile en Tel Aviv.

Días después, Honduras retiró a su embajador y Belice suspendió las relaciones diplomáticas con Israel. Los Gobiernos cubano y venezolano ya no tenían relaciones diplomáticas con Israel y han condenado el genocidio en Gaza. Daniel Ortega en Nicaragua no ha roto relaciones con Israel, pero lanzó un caso en la Corte Internacional de Justicia contra la “complicidad” de Alemania en el genocidio en Gaza al ser uno los mayores proveedores militares de Israel. La CIJ respondió en un tiempo récord rechazando medidas de emergencia para bloquear la venta de armas a Tel Aviv.

En febrero, el presidente brasileño Lula da Silva denunció a Israel por llevar a cabo un “genocidio” en Gaza similar a “cuando Hitler decidió matar a los judíos”. El Gobierno de Netanyahu respondió declarando a Lula persona non grata, lo que significa que no es bienvenido en Israel.

Finalmente, si bien el presidente mexicano Andrés Manuel López Obrador se ha rehusado a condenar el genocidio israelí, denunció la hipocresía de Estados Unidos por reprimir a los estudiantes propalestinos y proporcionar armas para matar a “personas inocentes” en todo el mundo. “¿Cómo van a estar ellos de jueces mundiales sobre defensa de derechos humanos?”, afirmó.

Tales posiciones reflejan un enorme temor a la explosiva oposición popular al genocidio.

En América Latina, es una expresión distorsionada del odio instintivo entre las masas por el tipo de matanza y opresión neocolonial en Palestina, que se asemeja mucho a lo que América Latina ha enfrentado a manos del imperialismo estadounidense y sus socios oligárquicos.

Millones de personas en la región ven claramente que Israel está actuando como un ariete para los esfuerzos de Estados Unidos por asegurar su hegemonía en Oriente Próximo.

Durante décadas, Washington ha tratado de convertir a la clase dominante colombiana en su socio militar más cercano y bastión de la reacción política en América Latina. Desde la década de 1960, Estados Unidos ha gastado miles de millones y enviado innumerables “asesores” militares para ayudar a aplastar los movimientos guerrilleros de izquierda, trabajando mano a mano con la oligarquía terrateniente, sus socios multinacionales y pandillas paramilitares fascistas para continuar robando millones de hectáreas de campesinos, un territorio varias veces mayor a Israel y los Territorios Palestinos bajo ocupación.

La guerra en Colombia ha provocado entre 450.000 y 800.000 muertos y 8 millones de desplazados desde 1985.

Israel y Colombia mantuvieron durante mucho tiempo un triángulo estratégico con los Estados Unidos, e Israel proporcionó gran parte de las armas a Colombia hasta que Petro suspendió las compras militares en febrero. Ambos mantienen relaciones especiales con la OTAN, y Colombia sigue siendo el único “socio global” de la Alianza Atlántica en América Latina.

Petro y los otros líderes nacionalistas burgueses de “izquierda” en la región representan sectores de la clase dominante que son particularmente perceptivos a los profundos sentimientos antiimperialistas entre los trabajadores y otras capas oprimidas.

Desde que Hugo Chávez fue elegido con el cambio del siglo en Venezuela, sus correligionarios han tratado de canalizar esta oposición detrás de la negociación de mejores condiciones para las élites gobernantes nacionales en la forma en que se distribuyen las ganancias con el imperialismo estadounidense. Esto se ha combinado con relaciones comerciales y políticas más estrechas con rivales geopolíticos de Estados Unidos como China y Rusia, así como con promesas de un mayor gasto social y reformas limitadas, que en gran medida se vaciaron con la caída de los precios de las materias primas en 2014.

En el resto de su discurso del Primero de Mayo, Petro se presentó a sí mismo y a su Gobierno como de clase trabajadora, y defendió un proyecto de ley de salud que amplía las clínicas locales y reduce el papel de las aseguradoras privadas. “No pertenezco a esa pseudoaristocracia ignorante, vestida de esclavistas que hoy no conocen la realidad del mundo, que se han separado de la realidad”, dijo demagógicamente.

Además de que el Congreso rechazara sus limitados programas sociales, Petro ha enfrentado amenazas muy reales y crecientes de círculos de extrema derecha y militares para derrocar a su Gobierno electo. El miércoles, advirtió explícitamente que un “golpe” en su contra provocaría un estallido social masivo.

Descrito en los medios corporativos como el “primer presidente de izquierda” de Colombia, Petro fue instalado para canalizar las protestas masivas y las huelgas generales contra la desigualdad social que estallaron entre 2019 y 2021 detrás de ilusiones reformistas dentro del sistema capitalista. Su permanencia en el poder depende de su capacidad para mantener sofocada la lucha de clases, pero esta capacidad se ha vuelto cada vez más limitada.

A pesar de un repunte reciente, su popularidad ronda el 35 por ciento. Sus posiciones sobre Israel y las recientes promesas de una “asamblea constituyente” sin duda buscan reforzar su base de apoyo, que ahora se basa en gran medida en la desacreditada burocracia sindical y otros sectores de la clase media.

Independientemente de su aversión personal hacia la masacre de palestinos, que no hay razón para dudar, Petro y su Gobierno representan a un sector de la clase dominante capitalista que depende del imperialismo estadounidense para acceder a los mercados, capitales y, sobre todo, protección contra cualquier desafío desde abajo.

Cualquier lucha seria contra el imperialismo y la guerra requiere un movimiento obrero de masas a nivel internacional para poner fin al capitalismo. Esta amenaza empujará a todos los sectores de las élites gobernantes locales hacia una dictadura abierta y a los brazos del imperialismo.

Como escribió el gran revolucionario marxista León Trotsky ya en 1928: “Un movimiento democrático o de liberación nacional puede ofrecer a la burguesía la oportunidad de profundizar y ampliar sus posibilidades de explotación. La intervención independiente del proletariado en la arena revolucionaria amenaza con privar a la burguesía de la posibilidad de explotar del todo”.

(Artículo publicado originalmente en inglés el 3 de mayo de 2024)

Loading