Tres meses antes de las elecciones presidenciales en Estados Unidos, el aparato de inteligencia militar participa en una campaña sin precedentes en nombre de la demócrata Hillary Clinton, denunciando a su oponente republicano Donald Trump y declarándolo inaceptable para la posición de “comandante en jefe”.
El ex director de la CIA, Michael Morell, inició esta serie de ataques contra Trump el viernes pasado, en una columna de opinión en el New York Times. Le siguieron cincuenta agentes de seguridad nacional de pasadas administraciones republicanas con una carta abierta denunciando a Trump, la cual fue publicada el lunes en el sitio Web del Times.
El lenguaje de la carta abierta es cáustico e inequívoco: Trump “sería un presidente peligroso”; “tiene poca comprensión sobre los intereses nacionales vitales de Estados Unidos”; “halaga de forma persistente a nuestros adversarios y amenaza a nuestros aliados y amigos”.
Los cincuenta firmantes declaran que algunos votarán por Clinton, otros no lo harán, pero ninguno votará por Trump ya que “están convencidos de que, si llega a ocupar la oficina presidencial ( Oval Office ), él sería el presidente más imprudente en la historia estadounidense”.
La carta describe el carácter de Trump de la forma más severa:
“O bien es incapaz de, o bien se muestra indispuesto a, distinguir la verdad de lo falso. No fomenta opiniones contrarias. Carece de autocontrol y actúa impetuosamente. No tolera críticas personales. Ha alarmado a nuestros aliados más cercanos con su comportamiento errático. Todas estas son cualidades peligrosas en un individuo que aspira a ser presidente y comandante en jefe, y controlar el arsenal nuclear de EE.UU.”
La lista de firmantes incluye a oficiales de administraciones republicanas que se remontan a la presidencia de Richard Nixon, con una fuerte representación de ex funcionarios de alto nivel del gobierno de Bush. Estos incluyen a Michael Hayden, ex director de la CIA y de la Agencia de Seguridad Nacional, John Negroponte, ex director de Inteligencia Nacional, a Michael Chertoff y Tom Ridge, ex secretarios del Departamento de Seguridad Nacional y a Robert Zoellick, ex subsecretario del Departamento de Estado,.
Entre los firmantes, hay un gran número de funcionarios responsables de algunos de los crímenes más catastróficos del imperialismo estadounidense, particularmente la invasión de Irak del 2003 (apoyada por Hillary Clinton) y la posterior ocupación de esa nación: Robert Blackwill, Eliot Cohen, Eric Edelman, Peter Feaver, James Jeffrey, Meghan O'Sullivan, Kori Schake, Kristen Silverberg, William H. Taft IV, Dov Zakheim y Philip Zelikow, entre otros.
Estos señores y señoras tienen mucha sangre en sus manos. Bajo la presidencia de Bush, ejercieron altas posiciones en un gobierno que pisoteó constantemente principios democráticos y constitucionales, así como del derecho internacional. Éste inició la guerra en Irak basándose en mentiras, construyó el andamiaje de un estado policíaco, apoyó el uso de secuestro, tortura y una red de prisiones secretas y comenzó la campaña de asesinatos selectivos con drones, que se ha convertido en una pieza central en la política exterior de Obama.
Estas circunstancias vuelven absurda la acusación de los firmantes de que Trump debería ser expulsado de la carrera presidencial porque “parece prescindir de un conocimiento básico sobre, y creencia, en la Constitución, las leyes y las instituciones de Estados Unidos, incluyendo tolerancia religiosa, libertad de prensa y un poder judicial independiente”.
Sus ataques contra Trump no se deben a supuestas consideraciones democráticas. En cambio, ven su política de tendencia fascista como un riesgo indebido por ahora, ya que podría provocar manifestaciones sociales que desestabilizarían el sistema político. Sin embargo, no se oponen a tales métodos en principio, ya que han respaldado a dictaduras militares y escuadrones de la muerte fascistas en el extranjero al servicio de los intereses del imperialismo estadounidense.
Al mismo tiempo, ellos mantienen diferencias significativas con Trump en política exterior. En su columna de opinión la semana pasada, Morell denunció a Trump como un “agente involuntario” del presidente ruso, Vladimir Putin. La carta abierta publicada el lunes, al contrario, no menciona a ningún país o líder mundial; se limita a una crítica dura al carácter y la personalidad de Trump. Sin embargo el trasfondo es el mismo.
Morell, Hayden, Negroponte y compañía hablan en nombre del “Estado profundo”, aquellos funcionarios militares y de inteligencia no electos, cuya influencia y control continúa independientemente del partido que controle la presidencia y el Congreso. Ellos consideran a Clinton como una promotora confiable de sus intereses, siguiendo los pasos de Bush y Obama, mientras que consideran que Trump es errático e incendiario, aparte de no estar en sintonía con la campaña de la élite gobernante de Estados Unidos de confrontación militar con Rusia, China o ambos.
