Washington se encuentra sumido en una crisis política sin precedentes en la historia moderna de Estados Unidos. En medio de conflictos faccionales cada vez más enconados fracturando la cúpula del Estado, aumenta la especulación de que podría haber discusiones tras bastidores entre miembros del gabinete y altos funcionarios para forzar la salida del presidente Donald Trump.
La guerra política dentro del Gobierno de Trump y el Partido Republicano se intensificó esta semana después de que el senador Bob Corker, presidente del comité de relaciones exteriores del Senado, declarara que las amenazas de Trump contra Corea del Norte estaban conduciendo a EUA “por el camino de una Tercera Guerra Mundial”. Corker tuiteó que la Casa Blanca es “una guardería para adultos”, con el presidente siempre necesitando supervisión.
La cadena NBC reportó que el secretario de Estado, Rex Tillerson, llamó a Trump un “idiota” después de una reunión en junio entre el presidente y jerarcas militares, durante el cual el mandatario sugirió multiplicar por diez el arsenal nuclear de EUA. Trump respondió al reportaje amenazando a NBC con ser clausurada. “Es asquerosa la manera en que la prensa puede escribir lo que quiere”, manifestó.
Para la revista Vanity Fair, Gabriel Sherman escribió el miércoles que “una media docena de republicanos prominentes y asesores de Trump… todos describen a la Casa Blanca como en crisis, con los asesores batallando por contener a un presidente que pareciera estar cada vez más desenfocado y consumido por humores sombríos”. Presuntamente, Trump le señaló a su jefe de seguridad desde hace mucho tiempo, Keith Schiller, “¡Odio a todos en la Casa Blanca! Hay algunas excepciones, ¡pero los odio!”.
Sherman informa que el personal de alto rango de la Casa Blanca está preocupado de cómo responderá Trump ante dificultades internas, ejerciendo el control unilateral de enviar armas nucleares con Corea del Norte. “Un exoficial incluso especuló de que [el jefe de personal de la Casa Blanca, John] Kelly y el secretario de defensa, James Mattis, ya han discutido qué hacer en caso de que Trump ordene un primer ataque nuclear. ‘¿Lo confrontarían?’, dijo”.
Varios columnistas, probablemente reflejando discusiones que están tomando lugar dentro del Gobierno, han mencionado la posibilidad de destronar al mandatario utilizando la Vigesimoquinta Enmienda de la Constitución de EUA, la cual estipula que el presidente puede ser forzado a renunciar por medio de una mayoría de su gabinete si se llega a ser mental o físicamente “imposibilitado para ejercer los poderes y obligaciones de su cargo”.
Jennifer Rubin, que edita la sección conservadora “Giro a la derecha” del diario Washington Post, preguntó por medio de un titular en su última columna, “¿En qué momento entramos en territorio de la Enmienda XXV?”. Su conclusión: pronto. En otro artículo para el Post publicado el miércoles, declaró: “Una destitución probablemente no nos salvará de Trump. Pero, la Enmienda XXV podría hacerlo”. Ambas columnas siguieron un editorial del mismo Washington Post titulado “Qué hacer con un presidente no apto”, donde presentan la posibilidad de derrocarlo.
Detrás de estos conflictos hay divisiones profundas dentro de la burguesía por cuestiones críticas respecto a políticas tanto internacionales como nacionales. En particular, las imprudentes amenazas de Trump contra Corea del Norte han inquietado a secciones importantes del Departamento de Estado y el Pentágono. Una guerra con Corea resultaría en la destrucción de millones de vidas y conllevaría a una confrontación directa con China y Rusia, detonando así, como Corker lo puso, la Tercera Guerra Mundial. Pero incluso peor que la pérdida de vidas, desde el punto de vista de los oponentes de Trump, sería el daño irreparable que le ocasionaría una guerra a la reputación internacional del país.
Sean cuales fueren los motivos detrás de las discusiones secretas sobre la posibilidad de un golpe palaciego, tal conspiración —independientemente de su eventual éxito o fracaso— le martillaría el último clavo al ataúd de la democracia estadounidense.
Sin lugar a dudas, Trump se resistiría encarnizadamente a los pasos que se tomen para destituirlo. En el transcurso de un conflicto febril como este, tanto los simpatizantes como oponentes del mandatario apelarían a los militares y a las agencias de inteligencia por su apoyo.
Sin importar cuál facción prevalezca, el aparato militar y de inteligencia tomaría la última decisión en cuanto al destino político de EUA. Más allá, tras un derrocamiento, el archirreaccionario vicepresidente Mike Pence se convertiría en presidente.
Por su parte, los demócratas han respondido a la crisis profundizando su campaña neomccarthista sobre la presunta intervención rusa en la política estadounidense, la cual ha trasladado su enfoque de que Rusia impulsó a Trump en las elecciones a que está “sembrando discordia” en la sociedad estadounidense. De este modo, están desarrollando los argumentos para legitimar la censura y el control estatal del Internet y vilipendiar toda oposición social y política como un producto de la intervención nefaria de un “enemigo extranjero”.
Como lo advirtió el WSWS en junio, los métodos empleados por los oponentes de Trump dentro de la burguesía, “son fundamentalmente antidemocráticos, lo que implica una conspiración con grupos dentro de dicha facción de capitalistas y la élite militar y de inteligencia”.
Los críticos de Trump dentro de la élite corporativa y financiera están buscando desesperadamente alguna forma de responder a la amplia gama de crisis globales para las cuales no tienen una solución, sean geopolíticas, económicas, militares o sociales. Trump no es la causa, sino un síntoma extremo de la desorientación y desesperación de la clase gobernante.
Esta situación no puede extenderse por mucho tiempo más. La crisis de dominio burgués tiene como consecuencia la expansión de la lucha de clases. Como lo escribió el Partido Socialista por la Igualdad en su declaración de junio, “Un golpe palaciego o la lucha de clases: la crisis política en Washington y la estrategia de la clase obrera”:
Tanto en EE.UU. como internacionalmente, la interacción entre las condiciones objetivas de la crisis y la radicalización de la conciencia social de las masas está encontrando una expresión en la erupción de la lucha de clases. Las décadas en las que la lucha de clases ha sido reprimida por la burocracia sindical, el Partido Demócrata y los patrocinadores pudientes de diversas políticas de identidad están llegando a su fin. La contrarrevolución social de las élites gobernantes está a punto de tener que enfrentarse a un levantamiento de la clase obrera estadounidense. Las cuantiosas y distintas formas de protesta social —en los lugares de trabajo, las comunidades y de ciudades enteras— tomarán una identidad obrera, una orientación anticapitalista y un carácter socialista cada vez más distintos. Las luchas en fábricas, lugares de trabajo o comunidades individuales se podrán apoyar en luchas unificadas más amplias de la clase obrera.
La cuestión critica es impartirle a este movimiento de la clase obrera una consciencia acerca de sus objetivos, esto con el fin de construir una dirección política que pueda guiar estas luchas, en EUA e internacionalmente, hacia su conclusión lógica y necesaria: el derrocamiento del sistema imperialista y el establecimiento del socialismo.