Luego de su artículo de opinión, Morell apareció en televisión en CBS News el lunes 8, exigiendo acciones más agresivas por parte de los rebeldes apoyados por EE.UU. en Siria contra el gobierno del presidente Bashar al-Assad, quién es respaldado por Irán y Rusia. “Tenemos que hacer que los iraníes paguen un precio en Siria”, dijo. “Tenemos que hacer que los rusos paguen un precio. Quiero ir detrás de lo que Assad ve como su base de poder personal. Quiero asustar a Assad. Quiero que piense: 'Esto no va a terminar bien para mí’”.
En otras palabras, quiere que Assad contemple el mismo destino de Saddam Hussein y Muammar Gaddafi, ambos linchados tras sus derrocamientos apoyados por EE.UU. ¡Así se ven sus preocupaciones por la democracia y los derechos humanos!
Las intervenciones de Morell y de los cincuenta republicanos, por sí solas, constituyen un esfuerzo nunca antes visto por el aparato de inteligencia militar para influir en el resultado de una elección presidencial. Esto tiene una enorme importancia histórica. Es evidencia de la profunda crisis política de Estados Unidos, con tensiones generadas por la extrema desigualdad social, la crisis económica y guerras sin fin que provocan cortocircuitos en los procesos democráticos “normales”.
Donald Trump es una manifestación de esta crisis. Este demagogo megamillonario no es una aberración, sino el producto de la promoción y cultivo de elementos de extrema derecha, racistas y fascistas en el Partido Republicano durante muchas décadas. El establecimiento del Partido Republicano nunca titubeó en alimentar esas tendencias y las ha convertido en su base electoral, reconsiderando su estrategia sólo cuando las fracciones políticamente más desenfrenadas comienzan a asumir el control del partido.
Clinton es otra manifestación de esta crisis histórica de la democracia estadounidense. Tras la capitulación de Bernie Sanders –cuya autoproclamada “revolución política” culminó con su apoyo a esa candidata de Wall Street — Clinton se ha reorientado bruscamente hacia la derecha, apelando directamente a multimillonarios, reaccionarios del Partid Republicano, y generales y espías “retirados” a unirse a su campaña, dejando en claro que su plan es acelerar las operaciones militares en Oriente Medio, Europa Oriental y Extremo Oriente.
La ruptura de las normas básicas de la democracia burguesa se evidencia en cada aspecto de la campaña presidencial de ambos partidos. Ambos campamentos utilizan el lenguaje de guerra civil, denunciándose en términos que efectivamente niegan la legitimidad del otro.
Trump y sus principales colaboradores han comenzado a denunciar la elección como “arreglada”, noventa días antes la votación, mientras amenazan con que, de ascender Clinton al poder, ese día ocurrirá un “baño de sangre”. Al mismo tiempo, varios ex oficiales de seguridad nacional advierten que habría una “crisis en las relaciones entre civiles y militares” en caso de una victoria de Trump. En otras palabras, se están preparando de antemano para justificar un golpe militar.
Las salvajes luchas internas dentro de la élite gobernante son rasgos distintivos de una crisis política histórica, en la que la clase obrera no debe alinearse con ninguna de las fracciones de derecha. Ni Trump, de tendencias fascistas, ni la militarista Clinton ofrecen un camino para defender los intereses de los trabajadores: empleos, un nivel de vida decente, derechos democráticos y el fin a las guerras imperialistas.
La cuestión central en la campaña del 2016 es la lucha por la independencia política de la clase obrera, lejos de la inmundicia reaccionaria de la política capitalista, lo cual requiere de una ruptura con el sistema bipartidista y una lucha política contra el capitalismo. Este es el enfoque de la campaña presidencial del Partido Socialista por la Igualdad y de nuestros candidatos, Jerry White para presidente y Niles Niemuth para vicepresidente.
Sea cual sea el resultado de las elecciones del 2016 —gane Clinton, lo más probable, Trump o algún representante inesperado de la clase dominante estadounidense— el próximo gobierno en Washington va a ser el más reaccionario en toda la historia de Estados Unidos.
La cuestión más decisiva es la preparación de un movimiento político de los trabajadores y la juventud que comprenda claramente la necesidad de oponerse a la siguiente administración desde el principio, de intensificar la lucha de clases contra la clase corporativa y sus defensores políticos, incluyendo a los demócratas, los republicanos y sus satélites políticos, como los libertarios y los verdes.
Todo depende de la construcción de un partido socialista independiente y revolucionario de la clase obrera: el Partido Socialista por la Igualdad. Hacemos un llamado a todos los lectores del World Socialist Web Site a apoyar y construir esta campaña y a unirse al PSI.